Patagonia

La mujer mapuche, la espiritualidad y la búsqueda de la identidad

Por Pablo Quintana (Exclusivo/El Extremo Sur).

Isabel Huala, madre del lonko, asegura que la sabiduría del pueblo originario se sustenta en una cultura matriarcal. Una historia de migraciones y la exploración de su propia identidad de la mano de sus antepasados.

La madre que reivindica la lucha de sus hijos y que incluso, algunos de ellos ya los concibe como su propia autoridad.

De niña nació enferma, y en los pasillos donde se cultiva la medicina convencional hablaban de una inflamación del tejido delgado que rodeaba su pequeño cerebro y su ínfima médula espinal, le diagnosticaron meningitis. Su padre, Aurelio Huala la llevó al cerro Tronador por pedido de una curandera. Allí, en lo más alto, hasta donde pudiera llegar a caballo, y durante un período de tres meses tenía que agitarla en el aire, para recibir su sanación.

Quizás fue el presagio de que nada sería fácil en el porvenir, pero también que cobijada en los saberes ancestrales encontraría su propia identidad.

María Isabel Huala es una de las tantas historias de mujeres mapuches que en su largo peregrinar, y de diversas maneras, conserva saberes, costumbres, historias, tanto en los espacios urbanos como en las propias comunidades o recuperaciones territoriales.

Cada una con sus particularidades y la de Isabel tiene lo suyo. Madre de seis hijos, de los cuales el mayor ganó popularidad en la prensa argentina cuando fue detenido en mayo del año pasado. Los medios se enfocaron en él y fue blanco de las más diversas declaraciones de funcionarios. Hasta el propio gobernador de la provincia del Chubut, Mario Das Neves, que le endilgó asesinatos inexistentes. Desde terrorista hasta criminal fueron algunos de los conceptos con que describieron a su primogénito.

Pero no son esas las referencias en las que se posó Isabel. Facundo Jones Huala, el líder mapuche que fue elegido como lonko en medio del proceso de recuperación territorial en Vuelta del Río, espacio que mapuches le disputan a la Compañía Tierras del Sur S.A., propiedad de los Benetton, se transformó para su madre en su guía y autoridad.

 

La sangre materna

 

La niñez de Isabel transcurrió en lo que se conoce como Colonia Suiza, a unos 25 kilómetros de San Carlos de Bariloche, y con apenas siete años su familia se radicó en la marginalidad de la ciudad turística patagónica, enlo que se conoce como Villa Don Bosco.

La historia familiar de Isabel es como la de tantas otras familias mapuches que nunca supieron de frontera entre Argentina y Chile. Tal cual como sus antepasados, mucho antes de la imposición de la frontera estatal sobre los Andes.

Fue el fruto de la unión entre Aurelio Huala y Flora Edith Ainol. Su madre nació en Chiloé, del otro lado de la cordillera, pero llegó a territorio argentino cuando los abuelos de Isabel, don José Antonio Ainol Coyopai y su abuela Margarita Soto Santana, cruzaron hacia el pacífico para radicarse en Comodoro Rivadavia y someterse a las bondades que la extracción del petróleo prometía como progreso.

Su madre, en cuyo seno familiar la estirpe del pueblo originario se vivió con vergüenza, negó la identidad mapuche por mucho tiempo, “sin embargo gracias a ella soy lo que soy”, aclara Isabel a la vez que resalta la figura de su padre Aurelio como el responsable de mantener la llama encendida.

Ya su abuelo, cuando Isabel aún era apenas una niña, en largas caminatas le decía “Pichi” (pequeña, en mapuzungun), buscando que esos encuentros tuvieran su distinción y fueran un reducto en su reminiscencia. En el regreso de esos paseos que indagaban el rescate de la memoria ancestral, ya en el hogar, el apodo mutaba en un “Petit”. Los años llevaron a que Isabel tuviera por mote al día de hoy, “Piti” Huala, como se la conoce en la barriada barilochense. “Mi papá hablaba algo de mapuzungun y todas las mañanas realizaba sus ceremonias, aunque con la impronta de haber dado crédito a esas historias que nos denominaban como araucanos –recuerda-, con el sólo propósito de diezmar a los mapuches”.

La marginalidad y la xenofobia fue una constante. De niña solía regresar de la escuela en un estado emocional que terminaba en lágrimas. Atormentada porque la señalaban como “la india”, Isabel reclamaba a Don Aurelio que interviniera en las autoridades escolares frente a ese atropello, a lo que el viejo mapuche respondía: “Usted no tiene que llorar, ni enojarse. Cuando le digan india, dígale en todo caso que por eso estas son nuestras tierras y que ellos están acá porque nos la robaron”.

“Me crie en dictadura, pero gracias a mi padre fui libre. Libre de decir, pensar y hacer. Por eso siempre digo que no me criaron en dictadura, mi padre me crio libre junto a la paciencia de mi madre”, rememora la madre del lonko.

 

Sabiduría y trabajo

 

Obligada a ir a la escuela desde los tres años, cuando su madre tenía que trabajar como cocinera, llegó hasta cursar segundo año de secundaria. Pero no pudo continuar con sus estudios cuando la necesidad familiar requirió que ella también aportara algunos ingresos. Pero no lamenta aquel abandono de la educación formal, “la fortuna más grande que podemos tener es el enriquecimiento de nuestros propios saberes”, dice Isabel repitiendo las recomendaciones que le daba su padre.

Don Aurelio hilaba la lana y su madre tejía, ese mundo íntimo le permitió tiempo después lograr los primeros ahorros en la zona de Cerro Campanario, en Bariloche, tejiendo gorros para los turistas. De mucama, cuidadora de niños en los hoteles para permitir que los visitantes tuvieran sus salidas nocturnas, camarera en la histórica embarcación Flecha de Plata, fueron algunos de los oficios que debió ejercer Isabel.

De su primer matrimonio tuvo cuatro hijos Facundo, el lonko mapuche, Fernando, Fiorela y Fausto. Luego vendrían dos más: Nicolás y Pirén.

“Uno anda por la vida siempre buscando su lugar, porque somos seres espirituales, lamentablemente muchos se quedan en iglesias, buscando su identidad. Este Estado se encargó de negarnos el desarraigo, que viene de nuestros tatarabuelos. Este es el tiempo en el que ellos puedan volver”, ratifica Isabel cuando de recuperaciones se habla.

 

De la sangre paterna

 

Por el lado de su padre, sus raíces se refugian en Chillán Chico, donde su familia decía con mucho orgullo que era el lugar donde también había nacido Bernardo O'Higgins. Isabel prefiere obviar la mención al líder chileno de la independencia y reflotar la historia que vincula los Huala con Catrihuala, un reconocido cacique huilliche (gente del sur) del otro lado de la cordillera. Existen relatos que mencionan a los descendientes del gran cacique, que una vez perseguidos decidieron transformar el nombre en tan sólo como Huala.

Lo cierto es que desde 1884 su bisabuelo Bernabé Huala, como carrero, comenzó a llegar a la zona de Bariloche, más precisamente a Casa de Piedra en Puerto Moreno. Allí la historia tendría reservado un hecho sangriento como pocos. En 1928 cuatro bandoleros encabezados por el recordado chileno Roberto Foster Rojas llegaron a su casa y masacraron a la familia.

La trágica historia continuaría tiempo después cuando el propio Bernabé fue asesinado en un hecho confuso. Eran tiempos en el que se estaba conformando el Parque Nacional Nahuel Huapi, era en los comienzo de la década del ’30.

Isabel, como muchos mapuches hacia el interior de las sociedades modernas, fue uno de los tantos grupos migrantes internos en busca de trabajo y lugar donde vivir. De Bariloche, mudó a Comodoro Rivadavia, Caleta Olivia, Buenos Aires para regresar al oeste rionegrino. Por ese su primer hijo, el que luego se convertiría en lonko, era tan sólo un niño y en ese retorno a Bariloche es donde comienza a reencontrarse con su verdadera historia. “Comenzamos a transitar este camino juntos, pero le costó un tiempo a Facundo despegarme de un nacionalismo que la educación me fue imprimiendo, como a todos”, confiesa Isabel.

 

Matriarcado mapuche

 

La mujer sostiene que para sus pares es complicado el mundo patriarcal en el que vivimos. “Pero –asegura- podemos ser lo que somos y tener un trabajo autónomo. Hoy se hace difícil porque nos enseñaron a sentirnos menos. Nos enseñaron a que éramos menos. Mucha de nuestra gente se la creyó. Por eso depende de nosotros, tenemos que reeducar a nuestra gente”, esgrime.

El lonko Facundo Jones Huala fue presentado como el mapuche violento que le declaró la guerra a Argentina y Chile, supo titular el diario Clarín. Nada se dijo en ese momento del reclamo territorial y por la situación que atraviesan las comunidades en la Patagonia. El líder mapuche estuvo en prisión poco más de tres meses en la Unidad Penitenciaria de Esquel y allí recibió la visita casi constante de su madre que recorría los 300 kilómetros que la separaban del lugar de detención.

Frente a la pregunta de cómo lo vive como madre no duda en contestar: “No lo vivo como lo viviría una madre en el sistema, llorando. Estoy orgullosa que me haya tocado a mí, en lucha. Tratando de acompañar y estar con mis hijos, defenderlos. También tratando de que nuestra misma gente empiecen a valorarse a sí mismas, que vuelvan al telar, a nuestros trabajos, a la práctica de la medicina mapuche. Más allá de ser mis hijos, el lonko también es una autoridad y mi relación con él como hijo, queda más relegado”, revela.

Es más, hasta su pequeña hija de tan sólo 9 años es kalfu malen, de las niñas que participan en los ritualesy a la que también le debe respeto como su autoridad. “No es fácil, pero hay que saber separar ciertas cosas para entender lo que es la lucha mapuche, muchas madres del sistema estarían llorando porque los hijos están presos. Pero yo trato de que se visibilice por qué están presos, su lucha es por todos”, asevera.

Por su memoria pasan figuras de la talla de Juana Cuante, la joven que del otro lado de la Cordillera se transformó en el 2012 en la primera Apo Ülmen del territorio mapuche Williche del Ranco. Esa responsabilidad política, social, espiritual y cultural ejercida en el propio territorio y que da continuidad al linaje ancestral que fue traspasado de generación en generación en su familia, es lo que referencia a Isabel.

Pero también rememora el rol de la Pillankuse (“anciana de la sabiduría”) Rosa Prafil o de la lonko Lucerinda Cañumir que también continuó dando vivencia a las ceremonias. “Gracias a esas resistencias nosotros podemos seguir siendo mapuches”, sintetiza.

Isabel sostiene que en el pueblo mapuche la cultura es matriarcal, pero así como sucede en todo el Wallmapu, “la conquista nunca terminó”.