El país

Zanon: a 19 años del nacimiento de la fábrica sin patrones en Neuquén

Por Raúl Godoy.

El primero de octubre se cumplieron diecinueve años del día que los obreros y obreras nos encontramos con una fábrica sin patrones y dijimos, no nos vamos: cerrar una fábrica es un crimen.

Hace 19 años entramos a la fábrica en nuestro turno a las 6 de la mañana y nos encontramos que se habían ido todos los jefes y gerentes. Habían vaciado enfermería, el comedor y la empresa de transporte nos informaba que levantaba el servicio. Fue un golpe muy duro de la patronal contra los trabajadores. Difícil de digerir.

Imagínense llegar al trabajo y que te hagan totalmente "el vacío". La incertidumbre. Miraba la cara de mis compañeros y compañeras que no lo podían creer.

Tantos años de rutina y disciplina de fábrica industrial. Años de turnos rotativos, donde cada minuto cuenta. La hora de marcar la tarjeta. La hora de reemplazar en la línea de producción continua a tu compañero que te esperaba ansioso para poder retirarse a descansar después de largas horas de producción.

Entrar a ese monstruo rugiente, lleno de múltiples ruidos de poleas, de motores, de traqueteos de hierro repetidos mecánicamente. Decenas de alarmas que se activan y desactivan aquí y allá. Y cada uno de nosotros y nosotras, conoce, se familiariza, y sabe de dónde vienen. Porque con los años, nos transformamos en una parte del engranaje.

De repente toda esa rutina se rompe. Estalla el silencio. Caras de angustia. De indecisión, de temor. Caras de bronca, otras de odio. Miles de cosas que se agolpan en la cabeza y calientan la sangre, los ánimos.

Tantos años de rutina, al trote detrás de las máquinas automáticas. Tantos despertares acelerados en madrugadas, todas las tardes de 14a 22 en veranos calcinantes, en inviernos crudos. Los turnos noche de 22 a 6. Las rutinas fabriles que arrastran e imponen las rutinas familiares. Creo que por primera valore allí, las 24 horas del día.

La patronal golpeó duro, porque una cosa es hacer un "paro", un quite de colaboración. Una manifestación. Otra muy diferente es que el paro (lockout patronal) te lo hagan ellos y te pongan frente a un abismo.

¿Qué hacemos? ¿Ahora qué hacemos? Pensar en la familia, en las deudas, en los pibes, las infancias que dependen del trabajo.

Y todo: pensamientos, miedos, angustias, broncas, odios empiezan a arremolinarse en el ingreso a la nave principal de la fábrica. En Selección Planta Nueva. Ahí. A metros del tarjetero. A metros del lugar donde marcamos la tarjeta de presente.

Y ese torbellino de sentimientos de rostros curtidos, de cuerpos, empiezan a formar un círculo: la asamblea.

Y se abren dos caminos.

Atenernos a la Ley. Volver cada uno a su casa. Mandar inútiles cartas documento. Presentar un escrito en la inútil Secretaría de Trabajo. Ir a golpear puertas de funcionarios y políticos patronales para quienes valemos menos que nada. Y si. Todo eso tenemos que hacerlo igual, porque a pesar de semejante canallada, al laburante siempre le van a pedir "los papeles".

Pero algunos de nosotros, militantes revolucionarios, ya sabíamos: existen millones de hermanos y hermanas desocupadas. Somos un número más. Y la Ley, es la ley de los ricos. Las leyes están hechas para el patrón dice la canción. Y es así.

Las leyes y la "Justicia" son de los ricos. La propiedad privada también. Como escribiera el poeta salvadoreño Roque Dalton alguna vez: "Yo acuso a la propiedad privada de privarnos de todo".

Por eso, en la asamblea planteamos que había otra opción. Frente a la resignación de sus leyes y su Justicia había otra opción: pelear lo que es Justo. Lo que nos pertenece. Sentirnos parte de una clase. La clase obrera, la que genera toda la riqueza y hace mover al mundo. La única clase productora.

Así, con esa convicción revolucionaria. Con esa fuerza moral. Con la decisión de tomar el destino en nuestras manos, votamos (algunos más convencidos que otros, algunos más seguros que otros) votamos, levantamos juntos nuestras manos para votar: NO. No señores, de acá no nos vamos. Cerrar una fábrica es un crimen.

Nos dijeron: delincuentes, usurpadores, zurdos, demagogos, soñadores. Eso está mal. Eso no se puede. Eso no se debe. Pero nosotros dijimos SÍ.

Esto es legítimo. Legítima defensa. Y levantamos las manos igual, y votamos, y empezamos a escribir otra historia.

Hoy vemos a miles de familias tomando un pedazo de tierra para vivir. Un pequeño pedazo de tierra descampada. Si uno piensa en Benetton, que tiene 900 mil hectáreas en la Patagonia. Una provincia entera. O en Lewis, que se apropió hasta de un lago.

Los funcionarios y políticos que viven en barrios privados y countries, ¿Con qué cara les dicen "delincuentes", "violentos", "usurpadores" a las familias que buscan un pedazo de tierra para vivir?

¿Por qué traigo a colación el problema de la tierra y la vivienda? Porque nos sentimos plenamente hermanados y solidarios con estas luchas actuales. Y nos llena de indignación ver desfilar a los políticos "progresistas", "nacionales y populares", junto a los oligarcas y chetos tratando con desprecio y acusando de rebeldes y violentos a quienes no se conforman con las migajas, con las chapas y bolsones que les tiran en las tomas.

Muy tolerantes y advenedizos con los sojeros, los terratenientes, los vaciadores del país, a quienes el pueblo trabajador tiene que pagarles sus fiestas suntuosas con el pago de la deuda pública.

Hace 19 años, un día como hoy, comenzábamos a escribir un pedacito de historia. La esencia de esa lucha es y fue, que nuestras vidas valen más que sus ganancias. Nuestras vidas y nuestros derechos a vivir plenamente, están por encima de sus leyes miserables escritas para mantener la explotación, la opresión y la desigualdad.

Tenemos todo el derecho a rebelarnos y a luchar por lo que nos corresponde. Una vida que merezca ser vivida, no sólo es posible, sino necesaria.

19 años.