Opinión

Nepal, la falla geopolítica más sensible del siglo XXI

Por Federico Merke

K.P. Sharma Oli se fue como suele irse la gente poderosa en Nepal: abruptamente. La renuncia del primer ministro llegó después de una semana de protestas juveniles que dejaron 22 muertos y casi 200 heridos. Su pecado inmediato fue torpe y reconocible: prohibir 26 redes sociales, incluyendo Facebook, Instagram, WhatsApp y WeChat, por no haberse registrado en el país. El pretexto era administrativo; la intención, evidente: sofocar una campaña anticorrupción que florecía en línea. El gobierno levantó el bloqueo el lunes por la noche. Ya era tarde.

Las calles de Katmandú ardieron, literal y figuradamente. Los manifestantes escalaron las paredes del parlamento, incendiaron su interior, atacaron la sede del Congreso Nepalí y hasta la casa del ex primer ministro Sher Bahadur Deuba. La policía respondió con gases, balas de goma y, según médicos locales, fuego real. La protesta se autodefinió "Generación Z" en pancartas y hashtags, y tuvo un aire de espontaneidad: no hubo líderes, salvo la figura lateral del alcalde de Katmandú, Balen Shah. El Ejército apareció con un comunicado solemne, prometiendo orden y ofreciendo diálogo.

Finalmente, el viernes, los representantes de la "Generación Z", el jefe del Ejército, Ashok Raj Sigdel, y el presidente, Ram Chandra Paudel, acordaron designar a Sushila Karki, ex presidenta del Tribunal Supremo, como primera ministra interina. "Mi nombre fue traído de las calles", dijo Karki. ¿Cómo seguirá todo? Es difícil saberlo. Los jóvenes tienen energía, enfado y hasta una visión de país, pero no tienen recursos ni están organizados. El Ejército, la Justicia y la burocracia están en manos de las viejas élites que ellos desprecian.

Pero miremos el cuadro más amplio. El bloqueo digital fue la chispa, no la leña. Nepal es un país que expulsa a su gente. En 2021, el 7,5% de la población vivía fuera. En 2022, las remesas representaron el 22% del PBI. Hoy, 2.000 jóvenes parten cada día rumbo a India o el Golfo. Un cuarto de las familias tiene a alguien afuera. Lo que quedó adentro es un Estado pequeño, más chico que Uruguay pero con nueve veces más habitantes, y con un ingreso per cápita que apenas roza el 6% del uruguayo.

El descontento se alimentó de escenas compartidas en redes antes de ser bloqueadas: fotos de los hijos de políticos mostrando un lujo obsceno. #Nepokids, los llamaron. El bloqueo de internet no es un problema exclusivamente nepalí. En todo el mundo la libertad de acceso a la red viene declinando por 14 años consecutivos, con gobiernos restringiendo el acceso a redes sociales en al menos 25 gobiernos, de acuerdo a un informe publicado el año pasado por Freedom House. Pero en un país con 125 grupos étnicos, 127 lenguas y decenas de castas, la distancia entre élite y pueblo se amplifica hasta el absurdo.

La inestabilidad política es otra constante. Nepal se convirtió en república en 2008, tras 250 años de monarquía hindú -la única del mundo, con el rey como encarnación de Vishnu- y una guerra civil maoísta. Desde entonces, el país ha tenido 14 primeros ministros en 17 años. Duran, en promedio, 450 días. Oli era un veterano en ese carrusel. Tres veces en el cargo, arquitecto de la Constitución de 2015, maestro en convertir disputas fronterizas con India en nacionalismo rentable. También en disolver parlamentos cuando no le servían. Dos veces lo hizo. Dos veces la Corte Suprema lo detuvo.

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Los observadores internacionales capturan la paradoja. Para V-Dem, Nepal tiene hoy una calidad democrática comparable a la de Argentina. Freedom House lo llama "parcialmente libre" (62/100 frente a 85/100 de la Argentina). The Economist lo ubica como "régimen híbrido" con un puntaje de 4,5, en el puesto 96, mientras Argentina aparece como "democracia defectuosa" con 6,51, en el puesto 54. Lo común en todos es la tendencia ascendente.

Nada espectacular, pero Nepal daba señales de mejoras en su calidad de tipo de régimen. Similar evaluación hizo el Fund for Peace a través de su Fragile State Index. Como se ve en el gráfico, la fragilidad estatal de Nepal declinaba.

Pero la represión de la última semana es un recordatorio de lo frágil que sigue siendo ese progreso. Incluso están quienes desean el regreso de la monarquía hindú, incluyendo algunos sectores del vecino partido indio BJP, liderado por Narendra Modi. Esta fragilidad parece regional. Las protestas comenzaron en Sri Lanka en 2022; luego siguieron en Bangladesh en 2024. Algunos sugieren un paralelismo con la Primavera Árabe: gobiernos corruptos, jóvenes enfadados, falta de empleo. Y, como sucedió en Indonesia semanas atrás, las protestas en Nepal no dependieron de partidos y organizaciones establecidas: se impulsaron con memes y se organizaron con hashtags a través de las redes.

La paradoja es que Oli fue indispensable para consolidar la república, pero también fue su amenaza más persistente. El personalismo que lo llevó a concentrar poder terminó debilitando incluso a su propia coalición comunista. Su caída dice menos sobre un hombre que sobre un sistema que convierte la gobernabilidad en un arte efímero. Nepal no parece ser una anarquía, sino algo más agotador: una interinidad crónica.

La tragedia de Nepal no es solo doméstica. Es geopolítica. El país está encajonado entre India y China, dos gigantes que se alternan en verlo como satélite, corredor o tapón. Katmandú juega a la diplomacia de la equidistancia, pero carece de la densidad institucional para sostenerla. Con India mantiene vínculos profundos (históricos, culturales, económicos) y una dependencia estructural: el comercio, la energía y la propia diáspora nepalí giran hacia el sur. Con China mantiene una relación más estratégica y aspiracional, hecha de carreteras, préstamos y promesas de la Iniciativa de la Franja y la Ruta.

La revuelta de la semana pasada no se entiende sin ese contexto. Un país que depende de India para absorber a sus trabajadores migrantes y de China para financiar infraestructura no tiene la holgura para fallar puertas adentro. Cada estallido local se amplifica por su ubicación en lo que probablemente sea la falla geopolítica más sensible del siglo XXI. Nepal, entonces, no es un asunto marginal: es el recordatorio de que, entre dos colosos, la fragilidad puede ser destino.

Fuente: CENITAL