Cinco claves para entender la escalada de violencia en Medio Oriente Por Carolina Bracco
Tras la caída de al-Asad en Siria y el debilitamiento de Hezbollah en Líbano, Netanyahu y Trump van tras el régimen de Alí Khamenei, en Irán, como último bastión del "eje de la resistencia". Israel, que contiene un depósito militar repleto de armamento nuclear, biológico y convencional, acusa a Irán -un país que no posee armas nucleares y que, además, es firmante del Tratado de No Proliferación Nuclear- de representar una amenaza para la región.
Mientras la atención mundial se concentra en las acciones estadounidenses, Israel continúa el genocidio en Gaza, intensifica el asedio en los Territorios Palestinos Ocupados y perpetúa ataques contra Siria, Líbano y Yemen. En paralelo, se acrecienta el silenciamiento y la censura a los movimientos pro-palestinos a nivel global allanando el camino para una gazificación del orden mundial.
¿Cómo se vincula la escalada actual con una historia más amplia de colonialismo, ocupación y despojo?
1. La violencia no empezó el 7 de octubre
Los ataques perpetrados por Hamás el 7 de octubre de 2023, que incluyeron crímenes de guerra y toma de rehenes civiles, marcaron un punto de inflexión. Sin embargo, la brutal campaña de castigo colectivo desatada por Israel en Gaza -con bombardeos masivos, desplazamientos forzados, hambruna inducida, mutilaciones y la masacre de civiles- no surgió de un solo evento.
Esta nueva acción debe entenderse como una continuación del proyecto sostenido durante décadas por el Estado de Israel para borrar del mapa al pueblo palestino: una Nakba continua. La historia no comenzó en 2023, sino mucho antes, cuando con el aval británico las milicias sionistas forzaron a familias palestinas a abandonar sus hogares en 1948. Desde entonces, millones viven bajo un régimen de ocupación, apartheid, segregación y exilio forzado.
Las acciones del ejército israelí no se limitan al terreno militar: también incluyen ataques sistemáticos al derecho internacional y campañas de difamación contra quienes los denuncian, desde altos funcionarios de la ONU hasta estudiantes universitarios. Nada de esto sería posible sin la deshumanización constante del pueblo palestino en los medios occidentales y sin la ayuda militar y política incondicional de Estados Unidos, que en años recientes se expresó en propuestas como el plan de Donald Trump para "limpiar Gaza".
Las infancias, como símbolo de la perpetuación de la existencia palestina, son el blanco directo, consideradas "potenciales terroristas". Pero la incitación al odio no empezó el 7 de octubre. Desde las declaraciones de la ex Primer Ministra Golda Meir a principios de los 70, que señaló: "Podemos perdonar a los árabes por matar a nuestros niños, pero no podemos perdonarlos por forzarnos a matar a los suyos" y expresaba su temor al irse a dormir por las noches pensando cuántos niños árabes nacerían, hasta las declaraciones públicas de la Ministra de Justicia, Ayelet Shaked, "hay que dispararles a los niños, a las madres embarazadas, hay que borrarlos", la violencia discursiva preparó el terreno -psicológica y emocionalmente- para justificar el genocidio.
A través de la propaganda, la población palestina es despojada de su humanidad, retratada como "animales humanos".
2. La doble vara de Occidente y la complicidad de los vecinos árabes
Blindados por la impunidad, Israel y Estados Unidos están reconstruyendo conjuntamente Medio Oriente mediante la violencia extrema y la erradicación del derecho internacional. Israel, que acusa sin pruebas de que Irán posee una bomba nuclear, es el único país de la región que tiene un arsenal nuclear, mientras que se niega -a diferencia de Irán- a firmar el Tratado de No Proliferación Nuclear y -también a diferencia de Irán- no permite el acceso a los monitores del Organismo Internacional de Energía Atómica. La complicidad de Occidente en la pretensión de que las armas nucleares de Israel son secretas -una política formalmente conocida en Israel como "ambigüedad"- ha sido necesaria sólo porque a Estados Unidos no se le permite proporcionar ayuda militar a un Estado que posee armas nucleares no declaradas. Así, se aplica una doble vara para asegurar que Israel siga siendo el único Estado con armas nucleares en Medio Oriente, lo que le permite proyectar su poder militar sin restricciones en una región estratégicamente rica en petróleo y codiciada por Occidente.
En este proyecto de destrucción sistemática, la colaboración de varios Estados árabes ha sido fundamental. La dictadura egipcia, además de reprimir violentamente iniciativas como la Marcha Global a Gaza, ha actuado como cómplice directo del genocidio al bloquear el ingreso de la población palestina. Cuando se permite el cruce, este se convierte en un negocio lucrativo: se exige a las familias palestinas entre 5 mil y 10 mil dólares por persona para poder salir. En contraste, durante los recientes ataques iraníes, ciudadanos israelíes ingresaron al territorio egipcio a través del paso de Taba pagando apenas 14 dólares. Ambos pasos fronterizos -Rafah y Taba- se encuentran en la península del Sinaí, ocupada por Israel entre 1967 y 1973. Pero esa ocupación parece que nunca terminó.
El Reino de Jordania, por su parte, mantiene una colaboración histórica con la ocupación. Controla el ingreso a Cisjordania desde el este, colabora en la contención de misiles lanzados desde Irán y permite el uso de su espacio aéreo por parte de la aviación israelí. Esta red de alianzas regionales, sostenida por intereses geoestratégicos y aval internacional, revela que la hegemonía israelí no se perpetúa solo por medio de la fuerza militar y el apoyo estadounidense, sino también gracias a la complicidad activa de regímenes árabes aliados.
3. El mito de la autodefensa
La afirmación de que Israel se está defendiendo al atacar a Irán -promovida por Francia, Alemania, Inglaterra, la Unión Europea, el G7 y Estados Unidos- debe entenderse como un ataque más a los principios fundacionales del derecho internacional, del que se ha mantenido al margen desde su creación. El camino hacia el actual genocidio y los nuevos ataques contra la población civil iraní está pavimentado de episodios en los que se le permitió a Israel violar la ley internacional, cometer crímenes de guerra y mantenerse impune. Empezando por el asesinato del enviado de la ONU en 1948, Lord Bernadotte que presionó a las autoridades del nuevo Estado para que permitieran el retorno de los refugiados palestinos, pasando por las masacres de los campamentos de Sabra y Shatila en 1982 y una larga lista de crímenes jamás juzgados ni condenados. Los sucesivos gobiernos israelíes -laboristas o de extrema derecha- han considerado históricamente como "existencial" cualquier amenaza al orden impuesto por ellos, es decir, al mantenimiento de Israel como un Estado colonial de asentamiento que ocupa y desarraiga por la fuerza al pueblo palestino de su tierra.
El arsenal nuclear de Israel le garantiza una impunidad casi total: puede actuar como quiera en la región -incluso llevar adelante un genocidio en Gaza y atacar a sus vecinos- sin enfrentar represalias. Incluso suponiendo que exista evidencia para apoyar la afirmación de Israel de que estaba en peligro inminente (no la hay), el hecho mismo de que Irán estuviera en conversaciones con Estados Unidos sobre su programa nuclear anula esa justificación.
En su afán belicista desbocado, Israel está atacando zonas residenciales de Irán y hasta convirtió a su propia población civil en escudos humanos al ubicar instalaciones militares clave -como su agencia de espionaje y su Ministerio de Defensa- en el centro de la densamente poblada Tel Aviv. Allí y en otras ciudades, a la población palestina se les niega el acceso a los refugios antiaéreos y se ha registrado cómo se festeja cuando cae un misil en un pueblo palestino dentro de Israel.
4. Netanyahu le impone su agenda belicista a Trump
Cuando Israel atacó Irán, este país se encontraba en conversaciones con Estados Unidos sobre su programa nuclear. Cabe recordar que, durante su primer mandato, Trump -bajo presión israelí- decidió romper el acuerdo que había sido negociado por la administración Obama. Aquel pacto tenía como objetivo principal contener las constantes exigencias de Israel para lanzar un ataque contra Irán. El acuerdo imponía estrictas limitaciones al enriquecimiento de uranio por parte de Teherán, manteniéndolo muy por debajo del umbral necesario para desviar su programa energético civil hacia la fabricación de armas nucleares.
Empujado por la agenda de Netanyahu, Trump lanzó el sábado a la noche un ataque completamente ilegal y criminal violando el derecho internacional, la Carta de las Naciones Unidas, el Tratado de No Proliferación Nuclear y la Constitución de Estados Unidos, que no otorga al Presidente la facultad de iniciar una guerra sin la aprobación del Congreso. La intervención directa de Estados Unidos -que cuenta con numerosas bases militares en la región- recuerda a la invasión de Iraq en 2003, también impulsada por acusaciones falsas sobre armas nucleares y promesas de "liberación" del pueblo. Estados Unidos lanzó tal cantidad de uranio empobrecido sobre Iraq que, incluso hoy, siguen naciendo bebés con graves malformaciones. También se ha utilizado uranio en Gaza, donde claramente no existen objetivos blindados que requieran el uso de este tipo de munición, sino que se aplica como una forma más de castigo indiscriminado con efectos tóxicos y duraderos sobre la población civil.
Si bien Estados Unidos es el único país que usó armas nucleares en la era moderna contra Japón, la creencia en el derecho de algunos, y no de otros, a poseerlas se deriva del supremacismo cultural y racial que lleva al punto de orquestar un cambio de gobierno. Aunque el régimen iraní enfrenta un alto nivel de impopularidad entre amplios sectores de la sociedad, gran parte de esa disidencia rechaza firmemente las acciones de Israel en la región. La difusión de imágenes y relatos de víctimas civiles bajo los bombardeos israelíes ha reforzado este sentimiento, y lo más probable es que aumente.
Movimientos separatistas en Kurdistán y Baluchistán, con demandas legítimas, han sido instrumentalizados y militarizados por Israel con fines desestabilizadores. A pesar de la corrupción interna y la emigración de sectores altamente capacitados, muchos de estos actores continúan oponiéndose más decididamente a la injerencia israelí y a los intentos de restauración monárquica que al régimen actual. La novelista Sahar Delijani, escribió hace unos días en sus redes sociales la frase más elocuente que se puede decir en este contexto: "Nací en una cárcel iraní... y no hay nada que se pueda decir sobre los crímenes del régimen iraní que no haya experimentado con mi propia sangre y huesos. Esto no significa que quiera que mi pueblo sea bombardeado, mutilado, asesinado y sus hogares destruidos. Si su visión de la libertad solo se logra mediante la destrucción de vidas inocentes, entonces no están buscando la libertad".
5. La gazificación del orden mundial
El ataque a Irán no tiene como objetivo liberar a la sociedad iraní ni prevenir un supuesto ataque nuclear del régimen de Khamenei, del mismo modo que la ofensiva contra Gaza nunca tuvo como propósito principal recuperar a los rehenes. El verdadero fin es atraer simpatías y apoyos para construir un "nuevo Medio Oriente", pero también un nuevo orden mundial fundado en la lógica de la deshumanización, el exterminio y la impunidad.
El genocidio en Gaza marcó un punto de quiebre entre los gobiernos y la sociedad civil a nivel global. Las imágenes de los bombardeos, de niños desmembrados, hospitales arrasados y hambruna forzada -instantáneas del catálogo del horror que presenciamos en directo durante más de veinte meses- provocaron una reacción sin precedentes: acampes, marchas y huelgas de hambre en diversas partes del mundo.
Esta movilización, amplia, diversa y profundamente nueva, emerge como una forma de resistencia que está siendo fuertemente reprimida y criminalizada para infligir el temor, la autocensura y perpetuar la impunidad israelí promoviendo su política en todo el mundo. La exacerbación de ese modelo, y su intento de expansión, se manifiestan hoy en la gazificación del orden mundial: un régimen global que normaliza el asedio, la vigilancia extrema y la deshumanización como mecanismos de control.
*Politóloga (UBA). Dra. en Culturas Árabe y Hebrea (UGR). Profesora e investigadora en FFyL-UBA.
Fuente: LATFEM
Por Carolina Bracco
Tras la caída de al-Asad en Siria y el debilitamiento de Hezbollah en Líbano, Netanyahu y Trump van tras el régimen de Alí Khamenei, en Irán, como último bastión del "eje de la resistencia". Israel, que contiene un depósito militar repleto de armamento nuclear, biológico y convencional, acusa a Irán -un país que no posee armas nucleares y que, además, es firmante del Tratado de No Proliferación Nuclear- de representar una amenaza para la región.
Mientras la atención mundial se concentra en las acciones estadounidenses, Israel continúa el genocidio en Gaza, intensifica el asedio en los Territorios Palestinos Ocupados y perpetúa ataques contra Siria, Líbano y Yemen. En paralelo, se acrecienta el silenciamiento y la censura a los movimientos pro-palestinos a nivel global allanando el camino para una gazificación del orden mundial.
¿Cómo se vincula la escalada actual con una historia más amplia de colonialismo, ocupación y despojo?
1. La violencia no empezó el 7 de octubre
Los ataques perpetrados por Hamás el 7 de octubre de 2023, que incluyeron crímenes de guerra y toma de rehenes civiles, marcaron un punto de inflexión. Sin embargo, la brutal campaña de castigo colectivo desatada por Israel en Gaza -con bombardeos masivos, desplazamientos forzados, hambruna inducida, mutilaciones y la masacre de civiles- no surgió de un solo evento.
Esta nueva acción debe entenderse como una continuación del proyecto sostenido durante décadas por el Estado de Israel para borrar del mapa al pueblo palestino: una Nakba continua. La historia no comenzó en 2023, sino mucho antes, cuando con el aval británico las milicias sionistas forzaron a familias palestinas a abandonar sus hogares en 1948. Desde entonces, millones viven bajo un régimen de ocupación, apartheid, segregación y exilio forzado.
Las acciones del ejército israelí no se limitan al terreno militar: también incluyen ataques sistemáticos al derecho internacional y campañas de difamación contra quienes los denuncian, desde altos funcionarios de la ONU hasta estudiantes universitarios. Nada de esto sería posible sin la deshumanización constante del pueblo palestino en los medios occidentales y sin la ayuda militar y política incondicional de Estados Unidos, que en años recientes se expresó en propuestas como el plan de Donald Trump para "limpiar Gaza".
Las infancias, como símbolo de la perpetuación de la existencia palestina, son el blanco directo, consideradas "potenciales terroristas". Pero la incitación al odio no empezó el 7 de octubre. Desde las declaraciones de la ex Primer Ministra Golda Meir a principios de los 70, que señaló: "Podemos perdonar a los árabes por matar a nuestros niños, pero no podemos perdonarlos por forzarnos a matar a los suyos" y expresaba su temor al irse a dormir por las noches pensando cuántos niños árabes nacerían, hasta las declaraciones públicas de la Ministra de Justicia, Ayelet Shaked, "hay que dispararles a los niños, a las madres embarazadas, hay que borrarlos", la violencia discursiva preparó el terreno -psicológica y emocionalmente- para justificar el genocidio.
A través de la propaganda, la población palestina es despojada de su humanidad, retratada como "animales humanos".
2. La doble vara de Occidente y la complicidad de los vecinos árabes
Blindados por la impunidad, Israel y Estados Unidos están reconstruyendo conjuntamente Medio Oriente mediante la violencia extrema y la erradicación del derecho internacional. Israel, que acusa sin pruebas de que Irán posee una bomba nuclear, es el único país de la región que tiene un arsenal nuclear, mientras que se niega -a diferencia de Irán- a firmar el Tratado de No Proliferación Nuclear y -también a diferencia de Irán- no permite el acceso a los monitores del Organismo Internacional de Energía Atómica. La complicidad de Occidente en la pretensión de que las armas nucleares de Israel son secretas -una política formalmente conocida en Israel como "ambigüedad"- ha sido necesaria sólo porque a Estados Unidos no se le permite proporcionar ayuda militar a un Estado que posee armas nucleares no declaradas. Así, se aplica una doble vara para asegurar que Israel siga siendo el único Estado con armas nucleares en Medio Oriente, lo que le permite proyectar su poder militar sin restricciones en una región estratégicamente rica en petróleo y codiciada por Occidente.
En este proyecto de destrucción sistemática, la colaboración de varios Estados árabes ha sido fundamental. La dictadura egipcia, además de reprimir violentamente iniciativas como la Marcha Global a Gaza, ha actuado como cómplice directo del genocidio al bloquear el ingreso de la población palestina. Cuando se permite el cruce, este se convierte en un negocio lucrativo: se exige a las familias palestinas entre 5 mil y 10 mil dólares por persona para poder salir. En contraste, durante los recientes ataques iraníes, ciudadanos israelíes ingresaron al territorio egipcio a través del paso de Taba pagando apenas 14 dólares. Ambos pasos fronterizos -Rafah y Taba- se encuentran en la península del Sinaí, ocupada por Israel entre 1967 y 1973. Pero esa ocupación parece que nunca terminó.
El Reino de Jordania, por su parte, mantiene una colaboración histórica con la ocupación. Controla el ingreso a Cisjordania desde el este, colabora en la contención de misiles lanzados desde Irán y permite el uso de su espacio aéreo por parte de la aviación israelí. Esta red de alianzas regionales, sostenida por intereses geoestratégicos y aval internacional, revela que la hegemonía israelí no se perpetúa solo por medio de la fuerza militar y el apoyo estadounidense, sino también gracias a la complicidad activa de regímenes árabes aliados.
3. El mito de la autodefensa
La afirmación de que Israel se está defendiendo al atacar a Irán -promovida por Francia, Alemania, Inglaterra, la Unión Europea, el G7 y Estados Unidos- debe entenderse como un ataque más a los principios fundacionales del derecho internacional, del que se ha mantenido al margen desde su creación. El camino hacia el actual genocidio y los nuevos ataques contra la población civil iraní está pavimentado de episodios en los que se le permitió a Israel violar la ley internacional, cometer crímenes de guerra y mantenerse impune. Empezando por el asesinato del enviado de la ONU en 1948, Lord Bernadotte que presionó a las autoridades del nuevo Estado para que permitieran el retorno de los refugiados palestinos, pasando por las masacres de los campamentos de Sabra y Shatila en 1982 y una larga lista de crímenes jamás juzgados ni condenados. Los sucesivos gobiernos israelíes -laboristas o de extrema derecha- han considerado históricamente como "existencial" cualquier amenaza al orden impuesto por ellos, es decir, al mantenimiento de Israel como un Estado colonial de asentamiento que ocupa y desarraiga por la fuerza al pueblo palestino de su tierra.
El arsenal nuclear de Israel le garantiza una impunidad casi total: puede actuar como quiera en la región -incluso llevar adelante un genocidio en Gaza y atacar a sus vecinos- sin enfrentar represalias. Incluso suponiendo que exista evidencia para apoyar la afirmación de Israel de que estaba en peligro inminente (no la hay), el hecho mismo de que Irán estuviera en conversaciones con Estados Unidos sobre su programa nuclear anula esa justificación.
En su afán belicista desbocado, Israel está atacando zonas residenciales de Irán y hasta convirtió a su propia población civil en escudos humanos al ubicar instalaciones militares clave -como su agencia de espionaje y su Ministerio de Defensa- en el centro de la densamente poblada Tel Aviv. Allí y en otras ciudades, a la población palestina se les niega el acceso a los refugios antiaéreos y se ha registrado cómo se festeja cuando cae un misil en un pueblo palestino dentro de Israel.
4. Netanyahu le impone su agenda belicista a Trump
Cuando Israel atacó Irán, este país se encontraba en conversaciones con Estados Unidos sobre su programa nuclear. Cabe recordar que, durante su primer mandato, Trump -bajo presión israelí- decidió romper el acuerdo que había sido negociado por la administración Obama. Aquel pacto tenía como objetivo principal contener las constantes exigencias de Israel para lanzar un ataque contra Irán. El acuerdo imponía estrictas limitaciones al enriquecimiento de uranio por parte de Teherán, manteniéndolo muy por debajo del umbral necesario para desviar su programa energético civil hacia la fabricación de armas nucleares.
Empujado por la agenda de Netanyahu, Trump lanzó el sábado a la noche un ataque completamente ilegal y criminal violando el derecho internacional, la Carta de las Naciones Unidas, el Tratado de No Proliferación Nuclear y la Constitución de Estados Unidos, que no otorga al Presidente la facultad de iniciar una guerra sin la aprobación del Congreso. La intervención directa de Estados Unidos -que cuenta con numerosas bases militares en la región- recuerda a la invasión de Iraq en 2003, también impulsada por acusaciones falsas sobre armas nucleares y promesas de "liberación" del pueblo. Estados Unidos lanzó tal cantidad de uranio empobrecido sobre Iraq que, incluso hoy, siguen naciendo bebés con graves malformaciones. También se ha utilizado uranio en Gaza, donde claramente no existen objetivos blindados que requieran el uso de este tipo de munición, sino que se aplica como una forma más de castigo indiscriminado con efectos tóxicos y duraderos sobre la población civil.
Si bien Estados Unidos es el único país que usó armas nucleares en la era moderna contra Japón, la creencia en el derecho de algunos, y no de otros, a poseerlas se deriva del supremacismo cultural y racial que lleva al punto de orquestar un cambio de gobierno. Aunque el régimen iraní enfrenta un alto nivel de impopularidad entre amplios sectores de la sociedad, gran parte de esa disidencia rechaza firmemente las acciones de Israel en la región. La difusión de imágenes y relatos de víctimas civiles bajo los bombardeos israelíes ha reforzado este sentimiento, y lo más probable es que aumente.
Movimientos separatistas en Kurdistán y Baluchistán, con demandas legítimas, han sido instrumentalizados y militarizados por Israel con fines desestabilizadores. A pesar de la corrupción interna y la emigración de sectores altamente capacitados, muchos de estos actores continúan oponiéndose más decididamente a la injerencia israelí y a los intentos de restauración monárquica que al régimen actual. La novelista Sahar Delijani, escribió hace unos días en sus redes sociales la frase más elocuente que se puede decir en este contexto: "Nací en una cárcel iraní... y no hay nada que se pueda decir sobre los crímenes del régimen iraní que no haya experimentado con mi propia sangre y huesos. Esto no significa que quiera que mi pueblo sea bombardeado, mutilado, asesinado y sus hogares destruidos. Si su visión de la libertad solo se logra mediante la destrucción de vidas inocentes, entonces no están buscando la libertad".
5. La gazificación del orden mundial
El ataque a Irán no tiene como objetivo liberar a la sociedad iraní ni prevenir un supuesto ataque nuclear del régimen de Khamenei, del mismo modo que la ofensiva contra Gaza nunca tuvo como propósito principal recuperar a los rehenes. El verdadero fin es atraer simpatías y apoyos para construir un "nuevo Medio Oriente", pero también un nuevo orden mundial fundado en la lógica de la deshumanización, el exterminio y la impunidad.
El genocidio en Gaza marcó un punto de quiebre entre los gobiernos y la sociedad civil a nivel global. Las imágenes de los bombardeos, de niños desmembrados, hospitales arrasados y hambruna forzada -instantáneas del catálogo del horror que presenciamos en directo durante más de veinte meses- provocaron una reacción sin precedentes: acampes, marchas y huelgas de hambre en diversas partes del mundo.
Esta movilización, amplia, diversa y profundamente nueva, emerge como una forma de resistencia que está siendo fuertemente reprimida y criminalizada para infligir el temor, la autocensura y perpetuar la impunidad israelí promoviendo su política en todo el mundo. La exacerbación de ese modelo, y su intento de expansión, se manifiestan hoy en la gazificación del orden mundial: un régimen global que normaliza el asedio, la vigilancia extrema y la deshumanización como mecanismos de control.
*Politóloga (UBA). Dra. en Culturas Árabe y Hebrea (UGR). Profesora e investigadora en FFyL-UBA.
Fuente: LATFEM