La carta de un contagiado por su padre: como un leproso del siglo XIX en las noches más terribles El testimonio de un trabajador de UTE, contagiado de coronavirus, conmociona. Su padre, Carmelo, murió por la enfermedad. "Escribo esto pensando que le puede llegar a servir a otros/as. Perdón (por) lo extenso. Me contagié un 25 de junio. En la guardia del Sanatorio Méndez acompañando a mi viejo, que luego falleció. Nadie me dijo que debía aislarme o algo parecido. Con mi compañera decidimos dormir separados y andar con barbijo por la casa temiendo lo que luego pasó: mi viejo dio positivo y me convertí en un contacto estrecho".
La carta completa
Me recomendaron en el 147 y en mi obra social que me aisle en casa. 50 m2. Imposible. El 28 me auto aislé en un depto. que me prestó un hermano que me dio la vida. Me fui temprano, para que mi hijo no me viera. Pensaba volver a la semana. Pasaron cosas.
El 1 de julio presenté síntomas. Fiebre y tos. Esa noche ingrese al Sanatorio Méndez. Me hisoparon y me hicieron una placa de tórax. Ahí conocí «la carpa», una instalación de aislamiento que está en el estacionamiento. Mucho frio, en parte por la fiebre. Me tapé e intenté dormir en un lugar en donde las luces no se apagan.
A la madrugada me llevaron a un hotel. Te requisan los objetos cortantes y el alcohol en gel. Te dan mucha agua. El lugar muy lindo. Con tv, wifi, aire, etc. Durante 10 días fui el 307 (por el número de habitación). Te traían todo a la puerta. Solo entraba a la pieza la persona que la limpiaba, uno espera encerrado en el baño. Si tenés fiebre llamás por teléfono a enfermería y ellos te mandan o tafirol de 500 o en casos excepcionales un ibu de 400. Los consumí como caramelos.
Se extraña mucho a la familia. Pero mucho. Tuve fiebre los 10 días. Perdí gusto y olfato por casi 2 días. Al final no me alcanzaba con un gramo de paracetamol para bajarla. Insistiendo logré que me viera un médico, muy humano y atento. Pero solo con 200 aislados.
Me encontró un pequeño ruido en un pulmón. Me dijo que de ser neumonía la iban a agarrar a tiempo. Yo, aterrado. El 11 de julio me trasladaron de nuevo al Méndez a eso de las seis de la tarde. Esperé hora y media arriba de la ambulancia. No había lugar en la Guardia. Pasé 15 horas en la guardia esperando turno en el tomógrafo.
Estaba saturado el Sanatorio. Una de las peores noches de mi vida. En uno de los boxes una mujer mayor se pasó la noche quejándose en un estado de inconsciencia. De forma permanente. Frente a la pregunta si se podía hacer algo por ella, el enfermero que me ponía un suero me dijo: «está todo saturado». Recién la vieron a las siete de la mañana para higienizarla. En el otro box una madre lloraba de a ratos angustiadísima por quedar aislada con una hija de 15 meses en su casa.
Intenté dormir, pero fue imposible. Una pareja mayor se quiso ir. Estaban esperando desde las 10 de la mañana para tomógrafo. Eran las 8 de la noche. Los hicieron quedarse con la policía por ser casos sospechosos. No hubo cena. Me salvaron algunas cosas que mi vieja me mandó al hotel. Otros no tuvieron esa suerte. A la mañana nos trajeron un desayuno.
La tomografía dio neumonía. Me tenía que quedar internado. Volví a la carpa. Esta vez con una calefacción que sumada a mi fiebre componía un infierno. Pero también había dos enfermeros que eran lo más. Humanos y comprensivos. Hasta la apagaron un rato. A la mañana éramos 2 en la carpa, a eso de las siete de la tarde estaba llena.
La carpa que visité el día 1 de julio tenía el baño roto (son baños químicos). El 12, cuando volví, seguía igual. El lugar que te asignan es un cuarto de paredes de aglomerado donde entra una cama y una silla. Tiene dos enchufes. Sin ser claustrofóbico, se volvía asfixiante. Pasé allí unas 10 horas.
El 12 cumple años mi hijo. Cuando le estábamos por cantar el feliz cumpleaños por videollamada me avisan que me pasan a piso. Paramos la torta hasta que me pudiera instalar. No hay palabras lo que me dolió perderme ese festejo. La pieza, 517B, no tenía calefacción y como detalle no tenía funda la almohada. Le puse una remera. Tampoco andaba la tele. Te controlan a la mañana y a la tarde noche: temperatura y lo que es central, saturación. Te dan una inyección de anticoagulante cada mañana. Puede ser en la panza o en el brazo. Yo pedí siempre brazo.
Cada vez que entran, antes de salir descartan toda la armadura que traen. Cada vez. Buen morfi. Me dieron antibióticos 7 días, primero oral y después por vía. El último día de fiebre, el lunes 13 fue el peor. Me dieron dos gramos de paracetamol en tres horas para que bajara. Era raro sentir siempre gusto a remedio en los labios. Me pasaron plasma gracias a la lucha de miles para que el Sanatorio tuviera protocolo. Aprendí a desconectarme del suero cuando terminaba de pasar.
No dormí una noche de corrido desde el 28 de junio. Llegué a gritar dormido. Las últimas dos noches pedí un clona. Mano de santo. Salvo un turno, el personal médico, de enfermería y de limpieza hacen un enorme trabajo. Admirable. Heroicos. No sé por qué no los pasan por la tele. En vez de tanta huevada. Se juegan su vida y la de su familia (muchos la han dado ya) cada día. Y se curan y vuelven al frente.
Dos ejemplos. El doctor Juan Pablo, tomándose el tiempo de hablarme para sacarme miedos (porque los fantasmas del respirador están a la vuelta de la esquina) y lo más importante, el primer día que me vio me dio la mano (por supuesto detrás de su armadura y con dos pares de guantes). Ese gesto, tras doce días de sentirme un leproso en el siglo XIX fue humanizador.
Uno de los muchachos que limpiaba la pieza a la mañana se tomó el tiempo de arreglarnos la televisión. Cosas pequeñas pero enormes para el enfermo. Compartí cuarto con otro laburante de la ciudad, de mi edad, con neumonía. Ariel. Poder hablar con alguien fue sanador. El 17 de julio me dieron el alta. El 21 de julio volví a mi casa, tras un hisopado negativo que otro hermano de la vida me consiguió.
Pasé casi un mes sin ver a mi mujer y a mi hijo. No hay palabras para describir eso. El reencuentro fue maravilloso. Tengo 35 años y ninguna enfermedad previa. Ni siquiera he fumado en toda mi vida. El Covid me sacó de circulación un mes. Me mandó a internación. Me hizo olvidarme de cómo era no tener fiebre. Me rompió emocionalmente al alejarme de los míos. Me metió muchísimo miedo. Fui un afortunado porque los amigos/ as siempre estuvieron. Cada día. Para levantar la moral.
Mi sindicato, la UTE y en especial la Secretaría de Salud, nunca me soltaron la mano. Solidaridad pura entre laburantes. La vieja, una leona, desde su propio aislamiento luchando por mí. Mi compañera, sosteniendo la casa y a nuestro hijo. Y a la vez dándome ánimos a mí. ¿Cómo no amarla?
La familia que te da la sangre y la que da la vida, que son la misma, a la espera de ver cómo ayudar. Los compañeros /as pendientes de uno. Y ofreciéndose para lo que hiciera falta. Una catarata de amor, que estando adentro es salvadora. Dije que escribía esto para que les sirviera a otros. También escribo esto para ayudarme a mí mismo a cerrar la peor experiencia de mi vida.
Cuídense mucho.
Fuente: La Columna Vertebral
El testimonio de un trabajador de UTE, contagiado de coronavirus, conmociona. Su padre, Carmelo, murió por la enfermedad. "Escribo esto pensando que le puede llegar a servir a otros/as. Perdón (por) lo extenso. Me contagié un 25 de junio. En la guardia del Sanatorio Méndez acompañando a mi viejo, que luego falleció. Nadie me dijo que debía aislarme o algo parecido. Con mi compañera decidimos dormir separados y andar con barbijo por la casa temiendo lo que luego pasó: mi viejo dio positivo y me convertí en un contacto estrecho".
La carta completa
Me recomendaron en el 147 y en mi obra social que me aisle en casa. 50 m2. Imposible. El 28 me auto aislé en un depto. que me prestó un hermano que me dio la vida. Me fui temprano, para que mi hijo no me viera. Pensaba volver a la semana. Pasaron cosas.
El 1 de julio presenté síntomas. Fiebre y tos. Esa noche ingrese al Sanatorio Méndez. Me hisoparon y me hicieron una placa de tórax. Ahí conocí «la carpa», una instalación de aislamiento que está en el estacionamiento. Mucho frio, en parte por la fiebre. Me tapé e intenté dormir en un lugar en donde las luces no se apagan.
A la madrugada me llevaron a un hotel. Te requisan los objetos cortantes y el alcohol en gel. Te dan mucha agua. El lugar muy lindo. Con tv, wifi, aire, etc. Durante 10 días fui el 307 (por el número de habitación). Te traían todo a la puerta. Solo entraba a la pieza la persona que la limpiaba, uno espera encerrado en el baño. Si tenés fiebre llamás por teléfono a enfermería y ellos te mandan o tafirol de 500 o en casos excepcionales un ibu de 400. Los consumí como caramelos.
Se extraña mucho a la familia. Pero mucho. Tuve fiebre los 10 días. Perdí gusto y olfato por casi 2 días. Al final no me alcanzaba con un gramo de paracetamol para bajarla. Insistiendo logré que me viera un médico, muy humano y atento. Pero solo con 200 aislados.
Me encontró un pequeño ruido en un pulmón. Me dijo que de ser neumonía la iban a agarrar a tiempo. Yo, aterrado. El 11 de julio me trasladaron de nuevo al Méndez a eso de las seis de la tarde. Esperé hora y media arriba de la ambulancia. No había lugar en la Guardia. Pasé 15 horas en la guardia esperando turno en el tomógrafo.
Estaba saturado el Sanatorio. Una de las peores noches de mi vida. En uno de los boxes una mujer mayor se pasó la noche quejándose en un estado de inconsciencia. De forma permanente. Frente a la pregunta si se podía hacer algo por ella, el enfermero que me ponía un suero me dijo: «está todo saturado». Recién la vieron a las siete de la mañana para higienizarla. En el otro box una madre lloraba de a ratos angustiadísima por quedar aislada con una hija de 15 meses en su casa.
Intenté dormir, pero fue imposible. Una pareja mayor se quiso ir. Estaban esperando desde las 10 de la mañana para tomógrafo. Eran las 8 de la noche. Los hicieron quedarse con la policía por ser casos sospechosos. No hubo cena. Me salvaron algunas cosas que mi vieja me mandó al hotel. Otros no tuvieron esa suerte. A la mañana nos trajeron un desayuno.
La tomografía dio neumonía. Me tenía que quedar internado. Volví a la carpa. Esta vez con una calefacción que sumada a mi fiebre componía un infierno. Pero también había dos enfermeros que eran lo más. Humanos y comprensivos. Hasta la apagaron un rato. A la mañana éramos 2 en la carpa, a eso de las siete de la tarde estaba llena.
La carpa que visité el día 1 de julio tenía el baño roto (son baños químicos). El 12, cuando volví, seguía igual. El lugar que te asignan es un cuarto de paredes de aglomerado donde entra una cama y una silla. Tiene dos enchufes. Sin ser claustrofóbico, se volvía asfixiante. Pasé allí unas 10 horas.
El 12 cumple años mi hijo. Cuando le estábamos por cantar el feliz cumpleaños por videollamada me avisan que me pasan a piso. Paramos la torta hasta que me pudiera instalar. No hay palabras lo que me dolió perderme ese festejo. La pieza, 517B, no tenía calefacción y como detalle no tenía funda la almohada. Le puse una remera. Tampoco andaba la tele. Te controlan a la mañana y a la tarde noche: temperatura y lo que es central, saturación. Te dan una inyección de anticoagulante cada mañana. Puede ser en la panza o en el brazo. Yo pedí siempre brazo.
Cada vez que entran, antes de salir descartan toda la armadura que traen. Cada vez. Buen morfi. Me dieron antibióticos 7 días, primero oral y después por vía. El último día de fiebre, el lunes 13 fue el peor. Me dieron dos gramos de paracetamol en tres horas para que bajara. Era raro sentir siempre gusto a remedio en los labios. Me pasaron plasma gracias a la lucha de miles para que el Sanatorio tuviera protocolo. Aprendí a desconectarme del suero cuando terminaba de pasar.
No dormí una noche de corrido desde el 28 de junio. Llegué a gritar dormido. Las últimas dos noches pedí un clona. Mano de santo. Salvo un turno, el personal médico, de enfermería y de limpieza hacen un enorme trabajo. Admirable. Heroicos. No sé por qué no los pasan por la tele. En vez de tanta huevada. Se juegan su vida y la de su familia (muchos la han dado ya) cada día. Y se curan y vuelven al frente.
Dos ejemplos. El doctor Juan Pablo, tomándose el tiempo de hablarme para sacarme miedos (porque los fantasmas del respirador están a la vuelta de la esquina) y lo más importante, el primer día que me vio me dio la mano (por supuesto detrás de su armadura y con dos pares de guantes). Ese gesto, tras doce días de sentirme un leproso en el siglo XIX fue humanizador.
Uno de los muchachos que limpiaba la pieza a la mañana se tomó el tiempo de arreglarnos la televisión. Cosas pequeñas pero enormes para el enfermo. Compartí cuarto con otro laburante de la ciudad, de mi edad, con neumonía. Ariel. Poder hablar con alguien fue sanador. El 17 de julio me dieron el alta. El 21 de julio volví a mi casa, tras un hisopado negativo que otro hermano de la vida me consiguió.
Pasé casi un mes sin ver a mi mujer y a mi hijo. No hay palabras para describir eso. El reencuentro fue maravilloso. Tengo 35 años y ninguna enfermedad previa. Ni siquiera he fumado en toda mi vida. El Covid me sacó de circulación un mes. Me mandó a internación. Me hizo olvidarme de cómo era no tener fiebre. Me rompió emocionalmente al alejarme de los míos. Me metió muchísimo miedo. Fui un afortunado porque los amigos/ as siempre estuvieron. Cada día. Para levantar la moral.
Mi sindicato, la UTE y en especial la Secretaría de Salud, nunca me soltaron la mano. Solidaridad pura entre laburantes. La vieja, una leona, desde su propio aislamiento luchando por mí. Mi compañera, sosteniendo la casa y a nuestro hijo. Y a la vez dándome ánimos a mí. ¿Cómo no amarla?
La familia que te da la sangre y la que da la vida, que son la misma, a la espera de ver cómo ayudar. Los compañeros /as pendientes de uno. Y ofreciéndose para lo que hiciera falta. Una catarata de amor, que estando adentro es salvadora. Dije que escribía esto para que les sirviera a otros. También escribo esto para ayudarme a mí mismo a cerrar la peor experiencia de mi vida.
Cuídense mucho.
Fuente: La Columna Vertebral