Opinión

El ocaso de los ídolos: la casta política se desentendió de la voluntad popular

Por Susana Cavallin.

Cuando Friedrich Nietzsche escribió en 1889 "El ocaso de los ídolos" dejó una frase que alcanza una particular actualidad: "la vieja verdad se acerca a su final". Hace largo tiempo que las formas de representación están en crisis, y en la dimensión política se exhibe su peor versión. 

Declaraciones recientes de varios dirigentes del PJ dejan entrever que más allá de esos modelos en crisis y de las demandas sociales urgentes, la política renunció a la herramienta de la legitimación popular para crear su propio mecanismo de legitimación. Ya no importan las ideologías, hay un espacio nuevo que se independizó de todo y se da vida a sí mismo. Una nueva casta que se basta a sí misma, una nueva forma de aristocracia: la casta política.

Si la política se valida a sí misma, entonces ya no necesita del poder originario que es el pueblo. Entonces comienza una desgarradura que pone en evidencia la disociación entre las necesidades de uno y los intereses del otro.

La política hace lo que hace porque ya no necesita del pueblo -mucho menos cuando este está inmerso en un efecto cultural de la inmediatez, una nueva versión de los lotófagos que Homero inmortalizó en su Odisea-.

Esta lógica está radicalizada en Chubut, donde claramente se observa cómo la gestión se desentendió de la voluntad popular, asumiendo características propias que se remontan a los antiguos dictadores romanos. Como se sabe, aquellos concentraban todo el poder político y hacían y deshacían según sus propios intereses.

Un espejo inverso

Ese desgarro entre las necesidades de una sociedad abandonada y golpeada por la miseria actúa como un espejo inverso de esta nueva casta aristocrática. Esta puesta en abismo deja en evidencia la abulia absoluta de una dirigencia que justifica su miseria olvidando ese poder originario que el pueblo alguna vez le otorgó.

Los casos sobran. Desde los pedidos de ajuste mientras se opta por gastos innecesarios; el no pago de salarios mientras la planta política se aumenta los sueldos; los excesos policiales en el cumplimiento de la cuarentena mientras los funcionarios celebran la "rosca" con asados; el pedido de transparencia mientras se ocultan los números de la economía. La lista es infinita.

Sin embargo, a pesar de las constantes humillaciones a las que se vio sometida, la sociedad chubutense -soportando abandono, desidia y soberbia de la nueva neo-aristocracia- siempre permaneció en paz.

Ante la provocación constante, el uso desmedido de la fuerza, la degradación y la afrenta, la sociedad no eligió la violencia como mecanismo de defensa.

La resistencia consiste en actuar como espejo para que el otro observe sus miserias. A pesar de todo y ante un entramado indigno, es la sociedad la que brinda un gesto extremadamente generoso que la ignorancia y la megalomanía de la política parece no no reconocerle en lo más mínimo.

La pregunta que evidencia un desafío de época es cómo la sociedad puede recuperar ese poder de legitimar o no las acciones políticas. La historia nos muestra que la violencia no pudo resolver las desigualdades y que la política casi nunca exhibe gestos de grandeza. Sin embargo, en distintos momentos de la historia argentina el pueblo hizo tronar el escarmiento. En Chubut la casta política está tirando de una cuerda a punto de cortarse.