Cultura

"La poesía roza el misterio y el silencio"

La sombra de todo recibió el Primer Premio Nacional de Poesía otorgado por el Fondo Nacional de las Artes. Esta entrevista se refiere a ese libro, en ella Cristian devela que "una suerte de poética ‘del pensar' se ha ido acentuando en mí con el tiempo, y que eso se hace más intenso en La sombra de todo. Se trata de nuevas experimentaciones con el lenguaje, en particular con sus formas patológicas, cuando los humanos recurren a la última expresión en medio del caos".

Entrevista de Gerardo Burton

(fragmento)

La historia social e individual, las peleas contra la enfermedad y el oficio de poeta como expresión alternativa y antagónica del poder son algunos elementos de La sombra de todo, reciente libro de Cristian Aliaga, una de las voces más firmes en la Patagonia.

Quizás primero sea un borrón en libretas, en papeles fácilmente olvidables y difícilmente recuperables. Luego, ese continuo trabajo que es el fluir del pensar y su anclaje en el sentimiento. O acaso también una idea repentina, y la necesidad de traducirla sobre el papel, desbrozando la sobredosis de lecturas, sean cuales fueren. También la extrema vulnerabilidad de toda vida humana en el dolor, la enfermedad y la contingencia. Esos temas; mejor, esos climas, campean los poemas de La sombra de todo, el libro más reciente de Cristian Aliaga.

Ese volumen no hace más que confirmar el sitio que ocupa su autor como una de las voces más originales en la poesía escrita en la Patagonia, junto con los neuquinos Macky Corbalán y Raúl Mansilla; la rionegrina Graciela Cros, el chubutense Juan Carlos Moisés y la fueguina Niní Bernardello.

De regreso con Aliaga: su libro pivotea por lo menos en torno de tres ejes constituidos por la historia política, el oficio del poeta y la enfermedad que denuncia la fragilidad de la existencia. Este poeta nacido en Tres Cuervos, provincia de Buenos Aires, hace 46 años, y radicado en Comodoro Rivadavia donde ejerce el periodismo, respondió preguntas focalizadas en su poética. Esta vez quedaron fuera sus esfuerzos por difundir la obra de Francisco Madariaga y Juan Carlos Bustriazo Ortiz, una empresa en la que colabora con Sergio De Matteo y Andrés Cursaro; los escarceos de su labor editorial y la coordinación del Espacio Hudson, en Lago Puelo.

  Cristian, poeta en todos los idiomas. (foto de Sara Fasanella).  

En esa vida, atravesada por la poesía y el periodismo, Aliaga, consciente de su labor, asegura que habla "desde la carencia del poema". Así, expresa que "la mirada de los poetas es la mirada de las víctimas, pero no con resignación"; cita a César Vallejo y a Juan Gelman como ejemplos que "dan testimonio sin empobrecer a la poesía". En consecuencia, los poetas actuales debieran tener en cuenta "el compromiso de hacer suya la mirada de todos los humillados y ofendidos, los que son -somos- reducidos al rol de víctimas y de consumidores del mismo sistema que los reprime y los aplasta".

Pero además, "el mercado se ocupa de todos y de todo aquello que tiene un rédito, que tiene un objetivo material, que acumula poder. La poesía no: la poesía está en contra del poder. Me lo digo a mí mismo, siempre, como un mantra. El poeta está contra el poder, o dejó de serlo; y esto va más allá de cualquier ideología. No por nada la iniquidad del poder ha estado siempre en contra de los poetas y de las víctimas".

Se trata de un interés añejo en la poesía de Aliaga: desde No es el aura de Kant, la historia del país aparece "desde el punto de vista de los perseguidos, los que pelean por ensanchar los márgenes de libertad, las luchas populares, la vida de los peones y los trabajadores, los ritos populares como el del Gauchito Gil, los fusilados en Zainuco o Santa Cruz. Busco una síntesis poética, lejos del panfleto".

¿Y en cuanto al oficio de poeta?

La poesía debe ser inexplicable. Uno explica demasiado en el habla de cada día, vuelve utilitaria su lengua, la reduce. La gran poesía roza, como sabemos, el silencio y el misterio, pero junta "lo que está arriba y lo que está abajo". Mi primer libro, Lejía, es de un espíritu surrealista, cruzado por lo romántico, y ahí aparecen las marcas de un territorio, aunque no en el sentido regional. Yo me vi impactado por el desierto patagónico cuando fui a trabajar a Comodoro Rivadavia. Sentí que era posible la mixtura de la vanguardia con el poder simbólico de ese paisaje crudo. Ese cruce de tradiciones, de las vanguardias, del surrealismo, del dadaísmo, del romanticismo, cruzado con un paisaje devastador, me hizo releer a Vallejo y Charles Bukowski, pero también a Matsuo Basho, todo con un tono trágico, y me alimentó desde entonces.

Después me veo despojándome de lo aleatorio, tratando de concentrar el lenguaje, tratando de sacar lo que sobra, de buscar precisión sin olvidar que el "adjetivo es justo o te mata".

Hay una constante reflexión, una puesta a punto, una interrogación casi continua e interpelación al lector y, por supuesto, al poeta (al otro poeta).

Una suerte de poética "del pensar" se ha ido acentuando en mí con el tiempo, y que eso se hace más intenso en La sombra de todo. Prefiero hablar más de las influencias que de los logros, se trata de nuevas experimentaciones con el lenguaje, en particular con sus formas patológicas, cuando los humanos recurren a la última expresión en medio del caos, o a lo que llamo "el silencio glacial de Celan". Estos son poemas escritos en un ciclo largo de los últimos cinco años, en parte están escritos en el medio del bosque, y en parte en una ciudad agreste, dura, terrible. El disparador va en una dirección paradójica; cada texto tiene que ver con el despojamiento y el paso del tiempo, que nunca es un mérito.

La vulnerabilidad, la enfermedad me remiten a "Hospital Británico", de Viel Temperley. 

Ese comentario es un elogio, porque mi admiración por Viel Temperley es profunda. Cierto, la enfermedad dispara procesos complejos y modificaciones significativas en nuestra percepción, en nuestra manera de ver lo que llamamos realidad. Si logramos sobrevivir, simplemente, jamás volveremos a ser como antes, en un sentido imprevisible. A mi juicio, hay un viaje particular hacia nuestro dolor, una exploración de lo que somos capaces de soportar, un territorio donde la mente es esencial para imaginar un futuro más allá de medicinas y tratamientos, que nos saque de ese lugar donde somos pasivos, sometidos. Si no, enloquecemos. Es una exploración de nuestros límites, una exacerbación de la vulnerabilidad que nos distancia de las rutinas de lo social. Tengo la tentación de suscribir la idea de Nietzsche de que "lo que no mata, fortalece", con la reserva de que los costos personales son muy altos. Nuestra mente sufre más que el cuerpo, claro. La enfermedad personal se cruza en el libro con la crisis social, otra enfermedad. Una sección se titula "La palabra enferma"; los textos fueron escritos a partir del 2001. Yo estaba entonces con la sensación obsesiva de que la palabra estaba destruyéndose a nivel social; de ahí vienen poemas como "El afásico", "El amnésico", "El apopléjico". Hay un momento en que necesitamos destruir al lenguaje tal como lo conocemos. Destruir al lugar común, que es lo que hacen los grandes poetas, pero también los seres inocentes en el fondo de los pueblos. Para mí era necesario situarme en otro lugar frente a la doble crisis social y personal, hacer de esa herramienta otra cosa.

El de La sombra de todo es un Aliaga nuevo pero siempre certero en su palabra poética.

En este libro aspiro a cruzar la sangre y la calma, la iniquidad de un tiempo que nos exaspera, con la mirada impasible de un maestro zen, algo que jamás lograré del todo, por supuesto. Se trata de una búsqueda de despojamiento e intensidad simultáneas, de evitar el chisporroteo o la exhibición para concentrarse en el significado "otro". Mirando hacia atrás, creo que mi libro anterior, Música desconocida para viajes, concentraba el lenguaje al máximo buscando destrozar a la anécdota de origen, para dejar una sensación, un "déja vu" asociado levemente a un sitio geográfico. Tiene la apariencia de un libro de crónicas, pero escritas en procura de densidad no oscurecida por el peso de las historias que lo suscitaron. Podría decir, no sé si es la verdad, que son prosas poéticas bajo el influjo de Michaux y Basho. Creo que éste es un territorio de viajes, y que ese libro fue mi respuesta personal a una tradición, pero rompiéndola. Siempre está esa cosa inasible.

* Publicado en diario Río Negro, 30-01-09.

Fuente: El saber oscuro y peligroso del poeta. Edición de Ben Bollig y Luciana Mellado. La Otra, México, 2020.