Bandera roja y afafan Por Adrián Moyano
De no haber existido anarquistas nuestra imaginación política sería más escuálida, y más miserable aún. Y aunque se filtre únicamente en cuentagotas, la "idea" sigue siendo un buen antídoto contra las justificaciones y los crímenes de los poderosos.
Christian Ferrer 1
En noviembre de 1921, la huelga general estaba declarada en Santa Cruz. En sus comienzos, el movimiento se cuidó especialmente por evitar la violencia. Los delegados ingresaban a las estancias, realizaban asambleas con los peones y luego, se requisaban las armas de los patrones. También se confiscaban alimentos, a los cuales se contabilizaba de manera meticulosa y documentaba en vales que llevaban la firma de Antonio Soto, secretario general de la Federación Obrera. En ocasiones, si la asamblea coincidía con la presencia de estancieros o administradores, éstos quedaban como rehenes. Sin embargo, los huelguistas evitaron hasta que más no pudieron enfrentamientos con la Policía. El diario "La Unión", portavoz de la Sociedad Rural, tuvo que admitir en su edición del 5 de noviembre: "Quieren marchar a (Río) Gallegos. Lo único que buscan es la libertad de los presos. También aseguran las informaciones que los sublevados no tratan de hacer daño alguno" (Bayer 1974 T II: 128).
La huelga era la medida con que obreros y peones respondían a las redadas policiales en Puerto Deseado, Puerto San Julián, Puerto Santa Cruz y Río Gallegos. En la última de las localidades, las fuerzas de seguridad habían allanado y clausurado el local de la Federación Obrera. Entre los detenidos estaba Antonio Paris, de origen español, cuyas convicciones irritaban sobremanera al establishment santacruceño: trabajador gastronómico, el 9 de julio anterior Paris y sus compañeros se habían negado a servir la cena en el banquete patriótico de los poderosos locales, al encontrarse entre los comensales un patrón que, por entonces, era objeto de boicot. Paris era secretario general de la organización obrera de la localidad y los efectivos policiales se ensañaron particularmente con su humanidad. Luego de golpearlo con virulencia, fue deportado en un transporte de la Armada de la República Argentina, junto con otros trabadores. "Compañeros: no debéis trabajar hasta que los deportados vuelvan a nuestro seno, y sean puestos en libertad los que están en la cárcel", afirmaba el volante que la Comisión de Huelga alcanzó a imprimir el 28 de octubre (Bayer 1974 TII: 121). Para disponer la deportación no se había realizado procedimiento judicial alguno. Ante la represión y la arbitrariedad, los trabajadores se defendieron con la herramienta que mejor conocían.
Cuando las columnas de peones se aproximaban a los cascos de las estancias, en general, estancieros o administradores huían. No fue el caso de los Schroeder, alemanes propietarios de la estancia Bremen - El Cifre. A pesar de las noticias alarmantes y siempre distorsionadas, la totalidad de la familia permaneció en las instalaciones. El hijo mayor de la pareja venía de servir en el ejército alemán durante la Primer Guerra Mundial y según la reconstrucción que hiciera Osvaldo Bayer, era un eximio tirador. En la mañana del 5 de noviembre hizo su aparición "una partida de diez hombres con la clásica bandera roja al frente" (Bayer 1974 TII: 121). Se componía por un trabajador español, otro argentino y "ocho chilotes". En el casco, los aguardaban en silencio cinco hombres armados, al menos uno de ellos, con un flamante Mauser. "Los huelguistas vienen gritando ¡viva la huelga! y los chilotes pegan alaridos a lo indio tal vez para darse coraje" (Bayer). El grupo se aproximó a las instalaciones sin precaución alguna y recibió de lleno la descarga. El español Martínez y el entrerriano Caranta perdieron la vida instantáneamente porque los Schroeder tiraron a la cabeza, es decir, a matar. El resto del grupo retrocedió 500 metros, intentó sostener el tiroteo, pero sólo contaba con algunos revólveres. Como el intercambio era desventajoso y los estancieros habían herido a otros peones, se retiraron. Los patrones aprovecharon para dirigirse a Puerto Coyle y telegrafiar a la Policía, que efectivamente, mandó un destacamento para que se sumara a los tiradores civiles.
Cuando los huelguistas supieron que Benito Martínez García y José Caranta habían caído, conformaron una partida de 10 peones para tomar la estancia, esta vez, armados con Winchester. El grupo consiguió sorprender a un efectivo que estaba de guardia, pero el resto de los uniformados abrió fuego. Los peones no conseguían avanzar y sus municiones eran limitadas, entonces, "el chilote Roberto Triviño Cárcamo tomará la iniciativa y avanza con su caballo a la carrera y lo siguen en forma totalmente desordenada sus restantes compañeros" (Bayer 1974: 135). Un balazo detuvo mortalmente a su animal, el resto de la partida retrocedió y horas después, policías capturaron a Triviño Cárcamo, para conducirlo a golpes hasta las casas. Sus captores lo ataron a un molino.
Cuando tropas del Ejército desembarcaron cerca de Río Gallegos el 9 de noviembre, el gobernador del Territorio Nacional informó al teniente coronel Varela que la estancia Bremen - El Cifre estaba ocupada por los huelguistas, descripción del todo mendaz. El jefe militar dispuso ir en persona hacia el establecimiento, con un oficial y 12 soldados del Regimiento 10° de Caballería. Después de constatar que la Policía era dueña de la situación, retornó a la ciudad costera. Por los relatos policiales, supo que Triviño Cárcamo había permanecido atado al molino durante varios días. Por las noches, sus compañeros intentaban el rescate, pero eran rechazados por la partida policial que se parapetaba en los galpones. Los tiroteos se sucedieron anochecer tras anochecer. El por entonces comisario Isidro Guadarrama le dijo a Bayer que, en esas circunstancias, el peón chilote "se reía de la Policía cuando empezaban a sonar los tiros gritando: ¡viva la huelga!" (1974: 147). Ofuscado por esa muestra simultánea de desdén y convicción, el jefe militar ordenó su fusilamiento. Así se hizo "y el chilote recibió los impactos entre tranquilo y sorprendido". Fue enterrado junto con Martínez y Caranta, ante la mirada de los Schroeder. Fue el primero de los fusilados por las fuerzas del Estado, el primer nombre de una larguísima lista que pocas semanas después, ni consignaría la identidad de los caídos. Roberto Triviño Cárcamo perdió la vida lejísimos de Ancud, mientras demandaba la restitución de compañeros deportados. La entregó al seguir banderas rojas, cuando las gargantas de los peones se enronquecían al proferir "alaridos a lo indio" y vivas a la huelga.
Enseñas proletarias
Los intentos por conformar una entidad que agrupara a los diversos gremios databan de 1890. En la misma jornada que por vez primera se realzó en Buenos Aires el 1ro de Mayo, "se resolvió crear una federación de obreros de la república, publicar un periódico para la defensa de la clase obrera y dirigir al Congreso Nacional una petición solicitando la sanción de leyes protectoras del trabajo. Se constituyó la Federación Obrera a comienzos de 1891 con una media docena escasa de gremios", consignó el historiador Diego Abad de Santillán (2005: 54). Desde el vamos, quedaron en evidencia las diferencias ideológicas entre anarquistas y socialistas, a tal punto que del acto del 1ro de Mayo de 1891, los segundos optaron por no participar. La mayoría anarquista insistió en adjudicarles a la conmemoración y al intento de federación "un sentido antipolítico y revolucionario" (Abad de Santillán 2005: 55), es decir, ajeno a los partidos políticos. El 15 de agosto de 1891 se llevó a cabo el primer congreso, aunque la escasa representatividad atentó contra el vigor de la organización. No se pudo avanzar hacia un espacio poderoso y a pesar de la presencia socialista, "el proletariado estaba casi totalmente bajo la dirección espiritual de los anarquistas, obreros todos ellos y muy activos y sobre todo más combativos". Su terminología se refería más a sociedades de resistencia, que a sindicatos o gremios.
En septiembre de 1897, la Sociedad Constructores de Carruajes se separó de la primera federación porque ésta sólo llevaba a cabo accionar político. El obrero ebanista Gregorio Inglan Lafarga, pasó en limpio en "La Protesta Humana", las diferencias de visiones.
Creyeron algún tiempo los obreros que por medio del sufragio, obtenido el poder, podrían adquirir mayor bienestar, y formaron grandes partidos demócratas, socialistas y republicanos, llevaron representantes a los parlamentos, y no por esto su situación mejoró un ápice y así siguieron hasta que viéndose engañados por vanas promesas y ridículas farsas de sus representantes, se decidieron algunas sociedades a adquirir aquel mejoramiento por su propio esfuerzo, formando agrupaciones dispuestas a desplegar todas sus energías para el logro de sus fines fuera del terreno político, entrando de lleno en el terreno de la lucha económica, terreno en el cual caben todas las sociedades, socialistas, anarquistas o lo que fueran, por medio de huelgas aisladas, comarcales o regionales, pasivas o revolucionarias, según exigieran las circunstancias, preconizando como final de esta lucha del trabajo contra el capital la huelga universal, a la que quizá ya se habría llegado si el maldito afán de politiquear, saturado esta vez de cierto perfume obrero, no se hubiera interpuesto [...] (Abad de Santillán 2005: 58).
Inglan Lafarga tendía una mano al adversario ideológico, pero señalaba con claridad las diferencias.
En 1900, la situación del proletariado en Buenos Aires y otras grandes ciudades, era desesperante. El diario La Prensa calculaba en 40 mil a los desocupados, sólo en la capital. Se multiplicaban las organizaciones gremiales y ante la voracidad de las patronales, se sucedieron las huelgas. Pero las mejoras que se alcanzaban después de arduos esfuerzos, se evaporaban rápidamente. Entonces, "los militantes obreros y revolucionarios comprendieron que era urgente una táctica más adecuada y se entregaron febrilmente a la tarea de constituir una Federación Obrera Regional" (Abad de Santillán 2005: 75). En marzo de 1901, Inglan Lafarga describió los preliminares en otro artículo de "La Protesta Humana".
Como es sabido, varias sociedades obreras de esta ciudad (Buenos Aires) han concebido el proyecto de celebrar un congreso de todas las sociedades obreras de la República para tratar de fundar una federación de todas ellas, y preocuparse del mejoramiento moral y material de los trabajadores de la Argentina.
Esta idea, al principio recibida con cierta frialdad y desconfianza por las sociedades obreras de tendencias más radicales y de más amplio espíritu emancipador, por los fracasos que sufriera en otras ocasiones en que iniciativas de esta especie estuvieron mangoneadas por elementos politicastros y sectarios, ha recibido hoy el más decidido apoyo de estas mismas sociedades, interpretando al pie de la letra los propósitos de sus iniciadores, que son los de celebrar un congreso puramente obrero y económico y fundar una federación que establezca lazos de unión y corrientes de solidaridad entre todos los obreros de esta República, facilitando por este medio el triunfo de sus luchas y el mejoramiento de sus condiciones de vida (Abad de Santillán 2005: 76).
El columnista convocaba "a todos los amantes de la emancipación obrera de la República" a propagar la meta de conformar una organización "seria y formal de los trabajadores" y fomentar las adhesiones al congreso que se aguardaba, fuera fundacional de "una federación robusta y consciente", que trabajara por "el mejoramiento y la emancipación de la clase explotada". El cónclave comenzó a deliberar el 25 de mayo de 1901, con la participación de 50 delegados en representación de 30 a 35 sociedades obreras de Buenos Aires y otras localidades. Según Abad de Santillán, casi todas las que existían. Al agotarse las deliberaciones de la primera jornada, se aprobó por abrumadora mayoría la fundación de la Federación Obrera Argentina. Al día siguiente, algunas de las mociones que se aprobaron comenzaron a definir su carácter: "el congreso declara que es necesario promover una viva agitación popular para obtener que se respeten la vida y los derechos de los trabajadores" (Abad de Santillán 2005: 80). El cónclave abrazó la huelga general como método y declaró que el 1ro de Mayo era un día de abandono general del trabajo antes que de fiesta, para protestar contra la explotación y afirmar de manera solemne las reivindicaciones del proletariado. También se adoptaron el boicot y el sabotaje como prácticas, y se votó la conformación de escuelas libres bajo el patrocinio de la Federación, entre otras definiciones. Al retomar las deliberaciones unos días después, se aprobó que el comité federal se preocupara de la organización de las mujeres, para luchar por "su elevación moral y económica" (Abad de Santillán 2005: 82). La FOA quedó en funcionamiento.
El año siguiente, la convivencia entre anarquistas y socialistas se tornaría imposible. Pero más allá de esa disputa, el segundo congreso se pronunciaría con clarividencia, como si previera los sucesos por venir. "El congreso obrero, considerando que el militarismo es contrario a los intereses de la humanidad, hace votos para que se haga la mayor propaganda posible en contra de tan bárbaro sistema a fin de que el mayor número de jóvenes reclutas vaya a pasar la frontera antes de vestir la odiosa librea del asesino asalariado y legal" (Abad de Santillán 2005: 93). La FOA así se expresaba cuando en la Argentina, avanzaba la implementación del Servicio Militar Obligatorio y se vivía un clima de tensión con Chile por cuestiones limítrofes. La reunión también aprobó la constitución de federaciones locales y de oficios, para mejor enfrentar a la "explotación capitalista". Además, alentó el surgimiento de sociedades gremiales de mujeres y de sociedades de resistencia en el campo. La declaración de clausura todavía emociona, después de casi 120 años.
El congreso obrero, al clausurar sus sesiones, envía un saludo especial a los trabajadores chilenos, uniendo su voz de protesta contra el criminal propósito de los gobiernos chileno y argentino, que por mezquinos intereses de patria, intentan lanzar las dos naciones a una guerra fratricida.
El segundo congreso de la F.O.A., al clausurar sus sesiones, saluda al proletariado universal, dedica un recuerdo a las víctimas del capital y de la barbarie gubernativa de todos los países y hace votos por la pronta organización de los trabajadores argentinos y por la completa emancipación de los obreros de todo el mundo (Abad de Santillán 2005: 98).
Para frenar el avance obrero, en noviembre de 1902 el gobierno de Julio Roca puso en vigencia la Ley de Residencia, que permitía expulsar del país a los activistas de origen extranjero. Su aprobación encontró como respuesta una "grandiosa" huelga general, en palabras de Abad de Santillán. Pero se declaró el estado de sitio, la Policía sembró el terror, familias proletarias fueron destruidas y la prensa anarquista fue amordazada. A pesar de la ofensiva estatal y burguesa, la FOA llevó a cabo su tercer congreso en 1903, con participación creciente y en sus convicciones, no dio ni un paso atrás: "Hay que fomentar el espíritu de solidaridad y de acción, por cuanto de éstas dependerá siempre el éxito de todos los movimientos parciales, precursores del estallido general en cuya acción intervendrán fatalmente los medios revolucionarios" (Abad de Santillán 2005: 110). Con coherencia ideológica, desde 1904 la denominación que asumió fue Federación Obrera Regional Argentina (FORA), al no aceptar los trabajadores la división política del territorio.
Unos 2.500 kilómetros al sur de Buenos Aires, en 1913 se formalizó la Federación Obrera de Río Gallegos, en la capital del Territorio Nacional de Santa Cruz. Si bien la presencia de trabajadores de origen español era sustantiva en su primera comisión directiva, "la influencia chilena y su actividad se había manifestado ya con anterioridad, introduciéndose en las estancias argentinas con intención de crear subsedes de la Federación de Magallanes en territorio santacruceño" (Güenaga 1998: 594). En los confines de la Patagonia, el internacionalismo proletario era más una práctica concreta que una apelación. En la creación de la organización santacruceña participó activamente un integrante de la magallánica y en el acta fundacional de la primera se consignó hermandad entre las dos organizaciones, además de comunidad de ideas. Ya por entonces, el anarquismo adquirió predominancia en la ideología y los métodos de la actividad obrera. Según la historiadora Rosario Güenaga, las filas sindicales en Santa Cruz se conformaron con dos grupos mayoritarios por su nacionalidad de origen: españoles y chilenos. Les tocó a los primeros aportar sustento ideológico a la lucha por los derechos, mientras que "los segundos mantienen una presencia más activa y directa, aunque quizá, con menos aporte teórico -por lo menos en el número de cabezas visibles- que los españoles" (1998: 593).
En 1915, la FORA sufrió una escisión, después de que el año anterior ingresaran masivamente en su seno las agrupaciones de orientación sindicalista, es decir, aquellas que tomaban distancia tanto del comunismo anarquista como del socialismo partidario, para abrazar la tarea estrictamente reivindicativa por la cual aspiraban a un mejoramiento de la clase obrera. En el congreso anual, los recién llegados cuestionaron que la FORA se identificara con aquel concepto -comunismo anarquista- y solicitaron que se eliminara su mención, como supuesta prenda de unidad del movimiento obrero. En particular, se discutía la validez o no de la declaración del Congreso de 1905. El debate fue apasionado y finalmente, la mayoría aprobó el dictamen que había presentado la comisión que elaboró el orden del día. Decía, entre otras consideraciones:
La F.O.R.A. es una institución eminentemente obrera, organizada por grupos afines de oficio, pero cuyos componentes pertenecen a las más variadas tendencias ideológicas y doctrinales, que para mantenerse en sólida conexión necesitan la más amplia libertad de pensamiento, aunque sus acciones deben encuadrarse imprescindiblemente en la orientación revolucionaria de la lucha de clases, de la acción directa y con absoluta prescindencia de los grupos y partidos que militan fuera de la organización de los trabajadores genuinos (Abad de Santillán 2005: 235).
Si bien en los papeles se mantuvieron la vocación revolucionaria de la FORA, su carácter de herramienta de clase y el método de acción directa, la definición de 1905 quedaba afuera. Por aquella, el congreso había declarado una década atrás: "Que aprueba y recomienda a todos sus adherentes la propaganda e ilustración más amplia, en el sentido de inculcar en los obreros los principios económicos y filosóficos del comunismo anárquico" (Abad de Santillán 2005: 151). Poco tiempo después se llevó a cabo otro cónclave del que participaron las agrupaciones descontentas con el lavado de rostro, las que desconocieron al noveno congreso. La disidencia anarquista se reunió en la FORA del Quinto Congreso. Sus militantes agregaron 1901 al nombre de la organización, es decir, el año de su fundación. El sector cada vez más reformista, sería denominado como FORA del Noveno Congreso.
Las divisiones que se acentuaron en Buenos Aires no se reflejaron inicialmente en Santa Cruz. El distintivo de la Federación de Río Gallegos simplemente decía FORA, sin aludir a congreso alguno. Sin embargo, la línea de pensamiento y acción predominante era la anarquista. Para Güenaga, "la agremiación santacruceña, desde el punto de vista pragmático y coyuntural, tenía más vinculación inmediata con la de Magallanes que con las del resto de Argentina" (1998: 596). Del otro lado del límite, la Federación Obrera se había formalizado a mediados de 1911, a iniciativa de la Sociedad de Carniceros "Unión y Progreso", que se conformaba por unos 20 matarifes. Pero el malestar de los obreros empleados en las estancias, tanto en la Patagonia como en Tierra del Fuego, hizo que un año, la FOM se convirtiera en la entidad sindical de mayor representatividad.
Desde comienzos de siglo, la mano de obra en Magallanes se componía sobre todo con trabajadores provenientes de Chiloé y de la provincia de Llanquihue. Apenas se formalizó, la nueva entidad comenzó a editar "El Trabajo", que, en su primer artículo, decía: "Si los desheredados de la fortuna, acatando las leyes inmutables del destino, habemos (sic) nacido para militar en las filas del trabajo, no seamos el recluta que aislado y solo le brinda un triunfo fácil al enemigo, sino el soldado valiente y aguerrido que retempla y centuplica sus fuerzas con el apoyo de sus compañeros" (1915: 30). No es la precedente la elaboración de gente que careciera de preparación teórica. El texto -que no lleva firma- exhortaba a construir a la flamante organización: "[...] tenemos confianza en que todos los que trabajamos en el campo, los que sentimos abofeteada nuestra faz por el viento terroso en el verano y la nieve penetrante en el invierno, no tardaremos en contribuir con nuestro grano de arena para la formación del colosal edificio de la unificación y solidaridad de los obreros de Magallanes". Por entonces, sus fundadores no podían saberlo, pero "El Trabajo" sería el único medio de prensa que informaría con veracidad sobre los acontecimientos de 1920 y 1921.
En sus comienzos, la FOM no adhirió de forma explícita a corriente ideológica alguna e hizo gala de moderación, pero a partir de 1914 estableció vínculos con el anarquismo. En octubre del año anterior, se había conformado la Federación Obrera Regional de Chile (FORCH), con sede en Valparaíso, a partir de cinco gremios de ideario anarco-sindicalista. La flamante agrupación alcanzó desarrollo durante una huelga general que se declaró 11 días después de su formalización y luego, procuró ampliar su ámbito de operaciones a escala nacional, aunque el grueso de su militancia estaba en Santiago y en la ciudad portuaria. En ocasión de celebrarse una serie de actos para solidarizar con los anarquistas argentinos Rodolfo González Pacheco, Teodoro Antillí y Apolinario Barrera -por entonces, víctimas de represión-, la FORCH envió a la FOM unos dos mil manifiestos para que se distribuyeran. Si bien la encomienda llegó después de la fecha elegida, la organización magallánica repartió las proclamas entre sus integrantes. Fue la primera vez que las ideas ácratas tuvieron chance de difundirse masivamente entre los trabajadores organizados del sur chileno, aunque Juan Barrera publicaba artículos de tinte anarquista en "El Trabajo" desde 1913 en adelante. El autor había participado de la fundación de la FOM y fue el responsable de aquel texto iniciático, pero la moderación que primaba en el resto de la conducción motivó su transitorio alejamiento. También escribió sobre la situación del proletariado patagónico en la prensa anarquista de la capital chilena. Hacia 1915, ya había militantes de "la Idea" en la conducción de la FOM y del año anterior, datan los primeros intentos por acordar una acción conjunta con sus compañeros de Río Gallegos, según estableció el historiador Sergio Grez Toso. En los años siguientes, se reprodujo en la organización magallánica la clásica disputa de aquellos tiempos: anarquistas versus socialistas. A comienzos de 1914, apareció en el órgano de prensa de la federación del sur chileno un artículo que procuraba dividir las aguas, con la firma de Benito Rojas Ortiz.
El sindicato, a más de la lucha anti-patronal en que está empeñado, a fin de obtener mejoras y libertades para sus adheridos, va al mismo tiempo evolucionando y transformando la sociedad mediante la expropiación en que todos los hombres convertidos en productores trabajarán por el bienestar colectivo haciendo nacer su felicidad por sus propios esfuerzos y no esperar como los socialistas parlamentarios transformar la sociedad dentro del mismo Estado, porque siendo el Estado una institución creada por la burguesía para acrecentar su poder bajo cualquier forma que sea, siempre tendrá que ser amparador de los intereses de la burguesía (Grez Toso 2007: 279).
A la luz de la existencia de la FOM, de los debates que se suscitaban entre las corrientes ideológicas, de los sucesos que se conocieron como la Comuna de Natales y de la arremetida reaccionaria contra la entidad magallánica, puede arriesgarse que la peonada chilota que participó de los sucesos de 1920 y 1921 mal podría calificarse de analfabeta política, como se la quiso caracterizar en más de una oportunidad. No por nada enarbolaba banderas rojas y daba vítores a las huelgas, incluso al enfrentar a la muerte.
Del lado argentino hubo otros antecedentes, pero la agitación se generalizó a partir de 1916, cuando los trabajadores solicitaron el reconocimiento de la Sociedad Obrera de Santa Cruz. Los planteos explícitos eran más bien modestos pero el jefe de Policía del Territorio Nacional se pronunció en contra de su formalización: "[...] sería peligroso admitir en el territorio asociaciones obreras que dadas las huelgas producidas y la actual, siempre ocasionan graves trastornos a las autoridades afectando por consecuencia los intereses generales" (Luque y Martínez 2005: 6). El uniformado se refería a la medida de fuerza que afectaba a la Estancia Punta Alta, propiedad de la Sociedad Anónima Tierras y Dominios de la Patagonia. A sus instalaciones habían llegado huelguistas provenientes de Punta Arenas para pedir la solidaridad de los peones. Llamativamente, el Consulado de Bélgica había exigido la intervención policial y en efecto, un destacamento se hizo presente en el establecimiento, para constatar que las tareas estaban paralizadas, en plena época de esquila. Al no observar otra anomalía la Policía se retiró, aunque el gobernador del Territorio de Santa Cruz quedó inquieto, al advertir claramente que el conflicto se había originado del lado chileno y propagado en el argentino. Es posible que los peones jamás se hubieran cruzado con libros de Proudhon o Bakunin, pero sus acciones se inscribían en varios de los postulados que hacía suyo el anarquismo: solidaridad con la clase, internacionalismo, acción directa.
Mientras la clase obrera europea se desangraba en los campos de batalla de la Primera Guerra Mundial, en la Argentina, la represión seguía su curso: sólo en 1917 perdieron la vida 26 trabajadores a manos de la Policía. Del otro lado del Atlántico, la Revolución Rusa, la República de los Consejos de Baviera al caer el Imperio Alemán, además de agitaciones obreras en España e Italia, aportaron nuevo dinamismo a la FORA del Quinto Congreso. Los sucesos rusos parecían demostrar que la revolución estaba al alcance de la mano y el crecimiento de la organización lucía indetenible. Ante los acontecimientos que quedaron en la historia como la Semana Trágica, "la F.O.R.A. decretó el paro general, el más unánime y el más violento que se haya registrado en Buenos Aires. Los trabajadores adquirieron entonces más aún la conciencia de su fuerza. La gran ciudad quedó por varios días en sus manos", legó Abad de Santillán (2005: 250). Para la jornada del 10 de enero, publicó la crónica de La Protesta: "El pueblo está para la revolución. Lo ha demostrado ayer al hacer causa común con los huelguistas de los talleres Vasena. El trabajo se paralizó en la ciudad y barrios suburbanos. Ni un solo proletario traicionó la causa de sus hermanos de dolor" (2005: 251). El reporte incluye una enumeración de los hechos que tuvieron lugar ese día, entre ellos, incendios para el automóvil del jefe policial y las instalaciones patronales, el desarme de un policía, el asalto de armerías, la erección de barricadas, el vuelco de tranvías y sobre todo, una manifestación de 200 mil personas que acompañó al cortejo fúnebre de los trabajadores caídos. "Los manifestantes obligaron a las ambulancias de la asistencia pública a llevar banderita roja, impidiendo que se llevara en una de ellas a un oficial de policía herido". Las mismas enseñas que flamearían en la estepa santacruceña en los dos años siguientes... Desde la Comuna de París y antes aún, la bandera roja era la que identificaba mayoritariamente a las clases trabajadoras.
Al calor de los hechos, comenzó a editarse un nuevo periódico de la mañana, que se llamó precisamente, Bandera Roja. A concretar la FORA del Quinto un congreso extraordinario en 1920, estaban adheridas 400 agrupaciones sindicales. Respondieron a un manifiesto convocante de octubre de 1919 que, entre otras cosas, expresaba: "[...] en nombre de la revolución y del comunismo, la única histórica institución de los trabajadores argentinos invita a todo el proletariado organizado a replegarse bajo su solidario y autonómico pacto federal". A mediados de ese mismo año, la FORA protestó por la creciente represión que se vivía en Santa Cruz.
Gente del sur
Cuando espoleó su cabalgadura para cargar contra policías y patrones en Bremen - El Cifre, Roberto Triviño Cárcamo tenía 23 años. Al declararse la huelga, estaba empleado en la estancia Rubén Aike, propiedad de la Sociedad Anónima Las Vegas. En los primeros días, cabalgó junto al "Gallego" Soto, otros referentes gremiales y delegados, con la misión de lograr adhesiones. La respuesta fue masiva. "Esta columna de obreros chilotes iba camino a la estancia Punta Alta cuando los sorprendió el ejército argentino en río Perro. Escapando de esa matanza Roberto Triviño huyó hacia la región de Puerto Santa Cruz para unirse a la columna dirigida por Outerelo y José Descoubieres, un chilote de Achao" (Mancilla Pérez 2019: 199). Poco tiempo después y hasta no hace mucho, las identidades de aquellos huelguistas fueron cubiertas por un pétreo manto de silencio, pero tenían nombre y apellido. "Otros chilotes que integraron esa columna fueron Luis Cárcamo, Arturo Cárdenas, de Curahue, un chilote apodado Pistolillo, Zoilo Guerrero, de Putemún, y Santiago Pérez", según la reconstrucción que hiciera el historiador Luis Mancilla Pérez. "Era una larga caravana de casi seiscientos obreros chilotes que siguiendo a sus dirigentes anarquistas se dirigían hacia Paso Ibáñez, en las orillas del río Santa Cruz".
Cuando un grupo de peones ocupó almacenes de la Sociedad Anónima Importadora y Exportadora de la Patagonia, en Cañadón León, en primera instancia se hizo de ropa. "En la misma sala de comercio, frente al mesón, se desnudaron y se vistieron de pies a cabeza dejando en el piso sus ropas viejas y malolientes, incluso sus calzoncillos" (Mancilla Pérez 2019: 202). El Ejército merodeaba cerca, pero los trabajadores rurales se preocuparon por hacerse de vestimenta nueva. Es comprensible: adquirir ropa equivalía a endeudar el salario. Durante noviembre y diciembre de 1921, cuando efectivos del 10° de Caballería salían en su caza, los peones que copaban casas comerciales de los explotadores, cambiaban sus prendas "hediondas a grasa de capón y a sudor de hombre y caballo, malolientes a humedad y encierro de galpón y dormitorio mal ventilado donde viven mientras dura la esquila, barracas sin instalaciones higiénicas". Fueron esas condiciones laborales las que habían detonado la huelga de 1920, entre otras postergaciones. La transitoria elegancia los delató, porque según supo el capitán Elbio Anaya, 35 kilómetros al oeste se refugiaba una partida de "bandoleros", que "por sus trajes nuevos parecían ser los que habían asaltado la sucursal de la Sociedad Anónima en Cañadón León", según el informe del propio fusilador (Mancilla Pérez 2019: 202). Integraba el grupo Juan Naín, a quien apodaban Gordo Petiso. Además de otros chilotes, también formaba parte del contingente el uruguayo Juan Olazán, a quien decían Pichinanga. El 3 de diciembre, una patrulla militar se dirigió al emplazamiento delatado y retornó horas después con Naín como prisionero. El informe castrense destaca que, al producirse el encuentro, el williche había hecho fuego en repetidas oportunidades con un Remington. Al responder los uniformados, Olazán perdió la vida. La partida retornó con Naín cautivo e informó que había recogido en el campo, siete rifles Winchester y tres revólveres, además del Remington. De sus poseedores, nada consigna el documento castrense. Para Mancilla Pérez perecieron fusilados, "pero en la represión de esa huelga, para los militares la muerte de unos cuantos chilotes es cosa que no tiene la mínima importancia" (2019: 202). Cuando registraron al peón detenido, encontraron que ocultaba entre sus polainas un revólver Smith & Wesson calibre 44. De inmediato, fue fusilado, al seguir sus subordinados las órdenes del teniente coronel Varela. "Esa fue la primera muerte del chilote huilliche Juan Naín", ironiza el historiador castrino (2019: 203). Es que existen dos versiones sobre su final. La segunda dice que en la estancia Bella Vista, permanecieron prisioneros alrededor de 100 obreros que habían cabalgado en las columnas que lideraron Ramón Outerelo y José Descoubieres, el segundo, también oriundo de Chiloé. Los soldados se abocaron a la "depuración de responsabilidades", eufemismo que aparece en los textos castrenses para referirse a los fusilamientos. En la medianoche del 3 de diciembre, se produjo un disparo, proveniente del corral donde encerraban a los prisioneros. El centinela había hecho fuego contra un detenido que, en la oscuridad, saltó el alambrado y corrió hacia el oeste. La guardia revisó el posible recorrido, hasta encontrar muerto al fugitivo, al que identificó como Juan Naín. "Esa fue la segunda muerte del indio Naín, que en 1900, en una velera cruzó el golfo de Corcovado, llegó hasta Aysén y caminando, se fue a la Argentina para ir a morir dos veces en la Patagonia, por obra y gracia de un milagro jamás reconocido al capitán Elbio Carlos Anaya, que fue quien primero ordenó lo fusilaran por huelguista y después, lo mataran por ser un vagabundo indio huilliche que intentó escapar" (Mancilla Pérez 2019: 203 y 204). La ironía no alcanza a poner en segundo plano la magnitud del atropello.
En mapuzungun (idioma mapuche), huilliche o williche, significa "gente del sur". En este contexto, refiere a los pobladores mapuches de la isla de Chiloé. La participación sustantiva de williche en los sucesos de 1920 y 1921 es un hecho que, hasta la contribución de Mancilla Pérez, permaneció velada y en silencio, a pesar de aquellos "alaridos a lo indio" que escucharon los Schroeder cuando decidieron matarlos y que Bayer consignó. Ante la falta de registros fidedignos, la cantidad de fusilados entre noviembre, diciembre y enero, se calcula entre 1.500 y dos mil peones. El historiador de Castro sostiene que el 80 por ciento eran chilotes y que, de esa proporción, la mitad era williche.
"Cuando se estudian los casi cinco siglos de historia que tiene Chiloé, aprendemos de marginación por el trato de esclavos que tuvieron los indígenas tributarios en el régimen español", dijo el investigador, en una entrevista periodística que el autor de este artículo publicó en junio de 2020. "También, de los chilotes mestizos, que eligieron defender la causa de los perdedores, es decir, ser el ejército realista en la Guerra de Independencia. Pero sus descendientes fueron quienes cabalgaron por las pampas promoviendo estas huelgas. No es casualidad que el primer fusilado fuera Roberto Triviño Cárcamo". Además, no adoptaron los chilotes la actitud pasiva que generalmente, se les atribuye. Junto con Naín y con el caído en la estancia Bremen - El Cifre, Mancilla Pérez rescata la figura de Antonio "El Negro" Leiva, a quien la prensa que respondía a los estancieros consideraba como cabecilla en Puerto Deseado, junto a José Font, es decir, el célebre Facón Grande. Pero para el chilote Leiva, ni películas ni canciones.
Aquellos peones que habían migrado desde el archipiélago o que llegaban todos los años para la temporada de esquila, "no tenían la educación ni la experiencia sindical de los españoles. Por esa razón no eran dirigentes de agitación, pero los que aprendieron a leer y escribir en la escuela de la FOM fueron delegados en las estancias. Por ejemplo, en la única foto de Outerelo, está acompañado por un obrero chilote, presumiblemente Descoubieres. A esto agrego que, en la creación de la Sociedad Obrera de Río Gallegos, estuvo como representante de la FOM, Marcos Mancilla Eugenin", puntualizó Mancilla Pérez en la misma crónica.
Según sus estimaciones, en el cálculo más conservador, alrededor de 600 de los fusilados tenían origen o pertenencia étnica, pero sobre ellos, los dispositivos de silenciamiento y negación fueron particularmente exitosos, inclusive hasta hoy. "De los chilotes de origen williche se rescatan menos de una decena de nombres: Juan Naín, los hermanos José y Pedro Caicheo, fusilados en la estancia la Anita... En la lista de los obreros presos en la cárcel de Río Gallegos, entre los nombres de más de 180 obreros, sólo uno de origen williche: Juan Francisco Melipichun, de 20 años. ¿Qué pasó con los otros? [...] Los chilotes de origen williche eran los tumberos', vagabundos que andaban por las estancias mendigando trabajo. Así fue hasta los años 60, gente que escapaba de la pobreza de las islas y se embarcaba a buscar la vida en la Patagonia. Lo mismo hicieron los españoles escapando del hambre y ahí aparece la discriminación, al establecer la diferencia. Es el mismo hambre (sic), pero en esta historia los europeos son los héroes y los otros los olvidados", cuestionó el historiador de Chiloé. "La historia de los chilotes fusilados en la Patagonia durante décadas permaneció en la memoria de los campesinos isleños, pero nadie tuvo el valor de rescatarlas. Eran historia de ñangos', de indios' que a nadie importaban. El racismo sin raza que también nos ensucia en esta isla, se murieron los abuelos que vivieron estas historias y nadie les creyó tanta tragedia", lamentó.
En verdad, la historia de Chiloé se estira bastante más que cinco siglos. Se calcula que el área ya estaba poblada 12 mil años antes del presente, a partir de la información que brinda el sitio arqueológico Monte Verde, en cercanías de Puerto Montt. A la llegada de los españoles, el archipiélago estaba poblado por dos etnias: chonos y williche. "A diferencia de otros pueblos que fueron sojuzgados por los europeos, los de Chiloé continuaron desarrollando sus tradiciones ancestrales, muchas de las cuales compartieron con el invasor, por todo el período colonial, y han sobrevivido hasta el presente", nos dicen Renato Cárdenas, Dante Montiel Vera y Catherine Grace Hall (1991: 17). Los europeos se instalaron en la Isla Grande en 1567 y comenzaron a erigir el poblado que se convertiría en Castro. Por entonces, la población indígena del territorio era abundante, según las propias observaciones españolas, ávidos los conquistadores de nuevas encomiendas. Al principio, la cantidad de indígenas encomendados totalizó 10 mil almas, pero ya en 1600, su número había disminuido a tres mil. La incorporación forzosa al odioso régimen no fue del todo pasiva y hubo resistencias. Al igual que en el resto del territorio mapuche, no existía en Chiloé "una estructura social centralizada" (Cárdenas y otros 1991: 21) y tampoco una tradición militar que permitiera una oposición guerrera sostenida. Sin embargo, "la etnia veliche, sostenedora laboral de la encomienda, estará permanentemente avizorando oportunidades para caer sobre el conquistador", añaden los autores. A comienzos del siglo XVII, hicieron su irrupción en escena los misioneros jesuitas, para quienes la cultura williche era pagana. A mediados del mismo período, la Isla Grande vivió una suerte de boom maderero y desde la perspectiva indígena, la encomienda se tornó muy difícil de diferenciar de la esclavitud lisa y llana. La opresión siempre genera resistencia y el pueblo williche de Chiloé no fue la excepción: en 1712 se produjo un alzamiento que fue aplastado salvajemente por los soldados imperiales, con cerca de 800 muertos entre los insurrectos. Las bajas españolas se redujeron a 30. Con anterioridad, los williche habían aprovechado la presencia de corsarios enemigos de España para cobrarse revancha, aunque fueran transitorias. Inclusive, los ibéricos fueron desalojados de Castro en una de esas incursiones. Pero como cada rebelión finalizaba con una represión desproporcionada, fue necesario adoptar otras formas de lucha. El longko de cada comunidad continuó como intermediario entre el encomendero y su gente pero además, se convirtió en denunciante de abusos ante las autoridades. Cuando las locales no daban respuestas, llegaron a salir de incógnito de las islas en dirección al continente, para llevar sus reclamos a la Real Audiencia. También alentaron diversas experiencias de resistencia: pagar tarde el tributo o disminuir su volumen, abandonar obras en plena ejecución, y trabajar a un ritmo menor al que requerían los españoles. Surgieron grupos de funcionamiento clandestino, antecesores de Los Brujos de la Recta Provincia, experiencia cuya descripción excede los límites de este artículo. Son poderosamente llamativas ciertas coincidencias: "Sabotaje, huelga y presión, serán factores determinantes para que comiencen a aplicarse ciertas medidas proteccionistas, legisladas con posterioridad al levantamiento de 1712, pero no aplicadas en el archipiélago. Todas estas acciones contra el sistema determinaron el fin de la encomienda en marzo de 1782" (Cárdenas y otros 1991: 27). Desde las perspectivas williche, las cosas no cambiaron demasiado, porque en lugar de deslomarse para sumar a la fortuna de los encomenderos, pasaron a tributar directamente al rey y desde ya, a la Iglesia. Como continuó la sujeción, también la rebeldía. "Nos parece que la resistencia del indígena a diversas formas de explotación, significó, en lo fundamental, conquistar un espacio en el futuro, acarreándonos algunas claves fundamentales de su cultura, enquistada hoy en las instituciones domésticas, sociales y productivas del archipiélago", afirman Cárdenas y sus colegas. Si la cultura de los williche estaba presente de diversas formas en el Chiloé de la década de 1990, no hay por qué pensar que estuviera ausente 70 años antes, entre los centenares de peones que tuvieron la osadía de cuestionar la prepotencia de los patrones, a uno y otro lado de la frontera. Por las dudas, destaquemos que de la "unidad étnica" -Cárdenas dixit- designada históricamente como mapuche o araucana, derivan los veliche o williche del archipiélago. Durante el período colonial, comenzó a llamárselos chilotes.
Todavía 30 años atrás, un porcentaje significativo de la población de Chiloé llevaba apellido mapuche y las cosas no cambiaron mucho desde entonces. El idioma y la vigencia del az mapu en sus variantes locales, sufrió la embestida de siglos de colonialismo, pero aún así gozaban de cierta vitalidad en las zonas de Compu, Chadmo Central y Yaldad-Incopuye, según la localización de los investigadores. Desde fines de los 90 hasta ahora mismo, las comunidades y organizaciones williche atraviesan un período de revitalización que se expresa en demandas políticas, en expresiones culturales y en movilizaciones de resistencia ante las modalidades regionales del extractivismo. Para 1920, cuando comenzó a escribirse la trama de los fusilamientos en la lejana Santa Cruz, residían en el archipiélago de Chiloé algo menos de 110 mil indígenas, según los registros chilenos.
Los conquistadores españoles se toparon en las islas con las mismas dificultades que en el resto del territorio mapuche: los williche no vivían en caseríos, dispersión que dificultaba el control del conquistador. Los intentos por concentrarlos chocaron "con la resistencia del indígena a hacer abandono de las tierras de sus ancestros" (Cárdenas y otros 1991: 161). La agricultura funcionaba a través de un "sistema comunal" (171) que todavía se practica en las islas y se denomina minga: es "la unión de un grupo de vecinos especialmente para sus labores de siembra y cosecha, actividad que es retribuida al final de cada faena, con abundante comida y mucho licor". Quiere decir que antes de la llegada de la cultura que se creía superior, el trabajo tenía entre los mapuche williche un carácter colectivo y festivo que ni siquiera hoy puede encontrarse en Occidente. La misma metodología se ponía en práctica para la construcción de las rucas o viviendas, que podían cobijar entre 90 y 30 personas, aunque en Chiloé fue usual la de proporciones más reducidas. Al igual que entre los mapuche de territorio adyacente al río Biobío -los más descriptos por los primeros cronistas españoles-, "el pueblo mapuche-huilliche no tuvo autoridad centralizada o hegemónica, a excepción de las coordinaciones militares que se ejercieron, especialmente durante la guerra con los españoles" (Cárdenas y otros 1991: 208). La agrupación básica reunía a parientes muy cercanos, que totalizaban entre tres y siete ruka, bajo el liderazgo de un longko, quien "constituía más bien una autoridad persuasiva, que carecía de poder efectivo para pedir tributos, infringir castigos o demandar obediencia" (209). El caví era una conformación social mayor, en la que la conducción recaía en otro longko al que estaban subordinados los primeros, "pero de acuerdo al tipo de democracia descentralizada que practicaban los mapuche-huilliche, esta dependencia debió haber sido tan sólo nominal y seguramente desarrollaba más bien vínculos formales y de mutuo respeto". La toponimia actual de Chiloé e inclusive de la parte continental de la Región de Los Lagos testimonia el dinamismo que alcanzó en el pasado esa forma de organizarse: Quicaví, Reloncaví, Curacaví, Puchuncaví y demás. Al instaurar el régimen de encomiendas en 1567, los españoles tomaron como referencias a los caví: fueron 64 los que se institucionalizaron y también fue entonces cuando los recién llegados empezaron a llamar caciques -voz caribe- a los loncos. La organización tradicional nunca desapareció del todo a pesar de la virulencia colonialista y se revitalizó a parir de 1935, es decir, 15 años después de los fusilamientos en Santa Cruz. Para 1991, existían en Chiloé cuatro comunidades, con sus respectivos loncos. En 2003, se conformó la Federación de Comunidades Huilliches, con la adhesión de 29 comunidades. En el presente, las demandas también se canalizan a través de la Unión de Asociaciones y Comunidades Williche.
Históricamente, sobre el espacio donde se desarrollaban las tareas agrícolas existía cierta relación de propiedad, pero coexistían con amplias zonas sin dueño alguno, donde se cazaba y se recolectaba. El mar y las playas estaban incluidas entre las últimas, pero sobre unas y otras áreas, se desarrollaban trabajos con "espíritu de ayuda mutua y usufructo colectivo" (Cárdenas y otros 1991: 213). Aunque patriarcal, en la sociedad mapuche williche la mujer era poseedora de una huerta propia, de gallinas y otros elementos, de los cuales el esposo no podía disponer. Inclusive bajo sujeción colonial o republicana, entre los williche de Chiloé pueden encontrarse prácticas sobre las cuales los anarquistas europeos del siglo XIX teorizaron y persiguieron como metas a través de sus luchas.
Amantes de su libertad
El anarquismo "se revela a través de un cuerpo de ideas-matriz entre las cuales a buen seguro se cuentan las que reivindican la autogestión, la democracia y la acción directas, el federalismo y el apoyo mutuo", define el escritor y docente universitario Carlos Taibo (2018: 15). Como ideología y práctica, surgió a mediados del siglo XIX en el occidente de Europa y en su canon de pensadores, se acostumbra a ubicar a Mijaíl Bakunin, Piotr Kropotkin y Errico Malatesta, entre otros. Sin embargo, en los últimos 60 años y a partir del trabajo de unos pocos antropólogos, se acrecentó una certeza: "son muy numerosas las comunidades humanas que, desde tiempo inmemorial y en los cinco continentes [...], han desplegado prácticas que a menudo recuerdan a esas ideas-matriz recién mencionadas" (Taibo 2018: 16). Para el intelectual español, llamarlas anarquistas sería erróneo porque el gesto participaría del afán occidental de clasificar toda realidad según su propio prisma, aunque en parte claudica, al afirmar que "esas gentes no tenían necesidad alguna de saber que eran eso: anarquistas". En su argumentación, prefiere valerse del adjetivo libertario 2 porque tiene un sesgo ideológico menor y remite más bien "a prácticas y conductas que a conceptos asentados" (2018:17). Desde esa perspectiva, hubo comunidades humanas que se caracterizaron por desplegar prácticas libertarias mucho antes de las formulaciones anarquistas, entre ellas, algunas de las primeras naciones o pueblos indígenas del continente que, desde la conquista europea, se designa como América.
El mapuche es un claro ejemplo de organización política, económica y social de carácter libertario. El historiador chileno José Bengoa -hombre de la democracia cristiana- describió que al interior del pueblo mapuche "se estructuró una sociedad de personas libres y amantes de su libertad; una sociedad que no requirió de la formación de un Estado omnipresente y esclavizador, una sociedad que si bien por su número y densidad podría haberse transformado en un sistema jerarquizado, lo rechazó e hizo de la independencia de sus linajes familiares una cultura" (Taibo 2018: 83). En efecto, al establecer contacto con los mapuche, los españoles del siglo XVI no encontraron poder centralizada alguno, entonces no tuvieron rey o emperador a quien descabezar. Tampoco existía burocracia alguna que se consagrase a recaudar impuestos o tributos y como describimos para el caso de los williche de Chiloé, el trabajo era voluntario, festivo y nadie se apropiaba de los excedentes. Incluso en forma contemporánea a la Campaña del Desierto, los mapuche que protagonizaron los últimos intentos de resistencia tomaron sus decisiones políticas y militares en el curso de multitudinarios trawün o encuentros, en cuyo ámbito la voz de los loncos tenía su importancia, pero jamás se imponía de manera vertical. Aun en esos momentos de desesperación, el poder residía en la asamblea, órgano de democracia directa cuyo funcionamiento sorprendió a Lucio Victorio Mansilla, en ocasión de su célebre expedición a las tolderías rankülche de Mariano Rosas y Baigorrita. Quizá fuera el primero quien con mayor claridad ante un interlocutor wingka, explicitó cómo funcionaban las cosas en la sociedad mapuche antes de que se concretara la sujeción colonial. El militar urgía la celebración de un tratado, pero Panguitruz Gner -su verdadero nombre- se debía a otra institucionalidad.
Yo, hermano, quiero la paz porque sé trabajar y tengo lo bastante para mi familia cuidándolo. Algunos no lo han querido; pero les he hecho entender que nos conviene. Si me he tardado tanto en aceptar lo que usted me proponía, ha sido porque tenía muchas voluntades que consultar. En esta tierra el que gobierna no es como entre los cristianos. Allí manda el que manda y todos obedecen. Aquí, hay que arreglarse primero con los otros caciques, con los capitanejos, con los hombres antiguos. Todos son libres y todos son iguales (Mansilla 1987 Tomo I: 248).
Mariano Rosas era ñizol longko, es decir, lonco principal o lonco entre loncos, pero jamás se le ocurrió tomar una decisión que involucrara a su gente para luego bajarla a los demás. Las determinaciones se adoptaban cuando se alcanzaba consenso y en el intercambio de pareceres, se prestaba mucha atención al criterio de los futrakeche, los "hombres antiguos" del relato. El encuentro entre los rankülche y los enviados del gobierno argentino se produjo en abril de 1870. Un año después, cuando el pueblo parisino intentó avanzar hacia una organización igualitaria de principios similares a los mapuches, fue ahogado en sangre y fuego.
Cárdenas, Montiel Vera y Hall observaron a fines del siglo XX que, a diferencia de otras primeras naciones, los williche del archipiélago de Chiloé no sólo se las arreglaron para continuar con el desarrollo de sus tradiciones ancestrales, además influyeron con ellas sobre la sociedad hispano-mestiza hasta la actualidad. Al igual que en el resto del territorio mapuche ancestral, los ancestros de los peones rurales jamás constituyeron organización política centralizada y si bien fueron sojuzgados tempranamente, canalizaron su resistencia ante la opresión siempre que pudieron, inclusive con armas en la mano. El sabotaje, la huelga, el boicot y otros métodos que se creen de invención europea, ya formaban parte del arsenal williche cuando los teóricos del anarquismo ni siquiera estaban en los planes de sus respectivos progenitores. Los diversos cabi nunca se ordenaron de manera piramidal y establecieron entre ellos una relación federalista, al igual que los célebres butalmapu del pueblo mapuche que pudo permanecer en libertad hasta fines del siglo XIX. En métodos como la minga agrícola o el rukatun (construcción colectiva de viviendas), la sociedad williche ensayó la ayuda mutua y el trabajo festivo mucho antes que el concepto se formulara teóricamente en la Europa que devastó el capitalismo. La distribución horizontal del poder político determinó que entre los diversos loncos no existieran vínculos de sujeción y además, el usufructo del bosque, las playas y el mar tuvo mucho de comunal. Que desde 1990 hasta el presente los mapuche williche de Chiloé atraviesen una considerable revitalización de sus comunidades y organizaciones, indica que su cultura nunca desapareció, aunque se haya refugiado durante siglos bajo el ropaje del sincretismo o el mestizaje.
Bayer reprodujo el testimonio de un compañero de Triviño Cárcamo, quien muchos años después describió así al primer fusilado: "Era un muchacho entusiasta, cuando fueron a levantar la estancia, él se ofreció enseguida, solo por entusiasmo porque los trabajadores chilotes en aquel tiempo no sabían lo más mínimo de sindicalismo. Se adhirió porque todos nos adherimos" (Mancilla Pérez 2019: 199). Sin embargo, la misma fuente añadió que el chilote de Ancud era un gran agitador, ya que, al arribar a las estancias, en los comedores de los peones o en los galpones de esquila, gritaba: "Es la huelga compañeros, no más hambre, ni sueldos miserables. ¡Viva la huelga, compañeros!". Quizá la gran mayoría de los peones de origen williche y sus compañeros mestizos no supieran de estatutos, de burocracias y de planteos teóricos, pero sabían bastante de ayuda mutua, de igualdad, de resistencia a la autoridad e inclusive, de huelgas, tanto o más que sus pares españoles, rusos, españoles, alemanes y otras nacionalidades. Todos adhirieron a la rebeldía obrera, porque para 1920 llevaban más de tres siglos de obstinadas rebeldías. Sacar su lucha de la invisibilidad es un gesto anticolonial que se torna imperioso.
En la mañana del 5 de noviembre de 1921, los cinco tiradores que resguardaban la estancia de los Schroeder escucharon "alaridos a lo indio". Bayer supuso que los jinetes chilotes los proferían "tal vez para darse coraje". Imposible no asociar los alaridos con el afafan, grito mapuche que, en su sentido ritual, es una manera de concentrar newen o fuerza, pero no sólo en sentido físico, sino más bien espiritual. Existen diversas modalidades de afafan y en el presente, no sólo se escuchan en ceremonias, sino también en movilizaciones callejeras. Los antiguos cronistas españoles que también fueron soldados, dejaron constancia de la conmoción que invadía a sus filas cuando a su frente, centenares o miles de pulmones se descargaban en estentóreos afafan, inmediatamente antes del choque. Los guerreros de entonces no iban solos al combate, contaban con el concurso de sus ancestros y también de sus aliados del mundo natural, a los que simbolizaban en sus vestimentas: zorros, lobos marinos, pumas, gatos monteses, cóndores... El afafan era una manera de convocarlos para enfrentar juntos a los soldados enemigos. A pesar del mestizaje y la opresión católica, es muy probable que los afafan nunca dejaran de escucharse en los bosques más umbríos de Chiloé y que reaparecieran en los momentos culminantes de rebeldía, varias veces centenaria. Fueron afafan los que sustentaron las vivas a la huelga de 1920 y 1921. Afafan y banderas rojas.
NOTAS
1 En "Cabezas de tormenta. Ensayos sobre lo ingobernable". Página 12. Anarres. Buenos Aires.
2 En los últimos años, en la Argentina se difundió el vocablo para designar a neoliberales extremistas que son defensores a ultranza de la propiedad privada y de la primacía del interés individual. Toman como ejemplo a los "libertarians" estadounidenses, de manera que su designación precisa sería "libertarianos". Desde ya, para este artículo, el sentido del adjetivo libertario es el tradicional.
Por Adrián Moyano
De no haber existido anarquistas nuestra imaginación política sería más escuálida, y más miserable aún. Y aunque se filtre únicamente en cuentagotas, la "idea" sigue siendo un buen antídoto contra las justificaciones y los crímenes de los poderosos.
Christian Ferrer 1
En noviembre de 1921, la huelga general estaba declarada en Santa Cruz. En sus comienzos, el movimiento se cuidó especialmente por evitar la violencia. Los delegados ingresaban a las estancias, realizaban asambleas con los peones y luego, se requisaban las armas de los patrones. También se confiscaban alimentos, a los cuales se contabilizaba de manera meticulosa y documentaba en vales que llevaban la firma de Antonio Soto, secretario general de la Federación Obrera. En ocasiones, si la asamblea coincidía con la presencia de estancieros o administradores, éstos quedaban como rehenes. Sin embargo, los huelguistas evitaron hasta que más no pudieron enfrentamientos con la Policía. El diario "La Unión", portavoz de la Sociedad Rural, tuvo que admitir en su edición del 5 de noviembre: "Quieren marchar a (Río) Gallegos. Lo único que buscan es la libertad de los presos. También aseguran las informaciones que los sublevados no tratan de hacer daño alguno" (Bayer 1974 T II: 128).
La huelga era la medida con que obreros y peones respondían a las redadas policiales en Puerto Deseado, Puerto San Julián, Puerto Santa Cruz y Río Gallegos. En la última de las localidades, las fuerzas de seguridad habían allanado y clausurado el local de la Federación Obrera. Entre los detenidos estaba Antonio Paris, de origen español, cuyas convicciones irritaban sobremanera al establishment santacruceño: trabajador gastronómico, el 9 de julio anterior Paris y sus compañeros se habían negado a servir la cena en el banquete patriótico de los poderosos locales, al encontrarse entre los comensales un patrón que, por entonces, era objeto de boicot. Paris era secretario general de la organización obrera de la localidad y los efectivos policiales se ensañaron particularmente con su humanidad. Luego de golpearlo con virulencia, fue deportado en un transporte de la Armada de la República Argentina, junto con otros trabadores. "Compañeros: no debéis trabajar hasta que los deportados vuelvan a nuestro seno, y sean puestos en libertad los que están en la cárcel", afirmaba el volante que la Comisión de Huelga alcanzó a imprimir el 28 de octubre (Bayer 1974 TII: 121). Para disponer la deportación no se había realizado procedimiento judicial alguno. Ante la represión y la arbitrariedad, los trabajadores se defendieron con la herramienta que mejor conocían.
Cuando las columnas de peones se aproximaban a los cascos de las estancias, en general, estancieros o administradores huían. No fue el caso de los Schroeder, alemanes propietarios de la estancia Bremen - El Cifre. A pesar de las noticias alarmantes y siempre distorsionadas, la totalidad de la familia permaneció en las instalaciones. El hijo mayor de la pareja venía de servir en el ejército alemán durante la Primer Guerra Mundial y según la reconstrucción que hiciera Osvaldo Bayer, era un eximio tirador. En la mañana del 5 de noviembre hizo su aparición "una partida de diez hombres con la clásica bandera roja al frente" (Bayer 1974 TII: 121). Se componía por un trabajador español, otro argentino y "ocho chilotes". En el casco, los aguardaban en silencio cinco hombres armados, al menos uno de ellos, con un flamante Mauser. "Los huelguistas vienen gritando ¡viva la huelga! y los chilotes pegan alaridos a lo indio tal vez para darse coraje" (Bayer). El grupo se aproximó a las instalaciones sin precaución alguna y recibió de lleno la descarga. El español Martínez y el entrerriano Caranta perdieron la vida instantáneamente porque los Schroeder tiraron a la cabeza, es decir, a matar. El resto del grupo retrocedió 500 metros, intentó sostener el tiroteo, pero sólo contaba con algunos revólveres. Como el intercambio era desventajoso y los estancieros habían herido a otros peones, se retiraron. Los patrones aprovecharon para dirigirse a Puerto Coyle y telegrafiar a la Policía, que efectivamente, mandó un destacamento para que se sumara a los tiradores civiles.
Cuando los huelguistas supieron que Benito Martínez García y José Caranta habían caído, conformaron una partida de 10 peones para tomar la estancia, esta vez, armados con Winchester. El grupo consiguió sorprender a un efectivo que estaba de guardia, pero el resto de los uniformados abrió fuego. Los peones no conseguían avanzar y sus municiones eran limitadas, entonces, "el chilote Roberto Triviño Cárcamo tomará la iniciativa y avanza con su caballo a la carrera y lo siguen en forma totalmente desordenada sus restantes compañeros" (Bayer 1974: 135). Un balazo detuvo mortalmente a su animal, el resto de la partida retrocedió y horas después, policías capturaron a Triviño Cárcamo, para conducirlo a golpes hasta las casas. Sus captores lo ataron a un molino.
Cuando tropas del Ejército desembarcaron cerca de Río Gallegos el 9 de noviembre, el gobernador del Territorio Nacional informó al teniente coronel Varela que la estancia Bremen - El Cifre estaba ocupada por los huelguistas, descripción del todo mendaz. El jefe militar dispuso ir en persona hacia el establecimiento, con un oficial y 12 soldados del Regimiento 10° de Caballería. Después de constatar que la Policía era dueña de la situación, retornó a la ciudad costera. Por los relatos policiales, supo que Triviño Cárcamo había permanecido atado al molino durante varios días. Por las noches, sus compañeros intentaban el rescate, pero eran rechazados por la partida policial que se parapetaba en los galpones. Los tiroteos se sucedieron anochecer tras anochecer. El por entonces comisario Isidro Guadarrama le dijo a Bayer que, en esas circunstancias, el peón chilote "se reía de la Policía cuando empezaban a sonar los tiros gritando: ¡viva la huelga!" (1974: 147). Ofuscado por esa muestra simultánea de desdén y convicción, el jefe militar ordenó su fusilamiento. Así se hizo "y el chilote recibió los impactos entre tranquilo y sorprendido". Fue enterrado junto con Martínez y Caranta, ante la mirada de los Schroeder. Fue el primero de los fusilados por las fuerzas del Estado, el primer nombre de una larguísima lista que pocas semanas después, ni consignaría la identidad de los caídos. Roberto Triviño Cárcamo perdió la vida lejísimos de Ancud, mientras demandaba la restitución de compañeros deportados. La entregó al seguir banderas rojas, cuando las gargantas de los peones se enronquecían al proferir "alaridos a lo indio" y vivas a la huelga.
Enseñas proletarias
Los intentos por conformar una entidad que agrupara a los diversos gremios databan de 1890. En la misma jornada que por vez primera se realzó en Buenos Aires el 1ro de Mayo, "se resolvió crear una federación de obreros de la república, publicar un periódico para la defensa de la clase obrera y dirigir al Congreso Nacional una petición solicitando la sanción de leyes protectoras del trabajo. Se constituyó la Federación Obrera a comienzos de 1891 con una media docena escasa de gremios", consignó el historiador Diego Abad de Santillán (2005: 54). Desde el vamos, quedaron en evidencia las diferencias ideológicas entre anarquistas y socialistas, a tal punto que del acto del 1ro de Mayo de 1891, los segundos optaron por no participar. La mayoría anarquista insistió en adjudicarles a la conmemoración y al intento de federación "un sentido antipolítico y revolucionario" (Abad de Santillán 2005: 55), es decir, ajeno a los partidos políticos. El 15 de agosto de 1891 se llevó a cabo el primer congreso, aunque la escasa representatividad atentó contra el vigor de la organización. No se pudo avanzar hacia un espacio poderoso y a pesar de la presencia socialista, "el proletariado estaba casi totalmente bajo la dirección espiritual de los anarquistas, obreros todos ellos y muy activos y sobre todo más combativos". Su terminología se refería más a sociedades de resistencia, que a sindicatos o gremios.
En septiembre de 1897, la Sociedad Constructores de Carruajes se separó de la primera federación porque ésta sólo llevaba a cabo accionar político. El obrero ebanista Gregorio Inglan Lafarga, pasó en limpio en "La Protesta Humana", las diferencias de visiones.
Creyeron algún tiempo los obreros que por medio del sufragio, obtenido el poder, podrían adquirir mayor bienestar, y formaron grandes partidos demócratas, socialistas y republicanos, llevaron representantes a los parlamentos, y no por esto su situación mejoró un ápice y así siguieron hasta que viéndose engañados por vanas promesas y ridículas farsas de sus representantes, se decidieron algunas sociedades a adquirir aquel mejoramiento por su propio esfuerzo, formando agrupaciones dispuestas a desplegar todas sus energías para el logro de sus fines fuera del terreno político, entrando de lleno en el terreno de la lucha económica, terreno en el cual caben todas las sociedades, socialistas, anarquistas o lo que fueran, por medio de huelgas aisladas, comarcales o regionales, pasivas o revolucionarias, según exigieran las circunstancias, preconizando como final de esta lucha del trabajo contra el capital la huelga universal, a la que quizá ya se habría llegado si el maldito afán de politiquear, saturado esta vez de cierto perfume obrero, no se hubiera interpuesto [...] (Abad de Santillán 2005: 58).
Inglan Lafarga tendía una mano al adversario ideológico, pero señalaba con claridad las diferencias.
En 1900, la situación del proletariado en Buenos Aires y otras grandes ciudades, era desesperante. El diario La Prensa calculaba en 40 mil a los desocupados, sólo en la capital. Se multiplicaban las organizaciones gremiales y ante la voracidad de las patronales, se sucedieron las huelgas. Pero las mejoras que se alcanzaban después de arduos esfuerzos, se evaporaban rápidamente. Entonces, "los militantes obreros y revolucionarios comprendieron que era urgente una táctica más adecuada y se entregaron febrilmente a la tarea de constituir una Federación Obrera Regional" (Abad de Santillán 2005: 75). En marzo de 1901, Inglan Lafarga describió los preliminares en otro artículo de "La Protesta Humana".
Como es sabido, varias sociedades obreras de esta ciudad (Buenos Aires) han concebido el proyecto de celebrar un congreso de todas las sociedades obreras de la República para tratar de fundar una federación de todas ellas, y preocuparse del mejoramiento moral y material de los trabajadores de la Argentina.
Esta idea, al principio recibida con cierta frialdad y desconfianza por las sociedades obreras de tendencias más radicales y de más amplio espíritu emancipador, por los fracasos que sufriera en otras ocasiones en que iniciativas de esta especie estuvieron mangoneadas por elementos politicastros y sectarios, ha recibido hoy el más decidido apoyo de estas mismas sociedades, interpretando al pie de la letra los propósitos de sus iniciadores, que son los de celebrar un congreso puramente obrero y económico y fundar una federación que establezca lazos de unión y corrientes de solidaridad entre todos los obreros de esta República, facilitando por este medio el triunfo de sus luchas y el mejoramiento de sus condiciones de vida (Abad de Santillán 2005: 76).
El columnista convocaba "a todos los amantes de la emancipación obrera de la República" a propagar la meta de conformar una organización "seria y formal de los trabajadores" y fomentar las adhesiones al congreso que se aguardaba, fuera fundacional de "una federación robusta y consciente", que trabajara por "el mejoramiento y la emancipación de la clase explotada". El cónclave comenzó a deliberar el 25 de mayo de 1901, con la participación de 50 delegados en representación de 30 a 35 sociedades obreras de Buenos Aires y otras localidades. Según Abad de Santillán, casi todas las que existían. Al agotarse las deliberaciones de la primera jornada, se aprobó por abrumadora mayoría la fundación de la Federación Obrera Argentina. Al día siguiente, algunas de las mociones que se aprobaron comenzaron a definir su carácter: "el congreso declara que es necesario promover una viva agitación popular para obtener que se respeten la vida y los derechos de los trabajadores" (Abad de Santillán 2005: 80). El cónclave abrazó la huelga general como método y declaró que el 1ro de Mayo era un día de abandono general del trabajo antes que de fiesta, para protestar contra la explotación y afirmar de manera solemne las reivindicaciones del proletariado. También se adoptaron el boicot y el sabotaje como prácticas, y se votó la conformación de escuelas libres bajo el patrocinio de la Federación, entre otras definiciones. Al retomar las deliberaciones unos días después, se aprobó que el comité federal se preocupara de la organización de las mujeres, para luchar por "su elevación moral y económica" (Abad de Santillán 2005: 82). La FOA quedó en funcionamiento.
El año siguiente, la convivencia entre anarquistas y socialistas se tornaría imposible. Pero más allá de esa disputa, el segundo congreso se pronunciaría con clarividencia, como si previera los sucesos por venir. "El congreso obrero, considerando que el militarismo es contrario a los intereses de la humanidad, hace votos para que se haga la mayor propaganda posible en contra de tan bárbaro sistema a fin de que el mayor número de jóvenes reclutas vaya a pasar la frontera antes de vestir la odiosa librea del asesino asalariado y legal" (Abad de Santillán 2005: 93). La FOA así se expresaba cuando en la Argentina, avanzaba la implementación del Servicio Militar Obligatorio y se vivía un clima de tensión con Chile por cuestiones limítrofes. La reunión también aprobó la constitución de federaciones locales y de oficios, para mejor enfrentar a la "explotación capitalista". Además, alentó el surgimiento de sociedades gremiales de mujeres y de sociedades de resistencia en el campo. La declaración de clausura todavía emociona, después de casi 120 años.
El congreso obrero, al clausurar sus sesiones, envía un saludo especial a los trabajadores chilenos, uniendo su voz de protesta contra el criminal propósito de los gobiernos chileno y argentino, que por mezquinos intereses de patria, intentan lanzar las dos naciones a una guerra fratricida.
El segundo congreso de la F.O.A., al clausurar sus sesiones, saluda al proletariado universal, dedica un recuerdo a las víctimas del capital y de la barbarie gubernativa de todos los países y hace votos por la pronta organización de los trabajadores argentinos y por la completa emancipación de los obreros de todo el mundo (Abad de Santillán 2005: 98).
Para frenar el avance obrero, en noviembre de 1902 el gobierno de Julio Roca puso en vigencia la Ley de Residencia, que permitía expulsar del país a los activistas de origen extranjero. Su aprobación encontró como respuesta una "grandiosa" huelga general, en palabras de Abad de Santillán. Pero se declaró el estado de sitio, la Policía sembró el terror, familias proletarias fueron destruidas y la prensa anarquista fue amordazada. A pesar de la ofensiva estatal y burguesa, la FOA llevó a cabo su tercer congreso en 1903, con participación creciente y en sus convicciones, no dio ni un paso atrás: "Hay que fomentar el espíritu de solidaridad y de acción, por cuanto de éstas dependerá siempre el éxito de todos los movimientos parciales, precursores del estallido general en cuya acción intervendrán fatalmente los medios revolucionarios" (Abad de Santillán 2005: 110). Con coherencia ideológica, desde 1904 la denominación que asumió fue Federación Obrera Regional Argentina (FORA), al no aceptar los trabajadores la división política del territorio.
Unos 2.500 kilómetros al sur de Buenos Aires, en 1913 se formalizó la Federación Obrera de Río Gallegos, en la capital del Territorio Nacional de Santa Cruz. Si bien la presencia de trabajadores de origen español era sustantiva en su primera comisión directiva, "la influencia chilena y su actividad se había manifestado ya con anterioridad, introduciéndose en las estancias argentinas con intención de crear subsedes de la Federación de Magallanes en territorio santacruceño" (Güenaga 1998: 594). En los confines de la Patagonia, el internacionalismo proletario era más una práctica concreta que una apelación. En la creación de la organización santacruceña participó activamente un integrante de la magallánica y en el acta fundacional de la primera se consignó hermandad entre las dos organizaciones, además de comunidad de ideas. Ya por entonces, el anarquismo adquirió predominancia en la ideología y los métodos de la actividad obrera. Según la historiadora Rosario Güenaga, las filas sindicales en Santa Cruz se conformaron con dos grupos mayoritarios por su nacionalidad de origen: españoles y chilenos. Les tocó a los primeros aportar sustento ideológico a la lucha por los derechos, mientras que "los segundos mantienen una presencia más activa y directa, aunque quizá, con menos aporte teórico -por lo menos en el número de cabezas visibles- que los españoles" (1998: 593).
En 1915, la FORA sufrió una escisión, después de que el año anterior ingresaran masivamente en su seno las agrupaciones de orientación sindicalista, es decir, aquellas que tomaban distancia tanto del comunismo anarquista como del socialismo partidario, para abrazar la tarea estrictamente reivindicativa por la cual aspiraban a un mejoramiento de la clase obrera. En el congreso anual, los recién llegados cuestionaron que la FORA se identificara con aquel concepto -comunismo anarquista- y solicitaron que se eliminara su mención, como supuesta prenda de unidad del movimiento obrero. En particular, se discutía la validez o no de la declaración del Congreso de 1905. El debate fue apasionado y finalmente, la mayoría aprobó el dictamen que había presentado la comisión que elaboró el orden del día. Decía, entre otras consideraciones:
La F.O.R.A. es una institución eminentemente obrera, organizada por grupos afines de oficio, pero cuyos componentes pertenecen a las más variadas tendencias ideológicas y doctrinales, que para mantenerse en sólida conexión necesitan la más amplia libertad de pensamiento, aunque sus acciones deben encuadrarse imprescindiblemente en la orientación revolucionaria de la lucha de clases, de la acción directa y con absoluta prescindencia de los grupos y partidos que militan fuera de la organización de los trabajadores genuinos (Abad de Santillán 2005: 235).
Si bien en los papeles se mantuvieron la vocación revolucionaria de la FORA, su carácter de herramienta de clase y el método de acción directa, la definición de 1905 quedaba afuera. Por aquella, el congreso había declarado una década atrás: "Que aprueba y recomienda a todos sus adherentes la propaganda e ilustración más amplia, en el sentido de inculcar en los obreros los principios económicos y filosóficos del comunismo anárquico" (Abad de Santillán 2005: 151). Poco tiempo después se llevó a cabo otro cónclave del que participaron las agrupaciones descontentas con el lavado de rostro, las que desconocieron al noveno congreso. La disidencia anarquista se reunió en la FORA del Quinto Congreso. Sus militantes agregaron 1901 al nombre de la organización, es decir, el año de su fundación. El sector cada vez más reformista, sería denominado como FORA del Noveno Congreso.
Las divisiones que se acentuaron en Buenos Aires no se reflejaron inicialmente en Santa Cruz. El distintivo de la Federación de Río Gallegos simplemente decía FORA, sin aludir a congreso alguno. Sin embargo, la línea de pensamiento y acción predominante era la anarquista. Para Güenaga, "la agremiación santacruceña, desde el punto de vista pragmático y coyuntural, tenía más vinculación inmediata con la de Magallanes que con las del resto de Argentina" (1998: 596). Del otro lado del límite, la Federación Obrera se había formalizado a mediados de 1911, a iniciativa de la Sociedad de Carniceros "Unión y Progreso", que se conformaba por unos 20 matarifes. Pero el malestar de los obreros empleados en las estancias, tanto en la Patagonia como en Tierra del Fuego, hizo que un año, la FOM se convirtiera en la entidad sindical de mayor representatividad.
Desde comienzos de siglo, la mano de obra en Magallanes se componía sobre todo con trabajadores provenientes de Chiloé y de la provincia de Llanquihue. Apenas se formalizó, la nueva entidad comenzó a editar "El Trabajo", que, en su primer artículo, decía: "Si los desheredados de la fortuna, acatando las leyes inmutables del destino, habemos (sic) nacido para militar en las filas del trabajo, no seamos el recluta que aislado y solo le brinda un triunfo fácil al enemigo, sino el soldado valiente y aguerrido que retempla y centuplica sus fuerzas con el apoyo de sus compañeros" (1915: 30). No es la precedente la elaboración de gente que careciera de preparación teórica. El texto -que no lleva firma- exhortaba a construir a la flamante organización: "[...] tenemos confianza en que todos los que trabajamos en el campo, los que sentimos abofeteada nuestra faz por el viento terroso en el verano y la nieve penetrante en el invierno, no tardaremos en contribuir con nuestro grano de arena para la formación del colosal edificio de la unificación y solidaridad de los obreros de Magallanes". Por entonces, sus fundadores no podían saberlo, pero "El Trabajo" sería el único medio de prensa que informaría con veracidad sobre los acontecimientos de 1920 y 1921.
En sus comienzos, la FOM no adhirió de forma explícita a corriente ideológica alguna e hizo gala de moderación, pero a partir de 1914 estableció vínculos con el anarquismo. En octubre del año anterior, se había conformado la Federación Obrera Regional de Chile (FORCH), con sede en Valparaíso, a partir de cinco gremios de ideario anarco-sindicalista. La flamante agrupación alcanzó desarrollo durante una huelga general que se declaró 11 días después de su formalización y luego, procuró ampliar su ámbito de operaciones a escala nacional, aunque el grueso de su militancia estaba en Santiago y en la ciudad portuaria. En ocasión de celebrarse una serie de actos para solidarizar con los anarquistas argentinos Rodolfo González Pacheco, Teodoro Antillí y Apolinario Barrera -por entonces, víctimas de represión-, la FORCH envió a la FOM unos dos mil manifiestos para que se distribuyeran. Si bien la encomienda llegó después de la fecha elegida, la organización magallánica repartió las proclamas entre sus integrantes. Fue la primera vez que las ideas ácratas tuvieron chance de difundirse masivamente entre los trabajadores organizados del sur chileno, aunque Juan Barrera publicaba artículos de tinte anarquista en "El Trabajo" desde 1913 en adelante. El autor había participado de la fundación de la FOM y fue el responsable de aquel texto iniciático, pero la moderación que primaba en el resto de la conducción motivó su transitorio alejamiento. También escribió sobre la situación del proletariado patagónico en la prensa anarquista de la capital chilena. Hacia 1915, ya había militantes de "la Idea" en la conducción de la FOM y del año anterior, datan los primeros intentos por acordar una acción conjunta con sus compañeros de Río Gallegos, según estableció el historiador Sergio Grez Toso. En los años siguientes, se reprodujo en la organización magallánica la clásica disputa de aquellos tiempos: anarquistas versus socialistas. A comienzos de 1914, apareció en el órgano de prensa de la federación del sur chileno un artículo que procuraba dividir las aguas, con la firma de Benito Rojas Ortiz.
El sindicato, a más de la lucha anti-patronal en que está empeñado, a fin de obtener mejoras y libertades para sus adheridos, va al mismo tiempo evolucionando y transformando la sociedad mediante la expropiación en que todos los hombres convertidos en productores trabajarán por el bienestar colectivo haciendo nacer su felicidad por sus propios esfuerzos y no esperar como los socialistas parlamentarios transformar la sociedad dentro del mismo Estado, porque siendo el Estado una institución creada por la burguesía para acrecentar su poder bajo cualquier forma que sea, siempre tendrá que ser amparador de los intereses de la burguesía (Grez Toso 2007: 279).
A la luz de la existencia de la FOM, de los debates que se suscitaban entre las corrientes ideológicas, de los sucesos que se conocieron como la Comuna de Natales y de la arremetida reaccionaria contra la entidad magallánica, puede arriesgarse que la peonada chilota que participó de los sucesos de 1920 y 1921 mal podría calificarse de analfabeta política, como se la quiso caracterizar en más de una oportunidad. No por nada enarbolaba banderas rojas y daba vítores a las huelgas, incluso al enfrentar a la muerte.
Del lado argentino hubo otros antecedentes, pero la agitación se generalizó a partir de 1916, cuando los trabajadores solicitaron el reconocimiento de la Sociedad Obrera de Santa Cruz. Los planteos explícitos eran más bien modestos pero el jefe de Policía del Territorio Nacional se pronunció en contra de su formalización: "[...] sería peligroso admitir en el territorio asociaciones obreras que dadas las huelgas producidas y la actual, siempre ocasionan graves trastornos a las autoridades afectando por consecuencia los intereses generales" (Luque y Martínez 2005: 6). El uniformado se refería a la medida de fuerza que afectaba a la Estancia Punta Alta, propiedad de la Sociedad Anónima Tierras y Dominios de la Patagonia. A sus instalaciones habían llegado huelguistas provenientes de Punta Arenas para pedir la solidaridad de los peones. Llamativamente, el Consulado de Bélgica había exigido la intervención policial y en efecto, un destacamento se hizo presente en el establecimiento, para constatar que las tareas estaban paralizadas, en plena época de esquila. Al no observar otra anomalía la Policía se retiró, aunque el gobernador del Territorio de Santa Cruz quedó inquieto, al advertir claramente que el conflicto se había originado del lado chileno y propagado en el argentino. Es posible que los peones jamás se hubieran cruzado con libros de Proudhon o Bakunin, pero sus acciones se inscribían en varios de los postulados que hacía suyo el anarquismo: solidaridad con la clase, internacionalismo, acción directa.
Mientras la clase obrera europea se desangraba en los campos de batalla de la Primera Guerra Mundial, en la Argentina, la represión seguía su curso: sólo en 1917 perdieron la vida 26 trabajadores a manos de la Policía. Del otro lado del Atlántico, la Revolución Rusa, la República de los Consejos de Baviera al caer el Imperio Alemán, además de agitaciones obreras en España e Italia, aportaron nuevo dinamismo a la FORA del Quinto Congreso. Los sucesos rusos parecían demostrar que la revolución estaba al alcance de la mano y el crecimiento de la organización lucía indetenible. Ante los acontecimientos que quedaron en la historia como la Semana Trágica, "la F.O.R.A. decretó el paro general, el más unánime y el más violento que se haya registrado en Buenos Aires. Los trabajadores adquirieron entonces más aún la conciencia de su fuerza. La gran ciudad quedó por varios días en sus manos", legó Abad de Santillán (2005: 250). Para la jornada del 10 de enero, publicó la crónica de La Protesta: "El pueblo está para la revolución. Lo ha demostrado ayer al hacer causa común con los huelguistas de los talleres Vasena. El trabajo se paralizó en la ciudad y barrios suburbanos. Ni un solo proletario traicionó la causa de sus hermanos de dolor" (2005: 251). El reporte incluye una enumeración de los hechos que tuvieron lugar ese día, entre ellos, incendios para el automóvil del jefe policial y las instalaciones patronales, el desarme de un policía, el asalto de armerías, la erección de barricadas, el vuelco de tranvías y sobre todo, una manifestación de 200 mil personas que acompañó al cortejo fúnebre de los trabajadores caídos. "Los manifestantes obligaron a las ambulancias de la asistencia pública a llevar banderita roja, impidiendo que se llevara en una de ellas a un oficial de policía herido". Las mismas enseñas que flamearían en la estepa santacruceña en los dos años siguientes... Desde la Comuna de París y antes aún, la bandera roja era la que identificaba mayoritariamente a las clases trabajadoras.
Al calor de los hechos, comenzó a editarse un nuevo periódico de la mañana, que se llamó precisamente, Bandera Roja. A concretar la FORA del Quinto un congreso extraordinario en 1920, estaban adheridas 400 agrupaciones sindicales. Respondieron a un manifiesto convocante de octubre de 1919 que, entre otras cosas, expresaba: "[...] en nombre de la revolución y del comunismo, la única histórica institución de los trabajadores argentinos invita a todo el proletariado organizado a replegarse bajo su solidario y autonómico pacto federal". A mediados de ese mismo año, la FORA protestó por la creciente represión que se vivía en Santa Cruz.
Gente del sur
Cuando espoleó su cabalgadura para cargar contra policías y patrones en Bremen - El Cifre, Roberto Triviño Cárcamo tenía 23 años. Al declararse la huelga, estaba empleado en la estancia Rubén Aike, propiedad de la Sociedad Anónima Las Vegas. En los primeros días, cabalgó junto al "Gallego" Soto, otros referentes gremiales y delegados, con la misión de lograr adhesiones. La respuesta fue masiva. "Esta columna de obreros chilotes iba camino a la estancia Punta Alta cuando los sorprendió el ejército argentino en río Perro. Escapando de esa matanza Roberto Triviño huyó hacia la región de Puerto Santa Cruz para unirse a la columna dirigida por Outerelo y José Descoubieres, un chilote de Achao" (Mancilla Pérez 2019: 199). Poco tiempo después y hasta no hace mucho, las identidades de aquellos huelguistas fueron cubiertas por un pétreo manto de silencio, pero tenían nombre y apellido. "Otros chilotes que integraron esa columna fueron Luis Cárcamo, Arturo Cárdenas, de Curahue, un chilote apodado Pistolillo, Zoilo Guerrero, de Putemún, y Santiago Pérez", según la reconstrucción que hiciera el historiador Luis Mancilla Pérez. "Era una larga caravana de casi seiscientos obreros chilotes que siguiendo a sus dirigentes anarquistas se dirigían hacia Paso Ibáñez, en las orillas del río Santa Cruz".
Cuando un grupo de peones ocupó almacenes de la Sociedad Anónima Importadora y Exportadora de la Patagonia, en Cañadón León, en primera instancia se hizo de ropa. "En la misma sala de comercio, frente al mesón, se desnudaron y se vistieron de pies a cabeza dejando en el piso sus ropas viejas y malolientes, incluso sus calzoncillos" (Mancilla Pérez 2019: 202). El Ejército merodeaba cerca, pero los trabajadores rurales se preocuparon por hacerse de vestimenta nueva. Es comprensible: adquirir ropa equivalía a endeudar el salario. Durante noviembre y diciembre de 1921, cuando efectivos del 10° de Caballería salían en su caza, los peones que copaban casas comerciales de los explotadores, cambiaban sus prendas "hediondas a grasa de capón y a sudor de hombre y caballo, malolientes a humedad y encierro de galpón y dormitorio mal ventilado donde viven mientras dura la esquila, barracas sin instalaciones higiénicas". Fueron esas condiciones laborales las que habían detonado la huelga de 1920, entre otras postergaciones. La transitoria elegancia los delató, porque según supo el capitán Elbio Anaya, 35 kilómetros al oeste se refugiaba una partida de "bandoleros", que "por sus trajes nuevos parecían ser los que habían asaltado la sucursal de la Sociedad Anónima en Cañadón León", según el informe del propio fusilador (Mancilla Pérez 2019: 202). Integraba el grupo Juan Naín, a quien apodaban Gordo Petiso. Además de otros chilotes, también formaba parte del contingente el uruguayo Juan Olazán, a quien decían Pichinanga. El 3 de diciembre, una patrulla militar se dirigió al emplazamiento delatado y retornó horas después con Naín como prisionero. El informe castrense destaca que, al producirse el encuentro, el williche había hecho fuego en repetidas oportunidades con un Remington. Al responder los uniformados, Olazán perdió la vida. La partida retornó con Naín cautivo e informó que había recogido en el campo, siete rifles Winchester y tres revólveres, además del Remington. De sus poseedores, nada consigna el documento castrense. Para Mancilla Pérez perecieron fusilados, "pero en la represión de esa huelga, para los militares la muerte de unos cuantos chilotes es cosa que no tiene la mínima importancia" (2019: 202). Cuando registraron al peón detenido, encontraron que ocultaba entre sus polainas un revólver Smith & Wesson calibre 44. De inmediato, fue fusilado, al seguir sus subordinados las órdenes del teniente coronel Varela. "Esa fue la primera muerte del chilote huilliche Juan Naín", ironiza el historiador castrino (2019: 203). Es que existen dos versiones sobre su final. La segunda dice que en la estancia Bella Vista, permanecieron prisioneros alrededor de 100 obreros que habían cabalgado en las columnas que lideraron Ramón Outerelo y José Descoubieres, el segundo, también oriundo de Chiloé. Los soldados se abocaron a la "depuración de responsabilidades", eufemismo que aparece en los textos castrenses para referirse a los fusilamientos. En la medianoche del 3 de diciembre, se produjo un disparo, proveniente del corral donde encerraban a los prisioneros. El centinela había hecho fuego contra un detenido que, en la oscuridad, saltó el alambrado y corrió hacia el oeste. La guardia revisó el posible recorrido, hasta encontrar muerto al fugitivo, al que identificó como Juan Naín. "Esa fue la segunda muerte del indio Naín, que en 1900, en una velera cruzó el golfo de Corcovado, llegó hasta Aysén y caminando, se fue a la Argentina para ir a morir dos veces en la Patagonia, por obra y gracia de un milagro jamás reconocido al capitán Elbio Carlos Anaya, que fue quien primero ordenó lo fusilaran por huelguista y después, lo mataran por ser un vagabundo indio huilliche que intentó escapar" (Mancilla Pérez 2019: 203 y 204). La ironía no alcanza a poner en segundo plano la magnitud del atropello.
En mapuzungun (idioma mapuche), huilliche o williche, significa "gente del sur". En este contexto, refiere a los pobladores mapuches de la isla de Chiloé. La participación sustantiva de williche en los sucesos de 1920 y 1921 es un hecho que, hasta la contribución de Mancilla Pérez, permaneció velada y en silencio, a pesar de aquellos "alaridos a lo indio" que escucharon los Schroeder cuando decidieron matarlos y que Bayer consignó. Ante la falta de registros fidedignos, la cantidad de fusilados entre noviembre, diciembre y enero, se calcula entre 1.500 y dos mil peones. El historiador de Castro sostiene que el 80 por ciento eran chilotes y que, de esa proporción, la mitad era williche.
"Cuando se estudian los casi cinco siglos de historia que tiene Chiloé, aprendemos de marginación por el trato de esclavos que tuvieron los indígenas tributarios en el régimen español", dijo el investigador, en una entrevista periodística que el autor de este artículo publicó en junio de 2020. "También, de los chilotes mestizos, que eligieron defender la causa de los perdedores, es decir, ser el ejército realista en la Guerra de Independencia. Pero sus descendientes fueron quienes cabalgaron por las pampas promoviendo estas huelgas. No es casualidad que el primer fusilado fuera Roberto Triviño Cárcamo". Además, no adoptaron los chilotes la actitud pasiva que generalmente, se les atribuye. Junto con Naín y con el caído en la estancia Bremen - El Cifre, Mancilla Pérez rescata la figura de Antonio "El Negro" Leiva, a quien la prensa que respondía a los estancieros consideraba como cabecilla en Puerto Deseado, junto a José Font, es decir, el célebre Facón Grande. Pero para el chilote Leiva, ni películas ni canciones.
Aquellos peones que habían migrado desde el archipiélago o que llegaban todos los años para la temporada de esquila, "no tenían la educación ni la experiencia sindical de los españoles. Por esa razón no eran dirigentes de agitación, pero los que aprendieron a leer y escribir en la escuela de la FOM fueron delegados en las estancias. Por ejemplo, en la única foto de Outerelo, está acompañado por un obrero chilote, presumiblemente Descoubieres. A esto agrego que, en la creación de la Sociedad Obrera de Río Gallegos, estuvo como representante de la FOM, Marcos Mancilla Eugenin", puntualizó Mancilla Pérez en la misma crónica.
Según sus estimaciones, en el cálculo más conservador, alrededor de 600 de los fusilados tenían origen o pertenencia étnica, pero sobre ellos, los dispositivos de silenciamiento y negación fueron particularmente exitosos, inclusive hasta hoy. "De los chilotes de origen williche se rescatan menos de una decena de nombres: Juan Naín, los hermanos José y Pedro Caicheo, fusilados en la estancia la Anita... En la lista de los obreros presos en la cárcel de Río Gallegos, entre los nombres de más de 180 obreros, sólo uno de origen williche: Juan Francisco Melipichun, de 20 años. ¿Qué pasó con los otros? [...] Los chilotes de origen williche eran los tumberos', vagabundos que andaban por las estancias mendigando trabajo. Así fue hasta los años 60, gente que escapaba de la pobreza de las islas y se embarcaba a buscar la vida en la Patagonia. Lo mismo hicieron los españoles escapando del hambre y ahí aparece la discriminación, al establecer la diferencia. Es el mismo hambre (sic), pero en esta historia los europeos son los héroes y los otros los olvidados", cuestionó el historiador de Chiloé. "La historia de los chilotes fusilados en la Patagonia durante décadas permaneció en la memoria de los campesinos isleños, pero nadie tuvo el valor de rescatarlas. Eran historia de ñangos', de indios' que a nadie importaban. El racismo sin raza que también nos ensucia en esta isla, se murieron los abuelos que vivieron estas historias y nadie les creyó tanta tragedia", lamentó.
En verdad, la historia de Chiloé se estira bastante más que cinco siglos. Se calcula que el área ya estaba poblada 12 mil años antes del presente, a partir de la información que brinda el sitio arqueológico Monte Verde, en cercanías de Puerto Montt. A la llegada de los españoles, el archipiélago estaba poblado por dos etnias: chonos y williche. "A diferencia de otros pueblos que fueron sojuzgados por los europeos, los de Chiloé continuaron desarrollando sus tradiciones ancestrales, muchas de las cuales compartieron con el invasor, por todo el período colonial, y han sobrevivido hasta el presente", nos dicen Renato Cárdenas, Dante Montiel Vera y Catherine Grace Hall (1991: 17). Los europeos se instalaron en la Isla Grande en 1567 y comenzaron a erigir el poblado que se convertiría en Castro. Por entonces, la población indígena del territorio era abundante, según las propias observaciones españolas, ávidos los conquistadores de nuevas encomiendas. Al principio, la cantidad de indígenas encomendados totalizó 10 mil almas, pero ya en 1600, su número había disminuido a tres mil. La incorporación forzosa al odioso régimen no fue del todo pasiva y hubo resistencias. Al igual que en el resto del territorio mapuche, no existía en Chiloé "una estructura social centralizada" (Cárdenas y otros 1991: 21) y tampoco una tradición militar que permitiera una oposición guerrera sostenida. Sin embargo, "la etnia veliche, sostenedora laboral de la encomienda, estará permanentemente avizorando oportunidades para caer sobre el conquistador", añaden los autores. A comienzos del siglo XVII, hicieron su irrupción en escena los misioneros jesuitas, para quienes la cultura williche era pagana. A mediados del mismo período, la Isla Grande vivió una suerte de boom maderero y desde la perspectiva indígena, la encomienda se tornó muy difícil de diferenciar de la esclavitud lisa y llana. La opresión siempre genera resistencia y el pueblo williche de Chiloé no fue la excepción: en 1712 se produjo un alzamiento que fue aplastado salvajemente por los soldados imperiales, con cerca de 800 muertos entre los insurrectos. Las bajas españolas se redujeron a 30. Con anterioridad, los williche habían aprovechado la presencia de corsarios enemigos de España para cobrarse revancha, aunque fueran transitorias. Inclusive, los ibéricos fueron desalojados de Castro en una de esas incursiones. Pero como cada rebelión finalizaba con una represión desproporcionada, fue necesario adoptar otras formas de lucha. El longko de cada comunidad continuó como intermediario entre el encomendero y su gente pero además, se convirtió en denunciante de abusos ante las autoridades. Cuando las locales no daban respuestas, llegaron a salir de incógnito de las islas en dirección al continente, para llevar sus reclamos a la Real Audiencia. También alentaron diversas experiencias de resistencia: pagar tarde el tributo o disminuir su volumen, abandonar obras en plena ejecución, y trabajar a un ritmo menor al que requerían los españoles. Surgieron grupos de funcionamiento clandestino, antecesores de Los Brujos de la Recta Provincia, experiencia cuya descripción excede los límites de este artículo. Son poderosamente llamativas ciertas coincidencias: "Sabotaje, huelga y presión, serán factores determinantes para que comiencen a aplicarse ciertas medidas proteccionistas, legisladas con posterioridad al levantamiento de 1712, pero no aplicadas en el archipiélago. Todas estas acciones contra el sistema determinaron el fin de la encomienda en marzo de 1782" (Cárdenas y otros 1991: 27). Desde las perspectivas williche, las cosas no cambiaron demasiado, porque en lugar de deslomarse para sumar a la fortuna de los encomenderos, pasaron a tributar directamente al rey y desde ya, a la Iglesia. Como continuó la sujeción, también la rebeldía. "Nos parece que la resistencia del indígena a diversas formas de explotación, significó, en lo fundamental, conquistar un espacio en el futuro, acarreándonos algunas claves fundamentales de su cultura, enquistada hoy en las instituciones domésticas, sociales y productivas del archipiélago", afirman Cárdenas y sus colegas. Si la cultura de los williche estaba presente de diversas formas en el Chiloé de la década de 1990, no hay por qué pensar que estuviera ausente 70 años antes, entre los centenares de peones que tuvieron la osadía de cuestionar la prepotencia de los patrones, a uno y otro lado de la frontera. Por las dudas, destaquemos que de la "unidad étnica" -Cárdenas dixit- designada históricamente como mapuche o araucana, derivan los veliche o williche del archipiélago. Durante el período colonial, comenzó a llamárselos chilotes.
Todavía 30 años atrás, un porcentaje significativo de la población de Chiloé llevaba apellido mapuche y las cosas no cambiaron mucho desde entonces. El idioma y la vigencia del az mapu en sus variantes locales, sufrió la embestida de siglos de colonialismo, pero aún así gozaban de cierta vitalidad en las zonas de Compu, Chadmo Central y Yaldad-Incopuye, según la localización de los investigadores. Desde fines de los 90 hasta ahora mismo, las comunidades y organizaciones williche atraviesan un período de revitalización que se expresa en demandas políticas, en expresiones culturales y en movilizaciones de resistencia ante las modalidades regionales del extractivismo. Para 1920, cuando comenzó a escribirse la trama de los fusilamientos en la lejana Santa Cruz, residían en el archipiélago de Chiloé algo menos de 110 mil indígenas, según los registros chilenos.
Los conquistadores españoles se toparon en las islas con las mismas dificultades que en el resto del territorio mapuche: los williche no vivían en caseríos, dispersión que dificultaba el control del conquistador. Los intentos por concentrarlos chocaron "con la resistencia del indígena a hacer abandono de las tierras de sus ancestros" (Cárdenas y otros 1991: 161). La agricultura funcionaba a través de un "sistema comunal" (171) que todavía se practica en las islas y se denomina minga: es "la unión de un grupo de vecinos especialmente para sus labores de siembra y cosecha, actividad que es retribuida al final de cada faena, con abundante comida y mucho licor". Quiere decir que antes de la llegada de la cultura que se creía superior, el trabajo tenía entre los mapuche williche un carácter colectivo y festivo que ni siquiera hoy puede encontrarse en Occidente. La misma metodología se ponía en práctica para la construcción de las rucas o viviendas, que podían cobijar entre 90 y 30 personas, aunque en Chiloé fue usual la de proporciones más reducidas. Al igual que entre los mapuche de territorio adyacente al río Biobío -los más descriptos por los primeros cronistas españoles-, "el pueblo mapuche-huilliche no tuvo autoridad centralizada o hegemónica, a excepción de las coordinaciones militares que se ejercieron, especialmente durante la guerra con los españoles" (Cárdenas y otros 1991: 208). La agrupación básica reunía a parientes muy cercanos, que totalizaban entre tres y siete ruka, bajo el liderazgo de un longko, quien "constituía más bien una autoridad persuasiva, que carecía de poder efectivo para pedir tributos, infringir castigos o demandar obediencia" (209). El caví era una conformación social mayor, en la que la conducción recaía en otro longko al que estaban subordinados los primeros, "pero de acuerdo al tipo de democracia descentralizada que practicaban los mapuche-huilliche, esta dependencia debió haber sido tan sólo nominal y seguramente desarrollaba más bien vínculos formales y de mutuo respeto". La toponimia actual de Chiloé e inclusive de la parte continental de la Región de Los Lagos testimonia el dinamismo que alcanzó en el pasado esa forma de organizarse: Quicaví, Reloncaví, Curacaví, Puchuncaví y demás. Al instaurar el régimen de encomiendas en 1567, los españoles tomaron como referencias a los caví: fueron 64 los que se institucionalizaron y también fue entonces cuando los recién llegados empezaron a llamar caciques -voz caribe- a los loncos. La organización tradicional nunca desapareció del todo a pesar de la virulencia colonialista y se revitalizó a parir de 1935, es decir, 15 años después de los fusilamientos en Santa Cruz. Para 1991, existían en Chiloé cuatro comunidades, con sus respectivos loncos. En 2003, se conformó la Federación de Comunidades Huilliches, con la adhesión de 29 comunidades. En el presente, las demandas también se canalizan a través de la Unión de Asociaciones y Comunidades Williche.
Históricamente, sobre el espacio donde se desarrollaban las tareas agrícolas existía cierta relación de propiedad, pero coexistían con amplias zonas sin dueño alguno, donde se cazaba y se recolectaba. El mar y las playas estaban incluidas entre las últimas, pero sobre unas y otras áreas, se desarrollaban trabajos con "espíritu de ayuda mutua y usufructo colectivo" (Cárdenas y otros 1991: 213). Aunque patriarcal, en la sociedad mapuche williche la mujer era poseedora de una huerta propia, de gallinas y otros elementos, de los cuales el esposo no podía disponer. Inclusive bajo sujeción colonial o republicana, entre los williche de Chiloé pueden encontrarse prácticas sobre las cuales los anarquistas europeos del siglo XIX teorizaron y persiguieron como metas a través de sus luchas.
Amantes de su libertad
El anarquismo "se revela a través de un cuerpo de ideas-matriz entre las cuales a buen seguro se cuentan las que reivindican la autogestión, la democracia y la acción directas, el federalismo y el apoyo mutuo", define el escritor y docente universitario Carlos Taibo (2018: 15). Como ideología y práctica, surgió a mediados del siglo XIX en el occidente de Europa y en su canon de pensadores, se acostumbra a ubicar a Mijaíl Bakunin, Piotr Kropotkin y Errico Malatesta, entre otros. Sin embargo, en los últimos 60 años y a partir del trabajo de unos pocos antropólogos, se acrecentó una certeza: "son muy numerosas las comunidades humanas que, desde tiempo inmemorial y en los cinco continentes [...], han desplegado prácticas que a menudo recuerdan a esas ideas-matriz recién mencionadas" (Taibo 2018: 16). Para el intelectual español, llamarlas anarquistas sería erróneo porque el gesto participaría del afán occidental de clasificar toda realidad según su propio prisma, aunque en parte claudica, al afirmar que "esas gentes no tenían necesidad alguna de saber que eran eso: anarquistas". En su argumentación, prefiere valerse del adjetivo libertario 2 porque tiene un sesgo ideológico menor y remite más bien "a prácticas y conductas que a conceptos asentados" (2018:17). Desde esa perspectiva, hubo comunidades humanas que se caracterizaron por desplegar prácticas libertarias mucho antes de las formulaciones anarquistas, entre ellas, algunas de las primeras naciones o pueblos indígenas del continente que, desde la conquista europea, se designa como América.
El mapuche es un claro ejemplo de organización política, económica y social de carácter libertario. El historiador chileno José Bengoa -hombre de la democracia cristiana- describió que al interior del pueblo mapuche "se estructuró una sociedad de personas libres y amantes de su libertad; una sociedad que no requirió de la formación de un Estado omnipresente y esclavizador, una sociedad que si bien por su número y densidad podría haberse transformado en un sistema jerarquizado, lo rechazó e hizo de la independencia de sus linajes familiares una cultura" (Taibo 2018: 83). En efecto, al establecer contacto con los mapuche, los españoles del siglo XVI no encontraron poder centralizada alguno, entonces no tuvieron rey o emperador a quien descabezar. Tampoco existía burocracia alguna que se consagrase a recaudar impuestos o tributos y como describimos para el caso de los williche de Chiloé, el trabajo era voluntario, festivo y nadie se apropiaba de los excedentes. Incluso en forma contemporánea a la Campaña del Desierto, los mapuche que protagonizaron los últimos intentos de resistencia tomaron sus decisiones políticas y militares en el curso de multitudinarios trawün o encuentros, en cuyo ámbito la voz de los loncos tenía su importancia, pero jamás se imponía de manera vertical. Aun en esos momentos de desesperación, el poder residía en la asamblea, órgano de democracia directa cuyo funcionamiento sorprendió a Lucio Victorio Mansilla, en ocasión de su célebre expedición a las tolderías rankülche de Mariano Rosas y Baigorrita. Quizá fuera el primero quien con mayor claridad ante un interlocutor wingka, explicitó cómo funcionaban las cosas en la sociedad mapuche antes de que se concretara la sujeción colonial. El militar urgía la celebración de un tratado, pero Panguitruz Gner -su verdadero nombre- se debía a otra institucionalidad.
Yo, hermano, quiero la paz porque sé trabajar y tengo lo bastante para mi familia cuidándolo. Algunos no lo han querido; pero les he hecho entender que nos conviene. Si me he tardado tanto en aceptar lo que usted me proponía, ha sido porque tenía muchas voluntades que consultar. En esta tierra el que gobierna no es como entre los cristianos. Allí manda el que manda y todos obedecen. Aquí, hay que arreglarse primero con los otros caciques, con los capitanejos, con los hombres antiguos. Todos son libres y todos son iguales (Mansilla 1987 Tomo I: 248).
Mariano Rosas era ñizol longko, es decir, lonco principal o lonco entre loncos, pero jamás se le ocurrió tomar una decisión que involucrara a su gente para luego bajarla a los demás. Las determinaciones se adoptaban cuando se alcanzaba consenso y en el intercambio de pareceres, se prestaba mucha atención al criterio de los futrakeche, los "hombres antiguos" del relato. El encuentro entre los rankülche y los enviados del gobierno argentino se produjo en abril de 1870. Un año después, cuando el pueblo parisino intentó avanzar hacia una organización igualitaria de principios similares a los mapuches, fue ahogado en sangre y fuego.
Cárdenas, Montiel Vera y Hall observaron a fines del siglo XX que, a diferencia de otras primeras naciones, los williche del archipiélago de Chiloé no sólo se las arreglaron para continuar con el desarrollo de sus tradiciones ancestrales, además influyeron con ellas sobre la sociedad hispano-mestiza hasta la actualidad. Al igual que en el resto del territorio mapuche ancestral, los ancestros de los peones rurales jamás constituyeron organización política centralizada y si bien fueron sojuzgados tempranamente, canalizaron su resistencia ante la opresión siempre que pudieron, inclusive con armas en la mano. El sabotaje, la huelga, el boicot y otros métodos que se creen de invención europea, ya formaban parte del arsenal williche cuando los teóricos del anarquismo ni siquiera estaban en los planes de sus respectivos progenitores. Los diversos cabi nunca se ordenaron de manera piramidal y establecieron entre ellos una relación federalista, al igual que los célebres butalmapu del pueblo mapuche que pudo permanecer en libertad hasta fines del siglo XIX. En métodos como la minga agrícola o el rukatun (construcción colectiva de viviendas), la sociedad williche ensayó la ayuda mutua y el trabajo festivo mucho antes que el concepto se formulara teóricamente en la Europa que devastó el capitalismo. La distribución horizontal del poder político determinó que entre los diversos loncos no existieran vínculos de sujeción y además, el usufructo del bosque, las playas y el mar tuvo mucho de comunal. Que desde 1990 hasta el presente los mapuche williche de Chiloé atraviesen una considerable revitalización de sus comunidades y organizaciones, indica que su cultura nunca desapareció, aunque se haya refugiado durante siglos bajo el ropaje del sincretismo o el mestizaje.
Bayer reprodujo el testimonio de un compañero de Triviño Cárcamo, quien muchos años después describió así al primer fusilado: "Era un muchacho entusiasta, cuando fueron a levantar la estancia, él se ofreció enseguida, solo por entusiasmo porque los trabajadores chilotes en aquel tiempo no sabían lo más mínimo de sindicalismo. Se adhirió porque todos nos adherimos" (Mancilla Pérez 2019: 199). Sin embargo, la misma fuente añadió que el chilote de Ancud era un gran agitador, ya que, al arribar a las estancias, en los comedores de los peones o en los galpones de esquila, gritaba: "Es la huelga compañeros, no más hambre, ni sueldos miserables. ¡Viva la huelga, compañeros!". Quizá la gran mayoría de los peones de origen williche y sus compañeros mestizos no supieran de estatutos, de burocracias y de planteos teóricos, pero sabían bastante de ayuda mutua, de igualdad, de resistencia a la autoridad e inclusive, de huelgas, tanto o más que sus pares españoles, rusos, españoles, alemanes y otras nacionalidades. Todos adhirieron a la rebeldía obrera, porque para 1920 llevaban más de tres siglos de obstinadas rebeldías. Sacar su lucha de la invisibilidad es un gesto anticolonial que se torna imperioso.
En la mañana del 5 de noviembre de 1921, los cinco tiradores que resguardaban la estancia de los Schroeder escucharon "alaridos a lo indio". Bayer supuso que los jinetes chilotes los proferían "tal vez para darse coraje". Imposible no asociar los alaridos con el afafan, grito mapuche que, en su sentido ritual, es una manera de concentrar newen o fuerza, pero no sólo en sentido físico, sino más bien espiritual. Existen diversas modalidades de afafan y en el presente, no sólo se escuchan en ceremonias, sino también en movilizaciones callejeras. Los antiguos cronistas españoles que también fueron soldados, dejaron constancia de la conmoción que invadía a sus filas cuando a su frente, centenares o miles de pulmones se descargaban en estentóreos afafan, inmediatamente antes del choque. Los guerreros de entonces no iban solos al combate, contaban con el concurso de sus ancestros y también de sus aliados del mundo natural, a los que simbolizaban en sus vestimentas: zorros, lobos marinos, pumas, gatos monteses, cóndores... El afafan era una manera de convocarlos para enfrentar juntos a los soldados enemigos. A pesar del mestizaje y la opresión católica, es muy probable que los afafan nunca dejaran de escucharse en los bosques más umbríos de Chiloé y que reaparecieran en los momentos culminantes de rebeldía, varias veces centenaria. Fueron afafan los que sustentaron las vivas a la huelga de 1920 y 1921. Afafan y banderas rojas.
NOTAS
1 En "Cabezas de tormenta. Ensayos sobre lo ingobernable". Página 12. Anarres. Buenos Aires.
2 En los últimos años, en la Argentina se difundió el vocablo para designar a neoliberales extremistas que son defensores a ultranza de la propiedad privada y de la primacía del interés individual. Toman como ejemplo a los "libertarians" estadounidenses, de manera que su designación precisa sería "libertarianos". Desde ya, para este artículo, el sentido del adjetivo libertario es el tradicional.