La Revolución de Mayo nos interpela: buscar una patria para un pueblo que decida su destino
Por Federico Calvo*
Esta semana se cumple otro aniversario de la gesta del ¨Primer Gobierno Patrio¨ que se denominó Revolución de Mayo. Para ser precisos, son doscientos once años desde que los pueblos americanos comenzaron un largo proceso de enfrentamientos políticos y militares que llevarían a la proclamación de la Independencia. El interrogante que plantea este artículo es explorar la verdadera dimensión en la que impactó el 25 de mayo y su influencia sobre nuestra sociedad.
Muchos autores sostienen que, si bien las guerras de independencia recorren de norte a sur de nuestra América, fueron iniciadas en España. Concretamente con la derrota de los Habsburgo en la guerra de sucesión española, en manos de los Borbones. Estos reyes iniciarían reformas tocayas que cambiarían la faz del Imperio. Una de las consecuencias no deseadas fue la conformación de las ¨colonias¨ en los territorios españoles en América. ¿Cómo, preguntará el atento lector, antes no existían colonias? Claramente sí, ya que América había sido conquistada por España, pero en el engranaje colonial las distintas castas -criollos, españoles y pueblos originarios- participaban en mayor o menor medida del gobierno local.
Con las reformas borbónicas no solo se crearon nuevos Virreinatos también los criollos, aquellos con más oportunidades de acumular poder, fueron totalmente desplazados de la toma de decisiones. Los puestos del gobierno quedaron reservados para los españoles designados por la Corona. Una gran desconexión del Rey con su Imperio y cuya respuesta ultima sería la independencia que ofrecía a los pueblos americanos la libertad que negaba España.
Otro rasgo sumamente importante y en este caso rioplatense se dio en torno a las invasiones inglesas de 1806 y 1807. Siempre ávidos de conquista, los descendientes de los anglosajones invadían la capital del Virreinato del Rio de la Plata.
Anteriormente habían atacado Cartagena de las Indias en el territorio colombiano rumiando por los tesoros que los desangrados pueblos americanos proveían a Sevilla. En esta ocasión, el pueblo se organizó en milicias, cada uno respetando su casta, algo que va a ser olvidado por la revolución. Los cuerpos de milicianos que mantenían distinciones conservadoras se unificaron en torno a su valor para la expulsión del inglés de nuestras tierras. El pueblo llano y las familias mas acaudaladas se sumaron a los valientes milicianos, y sin nadie que salte al compás del conquistador sajón, estos abandonaron la lucha y se retiraron.
Para el 25 de mayo de 1810, la experiencia que habían acumulado los criollos en el plano militar era indiscutible y su organización autónoma salvó al virreinato de las garras del coloniaje británico. Pero corría el año 1810 y no eran precisamente las ciudades americanas las que corrían peligro. España había caído bajo el dominio francés y Napoleón había consagrado a su hermano como rey, encarcelando en Bayona a Fernando VII.
Los españoles no tardaron en reaccionar formando Juntas de Gobierno que suplieran el rol del monarca encarcelado, es decir, el poder soberano. Criollos de todas latitudes acudieron al llamado de las Juntas, pero no pudieron permanecer en ellas, España decidía y América acataba.
En ese marco histórico se da una réplica de Juntas en América, desde Caracas a Buenos Aires, en las que los pueblos exigieron la renuncia de sus Virreyes dado que su mandato había caducado. Las Juntas comenzaban así en nombre de Fernando VII a separarse de él y de los designios de Madrid.
Estas comenzaron a agrupar a muchos sectores que anteriormente no coincidían: intelectuales como Mariano Moreno, Castelli, Paso y Belgrano, el clero como Alberti, los comerciantes encarnados en Larrea y Matheu y el poder militar en manos de Cornelio Saavedra y Miguel de Azcuénaga.
La unión de estos sectores precipitaba el comienzo del fin del viejo orden. La primera Junta se alzaba como una alternativa no solo al poder español sino también a la continuación de ese poder en América. La Junta, radicada en Buenos Aires, buscó unificar bajo su órbita a un conjunto de pueblos dominados por el español. La Junta y su revolución ganaban adeptos y enemigos, los primeros se unificaban el torno a los nuevos ideales de libertad, los otros se agrupaban en torno al orden del pasado.
En este proceso de avances y retrocesos de la Revolución fue brotando, como hongos después de la lluvia una infinidad de autonomías territoriales; la revolución exigía nuevos soldados y recursos. Los pueblos exigían pues su representación. Tenuemente nacía el federalismo en nuestras tierras, muchas veces combatido y pocas veces comprendido.
La Revolución busco conservar los lazos que unían con los demás pueblos. Las campañas de Belgrano y de Castelli dan ejemplo de ello. Belgrano era derrotado en el Paraguay, lo que aseguraba su independencia materializando errores y nuevos desafíos americanos: la balcanización.
Castelli intentaba atacar, aunque con la misma suerte que Belgrano, el centro del poder realista el Alto Perú. Anticipamos su derrota, pero no por ello dejamos de recordar los méritos de su campaña. Juan José Castelli llevo la revolución a las tierras altoperuanas, conociendo las necesidades de su pueblo. Siendo complejo y diverso, se moldeó en el proceso revolucionario, que consagraba su misión americanista -todos o ninguno, libertad o muerte, consignas que se replicaron en los campos de Ayacucho-.
El gran discurso de Castelli retumbó en las ruinas aymaras de Tiahuanaco, donde las poblaciones originarias respondieron a su llamado. El discurso abolía las antiguas distinciones coloniales consagrando una igualdad plena entre criollos y los pueblos originarios. Recordaba Castelli la trágica derrota de Tupac Amaru, no tanto por la eficacia de las tropas reales sino por el temor de los criollos a la restauración del poder del Inca. Castelli consagró la revolución y su espíritu fraternal en aquellas ruinas a un año de aquella Primera Junta.
Siglos más tarde, Evo Morales como presidente del Estado Plurinacional de Bolivia retornará a dicho lugar para nuevamente unir y reencontrar a su nación. Las dinámicas de la Revolución retumban hoy en día, y ejemplos como estos ilustran su misión de redención social y de unidad americana.
Con todo lo comentado: ¿cómo podemos vincular este suceso con nuestra realidad cotidiana y actual? La revolución interpela en los tiempos actuales a volver a esos simples pero potentes ideales, que las decisiones que nos afecten sean tomadas por y para los argentinos. Primero dar cuenta de nuestro lugar en el mundo y en la región. Frente a eso, la división de nuestra América genera más incertidumbre. La decisión debe estar inspirada en aquellos principios rectores de autonomía e independencia. La Revolución de Mayo nos deja su legado y su tarea inconclusa de generar conciencia acerca de los intereses nacionales y la construcción de un pueblo libre.
Ritualizar para reencontrar a un pueblo disperso, dar cuenta de su historia. La tarea es pues mantener a la Revolución viva. ¿Con insurrecciones? Sobre todo, en sus ideales, que atraviesan metrallas y épocas. Buscar una patria para un pueblo y que este y solo éste determine sus destinos. El resto es una nota al pie de la historia.
*Politólogo, historiador.
Por Federico Calvo*
Esta semana se cumple otro aniversario de la gesta del ¨Primer Gobierno Patrio¨ que se denominó Revolución de Mayo. Para ser precisos, son doscientos once años desde que los pueblos americanos comenzaron un largo proceso de enfrentamientos políticos y militares que llevarían a la proclamación de la Independencia. El interrogante que plantea este artículo es explorar la verdadera dimensión en la que impactó el 25 de mayo y su influencia sobre nuestra sociedad.
Muchos autores sostienen que, si bien las guerras de independencia recorren de norte a sur de nuestra América, fueron iniciadas en España. Concretamente con la derrota de los Habsburgo en la guerra de sucesión española, en manos de los Borbones. Estos reyes iniciarían reformas tocayas que cambiarían la faz del Imperio. Una de las consecuencias no deseadas fue la conformación de las ¨colonias¨ en los territorios españoles en América. ¿Cómo, preguntará el atento lector, antes no existían colonias? Claramente sí, ya que América había sido conquistada por España, pero en el engranaje colonial las distintas castas -criollos, españoles y pueblos originarios- participaban en mayor o menor medida del gobierno local.
Con las reformas borbónicas no solo se crearon nuevos Virreinatos también los criollos, aquellos con más oportunidades de acumular poder, fueron totalmente desplazados de la toma de decisiones. Los puestos del gobierno quedaron reservados para los españoles designados por la Corona. Una gran desconexión del Rey con su Imperio y cuya respuesta ultima sería la independencia que ofrecía a los pueblos americanos la libertad que negaba España.
Otro rasgo sumamente importante y en este caso rioplatense se dio en torno a las invasiones inglesas de 1806 y 1807. Siempre ávidos de conquista, los descendientes de los anglosajones invadían la capital del Virreinato del Rio de la Plata.
Anteriormente habían atacado Cartagena de las Indias en el territorio colombiano rumiando por los tesoros que los desangrados pueblos americanos proveían a Sevilla. En esta ocasión, el pueblo se organizó en milicias, cada uno respetando su casta, algo que va a ser olvidado por la revolución. Los cuerpos de milicianos que mantenían distinciones conservadoras se unificaron en torno a su valor para la expulsión del inglés de nuestras tierras. El pueblo llano y las familias mas acaudaladas se sumaron a los valientes milicianos, y sin nadie que salte al compás del conquistador sajón, estos abandonaron la lucha y se retiraron.
Para el 25 de mayo de 1810, la experiencia que habían acumulado los criollos en el plano militar era indiscutible y su organización autónoma salvó al virreinato de las garras del coloniaje británico. Pero corría el año 1810 y no eran precisamente las ciudades americanas las que corrían peligro. España había caído bajo el dominio francés y Napoleón había consagrado a su hermano como rey, encarcelando en Bayona a Fernando VII.
Los españoles no tardaron en reaccionar formando Juntas de Gobierno que suplieran el rol del monarca encarcelado, es decir, el poder soberano. Criollos de todas latitudes acudieron al llamado de las Juntas, pero no pudieron permanecer en ellas, España decidía y América acataba.
En ese marco histórico se da una réplica de Juntas en América, desde Caracas a Buenos Aires, en las que los pueblos exigieron la renuncia de sus Virreyes dado que su mandato había caducado. Las Juntas comenzaban así en nombre de Fernando VII a separarse de él y de los designios de Madrid.
Estas comenzaron a agrupar a muchos sectores que anteriormente no coincidían: intelectuales como Mariano Moreno, Castelli, Paso y Belgrano, el clero como Alberti, los comerciantes encarnados en Larrea y Matheu y el poder militar en manos de Cornelio Saavedra y Miguel de Azcuénaga.
La unión de estos sectores precipitaba el comienzo del fin del viejo orden. La primera Junta se alzaba como una alternativa no solo al poder español sino también a la continuación de ese poder en América. La Junta, radicada en Buenos Aires, buscó unificar bajo su órbita a un conjunto de pueblos dominados por el español. La Junta y su revolución ganaban adeptos y enemigos, los primeros se unificaban el torno a los nuevos ideales de libertad, los otros se agrupaban en torno al orden del pasado.
En este proceso de avances y retrocesos de la Revolución fue brotando, como hongos después de la lluvia una infinidad de autonomías territoriales; la revolución exigía nuevos soldados y recursos. Los pueblos exigían pues su representación. Tenuemente nacía el federalismo en nuestras tierras, muchas veces combatido y pocas veces comprendido.
La Revolución busco conservar los lazos que unían con los demás pueblos. Las campañas de Belgrano y de Castelli dan ejemplo de ello. Belgrano era derrotado en el Paraguay, lo que aseguraba su independencia materializando errores y nuevos desafíos americanos: la balcanización.
Castelli intentaba atacar, aunque con la misma suerte que Belgrano, el centro del poder realista el Alto Perú. Anticipamos su derrota, pero no por ello dejamos de recordar los méritos de su campaña. Juan José Castelli llevo la revolución a las tierras altoperuanas, conociendo las necesidades de su pueblo. Siendo complejo y diverso, se moldeó en el proceso revolucionario, que consagraba su misión americanista -todos o ninguno, libertad o muerte, consignas que se replicaron en los campos de Ayacucho-.
El gran discurso de Castelli retumbó en las ruinas aymaras de Tiahuanaco, donde las poblaciones originarias respondieron a su llamado. El discurso abolía las antiguas distinciones coloniales consagrando una igualdad plena entre criollos y los pueblos originarios. Recordaba Castelli la trágica derrota de Tupac Amaru, no tanto por la eficacia de las tropas reales sino por el temor de los criollos a la restauración del poder del Inca. Castelli consagró la revolución y su espíritu fraternal en aquellas ruinas a un año de aquella Primera Junta.
Siglos más tarde, Evo Morales como presidente del Estado Plurinacional de Bolivia retornará a dicho lugar para nuevamente unir y reencontrar a su nación. Las dinámicas de la Revolución retumban hoy en día, y ejemplos como estos ilustran su misión de redención social y de unidad americana.
Con todo lo comentado: ¿cómo podemos vincular este suceso con nuestra realidad cotidiana y actual? La revolución interpela en los tiempos actuales a volver a esos simples pero potentes ideales, que las decisiones que nos afecten sean tomadas por y para los argentinos. Primero dar cuenta de nuestro lugar en el mundo y en la región. Frente a eso, la división de nuestra América genera más incertidumbre. La decisión debe estar inspirada en aquellos principios rectores de autonomía e independencia. La Revolución de Mayo nos deja su legado y su tarea inconclusa de generar conciencia acerca de los intereses nacionales y la construcción de un pueblo libre.
Ritualizar para reencontrar a un pueblo disperso, dar cuenta de su historia. La tarea es pues mantener a la Revolución viva. ¿Con insurrecciones? Sobre todo, en sus ideales, que atraviesan metrallas y épocas. Buscar una patria para un pueblo y que este y solo éste determine sus destinos. El resto es una nota al pie de la historia.
*Politólogo, historiador.