La controvertida y aristocrática historia de la estatua de Roca en Bariloche
Por Diego Llorente
Sin lugar a dudas, los edificios que conforman el Centro Cívico representan una postal única de Bariloche, que solo al verla es reconocida en el mundo entero. Más allá de las bellezas paisajísticas de la región, claro está.
El pensamiento desarrollador de Exequiel Bustillo como director de Parques Nacionales y el excelente criterio del brillante arquitecto Ernesto de Estrada conformaron una obra maravillosa que ocho décadas después, turistas y residentes siguen disfrutando.
Lo curioso del caso, y que estas líneas intentan rememorar, es lo ocurrido con la escultura del general Julio Argentino Roca, que, más allá de la permanente polémica ideológica actual (en la cual esta nota no pretende interferir), en aquellos días de proyección, construcción e inauguración de la obra total del Centro Cívico generaron algunas diferencias.
En 1936, De Estrada -con tan solo 27 años- ingresó a la recientemente creada Dirección de Parques Nacionales, a poco de su regreso de Francia, donde se había especializado en urbanismo en La Sorbona.
Una de las primeras tareas que le encomendaron, dentro del proyecto de urbanización de Bariloche, fue la proyección de la implantación de diversos edificios públicos, entre los cuales estaban el Palacio Municipal, el Juzgado de Paz, oficinas de Turismo, una comisaría, la Aduana y el Correo.
Sin embargo, De Estrada, que había pasado varios años aprendiendo, recorriendo y analizando el urbanismo de diferentes pueblos europeos, consideró que dispersar dichos edificios no era conveniente. Por eso planteó la necesidad de erigir un solo conjunto edilicio, al que le agregó un museo, una confitería, una biblioteca con un salón de actos y una plaza seca, destinada a reuniones cívicas.
Por entonces, Bariloche tenía 9.800 habitantes y los bosquejos desarrollados por De Estrada fueron confeccionados luego de numerosas y extensas visitas que debió realizar al incipiente pueblo. La idea gustó tanto a Exequiel Bustillo que, incluso, tomó un borrador realizado por De Estrada y lo remitió al diario La Nación, para anunciar la obra.
"De Estrada se apareció una mañana en mi despacho, desplegando un plano, que representaba su primer trabajo. Era nada menos que el proyecto del Centro Cívico, un conjunto de edificios públicos que precisamente necesitaba Bariloche, con una armoniosa plaza en su centro y que constituía una masa arquitectónica concebida entre arte y gracia, que sin duda entraba por los ojos", describió Bustillo en su libro "El despertar de Bariloche".
El conjunto urbano fue inaugurado el 17 de marzo de 1940. Para tal fin, De Estrada y su equipo elaboraron 418 planos, pliegos de especificaciones técnicas, cómputos y presupuestos de cada obra, la cual fue realizada en tiempo récord, ya que fue ejecutada en tan solo 17 meses de tareas.
El costo total de los trabajos demandó 884.585 pesos y estuvo a cargo de la prestigiosa empresa Christiani-Nielsen, que subcontrató a Enrique Lunde y designó como su representante al ingeniero Ankeer Andersen.
Sin embargo, aquella inauguración del Centro Cívico no contó con la presencia del caballo ni del general Julio Argentino Roca. Solamente estaba el pedestal vacío. ¿Por qué?
La polémica por la escultura
Cuando Exequiel Bustillo vio el mencionado borrador del Centro Cívico realizado por Ernesto de Estrada se quedó encantado y felicitó a su colaborador. Pero advirtió que el proyecto implicaba una erogación importante, que no estaba al alcance de Parques Nacionales. "Es tan poco realizable como el Partenón", señaló por entonces.
Sin embargo, con el croquis en su escritorio y buscando una fuente de recursos, Bustillo recordó una antigua idea que tenía, que era la de erigir en Bariloche una estatua del general Julio Argentino Roca, a quien consideraba "conquistador del desierto" y que, además de definir los límites, "había organizado el gobierno territorial de aquellas apartadas zonas e iniciado una embrionaria colonización".
Entonces, unificó las propuestas y se imaginó a la estatua colocada en medio de la plaza, tal como el monumento a Marco Aurelio en Roma. Aunque en este caso, el entorno natural sería mucho más imponente.
Esta iniciativa generó el malestar de Ernesto de Estrada. Él había proyectado toda la obra del Centro Cívico, con una plaza seca, sin nada en su perímetro. Ni siquiera la Bandera Argentina, que se incluyó, pero en la zona de los jardines. Ahí radicaba el punto. De Estrada planteó lo edilicio de un lado y los parques del otro. Por eso, en los patios traseros y delanteros del Centro Cívico, ubicó toda la parquización y el arbolado.
Se oponía a la instauración de una estatua (cualquiera fuera) en la plaza. Y solicitó que, en todo caso, se la colocara más abajo, por fuera de los límites de ella, en la zona del barranco. Insistía en que quería una plaza seca donde la gente pueda manifestarse, festejar, que sea el espacio del pueblo. No solo sin estatuas honoríficas, sino que tampoco estaba de acuerdo con la colocación de bancos. Entendía que cualquier inserción allí, desvirtuaba el sentido que él había proyectado.
De Estrada entendía que la cuestión más simbólica ya estaba cubierta, con las cuatro figuras que dan vueltas en el escudo ubicado en la torre del reloj. Allí, todos los mediodías y a las seis de la tarde, pueden verse las representaciones de un indígena, un sacerdote, un militar y un labrador, representando los diferentes momentos históricos de la región hasta entonces.
La financiación
Sin embargo, Bustillo era una persona empecinada. Si se fijaba algo en la cabeza, no paraba hasta conseguirlo. Y el Centro Cívico ya era una obsesión, aunque no contaba con el presupuesto para construirlo. Calculaba que necesitaría cerca de un millón de pesos.
Ante este escenario, convirtió la estatua de Roca en su llave para financiar la totalidad del Centro Cívico, utilizando sus permanentes buenos vínculos con la aristocracia y la política porteña.
Al primero que visitó fue al entonces vicepresidente de la Nación: Julio Roca, hijo de quien pretendía homenajear y con quien lo unía un estrecho vínculo familiar y personal. Cuando se reunió con él y le comentó la obra y la escultura que pretendía hacer, Roca le respondió que respaldaba la idea, pero que por cuestiones éticas no podía ser él quien tramite el dinero, considerando que se trataba de su padre. Pero claro, su visto bueno ya era positivo para encarar cualquier gestión.
Así fue que Bustillo acudió al diputado roquista Benjamín González, oriundo de Corrientes y que integraba la comisión de presupuesto. El parlamentario le facilitó 150 mil pesos y esa suma le permitió comenzar con los trabajos, a partir de los cimientos. Al año siguiente, el Gobierno le otorgó el dinero para la parte más gruesa: unos 550 mil pesos. Mientras que su amigo personal Ramón Alvarado, que se desempeñaba como ministro de Obras Públicas, le suministró 100 mil pesos más para la última etapa.
"No es que el Centro Cívico fuese construido para servir de marco a la estatua del general Roca, ni mucho menos. Tampoco esta se levantaba para complementar aquella realización arquitectónica. Pero no hay duda de que ambas ideas nacieron asociadas, como si al satisfacer la necesidad que este Centro Cívico venía a llenar, sirviese al mismo tiempo de decoración al gran homenaje que la Patagonia debía a quien había conseguido liberarla del indígena que la asolaba", escribió Bustillo.
Incluso fue él quien solicitó al intendente de Bariloche, Víctor Gonella, que el Concejo Municipal denominara a la plaza central como "Plaza de la Conquista del Desierto", para configurar la plenitud del homenaje. Como es sabido, el nombre mutó a "Plaza Expedicionarios al Desierto".
Con todo esto avanzado, Exequiel Bustillo le encomendó a su hermano Alejandro que construyera un pedestal para erigir la estatua de bronce. De hecho, fue la única intervención del destacado arquitecto Alejandro Bustillo en toda la obra (construyó la Intendencia del Parque Nahuel Huapi, pero en 1936 y disociado del Centro Cívico).
La idea era clara: Exequiel no solicitó esta tarea a Ernesto de Estrada porque se oponía a la presencia del monumento allí y su hermano se ofreció para hacerlo sin costo alguno.
Esto permite ver la diferencia técnica arquitectónica en el diseño del pedestal, con respecto al resto de los edificios que rodean la plaza. Tiene diferentes ejes de simetría, que se evidencian en las formas rectangulares de las piedras de dicho pedestal y las utilizadas en las construcciones aledañas, las cuales son irregulares, con el fin de asemejarlas a las montañas de la región.
El pedestal se hizo de inmediato por personal de Parques y quedó en el centro de la plaza, desde aquella inauguración en marzo de 1940, sin nada arriba y a la espera de la figura que se posaría encima.
El homenaje
Así las cosas, al director de Parques Nacionales le faltaba solo la frutilla del postre. Y para su suerte, en Buenos Aires, se había creado por entonces una comisión que elaboraría un monumento del general Roca allí. A ellos acudió y le suministraron 20 mil pesos, que sirvieron para pagarle al escultor que se encargaría de la estatua barilochense. Mientras que la fundición del bronce estuvo a cargo del Ministerio de Guerra.
Quien la cinceló fue Emilio Jacinto Sarniguet, un destacado escultor especialista en caballos, quien en 1932 había elaborado el monumento al Resero, en Mataderos, donde se ve a un gaucho montando a caballo.
En el caso del de Bariloche, debió esculpir al expresidente y su caballo, evidenciando el agobio tras la marcha por la Patagonia. Ambos divisan el lago Nahuel Huapi, al que miran con resignada quietud, sabiendo que jamás alcanzarán su orilla.
Sarniguet utilizó como modelo para realizar el caballo de esta estatua a "Olvido Cardal", un bellísimo exponente campeón de la raza criolla, y para hacerlo contó con la colaboración de su colega, Aurelio Macchi, quien se desempeñó como ayudante. "Olvido Cardal" era propiedad de la familia Solanet, criadores de caballos criollos, en la estancia El Cardal, en Ayacucho, Provincia de Buenos Aires.
Una vez terminada la estatua, Sarniguet, orgulloso, quiso que se colocara en el salón anual de la calle Posadas, en Capital Federal, donde se expuso varios días. Entonces, Exequiel Bustillo invitó a Julio Roca hijo, quien tenía un refinado y agudo gusto artístico, para que visitara el monumento que buscaba honrar la memoria de su progenitor y le brindara su impresión.
Fueron juntos hasta el lugar. Pero la respuesta, no fue la esperada por Bustillo: "No me gusta. Cuando mi padre hizo la campaña, era un hombre joven de apenas 32 años y aquí el escultor lo presenta como un hombre viejo, cansado, vencido. Para peor, usted me lo muestra al lado de esta maravilla", dijo Roca en referencia a la estatua del general Alvear, uno de los más reconocidos monumentos de la ciudad de Buenos Aires.
Con un dejo de vergüenza, pero con su objetivo cumplido, Bustillo envió a los pocos días la escultura a Bariloche.
Así fue como diez meses después de haber inaugurado el Centro Cívico, se realizó otro pomposo acto inaugural, pero ahora específicamente en honor a Roca y su caballo. La ceremonia fue el 14 de enero de 1941, frente a la presencia de autoridades nacionales y locales, la formación de las tropas del Ejército y una numerosa concurrencia.
En aquel acto tomó la palabra Exequiel Bustillo, le siguió un representante de la Comisión Nacional del Monumento a Roca, el intendente Gonella y el ministro de Agricultura de la Nación, Daniel Videla. También se había invitado al presidente Roberto Ortíz, pero envió una carta excusándose por su ausencia.
Luego de inaugurada la figura, Bustillo recibió una carta anónima, según contó en su libro. En ella, un respetuoso vecino lo contrariaba, señalando que, en lugar del general Roca, correspondía homenajear al general Conrado Villegas, por haber sido él quien llegó hasta estas tierras en la denominada "Campaña del Desierto". El anónimo consideraba que "la prosperidad de Bariloche debe estar bajo la figura marcial del jefe militar que la fundó".