Géneros

"Te mereces ser la próxima", la violencia digital apunta a las periodistas feministas

Por Laura de Grado Alonso. Efeminista.

A veces la violencia digital comienza con una notificación en el móvil, otras con una avalancha de menciones en redes sociales, un insulto, una amenaza, un deepfake, la advertencia de que «te va a pasar algo» o de que «te mereces ser la próxima». Es el momento exacto en el que una periodista se da cuenta de que ser feminista e informar con perspectiva de género tiene un coste personal y profesional que no está incluido en los convenios laborales ni en los protocolo de prevención de riesgos.

El 73 % de las periodistas en el mundo ha sufrido violencia en línea, según la Unesco. Y no se trata solo de insultos, el 20 % ha sufrido agresiones fuera de Internet directamente vinculadas a campañas de odio digitales.

Los ataques se intensifican cuando se abordan temas de género (49 %), política y elecciones (44 %) y derechos humanos (31 %), según el informe The Chilling: global trends in online violence against women journalists.

Para entender cómo funciona esta violencia digital y las consecuencias personales y profesionales para las comunicadoras que la sufren, Efeminista ha hablado con cuatro periodistas que han enfrentado amenazas, campañas de odio y hostigamiento por ejercer un periodismo feminista: la periodista y escritora argentina especializada en género, Luciana Peker; la redactora jefa de Género en Eldiario.es, Ana Requena; la escritora y periodista feminista, Cristina Fallarás; y la redactora de Pikara Magazine, Mª Ángeles Fernández. Y con la abogada penalista Laia Serra i Perelló, una de las redactoras de la reforma de la ley catalana de violencias machistas, que incluye la violencia digital.

Sus casos no son excepciones, son la norma. Cada vez que una periodista feminista denuncia violencias machistas o introduce una mirada de género en la agenda, se topa con una oleada de violencia digital diseñada para hacerla retroceder y silenciarla. Y la fina línea que separa la violencia digital de la física ya ha sido traspasada en varias ocasiones ante la inacción de las instituciones y de los propios medios de comunicación: pintadas en las redacciones y en sus casas, amenazas telefónicas, inclusión de datos personales en páginas de anuncios de prostitución, difusión de datos personales, deepfakes sexuales...

Desde hace unos años, y unido al avance de la extrema derecha, el acoso, la violencia, el señalamiento y las agresiones a las comunicadoras feministas se han multiplicado hasta convertirse en uno de su principales problemas. Sin embargo, las leyes que regulan los medios, la radiotelevisión o la producción audiovisual carecen de perspectiva de género aplicada a la violencia digital, lo que deja a las periodistas sin amparo jurídico cuando los ataques se producen como consecuencia directa de su trabajo.

«Te mereces ser la próxima víctima de femicidio», el primer ataque

La periodista argentina Luciana Peker, actualmente exiliada en España, recuerda con claridad el texto con el que comenzaron los ataques. «El primer ataque fue porque publiqué una nota en InfoBae sobre que las armas aumentan el peligro de los femicidios. Me escribieron «te mereces ser la próxima víctima de femicidio». Y añadía «con armas de fuego se puede disparar desde distancia»». Aquella frase marcó un antes y un después, explica Peker, quien cuenta que detrás de aquella amenaza había una estructura organizada vinculada a miembros de la Fuerza Aérea de su país.

«Casi todas las periodistas feministas en Argentina han sufrido ataques», lamenta Peker, que tuvo que salir de Argentina, precisamente, por acoso y persecución. Durante su trabajo apoyando a la actriz Thelma Fardín en el proceso penal contra el actor Juan Darthes, condenado por violación, recibió amenazas sistemáticas para amedrentarla.

En España, Cristina Fallarás lleva una década bajo hostigamiento continuo. «El primer señalamiento fuerte que recuerdo fue en 2017. Tenía cientos de amenazas de muerte. Desde entonces no ha parado ni un poco», cuenta.

En el último ataque que ha recibido, dice, «todo cambió». El detonante fue una campaña de Vox, partido de extrema derecha, negacioncita de la violencia de género, con representación en el Parlamento español, que difundió su imagen dentro de la acción #YoMeDefiendo, acompañada de una web que, mientras llamaba a denunciar a la periodista, promovía la afiliación al partido.

«Que una fuerza política use tu cara para generar odio y no pase nada institucionalmente es un precedente gravísimo», afirma.

Lo que vino después, resume, fue un efecto en cadena. Del señalamiento político se pasó a la amplificación en redes y, en cuestión de horas, su nombre y su imagen ya circulaba en foros neonazis, espacios incel y la manosfera misógina. «Los insultos pasaron de ‘puta, vieja, gorda' a descripciones explícitas de lo que harían conmigo y con mi familia», explica.

Un ataque contra las mujeres que opinan

Para la redactora jefa de Género en eldiario.es, Ana Requena, lo primero que hay que entender es que el odio no va dirigido únicamente a una persona. Lo que se castiga, dice, es la presencia de mujeres opinando desde un lugar de autoridad.

«Estos ataques son personales y no son personales. Forman parte de una estrategia más grande de ataque, de descrédito y de tratar de violentar a quienes estamos públicamente haciendo un discurso que es feminista. No tiene que ver con el nombre y el apellido que tengamos, ni siquiera con el cargo que tengamos, sino con lo que representamos en el espacio público», explica.

Requena recuerda que el entorno digital es un lugar «muy hostil» para cualquiera, pero insiste en que, cuando se trata de mujeres periodistas que trabajan temas feministas, esa hostilidad se vuelve más concreta y dirigida.

En su caso, ni siquiera puede identificar un «primer ataque» porque lleva «años recibiéndolos». Lo que sí recuerda es que en muchos momentos el odio dejó de ser algo aislado para transformarse en algo «muy organizado o masivo».

Según el informe de Reporteros Sin Fronteras (RSF) El periodismo en la era MeToo, el 60 % de las periodistas que cubren temas de género son víctimas de ciberacoso.

RSF advierte de que, aunque el discurso sobre los derechos de las mujeres haya ganado visibilidad mediática, esa presencia ha generado una reacción organizada de violencia. Más del 25 % de estas periodistas considera directamente peligroso informar sobre feminismo, y ya hay registros de casos que han escalado a amenazas de muerte, detenciones arbitrarias o violencia física.

Pikara Magazine es un ejemplo de esa escalada. En 2019, la redacción de la revista, en Bilbao, empezó a recibir ataques y pintadas de odio en la sede. «Casi cada lunes aparecía una pintada nueva. Fueron cuatro veces seguidas», explica la redactora María Ángeles Fernández, que señala que también hubo intentos de tumbar la web y llegaron amenazas directas a colaboradoras.

El equipo denunció los hechos, pero la Ertzaintza les dijo que la causa «no iba a tener recorrido». Ante la falta de respuesta institucional, decidieron actuar por su cuenta y denunciaron públicamente lo ocurrido en una rueda de prensa a la que acudieron concejalas de todos los partidos políticos, desde Bildu hasta PP, PNV y PSOE. Después instalaron un cierre metálico en la entrada y, lejos de esconderse, colocaron un rótulo con el nombre del medio en la fachada.

«Queríamos denunciar que esto es un medio de comunicación y que suponía un ataque directo a la libertad de expresión y a la libertad de prensa», explica Fernández.

Un contexto más amplio de violencia contra las mujeres

Las periodistas coinciden en que la violencia digital no aparece de forma aislada, sino que se inserta en un contexto mucho más amplio de violencia machista que atraviesa la vida de las mujeres dentro y fuera de Internet.

En la actualidad, se estima que una de cada tres mujeres en el mundo ha sido víctima de violencia física o sexual y, en el ámbito de la pareja, más de 640 millones han sufrido abuso por parte de sus parejas o exparejas, según datos de ONU Mujeres. En España, una de cada dos mujeres ha sufrido algún tipo de violencia machista y un 80 % de las adolescentes y jóvenes entre 16 y 24 años ha enfrentado acoso en redes sociales, revela el Instituto de las Mujeres.

«Esta violencia digital viene a sumarse a toda esa violencia y esa sensación de amenaza que ya vivimos las mujeres en nuestras vidas», explica Ana Requena, también autora de los libros Intensas y Feminismo vibrante.

«Estamos hablando de un extremismo que tiene que ver con el machismo y con la misoginia. Hay un caldo de cultivo muy fuerte en muchos espacios online fuera de los ojos de lo cotidiano, y en esos espacios de radicalización se incita a atacar a las voces que representan un discurso feminista», continúa.

Y lamenta que «esta violencia acaba siendo un intento de silenciarte, de amedrentarte, de que te calles y de que no hagas tu trabajo».

«Son violencias disciplinantes, violencias que no solo ejercen una presión y una coerción para adaptarse a los roles de género, sino que es una forma de control y de subalternización», explica la abogada Laia Serra, para quien «no solo atacan a la mujer dilapidada», sino que lanzan un «mensaje de desprotección» que inhibe al resto de mujeres.

Todas las periodistas consultadas coinciden en que el volumen y la agresividad de los ataques ha crecido a la par que el avance reaccionario, el auge de la ultraderecha y la proliferación de espacios digitales misóginos que operan como laboratorios de odio.

«Es un reflejo de la sociedad en la que vivimos y de una sociedad que ahora mismo está en un momento de auge de la reacción y también de un envalentonamiento de la oposición, de la violencia, del señalamiento y de generar miedo. Y en muchos casos con la complicidad de estas plataformas, de estas redes sociales y de estos espacios digitales», explica la redactora de Pikara Magazine.

De la autocensura a la ansiedad o depresión, las consecuencias de la violencia digital

Y muchas veces, el objetivo se cumple. Según el Informe sobre la ciberviolencia contra las mujeres del Lobby Europeo de Mujeres (2024), en la Unión Europea el 37 % de las periodistas evita publicar o cubrir ciertos temas para no ser atacadas en redes.

El 76 % de las mujeres con voz pública cambia su forma de usar redes como Instagram o X para protegerse, y el 30 % directamente se autocensura y deja de opinar, retira publicaciones, cierra comentarios o abandona investigaciones en curso para no exponer a sus familias.

Otra de las consecuencias que revela el estudio es que estos ataques generan ansiedad, depresión, estrés, insomnio y autolesiones.

A esto se suma la precarización económica y el empobrecimiento. Como consecuencia del acoso y el hostigamiento muchas periodistas se ven obligadas a abandonar coberturas, renunciar a actos públicos o dejar encargos por miedo a exponerse.

Es lo que le ocurre a Cristina Fallarás, que ha tenido que cancelar todos sus actos y desplazamientos y, por lo tanto, su actividad profesional ha quedado interrumpida. «Mi trabajo depende de poder moverme, de dar charlas, de enseñar. Eso ahora está en pausa. Eso supone un perjuicio económico tremendo», reconoce.

«No hace falta pasar a la violencia física para que eso tenga consecuencias sobre nosotras. Hay un riesgo grande de autocensura, de pensarte mucho más si quieres estar en determinados espacios o de dudar sobre si la exposición que estás teniendo te merece la pena», añade Requena.

«En Argentina lograron hacer desaparecer el periodismo feminista»

Luciana Peker, explica que en Argentina el impacto ha sido devastador y muchas periodistas feministas han desaparecido del debate público. Algunas dejaron sus trabajos, otras migraron, otras se silenciaron, cuenta. Y cita el caso de Marina Abiuso, editora de género de TNT, que tuvo que dejar ese puesto por el hostigamiento en redes sociales.

«En Argentina lograron hacer desaparecer el periodismo feminista. La herramienta del periodismo feminista para denunciar, para contar qué programas había sacado el gobierno o para narrar la movilización de resistencia directamente desaparece», advierte la autora de La revolución de las hijas.

En el país latinoamericano, el informe Muteadas: el impacto de la violencia digital contra las periodistas, de Amnistía Internacional, revela que el 63,5 % de las periodistas sufrió algún tipo de violencia digital en los últimos seis años. El 45,9 % recibió acoso o amenazas de violencia sexual y un 23 % fue atacada directamente por figuras políticas.

«La violencia contra las periodistas feministas en Argentina y en España está directamente conectada», advierte Peker. Señala que la ultraderecha española aprendió directamente de la argentina y que existen vínculos visibles entre figuras políticas como Javier Milei y Santiago Abascal.

Impunidad y permisividad

Una de las palabras que más se repite entre las periodistas entrevistadas es impunidad.

«Si no hubiera una impunidad absoluta, un partido de ultraderecha como Vox no se atrevería a montar una campaña señalando a una periodista con nombre, foto y rostro», ejemplifica Fallarás. En su caso, el señalamiento público contra ella no ha derivado en ninguna medida institucional de protección ni en ningún pronunciamiento por parte de otros partidos políticos, y eso, advierte, envía el peligroso mensaje de que atacar a una periodista no tiene consecuencias.

«Yo creo que hay impunidad porque lo digital es un terreno donde se permite todo. El anonimato y las redes funcionan a golpe de algoritmo sin importar nada más», coincide Requena.

Aclara que no se trata solo de impunidad penal, también habla de la impunidad simbólica, social y mediática, la que minimiza estos ataques y los relega a lo anecdótico, sin reconocer su impacto en la vida y en el trabajo de las periodistas.

«Los medios deberían saber que esto les está sucediendo a sus periodistas, y asumir que puede ir a más. Creo que se menosprecia el efecto de esta violencia digital para todo el mundo», explica

La creadora del blog Micromachismos denuncia que las redacciones siguen sin contar con protocolos ni herramientas de apoyo, y que se sigue midiendo la violencia únicamente cuando hay golpes visibles. «La violencia no es solo que te peguen, cuando están revelando datos o información personal tuya, eso genera una sensación de inseguridad muy grande y esto nos ha pasado a algunas».

Y propone empezar a abordar los efectos de esta violencia como «riesgos laborales».

La abogada Laia Serra coincide con la idea de que la violencia digital sea reconocida como «un riesgo psicosocial».

«La prevalencia de violencia es tan evidente, tan permanente, tan global...que es inaudito que esto no sea reconocido como un riesgo inherente a la profesión del periodismo», explica Serra. Habla desde la experiencia, en Cataluña esta abogada ha impulsado una guía oficial para evaluar el impacto de las violencias digitales, que permite a colegios profesionales, servicios de salud pública y cuerpos policiales formarse en cómo identificar estas agresiones y su efecto en la salud mental y la capacidad laboral de las mujeres.

¿Qué se puede hacer?

Serra insiste en que la dimensión digital de la violencia debe incorporarse de manera transversal a las normativas, no como una nota al pie ni como un artículo accesorio. Hasta ahora, leyes como la Orgánica de Medidas de Protección Integral contra la Violencia de Género no mencionan este tipo de violencia, y aunque la Ley del «Solo sí es sí» o la ley de protección a la infancia empiezan a incluir contenidos vinculados al entorno digital, todavía funcionan en clave de excepción.

«Las violencias digitales llevan un retraso a nivel de regulación y de política pública abismal», lamenta.

El vacío alcanza también al sector de la comunicación. Las leyes que regulan los medios, la radiotelevisión o la producción audiovisual, advierte la abogada feminista, carecen de perspectiva de género aplicada a la violencia digital, lo que deja a las periodistas sin amparo jurídico cuando los ataques se producen como consecuencia directa de su trabajo.

La abogada catalana fue una de las juristas que redactó la reforma de la ley catalana de violencias machistas en 2020, la primera del Estado español que incluyó la violencia digital como forma específica de violencia de género. Ese cambio, aparentemente técnico, tuvo consecuencias concretas, cuenta.

Forzó a que el Parlament, los Mossos d'Esquadra, los equipos de salud pública, las forenses y los servicios de atención a violencias machistas recibieran formación obligatoria para identificar y actuar ante agresiones digitales, explica. Un avance que ella misma describe como «una pequeña revolución silenciosa» que, sin embargo, ha pasado prácticamente inadvertida fuera de Cataluña.

En paralelo, la periodista argentina Luciana Peker habla de la responsabilidad de los actores internacionales. «La cooperación internacional tiene que incidir para proteger a las periodistas y el periodismo feminista y dar un respaldo a la libertad de expresión, porque si no, las ideas de la cooperación tampoco van a subsistir», avanza.

«Yo propongo que sigamos a las periodistas feministas, las vayamos a ver, las leamos, pongamos la lupa para buscar lo que escriben en las redes sociales, leamos directamente lo que escriben en los medios donde publican, leamos los libros... que haya un apoyo comunitario, si no lo que se viene es un silencio que no tiene vuelta atrás», concluye Peker.