La rabia de una madre contra la desidia judicial: cómo luchó para enfrentar a un violador y acosador
Por Lola Sánchez.
Hasta hace algunos meses, Sofía -nombre ficticio que se utiliza para preservar su identidad- gozaba de la libertad y la seguridad de cualquier niña de 12 años. Su familia se había visto obligada a abandonar su hogar en Alderetes (Tucumán) luego de que su hija sufriera acoso de un vecino con un horroroso prontuario. El nombre del acosador se hizo público. Gregorio Evaristo Leiva (71) fue prófugo de la Justicia tras violar y embarazar a su propia hija de 14 años en 2017. Fue capturado un mes más tarde y encerrado en el penal de Villa Urquiza. Sin embargo, en el marco de la pandemia, la Justicia ordenó que Leiva cumpliera prisión domiciliaria como paciente de riesgo. Meses atrás, mientras lo llevaban de camino a la prisión, había declarado que iba a matar a su esposa e hija, ahora a metros de la casa que habitaban Sofía y su familia.
El hostigamiento del abusador a Sofía no tardó en aparecer. Su madre, Eliana, relata que apenas volvió comenzó el acoso: "Empezó a hostigar a mi hija, a decirle cosas cuando la cruzaba. Ella venía y me decía mamá, el hombre me mira, el hombre me grita por la calle'". Para evitarlo, cuenta que se vio obligada a llevarla adentro y resguardarla.
A pesar de la prisión domiciliaria y las restricciones dispuestas por una justicia que parece ciega, Leiva no perdía oportunidad para realizar fiestas y encuentros con sus amigos, quienes eran también cómplices de su acoso a la niña. Aprovechaba los momentos en que la madre salía a trabajar para intensificar los acosos. La comunidad de vecinos debió organizarse para velar por la seguridad de Sofía.
Sofía no pudo volver a pasear, andar en rollers ni asomarse a la ventana, aterrada por la sola presencia de Leiva, quien continuó el acoso verbal con total impunidad. Llegó a pedirle a su madre que no la dejara dormir sola, con el miedo de que el hombre apareciera en su cuarto en medio de la noche.
La madre frente a la Justicia
La paciencia de la madre, sumada a la rabia y el miedo, llegaron a su límite. Decidió enfrentarse a la misma Justicia que tenía a Leiva en su barrio, circulando en moto, haciendo fiestas, interrumpiendo la infancia de una pequeña de 12 años.
"El 27 de junio él estaba tomando afuera, en la vereda", relata la madre, "cuando empezó a decirle cosas denigrantes a mi hija, a tirarle besos. El otro tipo que estaba con él le dijo ya está, viejo, ya la vas a agarrar'. Ella se vino corriendo, llorando, a contarme". Así empezó la batalla de una madre, como muchas otras, contra la burocracia judicial.
Eliana se dirigió a la comisaría de Alderetes. Allí le dijeron que no podían tomar la denuncia, que se dirigiera al Patronato de Liberados. Allí también se la negaron. Tenía que ir a la Fiscalía. De ahí fue a la Brigada y luego a la Regional Este, donde le indicaron que volviera a la comisaría de Alderetes. Por fin pudo radicar la denuncia.
La denuncia no avanzó y Leiva no detuvo su juego perverso. Eliana cuenta que perdió la paciencia tras la espera y la obsesión del hombre con su hija. Uno de los últimos sucesos la llevó a actuar nuevamente. "Yo estaba trabajando. Me llama mi hija llorando, diciéndome que el tipo quería convencerla de que fuera a su casa. Esa fue la última. Cuando volví del trabajo pasé por la comisaría del lugar donde vivo para radicar la denuncia nuevamente".
A pesar de los llantos de Sofía al teléfono y el terror de su madre, en la comisaría le dijeron que no tenía sentido que siguiera asentando denuncias, porque la causa ya se encontraba en la Fiscalía de Delitos contra la Integridad Sexual y que eran ellos quienes debían actuar. Sin embargo, la Fiscalía estaba cerrada al público a causa de la pandemia.
"El comisario me dijo lo siento, señora, pero la Fiscalía no atiende al público, no la van a atender, tendrá que esperar'. ¿Qué iba a esperar? ¿Llegar a mi casa y ver a mi hija muerta?".
Un fantasma llamado Justicia
Tras este incidente, que dio cuenta de la desidia de las autoridades y el abandono a una criatura en medio de la precariedad, Eliana acudió a los medios. "Una amiga mía que es periodista me preguntó si yo la autorizaba a dar mi número a Mariana Romero, para que ella me haga una nota y la Justicia me escuche". Accedió a dar su testimonio, y gracias a la periodista su historia pudo ser contada vía Twitter, donde miles de usuarios adhirieron al hashtag #CustodiaParaSofía, denunciando la impunidad de Leiva y la indiferencia de las fuerzas de Seguridad.
"Lamentablemente mi pensamiento no era positivo", confiesa Eliana, "yo tenía en mente que la próxima vez que volviera de trabajar no iba a encontrar a mi hija con vida". Su mayor miedo era que Leiva destruyera su tobillera, tomara a Sofía en la moto y se la llevara. Para un hombre de 71 años con prisión domiciliaria y libertad para juntarse con amigos a beber, todo parecía permitido.
El texto de Mariana Romero se viralizó rápidamente: "Esto llevó a una cadena, pudo llegar a la radio y a los medios locales y nacionales", cuenta Eliana. Y resalta: "Supuestamente les llegó el viernes 28 de agosto la denuncia que yo dejé en junio, pero todos sabemos que se movió por la viralización en los medios". Opina que de no haber tenido este impacto mediático la historia de Sofía hubiera quedado en el silencio, como otro legajo policial apilado en un escritorio.
"No puedo creer que liberen a un hombre así"
"Una vez que se supo todo, la Jueza dio la orden de que se me ponga custodia policial. Mi hija pudo volver finalmente a la casa". Horas después se hizo pública la decisión de revocar la prisión domiciliaria de Leiva.
A pesar de poder avanzar en la protección de su hija, comenta que este proceso significó un gran cambio para el resto de sus hijos, quienes vivieron el terror y la vigilia constante por la seguridad de su hermana. "Los vecinos también me apoyaron mucho, más cuando me iba a trabajar, siempre pendientes mirando a mis hijos, o se lo llevaban a su casa hasta que yo volviera a la noche".
Sobre su experiencia como madre, expresó que "fue todo rabia". "Yo no puedo creer que la Justicia libere a un hombre así. Por más que digan que es prisión domiciliaria, para mí fue una liberación, porque el tipo hizo fiestas, salió a la calle, anduvo en moto. Más allá de la rabia, parece una burla hacia la sociedad. Esto es un barrio lleno de niños. Darle prisión domiciliaria a un prófugo de la Justicia es una locura. ¿Quién me asegura que no se va a escapar? ¿Quién me asegura que no se va a llevar a mi hija?".
Tampoco fue fácil para Eliana enfrentarse a los medios: "Al principio sentí un poco de vergüenza de tener cámaras encima todo el tiempo, porque uno ve las noticias desde afuera pero jamás imagina que le va a pasar algo así. Pero también me dio la fuerza de decir voy a hablar, no me voy a callar'".
Romper el silencio
Con todo lo que implica hablar, la madre de Sofía enfatiza esta necesidad urgente de romper el silencio. "Mi hija no se calló nunca, siempre me contó la verdad, me dijo las cosas que pasaban. Hay que enseñarle a los niños que no tienen que callarse, así sea el vecino, el tío, el padre, el hermano. Tienen que hablar y buscar a alguien que los ayude; no pueden vivir con eso, es una tristeza para una criatura vivir así".
"Muchos casos quedan en nada y los abusos continúan", agrega. "A mí, la que me dio fuerzas para hablar fue mi hija. Si no me hubiese contado eso hubiera quedado ahí o hubiese pasado a mayores, pero ella misma me demuestra también la crianza que le di, y la confianza en hablar y contar las cosas. Creo que es lo mejor, dar esa confianza a los hijos. Estas cosas deben salir a la luz".
El viernes pasado, una vez que se concretó la prisión para Leiva y Sofía pudo volver a casa, Eliana agradeció vía redes sociales el apoyo inmenso que recibió la campaña #CustodiaParaSofía, que dio cuenta del poder de las acciones colectivas, pero también de lo que duele ser niña en Argentina.
El caso salió a la luz, alguien escuchó, alguien compartió y se hizo justicia. Desafortunadamente, es una excepción a la regla. Sofía dormirá en su cama, con su familia y en completa tranquilidad. Hay más Sofías en todo el país que anhelan cruzar el abismo del silencio. Hay Leivas también, todavía libres, que sospechan que no está lejos el fin de su impunidad.