Ambiente

Por qué el capitalismo no puede salvar el planeta

 Por Randeep Ramesh* 

Vladimir Lenin definió una vez el comunismo como «el poder soviético más la electrificación de todo el país». Puede que sus palabras toquen la fibra sensible de los rebeldes verdes de hoy en día, que ven en la energía limpia una fuerza para el cambio transformador. Sin embargo, estos revolucionarios tienen todavía que ver su revolución. El año pasado fue el más caluroso de la historia y, muy probablemente, de los últimos cien mil años. Aunque están en auge las energías renovables, no crecen lo bastante rápido como para evitar el colapso climático.

Brett Christophers, catedrático de Geografía Económica de la Universidad de Upsala (Suecia), analiza las razones de esta situación y lo que puede hacerse al respecto. Christophers se ha dado a conocer gracias a una serie de libros que intentan sacar a la luz los sucios secretos del capitalismo, como Our Lives in Their Portfolios (Nuestras vidas en sus carteras), del año pasado [2023], sobre el sector de la gestión de activos. Su objetivo es hacer comprender a los lectores que han sido inducidos a una falsa sensación de seguridad por una doctrina económica que promete la salvación a sus adeptos. Del mismo modo, The Price is Wrong rechaza el razonamiento ortodoxo de que una mezcla de innovación tecnológica y magia de mercado bastará para salvar la Tierra.

Lo que está en juego es si los objetivos mundiales de mitigación del cambio climático pueden alcanzarse mediante esfuerzos por «ecologizar» la mayor fuente de emisiones de dióxido de carbono: la electricidad. Christophers es pesimista, pues la transición de los combustibles sucios a los verdes está actualmente lubricada por el propio capitalismo. Su escepticismo no es nuevo. Hay mucha gente de izquierdas que afirma que está en la naturaleza del capitalismo comportarse como destructor del medio ambiente, clima incluido.

Sin embargo, el autor esgrime un argumento más sofisticado. Aunque es cierto que la energía solar y eólica, abundante y de bajo coste, está cada vez más a nuestro alcance, el error estriba en suponer que vaya a promoverse simplemente porque la energía renovable sea relativamente barata. Los capitalistas invierten cuando los beneficios son altos y estables, no cuando los precios son bajos e inciertos. En un mundo inundado por los beneficios de la extracción de combustibles fósiles, Christophers cree que las energías renovables y sus volátiles y exiguos márgenes no gozan de muchas posibilidades.

En su vida anterior, Christophers fue consultor de gestión y bombardea al lector con datos y cifras. En 300 páginas, detalla cómo es que no han producido la privatización y la competencia los resultados económicos y medioambientales deseados. En 1985, las centrales eléctricas alimentadas con combustibles fósiles generaban el 64% de la electricidad mundial; en 2022, el 61%. Y por mucho que se hable de mercados, son las subvenciones estatales las que apuntalan las industrias ecológicas. La estadounidense NextEra Energy, la mayor productora mundial de energía eólica y solar, admite que «depende en gran medida» de las ayudas federales. Como el mundo no ha resuelto el problema del almacenamiento eficaz, la energía renovable se desperdicia sistemáticamente. En 2020, se desechó casi una quinta parte de la energía eólica generada por los parques eólicos escoceses.

Además, hay pruebas de que el mercado de la electricidad ha sido objeto de manipulación. Considérese cómo entre 2020 y 2022, los consumidores británicos, en apuros, tuvieron que hacer frente a facturas más elevadas después de que las comercializadoras anunciaran que cortarían la generación antes de los periodos de mayor actividad, antes de ofrecer energía a precios más elevados para cubrir los déficits que habían contribuido a crear. Bloomberg informó de que no había nada ilegal en esta estafa de 470 millones de libras.

Fue el economista político Karl Polanyi quien introdujo la distinción entre mercancías reales y «ficticias». La electricidad, según Christophers, es un ejemplo de estos últimos, un recurso fundamentalmente inadecuado para valorar su precio y comercializarse. Una idea así podría haber ayudado a los sumos sacerdotes de las finanzas verdes a darse cuenta de que las elaboradas estructuras de mercado que se están erigiendo para llevar a cabo la transición de los combustibles fósiles a las energías renovables se asientan sobre bases poco sólidas.

Sólo el Estado, concluye Christophers, dispone «tanto de los medios financieros como de la capacidad logística y administrativa» para aportar los billones de dólares de inversión anual en energía solar y eólica que podrían evitar que el planeta se quemara. El mensaje estriba en que resulta crucial la participación activa en la configuración del futuro, y que esta tarea es demasiado importante para dejarla en manos de los mercados. O, tal como afirmó Lenin, «a veces la historia necesita un empujón».

*Editorialista jefe del diario de The Guardian. En su carrera periodística ha sido galardonado con premios a la Exclusiva del Año y a la mejor investigación por su trabajo sobre los escándalos de los grupos de presión parlamentarios.

Fuente: The Guardian