El control social como ejercicio del poder en la era digital de la batalla culturalPor Ángel Paliza
Este es un proyecto de trabajo sobre el tema "control social". El ensayo, si bien analiza el tema control social, lo hace desde una perspectiva totalmente diferente a la que hacen algunas Ciencias Sociales.
Cuando en criminología se refiere al concepto "control social", se aborda al tema como el control qué hace la sociedad en su conjunto sobre las acciones de los ciudadanos que se desvían de las reglas de conducta impuestas socialmente. Es decir, las reglas que (supuestamente) la sociedad elabora a través de sus órganos legislativos.
Nosotros junto a otros analistas (la denominada criminología crítica), abordamos la cuestión considerando que esa es una visión sesgada de lo que implica la expresión "control social".
En una sociedad dividida en clases sociales, en dónde existen sectores que ejercen el control de la economía, de la acumulación de riqueza, y en consecuencia, sobre el poder político, mediático, y comunicacional, la realidad es otra. Esos sectores ejercen el control sobre otras franjas de la población que se encuentran subordinadas a ese poder económico, prestando solamente la mano de obra necesaria para generar riqueza. Allí el concepto de control social adquiere otro sentido totalmente distinto.
Es el control social justamente lo que necesita la clase dominante para mantener a la clase dominada o subalterna, como algunos autores la denominan, en una posición de no rebelión o resistencia.
Según la concepción de Antonio Gramsci, cuando los mecanismos de percepción y seducción fracasan, el poder recurre a otras formas de control que van desde la represión directa, hasta la simbólica o larvada. Resulta para este caso correcta la frase tan utilizada tanto en criminología como en Derecho Penal: "El Estado ejerce en monopolio de la violencia". Es una justificación que invisibiliza la instrumenlización de la fuerza estatal en favor de la clase dominante. En este sentido, la criminología tradicional presenta al Estado como un organismo neutro, cuando en realidad, siguiendo a Gramsci y a Lenin (Estado y Revolución), es un aparato que garantiza la hegemonía de quienes ostentan el poder.
En la era digital, las estrategias del control social han alcanzado niveles de sofisticación sin precedentes. El avance de la inteligencia artificial y la hiperconectividad han permitido una manipulación más sutil y efectiva del pensamiento colectivo. La alienación del capital se profundiza con la. inundación de información irrelevante, la distracción permanente y el vaciamiento ideológico. Se generan discursos que desvían la atención de los problemas estructurales y fomentan la fragmentación de los sectores subalternos.
La noción de "gente de bien" es otro mecanismo ideológico ambiguo y estratégicamente construido. Al carecer de una definición precisa, amplios sectores de la sociedad pueden autoidentificarse con esta categoría, excluyendo a los "otros" que se presentan como una amenaza para el orden. Este tipo de. dicotomía -"nosotros contra ellos"- no se fundamenta de una lucha de clases consciente, sino de una segmentación artificial que refuerza la dominación.
Yuval Harari advierte que en el siglo XXI el control social no depende únicamente de la coerción directa o la manipulación mediática tradicional, sino de la capacidad de las élites para recolectar datos masivos. Este fenómeno, que denomina hacking humano', permite moldear decisiones individuales mediante la predicción algorítmica, sin necesidad de represión explícita.
En esta lógica, los algoritmos personalizados no solo filtran la información: transforman la percepción de la realidad. El poder actúa sin ser detectado, reforzando creencias y anulando la capacidad crítica. Harari plantea que este nuevo modelo de control exige una defensa activa de la privacidad y una alfabetización digital profunda.
Por su parte, Byung-Chul Han introduce el concepto de psicopolítica digital, en el que la vigilancia ya no es impuesta, sino deseada. El sujeto neoliberal se autoexplota creyéndose libre, se autocensura creyéndose transparente, y participa activamente en su propia dominación sin percibirlo.
Para Han, la era del rendimiento sustituye al disciplinamiento clásico. Ya no se necesita la represión externa: el individuo se convierte en su propio opresor. El control no se ejerce con prohibiciones, sino con incentivos de productividad, visibilidad y eficiencia.
Ambos autores coinciden en que el verdadero desafío político contemporáneo no es solo resistir la represión estatal, sino desmantelar las estructuras invisibles que moldean deseos, emociones y decisiones. En esta nueva batalla cultural, la libertad solo puede sostenerse recuperando el pensamiento crítico y la capacidad de imaginar mundos alternativos al régimen algorítmico dominante.
En conclusión, el control social en la era digital ha perfeccionado los mecanismos de hegemonía descritos por Gramsci. La coerción sigue presente, pero cada vez más combinada con estrategias de manipulación ideológica y mediática. La batalla cultural no es concepto vacío, sino una lucha efectiva por. el "sentido común" de la sociedad. La cuestión central es si los sectores subalternos serán capaces de construir una forma de contrahegemonía que desenmascare estos dispositivos de dominación y dispute el poder, tanto en ámbito simbólico como en el ámbito político.
En todo caso si se manifiesta alguna resistencia, de cierto modo el statu quo se debe mantener garantizado, aunque sea por otros medios distintos de la violencia estatal, como desde la persuasión o la seducción hasta la represión (aunque no provenga del Estado).
Justamente, lo que pretendemos en este ensayo es desarrollar la manera en que se han estado perfeccionando desde la historia reciente e también desde la historia antigua los métodos de control sobre los sectores subalternos.
Estos mecanismos de control en los últimos tiempos se han perfeccionado justamente porque se han perfeccionado las tecnologías destinadas a engendrar, de cierto modo, un vaciamiento en la capacidad de razonar (sobre todo en algunas franjas sociales y etarias), y de evaluar el contexto en el que vivimos. Es decir, la alienación del capital se manifiesta exponencialmente.
Ese contexto incluye la utilización de metodologías diversas, desde la inteligencia artificial hasta el vaciamiento ideológico, o más bien la utilización de la IA al servicio del vaciamiento de la conciencia. La distracción en cuestiones totalmente colaterales o secundarias ante los principales problemas a los que se enfrenta el sector subalterno.
Control Social: Una Perspectiva Crítica desde la Lucha de Clases y la Hegemonía Cultural
Desde la perspectiva de la criminología crítica -y con apoyo en el pensamiento de Antonio Gramsci- comprendemos que, en una sociedad dividida en clases, este supuesto consenso es, en realidad, el resultado de una imposición ideológica de la clase dominante sobre la subalterna. Como señala Gramsci:
"Toda relación de hegemonía es necesariamente una relación pedagógica" (Cuadernos de la cárcel, Cuaderno 10, §44).
La hegemonía no se impone solo mediante la violencia o la coerción directa, sino a través de la dirección intelectual y moral. En palabras de Gramsci:
"El dominio de una clase se manifiesta tanto en la coerción' como en el consenso'. El Estado es el equilibrio entre estos dos elementos: fuerza y consentimiento" (Cuaderno 1, §44).
Es decir, el Estado no es un árbitro neutral, como lo presenta la criminología tradicional, sino un aparato articulado por instituciones coercitivas (como la policía y la justicia) y por aparatos ideológicos (como la escuela, los medios de comunicación, la iglesia), que funcionan como vehículos del. control social. En esta dirección, Lenin ya había señalado que el Estado es un instrumento de la clase dominante para mantener su poder (El Estado y la Revolución), y Gramsci complementa esta visión afirmando que el dominio se sostiene sobre un delicado equilibrio entre la coerción (el uso de la. fuerza) y el consentimiento (la hegemonía ideológica).
Cuando los mecanismos de persuasión y seducción fracasan, el poder recurre a formas más explícitas de represión simbólica o física. Gramsci lo expresa con claridad:
"El Estado es el conjunto de la actividad teórica y práctica con la cual la clase dirigente no solo justifica y mantiene su dominio, sino que procura ganar el consenso activo de los gobernados" (Cuaderno 13, §18).
En la actualidad, la era digital ha potenciado este proceso de control ideológico. Las tecnologías de vigilancia, la inteligencia artificial y la hiperconectividad permiten hoy una manipulación más sutil y penetrante del pensamiento colectivo. La alienación generada por el capital se profundiza a. través del exceso de información irrelevante, la banalización de los discursos y la fragmentación de los sectores subalternos.
Gramsci anticipó de cierto modo esta situación al advertir que la hegemonía se construye desde la sociedad civil, no solo desde las instituciones estatales. En sus palabras:
"Entre la estructura económica y el Estado con sus leyes coercitivas, está la sociedad civil, entendida como el conjunto de los organismos vulgarmente llamados privados" (Cuaderno 4, §38).
En este contexto, los medios masivos de comunicación, las redes sociales y los algoritmos no solo informan, sino que producen subjetividad, moldean el sentido común y refuerzan el orden establecido. La noción ambigua de "gente de bien", como, permite que vastos sectores se autoidentifiquen con una. supuesta moral superior, mientras excluyen a los "otros" que representan una amenaza para ese orden. Esta fragmentación ideológica impide una verdadera conciencia de clase y fortalece la dominación.
Como escribió Gramsci:
"El problema de la hegemonía cultural es el problema de cómo se conforma y organiza el consenso. [...] Toda revolución debe ser precedida por una batalla por el sentido común" (Cuaderno 3, §49).
En resumen, el control social en el capitalismo tardío y digital ha refinado y profundizado los mecanismos de hegemonía cultural descritos por Gramsci. La coerción no ha desaparecido, pero se encuentra cada vez más combinada con formas ideológicas, discursivas y simbólicas de dominación. La "batalla cultural" es, en este sentido, una lucha por la construcción de una nueva subjetividad colectiva.
Concluye Gramsci:
"La crisis consiste precisamente en el hecho de que lo viejo muere y lo nuevo no puede nacer: en este interregno se verifican los fenómenos morbosos más variados" (Cuaderno 3, §34).
Un aporte de Alessandro Baratta
Baratta nos plantea que el control social no es neutral ni equitativo, sino que responde a una lógica de dominación en la que las normas de los mecanismos de vigilancia están diseñadas para beneficiar a los sectores privilegiados y perpetuar la exclusión de los sectores subalternos. Desde esta. perspectiva, el sistema Penal y los dispositivos de control, no solo regulan conductas, sino que producen y refuerzan diferencias de clases, raza y género, criminalizando a ciertos grupos mientras protegen los intereses de las elites.
Lo que Baratta llama "Criminalización secundaria" resulta clave para comprender este fenómeno. Según él, el Derecho Penal no persigue de manera equitativa a todos los infractores, sino que se focaliza en sectores históricamente marginados, reproduciendo así la estructura de desigualdad económica. En. este sentido el control social en la era digital no solamente busca reprimir, sino también segmentar a través de tecnologías de vigilancia que refuerzan los prejuicios y estereotipos.
Baratta señala que el control social opera mediante la manipulación del discurso jurídico y mediático. La educación, los medios de comunicación, y las redes sociales, no solo informan, sino que también reproducen y validan narrativas que definen que conductas y que sujetos son legítimos y cuales son. peligrosos. La noción de "gente de bien" es un claro ejemplo de una categoría ideológica que refuerza la exclusión de los sectores populares, permitiendo que amplios grupos poblacionales se autoidentifiquen con ella y apoyen políticas de control punitivo.
Baratta afirma que "el delito es una construcción social amparada por el derecho y que obedece a la clase dominante".
La represión directa no es el único mecanismo eficaz de control; también se emplean formas más sofisticadas como la vigilancia masiva, los sesgos algorítmicos y la exclusión digital. Las redes sociales, las plataformas digitales y los sistemas biométricos operan como nuevas formas de control que -en. plena coincidencia con la concepción de Gramsci- refuerzan las desigualdades sociales al segmentar y criminalizar a poblaciones específicas.
Sobre la selectividad del sistema penal:
"El sistema penal opera siempre selectivamente y selecciona conforme a estereotipos que fabrican los medios masivos, en otras palabras, es un dato estructural."
Sobre la criminalización secundaria y su impacto en las clases subalternas:
"La criminalización primaria y secundaria son comunes entre los países latinoamericanos que, bajo la óptica de la criminología crítica, se traducen en mecanismos de control social que el derecho penal ejerce."
Sobre la ideología de la defensa social y la legitimación del sistema represivo:
"La ideología penal identificada como ideología de la defensa social [...] legitima instituciones sociales atribuyéndoles funciones ideales diversas de las que realmente ejercen."
Sobre la necesidad de una política criminal alternativa:
"Una política criminal alternativa no puede quedar limitada a una perspectiva reformista y humanitaria, sino que debe tratarse de una política de grandes reformas sociales e institucionales para el desarrollo de la igualdad, la democracia, la vida comunitaria alternativa y más humana."
Baratta considera que el control social en la era digital, al igual que la concepción gramsciana, no solo se basa en la cohesión estatal, sino en la reproducción de desigualdades mediante mecanismos tecnológicos y jurídicos que privatizan a los sectores subalternos. Siguiendo lo que vimos en. Baratta, podemos entender en la lucha política no solo debe orientarse a cuestionar al sistema penal y las políticas represivas, sino también a desmantelar los mecanismos de exclusión y segmentación social que sustentan el modelo de dominación contemporáneo. La resistencia, por tanto, para Baratta. implicaba no solo enfrentar la represión directa, sino además desafiar las estructuras de poder que legitiman la desigualdad, la criminalización de la protesta y la pobreza.
Coincidimos con la crítica desde la perspectiva criminológica sobre cuando fracasan las técnicas de control no violentas se recurre desde el Estado a otros mecanismos de dominación (o más bien vemos que se combinan en la realidad, "palos y persuasión"). Lo más frecuente es que se combinen de una. manera perversa. Lo que significa que traslada la posibilidad de reacción (violenta o no) de la víctima o de cualquier persona al Estado.
Sin embargo, como se indicó que el Estado no es eso. El Estado es simplemente un instrumento que utiliza el sector social que detenta el poder político ante aquellos que no lo detentan y que denominaremos sectores subalternos (siguiendo a Lenin y Gramsci).
En esto Baratta coincide fundamentalmente con la versión Gramsciana del Estado, no solamente aparece como un ente burocrático en el cual se expresan las distintas contradicciones que se dan en la sociedad, sino que virtualmente el estado es el garante lo que Gramsci denomina hegemonía.
Es decir, la hegemonía de poder en todos los ámbitos de la clase dominante se expresa no solamente en la fuerza que puede ejercer sobre aquellos que se rebelan sino además en el poder de generar una especie de sentido común social que coincida con el "sentido común" de la clase dominante, es decir. el sentido común para el conjunto de la sociedad tendrá que ser aquello que se considere sentido común para los sectores que detentan el poder, que, salvo la toma del poder del estado por los sectores subalternos, por lo general son aquellos vinculados a los capitales concentrados. Ellos en adelante. serán "los buenos", mientras que cualquiera que cuestione esa forma de pensar, serán "los malos" que no son capaces de ver el "paraíso capitalista" que se manifiesta ante ellos.
En la actualidad podemos encontrar ejemplos muy fuertes sobre todo por la derechización que se está dando a nivel mundial en la política. Gobiernos en Europa y en América como lo de Donald Trump en EEUU, Meloni en Italia y lo de Milei en la Argentina en dónde se pretende generar a través de la. elaboración de un enemigo común, o la construcción de varios enemigos comunes, ya sea el inmigrante o los "homeless"(indigentes) piqueteros, jubilados, una versión intencionadamente genérica de "los zurdos" o "la Izquierda" que abarca un arco amplísimo de posibilidades es decir se considera que no. solo son enemigos de los opresores sino que son enemigos además de toda la sociedad esto forma parte de lo que, como, en la Argentina el libertario Milei denomina (correctamente) "la batalla cultural" .
Y en realidad es una batalla cultural, porque es una batalla para convencer al conjunto de la sociedad de que el enemigo no es el multimillonario que extrae la riqueza y contamina los ríos y los mares, el que explota la mano de obra asalariada, el especulador financiero, sino que el enemigo es el mismo asalariado que corta las calles o detiene los trenes o impide volar a los aviones cuando protesta o en todo caso el enemigo el que no tiene trabajo y revuelve la basura y además "seguramente se droga y roba", o el que se jubiló y es una carga para el Estado, o el empleado público (supuestamente corrupto y holgazán) o la ama de casa. En fin, cualquier tipo de disidencia social como la comunidad LGTBI, y así podríamos seguir con la lista enorme de enemigos de "la gente de bien".
Una mirada desde Michel Foucault
Foucault nos enseña que el poder no es una entidad centralizada, ni un simple mecanismo de coerción, sino una red capilar que atraviesa todos los ámbitos de la sociedad. En este sentido, el control social no es solo una estratégica de dominación de las clases dirigentes, sino un conjunto de. dispositivos de saber y poder que configuran subjetividades, normas y comportamientos. El poder, lejos de imponerse de manera unidireccional, se ejerce de manera difusa a través de instituciones, discursos y tecnologías de vigilancia.
Las redes sociales, los algoritmos y las plataformas digitales operan como tecnologías de gobierno que modelan subjetividades, estableciendo qué es visible y qué es marginal, lo que merece ser legitimado y lo que debe ser censurado.
El concepto de biopolítica de Foucault es fundamental para comprender este fenómeno. A diferencia de la soberanía tradicional, que se basaba en el derecho de muerte, la biopolítica se orienta hacia la administración de la vida y la regulación de la población. En este sentido, el control social en la era digital, no solo busca reprimir (coincidiendo en esto con los autores antes citados), sino también inducir comportamiento, gestionar emociones y construir sujetos funcionales al sistema. El exceso de información, la hiperestimulación y la economía de la atención son estrategias claves para disciplinar y despolitizar la población.
Foucault señala que poder se ejerce a través del conocimiento. La educación, los medios de comunicación y las redes sociales, no solo informan, sino que también producen discursos que determinan que es "verdadero" y que es "falso". La noción de gente de bien" que tomamos como ejemplo, es una clara. manifestación de un dispositivo de poder que delimita quien pertenece al orden social legítimo y quien debe ser excluido y vigilado. El control social en la era digital, no solo se basa en la coerción como se indicó, sino además en la producción de subjetividades a través de dispositivos de vigilancia, regulación y normalización. Siguiendo a Foucault podemos entender que la lucha política no solo debe limitarse a tomar el poder, sino además a desmantelar los mecanismos que lo sustentan en la vida cotidiana. La resistencia, por tanto, no solo implica enfrentar la represión indirecta. sino a desafiar las tecnologías de control que operan en el nivel de la subjetividad y la organización del saber, como opinan Harari y Han.
Foucault: "El poder no se posee, se ejerce. No es una propiedad, sino una estrategia" (Foucault, Historia de la sexualidad I, 1976). Esta noción descentralizada del poder permite comprender cómo opera a nivel micro, a través de múltiples canales que moldean conductas y modos de vida.
La vigilancia ya no se limita al panóptico tradicional, sino que se despliega en forma de dataveillance, donde cada clic, reacción o desplazamiento es registrado, clasificado y utilizado para modular nuestras decisiones.
El concepto de biopolítica es fundamental para comprender este fenómeno. A diferencia de la soberanía clásica, centrada en el "derecho de hacer morir o dejar vivir", la biopolítica se orienta hacia la administración de la vida y la regulación de las poblaciones: "hacer vivir y dejar morir". (Foucault, Seguridad, territorio, población, 1978). El control social en la era digital, por tanto, no solo busca reprimir -como lo señalaron autores como Baratta-, sino también inducir comportamientos, gestionar emociones y construir sujetos funcionales al sistema.
El exceso de información, la hiperestimulación y la economía de la atención se vuelven estrategias clave para disciplinar y despolitizar a la población. En palabras de Foucault: "Allí donde hay poder, hay resistencia" (Historia de la sexualidad I), pero esa resistencia debe operar también en el terreno simbólico y afectivo.
Foucault subraya que el poder se ejerce a través del conocimiento. La educación, los medios de comunicación y las redes sociales no solo informan: también producen discursos que determinan qué es "verdadero" y qué es "falso". Volviendo al ejemplo del concepto "gente de bien", se transforma en un dispositivo de poder que delimita quién pertenece al orden social legítimo y quién debe ser excluido, vigilado o corregido.
El control social en la era digital, como ya establecimos, no se basa exclusivamente en la coerción estatal, sino en la producción de subjetividades mediante dispositivos de vigilancia, regulación y normalización.
La resistencia, por tanto, no solo implica enfrentar la represión directa, sino también desafiar las tecnologías de control , como opina la criminología crítica...pero como?
El aporte de Noam Chomsky.
Chomsky sostiene que el control social en las sociedades modernas no se impone exclusivamente por la fuerza, sino que se ejerce a través del consentimiento manufacturado. En este sentido las élites económicas y políticas utilizan los medios de comunicación y las plataformas digitales como. instrumentos para modelar la percepción de la realidad, restringiendo el acceso a la información a la opinión crítica y promoviendo discursos que favorecen sus intereses. A través de esta manipulación, el poder logra presentar las desigualdades y las injusticias como fenómenos naturales e. incuestionables.
Como ya lo manifestáramos en los párrafos anteriores, en la era digital estas estrategias de control social han alcanzado niveles de sofisticación sin precedentes.
Ya dijimos que con el desarrollo de la IA y la hiperconectividad, el poder no se ejerce únicamente mediante la represión directa utilizando medios estatales o para estatales, sino también a través de la propaganda digital, la censura algorítmica y la vigilancia masiva. Las redes sociales y los. motores de búsqueda funcionan como filtros de información priorizando ciertos discursos mientras ocultan o desacreditan aquellos que desafían el statu quo.
Chomsky describe como el mecanismo más efectivo en lo que nosotros venimos definiendo como la "Batalla cultural" la creación de enemigos externos o internos para desviar la atención de los verdaderos problemas estructurales.
Hoy se da un proceso de derechización a nivel global tanto en Europa como en América y en Medio Oriente. En los países imperiales como EE. UU, Italia, Israel o Rusia, el enemigo es el inmigrante, o en el caso de Israel supuesto "terrorismo palestino", mientras que en los países periféricos como Argentina, Brasil, El Salvador, etc., el enemigo se crea a partir de ver al fragmentado socialmente y marginado como una especie de "escoria social". La "gente de bien" (expresión que venimos utilizando a modo de ejemplo ut supra) debe sentirse superior y ver en esos sectores marginales a un enemigo.
Esta táctica refuerza esta fragmentación social y dificulta la formación de movimientos políticos organizados contra las leyes discriminatorias.
Chomsky resalta el hecho de que el poder opera mediante la manipulación del lenguaje y la producción de narrativas ideológicas. Conceptos como "Libertad, "Democracia" y "Seguridad" son utilizados para justificar políticas de vigilancia y represión, mientras que cualquier cuestionamiento de modelo. neoliberal es etiquetado como "Radical" o "Antipatriótico". Pensando en la aplicación de ese concepto al gobierno de Milei en Argentina, los libertarianos gobernantes tildan de "zurdos" o "cucas" a todo aquellos que no piensen como ellos y de esa manera quedaría excluida de esa categoría ideológica. La denominada "gente de bien" que serían aquellos que adhieren ideológicamente a la derecha ultra liberal.
Aquí también el control social en la era digital, no solo se basa en la coerción estatal, sino en la fabricación del consentimiento a través de los medios de comunicación y las plataformas digitales. En consecuencia, el autor también manifiesta que la lucha debe darse en ese plano, el desafío al monopolio de la represión y la manipulación mediática desarrollando medios alternativos y desmantelar la estructura de poder.
Conclusiones.
En suma, el control social en la era digital ha mutado hacia formas más sofisticadas, difusas e internalizadas. El dominio ya no se ejerce sólo desde el Estado o las fuerzas represivas, sino también desde los algoritmos, las narrativas mediáticas, la hiperproductividad autoimpuesta y la autovigilancia emocional.
La lucha actual no se limita a resistir en las calles o a cuestionar leyes injustas; también se libra en la subjetividad, en el deseo, en el lenguaje y en los circuitos invisibles del sentido común. Recuperar lo político en su sentido más profundo implica desobedecer las lógicas del capital digital y reconstruir comunidades resistentes, críticas y empáticas.
Sólo una contrahegemonía activa -capaz de comprender las nuevas formas de poder, de disputar los imaginarios sociales, y de crear redes alternativas de producción cultural y afectiva- podrá abrir grietas en el muro invisible del control. Como advirtieron Gramsci, Foucault, Han, Harari y otros pensadores contemporáneos, el futuro de la libertad dependerá de nuestra capacidad colectiva para desprogramar la obediencia y reaprender a imaginar.
Por Ángel Paliza
Este es un proyecto de trabajo sobre el tema "control social". El ensayo, si bien analiza el tema control social, lo hace desde una perspectiva totalmente diferente a la que hacen algunas Ciencias Sociales.
Cuando en criminología se refiere al concepto "control social", se aborda al tema como el control qué hace la sociedad en su conjunto sobre las acciones de los ciudadanos que se desvían de las reglas de conducta impuestas socialmente. Es decir, las reglas que (supuestamente) la sociedad elabora a través de sus órganos legislativos.
Nosotros junto a otros analistas (la denominada criminología crítica), abordamos la cuestión considerando que esa es una visión sesgada de lo que implica la expresión "control social".
En una sociedad dividida en clases sociales, en dónde existen sectores que ejercen el control de la economía, de la acumulación de riqueza, y en consecuencia, sobre el poder político, mediático, y comunicacional, la realidad es otra. Esos sectores ejercen el control sobre otras franjas de la población que se encuentran subordinadas a ese poder económico, prestando solamente la mano de obra necesaria para generar riqueza. Allí el concepto de control social adquiere otro sentido totalmente distinto.
Es el control social justamente lo que necesita la clase dominante para mantener a la clase dominada o subalterna, como algunos autores la denominan, en una posición de no rebelión o resistencia.
Según la concepción de Antonio Gramsci, cuando los mecanismos de percepción y seducción fracasan, el poder recurre a otras formas de control que van desde la represión directa, hasta la simbólica o larvada. Resulta para este caso correcta la frase tan utilizada tanto en criminología como en Derecho Penal: "El Estado ejerce en monopolio de la violencia". Es una justificación que invisibiliza la instrumenlización de la fuerza estatal en favor de la clase dominante. En este sentido, la criminología tradicional presenta al Estado como un organismo neutro, cuando en realidad, siguiendo a Gramsci y a Lenin (Estado y Revolución), es un aparato que garantiza la hegemonía de quienes ostentan el poder.
En la era digital, las estrategias del control social han alcanzado niveles de sofisticación sin precedentes. El avance de la inteligencia artificial y la hiperconectividad han permitido una manipulación más sutil y efectiva del pensamiento colectivo. La alienación del capital se profundiza con la. inundación de información irrelevante, la distracción permanente y el vaciamiento ideológico. Se generan discursos que desvían la atención de los problemas estructurales y fomentan la fragmentación de los sectores subalternos.
La noción de "gente de bien" es otro mecanismo ideológico ambiguo y estratégicamente construido. Al carecer de una definición precisa, amplios sectores de la sociedad pueden autoidentificarse con esta categoría, excluyendo a los "otros" que se presentan como una amenaza para el orden. Este tipo de. dicotomía -"nosotros contra ellos"- no se fundamenta de una lucha de clases consciente, sino de una segmentación artificial que refuerza la dominación.
Yuval Harari advierte que en el siglo XXI el control social no depende únicamente de la coerción directa o la manipulación mediática tradicional, sino de la capacidad de las élites para recolectar datos masivos. Este fenómeno, que denomina hacking humano', permite moldear decisiones individuales mediante la predicción algorítmica, sin necesidad de represión explícita.
En esta lógica, los algoritmos personalizados no solo filtran la información: transforman la percepción de la realidad. El poder actúa sin ser detectado, reforzando creencias y anulando la capacidad crítica. Harari plantea que este nuevo modelo de control exige una defensa activa de la privacidad y una alfabetización digital profunda.
Por su parte, Byung-Chul Han introduce el concepto de psicopolítica digital, en el que la vigilancia ya no es impuesta, sino deseada. El sujeto neoliberal se autoexplota creyéndose libre, se autocensura creyéndose transparente, y participa activamente en su propia dominación sin percibirlo.
Para Han, la era del rendimiento sustituye al disciplinamiento clásico. Ya no se necesita la represión externa: el individuo se convierte en su propio opresor. El control no se ejerce con prohibiciones, sino con incentivos de productividad, visibilidad y eficiencia.
Ambos autores coinciden en que el verdadero desafío político contemporáneo no es solo resistir la represión estatal, sino desmantelar las estructuras invisibles que moldean deseos, emociones y decisiones. En esta nueva batalla cultural, la libertad solo puede sostenerse recuperando el pensamiento crítico y la capacidad de imaginar mundos alternativos al régimen algorítmico dominante.
En conclusión, el control social en la era digital ha perfeccionado los mecanismos de hegemonía descritos por Gramsci. La coerción sigue presente, pero cada vez más combinada con estrategias de manipulación ideológica y mediática. La batalla cultural no es concepto vacío, sino una lucha efectiva por. el "sentido común" de la sociedad. La cuestión central es si los sectores subalternos serán capaces de construir una forma de contrahegemonía que desenmascare estos dispositivos de dominación y dispute el poder, tanto en ámbito simbólico como en el ámbito político.
En todo caso si se manifiesta alguna resistencia, de cierto modo el statu quo se debe mantener garantizado, aunque sea por otros medios distintos de la violencia estatal, como desde la persuasión o la seducción hasta la represión (aunque no provenga del Estado).
Justamente, lo que pretendemos en este ensayo es desarrollar la manera en que se han estado perfeccionando desde la historia reciente e también desde la historia antigua los métodos de control sobre los sectores subalternos.
Estos mecanismos de control en los últimos tiempos se han perfeccionado justamente porque se han perfeccionado las tecnologías destinadas a engendrar, de cierto modo, un vaciamiento en la capacidad de razonar (sobre todo en algunas franjas sociales y etarias), y de evaluar el contexto en el que vivimos. Es decir, la alienación del capital se manifiesta exponencialmente.
Ese contexto incluye la utilización de metodologías diversas, desde la inteligencia artificial hasta el vaciamiento ideológico, o más bien la utilización de la IA al servicio del vaciamiento de la conciencia. La distracción en cuestiones totalmente colaterales o secundarias ante los principales problemas a los que se enfrenta el sector subalterno.
Control Social: Una Perspectiva Crítica desde la Lucha de Clases y la Hegemonía Cultural
Desde la perspectiva de la criminología crítica -y con apoyo en el pensamiento de Antonio Gramsci- comprendemos que, en una sociedad dividida en clases, este supuesto consenso es, en realidad, el resultado de una imposición ideológica de la clase dominante sobre la subalterna. Como señala Gramsci:
"Toda relación de hegemonía es necesariamente una relación pedagógica" (Cuadernos de la cárcel, Cuaderno 10, §44).
La hegemonía no se impone solo mediante la violencia o la coerción directa, sino a través de la dirección intelectual y moral. En palabras de Gramsci:
"El dominio de una clase se manifiesta tanto en la coerción' como en el consenso'. El Estado es el equilibrio entre estos dos elementos: fuerza y consentimiento" (Cuaderno 1, §44).
Es decir, el Estado no es un árbitro neutral, como lo presenta la criminología tradicional, sino un aparato articulado por instituciones coercitivas (como la policía y la justicia) y por aparatos ideológicos (como la escuela, los medios de comunicación, la iglesia), que funcionan como vehículos del. control social. En esta dirección, Lenin ya había señalado que el Estado es un instrumento de la clase dominante para mantener su poder (El Estado y la Revolución), y Gramsci complementa esta visión afirmando que el dominio se sostiene sobre un delicado equilibrio entre la coerción (el uso de la. fuerza) y el consentimiento (la hegemonía ideológica).
Cuando los mecanismos de persuasión y seducción fracasan, el poder recurre a formas más explícitas de represión simbólica o física. Gramsci lo expresa con claridad:
"El Estado es el conjunto de la actividad teórica y práctica con la cual la clase dirigente no solo justifica y mantiene su dominio, sino que procura ganar el consenso activo de los gobernados" (Cuaderno 13, §18).
En la actualidad, la era digital ha potenciado este proceso de control ideológico. Las tecnologías de vigilancia, la inteligencia artificial y la hiperconectividad permiten hoy una manipulación más sutil y penetrante del pensamiento colectivo. La alienación generada por el capital se profundiza a. través del exceso de información irrelevante, la banalización de los discursos y la fragmentación de los sectores subalternos.
Gramsci anticipó de cierto modo esta situación al advertir que la hegemonía se construye desde la sociedad civil, no solo desde las instituciones estatales. En sus palabras:
"Entre la estructura económica y el Estado con sus leyes coercitivas, está la sociedad civil, entendida como el conjunto de los organismos vulgarmente llamados privados" (Cuaderno 4, §38).
En este contexto, los medios masivos de comunicación, las redes sociales y los algoritmos no solo informan, sino que producen subjetividad, moldean el sentido común y refuerzan el orden establecido. La noción ambigua de "gente de bien", como, permite que vastos sectores se autoidentifiquen con una. supuesta moral superior, mientras excluyen a los "otros" que representan una amenaza para ese orden. Esta fragmentación ideológica impide una verdadera conciencia de clase y fortalece la dominación.
Como escribió Gramsci:
"El problema de la hegemonía cultural es el problema de cómo se conforma y organiza el consenso. [...] Toda revolución debe ser precedida por una batalla por el sentido común" (Cuaderno 3, §49).
En resumen, el control social en el capitalismo tardío y digital ha refinado y profundizado los mecanismos de hegemonía cultural descritos por Gramsci. La coerción no ha desaparecido, pero se encuentra cada vez más combinada con formas ideológicas, discursivas y simbólicas de dominación. La "batalla cultural" es, en este sentido, una lucha por la construcción de una nueva subjetividad colectiva.
Concluye Gramsci:
"La crisis consiste precisamente en el hecho de que lo viejo muere y lo nuevo no puede nacer: en este interregno se verifican los fenómenos morbosos más variados" (Cuaderno 3, §34).
Un aporte de Alessandro Baratta
Baratta nos plantea que el control social no es neutral ni equitativo, sino que responde a una lógica de dominación en la que las normas de los mecanismos de vigilancia están diseñadas para beneficiar a los sectores privilegiados y perpetuar la exclusión de los sectores subalternos. Desde esta. perspectiva, el sistema Penal y los dispositivos de control, no solo regulan conductas, sino que producen y refuerzan diferencias de clases, raza y género, criminalizando a ciertos grupos mientras protegen los intereses de las elites.
Lo que Baratta llama "Criminalización secundaria" resulta clave para comprender este fenómeno. Según él, el Derecho Penal no persigue de manera equitativa a todos los infractores, sino que se focaliza en sectores históricamente marginados, reproduciendo así la estructura de desigualdad económica. En. este sentido el control social en la era digital no solamente busca reprimir, sino también segmentar a través de tecnologías de vigilancia que refuerzan los prejuicios y estereotipos.
Baratta señala que el control social opera mediante la manipulación del discurso jurídico y mediático. La educación, los medios de comunicación, y las redes sociales, no solo informan, sino que también reproducen y validan narrativas que definen que conductas y que sujetos son legítimos y cuales son. peligrosos. La noción de "gente de bien" es un claro ejemplo de una categoría ideológica que refuerza la exclusión de los sectores populares, permitiendo que amplios grupos poblacionales se autoidentifiquen con ella y apoyen políticas de control punitivo.
Baratta afirma que "el delito es una construcción social amparada por el derecho y que obedece a la clase dominante".
La represión directa no es el único mecanismo eficaz de control; también se emplean formas más sofisticadas como la vigilancia masiva, los sesgos algorítmicos y la exclusión digital. Las redes sociales, las plataformas digitales y los sistemas biométricos operan como nuevas formas de control que -en. plena coincidencia con la concepción de Gramsci- refuerzan las desigualdades sociales al segmentar y criminalizar a poblaciones específicas.
Sobre la selectividad del sistema penal:
"El sistema penal opera siempre selectivamente y selecciona conforme a estereotipos que fabrican los medios masivos, en otras palabras, es un dato estructural."
Sobre la criminalización secundaria y su impacto en las clases subalternas:
"La criminalización primaria y secundaria son comunes entre los países latinoamericanos que, bajo la óptica de la criminología crítica, se traducen en mecanismos de control social que el derecho penal ejerce."
Sobre la ideología de la defensa social y la legitimación del sistema represivo:
"La ideología penal identificada como ideología de la defensa social [...] legitima instituciones sociales atribuyéndoles funciones ideales diversas de las que realmente ejercen."
Sobre la necesidad de una política criminal alternativa:
"Una política criminal alternativa no puede quedar limitada a una perspectiva reformista y humanitaria, sino que debe tratarse de una política de grandes reformas sociales e institucionales para el desarrollo de la igualdad, la democracia, la vida comunitaria alternativa y más humana."
Baratta considera que el control social en la era digital, al igual que la concepción gramsciana, no solo se basa en la cohesión estatal, sino en la reproducción de desigualdades mediante mecanismos tecnológicos y jurídicos que privatizan a los sectores subalternos. Siguiendo lo que vimos en. Baratta, podemos entender en la lucha política no solo debe orientarse a cuestionar al sistema penal y las políticas represivas, sino también a desmantelar los mecanismos de exclusión y segmentación social que sustentan el modelo de dominación contemporáneo. La resistencia, por tanto, para Baratta. implicaba no solo enfrentar la represión directa, sino además desafiar las estructuras de poder que legitiman la desigualdad, la criminalización de la protesta y la pobreza.
Coincidimos con la crítica desde la perspectiva criminológica sobre cuando fracasan las técnicas de control no violentas se recurre desde el Estado a otros mecanismos de dominación (o más bien vemos que se combinan en la realidad, "palos y persuasión"). Lo más frecuente es que se combinen de una. manera perversa. Lo que significa que traslada la posibilidad de reacción (violenta o no) de la víctima o de cualquier persona al Estado.
Sin embargo, como se indicó que el Estado no es eso. El Estado es simplemente un instrumento que utiliza el sector social que detenta el poder político ante aquellos que no lo detentan y que denominaremos sectores subalternos (siguiendo a Lenin y Gramsci).
En esto Baratta coincide fundamentalmente con la versión Gramsciana del Estado, no solamente aparece como un ente burocrático en el cual se expresan las distintas contradicciones que se dan en la sociedad, sino que virtualmente el estado es el garante lo que Gramsci denomina hegemonía.
Es decir, la hegemonía de poder en todos los ámbitos de la clase dominante se expresa no solamente en la fuerza que puede ejercer sobre aquellos que se rebelan sino además en el poder de generar una especie de sentido común social que coincida con el "sentido común" de la clase dominante, es decir. el sentido común para el conjunto de la sociedad tendrá que ser aquello que se considere sentido común para los sectores que detentan el poder, que, salvo la toma del poder del estado por los sectores subalternos, por lo general son aquellos vinculados a los capitales concentrados. Ellos en adelante. serán "los buenos", mientras que cualquiera que cuestione esa forma de pensar, serán "los malos" que no son capaces de ver el "paraíso capitalista" que se manifiesta ante ellos.
En la actualidad podemos encontrar ejemplos muy fuertes sobre todo por la derechización que se está dando a nivel mundial en la política. Gobiernos en Europa y en América como lo de Donald Trump en EEUU, Meloni en Italia y lo de Milei en la Argentina en dónde se pretende generar a través de la. elaboración de un enemigo común, o la construcción de varios enemigos comunes, ya sea el inmigrante o los "homeless"(indigentes) piqueteros, jubilados, una versión intencionadamente genérica de "los zurdos" o "la Izquierda" que abarca un arco amplísimo de posibilidades es decir se considera que no. solo son enemigos de los opresores sino que son enemigos además de toda la sociedad esto forma parte de lo que, como, en la Argentina el libertario Milei denomina (correctamente) "la batalla cultural" .
Y en realidad es una batalla cultural, porque es una batalla para convencer al conjunto de la sociedad de que el enemigo no es el multimillonario que extrae la riqueza y contamina los ríos y los mares, el que explota la mano de obra asalariada, el especulador financiero, sino que el enemigo es el mismo asalariado que corta las calles o detiene los trenes o impide volar a los aviones cuando protesta o en todo caso el enemigo el que no tiene trabajo y revuelve la basura y además "seguramente se droga y roba", o el que se jubiló y es una carga para el Estado, o el empleado público (supuestamente corrupto y holgazán) o la ama de casa. En fin, cualquier tipo de disidencia social como la comunidad LGTBI, y así podríamos seguir con la lista enorme de enemigos de "la gente de bien".
Una mirada desde Michel Foucault
Foucault nos enseña que el poder no es una entidad centralizada, ni un simple mecanismo de coerción, sino una red capilar que atraviesa todos los ámbitos de la sociedad. En este sentido, el control social no es solo una estratégica de dominación de las clases dirigentes, sino un conjunto de. dispositivos de saber y poder que configuran subjetividades, normas y comportamientos. El poder, lejos de imponerse de manera unidireccional, se ejerce de manera difusa a través de instituciones, discursos y tecnologías de vigilancia.
Las redes sociales, los algoritmos y las plataformas digitales operan como tecnologías de gobierno que modelan subjetividades, estableciendo qué es visible y qué es marginal, lo que merece ser legitimado y lo que debe ser censurado.
El concepto de biopolítica de Foucault es fundamental para comprender este fenómeno. A diferencia de la soberanía tradicional, que se basaba en el derecho de muerte, la biopolítica se orienta hacia la administración de la vida y la regulación de la población. En este sentido, el control social en la era digital, no solo busca reprimir (coincidiendo en esto con los autores antes citados), sino también inducir comportamiento, gestionar emociones y construir sujetos funcionales al sistema. El exceso de información, la hiperestimulación y la economía de la atención son estrategias claves para disciplinar y despolitizar la población.
Foucault señala que poder se ejerce a través del conocimiento. La educación, los medios de comunicación y las redes sociales, no solo informan, sino que también producen discursos que determinan que es "verdadero" y que es "falso". La noción de gente de bien" que tomamos como ejemplo, es una clara. manifestación de un dispositivo de poder que delimita quien pertenece al orden social legítimo y quien debe ser excluido y vigilado. El control social en la era digital, no solo se basa en la coerción como se indicó, sino además en la producción de subjetividades a través de dispositivos de vigilancia, regulación y normalización. Siguiendo a Foucault podemos entender que la lucha política no solo debe limitarse a tomar el poder, sino además a desmantelar los mecanismos que lo sustentan en la vida cotidiana. La resistencia, por tanto, no solo implica enfrentar la represión indirecta. sino a desafiar las tecnologías de control que operan en el nivel de la subjetividad y la organización del saber, como opinan Harari y Han.
Foucault: "El poder no se posee, se ejerce. No es una propiedad, sino una estrategia" (Foucault, Historia de la sexualidad I, 1976). Esta noción descentralizada del poder permite comprender cómo opera a nivel micro, a través de múltiples canales que moldean conductas y modos de vida.
La vigilancia ya no se limita al panóptico tradicional, sino que se despliega en forma de dataveillance, donde cada clic, reacción o desplazamiento es registrado, clasificado y utilizado para modular nuestras decisiones.
El concepto de biopolítica es fundamental para comprender este fenómeno. A diferencia de la soberanía clásica, centrada en el "derecho de hacer morir o dejar vivir", la biopolítica se orienta hacia la administración de la vida y la regulación de las poblaciones: "hacer vivir y dejar morir". (Foucault, Seguridad, territorio, población, 1978). El control social en la era digital, por tanto, no solo busca reprimir -como lo señalaron autores como Baratta-, sino también inducir comportamientos, gestionar emociones y construir sujetos funcionales al sistema.
El exceso de información, la hiperestimulación y la economía de la atención se vuelven estrategias clave para disciplinar y despolitizar a la población. En palabras de Foucault: "Allí donde hay poder, hay resistencia" (Historia de la sexualidad I), pero esa resistencia debe operar también en el terreno simbólico y afectivo.
Foucault subraya que el poder se ejerce a través del conocimiento. La educación, los medios de comunicación y las redes sociales no solo informan: también producen discursos que determinan qué es "verdadero" y qué es "falso". Volviendo al ejemplo del concepto "gente de bien", se transforma en un dispositivo de poder que delimita quién pertenece al orden social legítimo y quién debe ser excluido, vigilado o corregido.
El control social en la era digital, como ya establecimos, no se basa exclusivamente en la coerción estatal, sino en la producción de subjetividades mediante dispositivos de vigilancia, regulación y normalización.
La resistencia, por tanto, no solo implica enfrentar la represión directa, sino también desafiar las tecnologías de control , como opina la criminología crítica...pero como?
El aporte de Noam Chomsky.
Chomsky sostiene que el control social en las sociedades modernas no se impone exclusivamente por la fuerza, sino que se ejerce a través del consentimiento manufacturado. En este sentido las élites económicas y políticas utilizan los medios de comunicación y las plataformas digitales como. instrumentos para modelar la percepción de la realidad, restringiendo el acceso a la información a la opinión crítica y promoviendo discursos que favorecen sus intereses. A través de esta manipulación, el poder logra presentar las desigualdades y las injusticias como fenómenos naturales e. incuestionables.
Como ya lo manifestáramos en los párrafos anteriores, en la era digital estas estrategias de control social han alcanzado niveles de sofisticación sin precedentes.
Ya dijimos que con el desarrollo de la IA y la hiperconectividad, el poder no se ejerce únicamente mediante la represión directa utilizando medios estatales o para estatales, sino también a través de la propaganda digital, la censura algorítmica y la vigilancia masiva. Las redes sociales y los. motores de búsqueda funcionan como filtros de información priorizando ciertos discursos mientras ocultan o desacreditan aquellos que desafían el statu quo.
Chomsky describe como el mecanismo más efectivo en lo que nosotros venimos definiendo como la "Batalla cultural" la creación de enemigos externos o internos para desviar la atención de los verdaderos problemas estructurales.
Hoy se da un proceso de derechización a nivel global tanto en Europa como en América y en Medio Oriente. En los países imperiales como EE. UU, Italia, Israel o Rusia, el enemigo es el inmigrante, o en el caso de Israel supuesto "terrorismo palestino", mientras que en los países periféricos como Argentina, Brasil, El Salvador, etc., el enemigo se crea a partir de ver al fragmentado socialmente y marginado como una especie de "escoria social". La "gente de bien" (expresión que venimos utilizando a modo de ejemplo ut supra) debe sentirse superior y ver en esos sectores marginales a un enemigo.
Esta táctica refuerza esta fragmentación social y dificulta la formación de movimientos políticos organizados contra las leyes discriminatorias.
Chomsky resalta el hecho de que el poder opera mediante la manipulación del lenguaje y la producción de narrativas ideológicas. Conceptos como "Libertad, "Democracia" y "Seguridad" son utilizados para justificar políticas de vigilancia y represión, mientras que cualquier cuestionamiento de modelo. neoliberal es etiquetado como "Radical" o "Antipatriótico". Pensando en la aplicación de ese concepto al gobierno de Milei en Argentina, los libertarianos gobernantes tildan de "zurdos" o "cucas" a todo aquellos que no piensen como ellos y de esa manera quedaría excluida de esa categoría ideológica. La denominada "gente de bien" que serían aquellos que adhieren ideológicamente a la derecha ultra liberal.
Aquí también el control social en la era digital, no solo se basa en la coerción estatal, sino en la fabricación del consentimiento a través de los medios de comunicación y las plataformas digitales. En consecuencia, el autor también manifiesta que la lucha debe darse en ese plano, el desafío al monopolio de la represión y la manipulación mediática desarrollando medios alternativos y desmantelar la estructura de poder.
Conclusiones.
En suma, el control social en la era digital ha mutado hacia formas más sofisticadas, difusas e internalizadas. El dominio ya no se ejerce sólo desde el Estado o las fuerzas represivas, sino también desde los algoritmos, las narrativas mediáticas, la hiperproductividad autoimpuesta y la autovigilancia emocional.
La lucha actual no se limita a resistir en las calles o a cuestionar leyes injustas; también se libra en la subjetividad, en el deseo, en el lenguaje y en los circuitos invisibles del sentido común. Recuperar lo político en su sentido más profundo implica desobedecer las lógicas del capital digital y reconstruir comunidades resistentes, críticas y empáticas.
Sólo una contrahegemonía activa -capaz de comprender las nuevas formas de poder, de disputar los imaginarios sociales, y de crear redes alternativas de producción cultural y afectiva- podrá abrir grietas en el muro invisible del control. Como advirtieron Gramsci, Foucault, Han, Harari y otros pensadores contemporáneos, el futuro de la libertad dependerá de nuestra capacidad colectiva para desprogramar la obediencia y reaprender a imaginar.