Cultura

El bombardeo a Plaza de Mayo en la literatura o cómo narrar una masacre silenciada

Por Analía Ávila 

El 16 de junio pasado se cumplieron 70 años del bombardeo a Plaza de Mayo de 1955, en ese marco nos interesa ver algunos antecedentes de cómo este hecho atravesó la literatura argentina y centrarnos en El bombardeo. Plaza de Mayo, junio de 1955, libro de relatos compilados por Julián López, publicado este año por Alfaguara.

Este ataque de la Armada argentina con apoyo de sectores de la Fuerza Aérea fue el mayor atentado terrorista de la historia argentina, con más de 300 muertos civiles entre los que había también niños y 1.200 heridos. Más de 100 bombas cayeron ese jueves de junio desde el mediodía hasta las 17.40 horas, con el objetivo de matar a Perón y amedrentar a la población. Los objetivos fueron plazas de Mayo y Colón, Casa Rosada, la residencia presidencial (hoy donde está la Biblioteca Nacional), Secretaría de Comunicaciones (Correo Central), Ministerio de Ejército (Edificio Libertador) y de Marina.

Tres meses después, el 16 de septiembre de 1955, un golpe de Estado derrocó y proscribió al gobierno peronista dando inicio a la llamada revolución Libertadora. Cabe resaltar que esta masacre fue silenciada por décadas y recién a partir de 2005 por iniciativa de Néstor Kirchner, la Secretaría de Derechos Humanos inició las investigaciones del hecho.

El bombardeo y la literatura argentina

El tema del bombardeo de 1955 fue abordado en obras como la novela Uno (1961) de la escritora tucumana Elvira Orphée, que tiene varias escenas con manifestaciones de 1955 y del propio 16 de junio, con una mirada antiperonista. Ese "Uno" es también llamado el "Líder" y el "General"; la narradora se vale del recurso de ir dando pistas al lector con alusiones a hechos ocurridos en esos años.

En el relato "El héroe", de Miguel Briante, incluido en Las hamacas voladoras (1964), el punto de vista del narrador está puesto en uno de los pilotos de los aviones. También aparece el tema del atentado en La lengua del malón (2003), de Guillermo Saccomanno y en el cuento "Desagravio", de Ricardo Piglia, incluido en La invasión (2006).

En la novela Los manchados (2015), de María Teresa Andruetto, el bombardeo aparece a través de los relatos orales de la familia, en la historia del pueblo de Tama, así como los Fusilamientos de José León Suárez y la última dictadura militar. Esas "manchas" en la piel de los pobladores son las huellas de la violencia del pasado en la memoria colectiva.

En el mismo año 2015 la novela El bombardeo de Jorge Coscia se publicó en ocasión de cumplirse los sesenta años de la masacre. En este libro aparecen representados todos los puntos de vista, dentro del mismo peronismo o dentro de los distintos mandos militares. El escritor también apeló a la memoria familiar: "Las fuentes orales se remontan a mi niñez, cuando mi tío Tití, periodista y locutor de Radio El Mundo, me contó su experiencia en la Plaza y en la Casa Rosada, bajo el fuego de los sublevados (...) La mujer que, con una pierna mutilada, permanecía sentada y resignada en la Plaza, la "vi" primero en el relato de Tití, para luego encontrarla tal cual me fue descripta en una foto en Internet".

La grasita de la escritora argentina y Licenciada en Ciencias de la Educación Mercedes Pérez Sabbi fue publicado en 2022 por Comunicarte y recibió el Premio Novela Histórica de ALIJA. Con ilustraciones de la artista santafecina Raquel Cané, se trata de la primera novela juvenil sobre el bombardeo del 16 de junio de 1955.

"Tía, ¿yo soy una grasita?", es la pregunta central de Clarita, hija de un almacenero de pueblo, que viaja con su madre a Buenos Aires para conocer la ciudad y que el día del ataque aéreo estaba en Plaza de Mayo. Pérez Sabbi narra el horror desde la mirada sensible de la niña, a partir de este hecho que marca el fin de su infancia entre palomas, aviones y cenizas. Con discursos del tango, el radioteatro y la poesía la autora sostiene que el bombardeo fue nuestro "Guernica silenciado".

En El bombardeo. Plaza de Mayo, junio de 1955 por primera vez se reúnen una serie de relatos sobre el tema. El libro fue compilado por el narrador y poeta argentino Julián López y publicado por Alfaguara (2025). López es autor de las novelas Una muchacha muy bella, La ilusión de los mamíferos y El bosque infinitesimal. También publicó los poemarios Bienamado y Meteoro. Es docente de la Licenciatura en Artes de la Escritura de la Universidad Nacional de las Artes.

El compilador expresa en el Prólogo: "En las casas familiares, en los clubes de barrio, en los gremios, entre compañeros y compañeras de trabajo circulan desde entonces los cuentos, los relatos, los secretos, las crónicas silenciadas de quienes vivieron ese horror o de aquellos que lo escucharon, quienes lo percibieron en los gestos de preocupación de sus mayores en la casa de la infancia".

La portada del libro presenta una obra del pintor argentino Daniel Santoro: "El descamisado gigante expulsado de la ciudad", óleo sobre tela; vemos una escena inspirada en el film King Kong con el personaje aferrado al edificio Kavanagh que forma parte de una serie como "El descamisado gigante irrumpe en un jardín cultivado" (2006) y "El descamisado gigante arrasando la ciudad capitalista".

El libro reúne trece relatos de escritores contemporáneos que con crónicas y ficciones reflexionan sobre ese ataque aéreo: Carla Maliandi, Sebastián Martínez Daniell, Ricardo Romero, Mercedes Araujo, Humberto Bas, Mariano Dubin, Alejandro Covello, Albertina Carri, Luis Sagasti, Juan Carrá, Esther Cross, María Pia López y Juan José Becerra proponen sus miradas literarias.

Es interesante ver en los textos las estrategias para narrar la violencia, los cruces entre historia y ficción, el tópico que se reitera de lo silenciado y también cómo se representa al peronismo y al antiperonismo. Hay también distintos puntos de vista en la narración de los hechos y distintos géneros literarios: crónicas, ficciones breves, notas, memorias.

Los recuerdos familiares están en el relato "Guárdame, duro armazón", de Carla Maliandi, que narra que su abuelo le refirió los hechos cuando ella tenía ocho años. Y el silencio: "Cuando conté la historia del bombardeo en el colegio nadie parecía saber nada".

En "Vórtice efeméride", Sebastián Martínez Daniell construye un texto fragmentario con distintos hechos que tienen resonancia con la fecha del 16 de junio, como la pintura "Junio de 1955", de Daniel Santoro, inspirada en una célebre pintura de Tintoretto con el cadáver de san Marcos. O la referencia a que también un 16 de junio Lord Byron invita a Mary Shelley a escribir textos de horror.

Albertina Carri en "Formas de vallar los cuerpos", salta de una narración de escenas cotidianas en primera persona al recuerdo de su abuela Amalia que trabajaba en Obras Sanitarias y el día de la masacre volvía de un viaje: "Los milicos la estaban esperando en el aeropuerto y no volvió a la casa. Era el año 55 y ella era jefa de manzana de la unidad básica de su barrio". "Somos la rabia y no nos van a parar con nada, les gritó a los milicos".

Como afirma López en el Prólogo, se trata de "un intento de mirar de nuevo" y de "abordar el trauma colectivo de esos días".

AGENCIA PACO URONDO: ¿Cuál fue la primera noticia que tuviste sobre el bombardeo de 1955, cómo te enteraste de estos hechos?

Mariano Dubin: No tendría más de 16 o 17 años cuando lo escuché, por primera vez, como un destello: de pronto, todo un proceso histórico que desconocía, se me descubría. Entendía así por qué estaba donde estaba. Habíamos ido con otros compañeros a una toma de terrenos en Berisso donde se realizaba un acto contra el gobierno de la Alianza. Los discursos, inevitablemente, eran monótonos, previsibles. Hasta que el último orador afirma que desde el bombardeo del 16 de junio de 1955, la clase trabajadora no vivía sino siendo bombardeada. E improvisa una analogía del presente con los aviones de la Armada bombardeando la Plaza de Mayo. ¿Se bombardeó Plaza de Mayo?, me pregunté en silencio. Y digo en silencio porque me dio mucha vergüenza no saberlo. No me animé a preguntarles a mis compañeros. Y decidí leer todo lo que fuera posible sobre el tema. En verdad, fue difícil encontrar material. Casi no había nada disponible a mano.

En las bibliotecas que consulté no encontré nada de nada. Todavía no había sido publicada La Masacre de Plaza de Mayo de Gonzalo Chaves que es del año 2005. Tampoco la detallada investigación de la Secretaría de Derechos Humanos que con Eduardo Luis Duhalde editan en el año 2010, Bombardeo del 16 de junio de 1955. En verdad, hasta el gobierno de Néstor Kirchner era un hecho bastante oculto. Como dice Julián en el prólogo: "a fuerza de negación". Duhalde también habla del silencio en relación al bombardeo. Como todas las grandes tragedias de las clases populares -el genocidio indígena, la fusilamientos a los obreros rurales en 1921 y 1922 o la represión de la Fusiladora- fueron acontecimientos enterrados históricamente por la historiografía oficial. Como sucede con Rodolfo Walsh, en Operación Masacre, el descubrimiento es siempre lateral, confuso. Porque estas historias quedan como huellas escondidas bajo la pavimentación civilizatoria.

APU: ¿Cómo fue el proceso de escritura del relato "No te perdono" incluido en la antología y cómo encontraste el tono para cada una de las voces? ¿Apelaste a documentación o recuerdos familiares?

M.D.: Mi abuelo Abraham, antes de morir, me dejó decenas de cartas y documentos personales. Revisando estos textos descubro una invitación para el Día del Ejército Argentino del año 1979, firmada por Ramón Juan Alberto Camps. La invitación era puramente protocolar porque mi abuelo, entonces, ocupaba una posición jerárquica en YPF. La celebración se realizaría en otro lugar cargado de sentidos oscuros en la ciudad de La Plata: el Regimiento 7 de Infantería. Mi padre había estado secuestrado poco antes de dicha invitación.

Entonces, ahí se me abrió una serie de preguntas imposibles de responder. Primero porque mi abuelo estaba muerto, después porque mi padre (como aquellos soldados que vuelven en silencio luego dela experiencia de las trincheras, como narra Walter Benjamin) nunca me pudo hablar de su secuestro durante la Dictadura. Entonces, comenzó la maquinaria de la ficción: imaginé a mi abuelo judío yendo a la conmemoración del Día del Ejército Argentino a hablarle a un represor, antisemita además, como Camps. Todas las contradicciones de mi abuelo, antiperonista furibundo, comprobando la brutalidad de la culminación del antiperonismo: el terrorismo de Estado.

APU: ¿Cómo pensaste la cuestión religiosa en el texto y el tema del terrorismo de Estado?

M.D.: El terrorismo de Estado fue el descubrimiento de muchas familias de las consecuencias últimas de su antiperonismo. Mi abuela despreciaba profundamente a los schwartz, para decirlo en idish, a los cabecitas negras. Esto era, en verdad, absolutamente paradójico. No sólo porque mi abuela fue conmigo una persona profundamente tierna, conmovedora. Sino que ella había vivido en carne propia el antisemitismo, conocía muy bien qué significa el odio racial. Digamos, el terrorismo de Estado para mi abuela fue un descubrimiento feroz sobre la deriva de ese odio social. Eso, entiendo, la perturbó mucho. Sin duda, había sido parte de las clases medias que reclamaban orden frente al desmadre de los setenta. Ese orden había significado la detención de su hijo. Desde esta contradicción quise escribir. Desde la experiencia perturbadora de los monstruos que creamos para que coman a otros y, finalmente, nos comen a nosotros.

Fuente: APU