La cara más nefasta del terrorismo de Estado: "Las fuerzas represivas utilizaron de modo planificado los vínculos afectivos de las organizaciones revolucionarias"La historiadora acaba de publicar "Rotos corazones", un deslumbrante libro que cruza erotismo, compromiso, lucha armada, pareja, radicalización, militancia y terrorismo de Estado. Cómo fue su investigación para reconstruir el vértigo de los años 70 a partir de los lazos que unían amor y política en la conformación de grupos como PRT-ERP y Montoneros.
Por Agustina Larrea
"¿Qué sentidos y efectos jugaron el deseo, la atracción, los afectos en la praxis, las estrategias, las identidades políticas y en las vidas de estos jóvenes que pronto virarían del optimismo extático a enfrentar el terror de Estado? ¿Qué lugar tuvieron la entrega amorosa y la entrega al pueblo en la emergencia y el crecimiento de la izquierda revolucionaria y su declive?", se pregunta la historiadora Isabella Cosse al comienzo de su reciente libro Rotos corazones. Amor y política en los setenta (Siglo XXI Editores, 2025).
Partiendo de una búsqueda inquieta en los archivos, con entrevistas reveladoras y una mirada profunda y desprejuiciada, Cosse va detrás de las memorias de los 70 -en particular aquellas que reconstruyen la formación de grupos revolucionarios como el PRT-ERP y Montoneros- para detenerse en los vínculos afectivos como lazos inseparables del compromiso político. Del flechazo en una marcha a la primera acción política de un hombre que le confiesa a la historiadora que temía "morir virgen" si la policía lo llegaba a atrapar colocando una caja con panfletos que volaban cuando se activaba un pequeño explosivo; de los disparos en Ezeiza a la vida en la clandestinidad; de la familia como resguardo a la crudeza de las desapariciones y el terrorismo de Estado, Cosse analiza con agudeza los siempre inquietantes años 70 en la Argentina. Y lo hace con el oído puesto en las ambivalencias como motor de una época que, a partir de su deslumbrante y novedoso análisis, adquiere nuevas dimensiones.
A continuación se transcribe un intercambio que la historiadora tuvo con elDiarioAR durante y después de la presentación de Rotos corazones, que tuvo lugar en la Librería del Fondo el 4 de diciembre.
- Volviste a pensar la militancia y la juventud, algo que ya habías abordado en trabajos anteriores. ¿Por qué volver a transitar esta zona y por qué hacerlo a partir de estos rotos corazones que recuperás en el libro?
- Porque los jóvenes han sido sujetos claves de la historia argentina y, también, porque nos permite pensarnos en el presente y el futuro. Sigue siendo, como dice un libro recién editado por Siglo XXI, central para proyectarnos, responder la pregunta de dónde venimos, quiénes somos y a dónde vamos. Esto significa, antes que nada, activar la capacidad de imaginar un tiempo en el que somos y no somos los mismos, es decir, concebir esa línea sinuosa con la que trabaja la historia del cambio y la permanencia. Activar la imaginación para reconocer en el pasado, un tiempo ido, pero, a la vez, que nos configura. En ese juego, el presente nos exige hacernos nuevas preguntas: ¿cómo tramitamos los conflictos?, ¿cómo enfrentamos socialmente la exclusión?, ¿cómo pensamos una sociedad dividida y fragmentada por la desigualdad y cómo las formas configuradas en la transición democrática en torno a la democracia y los derechos humanos están cambiando? Estamos en un momento bisagra. Y, en ese momento bisagra, en medio del ascenso de la extrema derecha, este libro propone pensar la izquierda, los proyectos emancipadores, la utopía de los 70. Esa mirada al pasado al que apuesta Rotos corazones, nos abre al pensamiento crítico, al reconocimiento de los muchos hilos, muchas tramas, que intervienen en la definición de un momento histórico, de un acontecimiento, al que observar reflexivamente. Desplazando mitos y sentidos comunes instituidos. Una indagación sin cortapisas. Esa historia de Rotos corazones habla de una época que está en el centro de la discusión pública y política a raíz de la legitimación de las derechas extremas y conservadoras (con sus variaciones y alimentándose de otras tradiciones autoritarias). El libro aporta a esa discusión, es la historia de la radicalización, de los jóvenes militantes, de las organizaciones revolucionarias, pero, también, de la sociedad argentina, del enfrentamiento y la lucha política y del ascenso represivo. Quizás, al terminar de escribir el libro, se me hicieron especialmente presentes una mirada actual y otra muy vieja de los usos de la historia.
- ¿Cuáles son y cómo funcionan esas claves?
- La clave más actual remite a pensar la contingencia. El hecho de que el futuro no está escrito, sino que es el resultado -con giros inesperados- en el que se conjugan fuerzas históricas con novedades creadas en la lucha política y social. Nadie hubiera dicho en aquel presente que, cuando Juan Carlos Onganía tomaba el poder en junio de 1966, convencido que tenía la hegemonía para quedarse en el poder por un tiempo indeterminado, hasta lograr ordenar a una sociedad argentina díscola, conflictiva, que sólo tres años después, enfrentaría protestas juveniles (pero también, populares y obreras) de tal calibre que lo hicieron perder terreno político, apoyo dentro de las Fuerzas Armadas, que iba a tener que renunciar y que la radicalización era tan impetuosa, la legitimidad de confrontar con los gobiernos autoritarios parecía alcanzar tal entidad, que la estrategia militar fue la apertura democrática en 1973. La otra mirada es más antigua. Tiene que ver con la historia como maestra de vida, con la mirada crítica sobre un pasado que nos enseña valores políticos y éticos. En ese sentido, este libro sobre jóvenes militantes y organizaciones revolucionarias es también un libro sobre la represión política del Estado, sobre el papel que juega la anatemización del otro, sobre una época que desencadenó una tragedia. Quisiera creer que esa historia pueda contribuir a valorar la democracia, a sentir en la piel, a erizarnos frente a los métodos crueles, inhumanos, del terrorismo de Estado, que nos enseñe a abrirnos al diálogo, a la seducción, al chamuyo, a melonear, términos usados en el momento alto de las protestas del '69 y '70, es decir, a la capacidad de convencer.
- En Rotos corazones aparece mucho una palabra de esas que se presentan como llaves. Es la palabra "compromiso". En los vínculos afectivos que tan profundamente investigaste de los militantes de la izquierda entre sí y en sus vínculos -que por supuesto también exhiben una insoslayable dimensión afectiva- con la política. ¿Ser joven y militante era comprometerse?
- Es cierto, el "compromiso" es una noción clave de esta historia, de la sensibilidad militante, es decir, de la aleación entre ideología y sentimientos, que según propongo fue crucial, decisiva, para entender los proyectos de izquierda o de emancipación y cambio social y político en los años setenta. Grandes contingentes de jóvenes entraron a la política en estos "largos años sesenta" convencidos, tironeados, buscando espacios de compromiso, creando ellos mismos, con frecuencia, a partir de núcleos de amigos, compañeros de colegio, de barriada, formas de cambiar el mundo que implicaban la decisión de arriesgar, apostar, intervenir en la escena política y social, cultural, también. "Comprometerse" era involucrarse con la realidad de "otro", con diferentes posibles proyecciones políticas y sociales. La contestación política militante, con ese cambio social, fue un fenómeno que involucró a grandes contingentes de jóvenes, que envolvió a diferentes cohortes de edad, que fue de masas. Esa entidad fue tan significativa, que cuenta el libro, una revista como Vosotras, destinada a jóvenes y mujeres de las clases trabajadoras y clases medias bajas, explicaba que, para no quedarse callada en una cita, era necesario saber qué era la lucha de clases. Dicho esto, no puedo dejar de decir, que existieron otras formas de ser joven en aquellos años que implicaron, también, otras formas de contestación, cultural, que supusieron formas disímiles de confrontar con la autoridad, una autoridad que, debemos recordar, estaba impulsada por gobiernos militares y surgidos de elecciones realizadas con el peronismo, la principal fuerza política, proscripto.
- El compromiso, en distintos ámbitos, persistía.
- Sí. "Compromiso" era, además, una noción que involucraba un estadio de la relación amorosa, aquel en el que se proyectaba una unión estable. Si bien el compromiso como institución reglada, organizada socialmente, con anillos que se intercambiaban y una ceremonia familiar, había quedado algo vetusto para amplios segmentos de jóvenes de las clases medias y trabajadoras, la palabra "compromiso" remitía también al compromiso amoroso. En el libro argumento que existió una aleación singular, propia, que hizo del compromiso político y amoroso un rasgo singular de la izquierda revolucionaria (armada y no armada). Un poema de Mario Benedetti, que Nacha Guevara fue la primera en cantar con música de Alberto Favero, expresó de forma prístina esa conexión cuando decía "si te quiero es porque sos mi amor, mi cómplice y todo y en la calle codo a codo somos mucho más que dos". La música le da una especial resonancia a esa elaboración porque crea paisajes emocionales que unen las vivencias con los deseos, en este caso el deseo de justicia y el deseo amoroso/erótico. Esa canción condensa la memoria sentimental de esa generación militante. Pero, entonces, esos versos se integraron a declaraciones, ensoñaciones, convicciones ideológicas. Es decir, el amor romántico, una matriz histórica y social surgida de la confluencia de diferentes actores, intervenciones, discursos, que estaba en los años sesenta en plena reelaboración, quedó unido con los sentimientos amorosos al pueblo, la patria, la revolución. De hecho, propongo que esa manera de pensar el "amor", como noción que supone la fusión, la conexión con otro, a la vez entrega y riesgo, hizo parte decisiva de la sensibilidad revolucionaria. El Che Guevara que decía en 1965 "déjeme decirle a riesgo de parecer ridículo que el revolucionario verdadero está guiado por grandes sentimientos de amor", era un amor a los sufrientes, a los desheredados, otro, por el que había que refundar el mundo, recrearlo y si era necesario matar y morir. Ese amor se entroncó con el amor erótico, de pareja. Quedó unido al deseo, pero no sólo al deseo sexual sino al deseo que imbuía a la acción colectiva de cambiarlo todo.
- En este sentido, quería subrayar algo más que desarrollás en el libro. ¿Qué nos podés contar de cómo se entrelazan las ideas de "fidelidad" en las parejas con la de "lealtad" en los grupos a los que pertenecían estas personas que investigaste?
- La conexión entre el amor erótico/romántico (con sus muchas variaciones que supusieron disímiles tipos de relación, duración, vínculos, lo que es importante en el argumento del libro) y el compromiso político, la lealtad (como noción clave no sólo de la izquierda ni del peronismo, sino de la cultura política en esas décadas y las anteriores) se hizo una dura argamasa, se abroqueló por completo: la lealtad política, la capacidad de sostener el compromiso en situaciones límite y riesgosas, de gran precariedad (a raíz de la represión, pero también de las imposibilidades de las organizaciones revolucionarias de proteger a sus integrantes) terminó asociándose con la fidelidad amorosa. Debo decir, sin embargo, que mi intención fue historizar una época, y fuerzas políticas en extremo dinámicas, cambiantes, que no estaba prefijada en sus orígenes, porque de lo contrario, justamente, pensamos el pasado de forma simplificada y se nos pierde comprender su configuración, incluso. Digo esto porque mi reconstrucción muestra que tal conexión adquirió entidad, quedó fraguada en forma normativa en 1975, cuando, ante el avance represivo y el crescendo familiarista del gobierno peronista que en 1974 había vetado la Ley de patria potestad compartida y había aprobado a requerir triple receta para comprar anticonceptivos y había armado una alianza con la Iglesia católica para un plan para la familia. En ese contexto, El Caudillo, una revista vinculada con la ortodoxia del sindicalismo, los parapoliciales armados y financiada por José López Rega, acusaba a la izquierda revolucionaria, de homosexuales, drogadictos e inmorales. En respuesta, las organizaciones respondieron profundizando el propio familiarismo, las valoraciones que suponían un lazo inequívoco entre la lealtad política y la fidelidad amorosa, al punto de que se argumentó en contra de Roberto Quieto, cuando éste fue capturado por las fuerzas represivas, sus supuestos desarreglos de su vida amorosa que explicaban su supuesta entregada información, en vistas a sancionarlo. Dicho esto, quisiera señalar, aún en forma telegráfica, que el libro abona por una historización de estas modulaciones, que reconoce que existieron discrepancias con esta visión o reglamentación, que, sin embargo, no llegaron a articularse en una confrontación explícita y unirse a las disidencias políticas, que existieron. Y, a la vez, que nota la paradoja en la cual la propia precariedad y experiencias límites -incluso previamente la propia vida clandestina- implicaba tal dinamismo, tal fluidez en los vínculos afectivos y estos eran tan importantes para sostenerse en esas circunstancias gravísimas. También, que la normativización de la vida afectiva se contraponía con los requerimientos y necesidades de los militantes. Al mismo tiempo, es importante decir que en esa historización noté que la normativización no implicó lo mismo en cada momento de ese acelerado tiempo, ni fue igual en todas las organizaciones. Propongo, de hecho, que las cuestiones relativas a la desigualdad de género, el lugar de las mujeres, las formas de pensar los vínculos amorosos fueron espacios de contención, de disputa, en las prácticas en sí mismas, que, ciertamente, existieron pocas discusiones ideológicas o doctrinarias; pero muchas conversaciones y disputas en las interacciones concretas.
El amor romántico, una matriz histórica y social surgida de la confluencia de diferentes actores, intervenciones, discursos, que estaba en los años sesenta en plena reelaboración, quedó unido con los sentimientos amorosos al pueblo, la patria, la revolución
- Le dedicás un tramo muy importante del libro a las revueltas estudiantiles, en particular a las protestas de jóvenes universitarios en Tucumán en 1970. ¿Por qué te interesaba ese aspecto? ¿Qué sentido produce esto y qué nos dice de las particularidades de Argentina en su relación con la educación pública?
- La existencia de la educación pública, de espacios, experiencias, políticas destinadas y vividas por personas según su edad es un fenómeno central de la configuración de la identidad y experiencia juvenil. No fue el único elemento o dimensión, pero estar en las aulas con otros de edad semejante fue decisivo para la configuración de la experiencia juvenil y, de hecho, los jóvenes quedan colocados en un lugar central de los fenómenos históricos socioculturales y políticos en forma simultánea al aumento de la educación secundaria, terciaria y universitaria (aunque hayan existido jóvenes que se percibían de ese modo por fuera de la educación pública, aunque esta fue clave, mucho antes, en los años veinte y treinta). La educación pública, como política, percepción y experiencia en común de los jóvenes, supuso, desde muy temprano, con la escuela pública, con relación a los niños y niñas, la posibilidad de una proyección de ascenso, una promesa, al menos para gran parte de esos niños, niñas y jóvenes, al igual que sus familias, la posibilidad de que el Estado ofreciese una vía para lograr el prometido ascenso social. O, al menos, una forma concreta y real de inclusión en las aspiraciones de una vida mejor, en el supuesto de que la educación abría posibilidades de mejorar la posición social, las oportunidades. La educación pública era, además, un espacio de relación de personas con diferentes clases sociales, que, sin idealizar, sin mitificar, supuso conflictos, estigmatizaciones, pero a la vez una vivencia formativa de contacto con otro, de la capacidad de suspender las desigualdades, quizás, en ciertos momentos, a raíz del juego, de las conexiones afectivas, de habilidades intelectuales. Para muchos y muchos chicos y chicas de las clases populares la posibilidad de estar parte del día en un ambiente más o menos cuidado, durante muchos períodos, con alimentación, de abrirse a otros mundos y posibilidades; de hecho, a fines de los treinta comenzaron a entregarse materiales y alimentos en las provincias más pobres a grandes contingentes de chicos y chicas, políticas que el peronismo expandió y profundizó. Estas características se han modificado de raíz en la actualidad: la fragmentación social, las dificultades de las políticas de inclusión educativa, las crecientes desigualdades e incluso la precarización laboral ha modificado esta realidad para los sectores populares cuyas proyecciones de futuro están cortadas, limitadas, cuyos sueños pasan por labrarse un futuro en otros mundos que no son los profesionales, de supuesta rápida acumulación.
- ¿Cuándo es que la juventud comienza a ser un foco de preocupación? ¿Qué le preocupa a una sociedad cuando dice preocuparse por los jóvenes?
- Los jóvenes, al igual que los niños y las niñas, expresan la conexión entre pasado y futuro en las sociedades modernas. En nuestro mundo, preocuparse por los jóvenes supone activar la proyección a futuro, los proyectos personales, familiares, sociales que implican pensarse en la descendencia, en las nuevas generaciones, en nuestros hijos e hijas, paridos o no. Es esta importancia de los niños y niñas -de los adolescentes y los jóvenes- que los ha hecho, por cierto, sujetos de políticas de inclusión que, paradójicamente, con frecuencia motorizaron violencias institucionales, familiares y estatales. El interés por los niños y niñas y por los jóvenes ha modulado intervenciones de muy diferente signo: de mercado, para crear nuevos consumidores; de reclusión o institucionalización, como pasó y sigue pasando entre las clases populares en institutos de menores, pero también en cárceles. Y, también, de activación política. Con relación a esta activación es interesante notar, justamente, el carácter protagónico de los jóvenes, sus agrupamientos y las formas de reclutamiento, en sí mismos, en los años sesenta y setenta en donde la politización estuvo motorizada e implicó la activación de los propios jóvenes. Especialmente entre 1969 y 1970 surgieron una enorme cantidad de nucleamientos que, luego, fueron canalizados, disputados, por diferentes fuerzas políticas. Creo que ese rasgo es muy decisivo para entender la radicalización juvenil de los años sesenta y setenta y, también, el efecto de la represión de Estado que, por cierto, un programa de restauración de la autoridad, como lo denominó la historiadora Valeria Manzano, que persiguió, secuestró, desapareció por razones políticas (y no de edad) aunque es central notar que el 70 por ciento de los desaparecidos y desaparecidas eran menores de 30 años.
- A lo largo de tu investigación vas dando cuenta de las desigualdades de género que persisten, también, en las organizaciones políticas de los sesenta y setenta. ¿Por qué perdura esa desigualdad? ¿De qué estaba hecho el llamado "hombre nuevo"?
- Las estructuras de organización de la diferencia sexual y las relaciones de poder tienen una larguísima historia. Las desigualdades de género, las elaboraciones en torno a la condición femenina y a la masculinidad, se remontan en el tiempo larguísimo de las sociedades occidentales y, también, de los pueblos originarios de este continente. Digo esto para entender la gran densidad, fuerza, de esas construcciones que, al mismo tiempo, han estado unidas a esfuerzos, luchas, disputas para modificarlas. En Rotos corazones me retrotraigo a esas largas elaboraciones que permiten entender el cuerpo de las mujeres como una zona especialmente significativa para las fuerzas represivas y su percepción de su capacidad para eliminar, destruir, vencer a las organizaciones armadas. Pero, dicho esto, también, quisiera decir que las organizaciones revolucionarias (la izquierda armada y no armada, incluso) concebían necesario luchar por la igualdad de las mujeres, aunque ese impulso fuese a veces retórico, aunque no fuese por completo compartido y, sobre todo, estuvo proyectado en el futuro, escasamente valorizado en términos programáticos. La otra cuestión que quisiera decir es que la historia no es una progresión ascendente de conquistas, como vemos con claridad en la actualidad. Es lucha, disputa, que abre nuevos escenarios en los que con frecuencia viejas elaboraciones cobran un sentido nuevo. Hoy estamos viendo la activación política de nociones "antisubversivas", de recuperación del familiarismo, de catalogación de la oposición política en términos de enemigo de la nación y la patria. No es casualidad. Es redituable políticamente recuperar esas nociones del pasado, fuertemente conocidas y sencillas de aprender y activarlas en un momento en donde existe gran incertidumbre y en el que la derecha, usando esos temores, logra desplazar aquellos otros temores y preocupaciones, las violencias cotidianas y la inestabilidad económica, la dificultad para sostenerse cotidianamente, para la subsistencia, para tener medicamentos, fruto de exclusiones que se agravan con cada nueva medida. Las limitaciones del proyecto del progresismo, de la democracia, se ven acicateadas por la capacidad de estas nuevas fuerzas de organizar una oposición simple que dé sentido a sus promesas de salir de la crisis, de mejorar como ha planteado Pablo Semán. En ese contexto, ¿qué decir? Que la hegemonía no es nunca completa y que la historia es contingencia, que, por supuesto, no sucede sin fuerzas que la pulsen con creatividad, con escucha, con seducción.
- En tu trabajo ponés el foco en una serie de ambivalencias (del "amor libre" a la rigidez machacona de algunas organizaciones; de las canciones hablan de unicornios perdidos a la imagen de tapa de El descamisado, fusil en mano; de la crítica a la "familia burguesa" al refugio en lo familiar como núcleo en tiempos de clandestinidad). ¿Por qué por lo general se suele soslayar esa dimensión afectiva en los relatos sobre los 70? En el libro te referís a este tipo de relatos como relatos "escasamente visibilizados" por las historias de las izquierdas.
- El descubrimiento que llevó a este libro tuvo que ver con notar una paradoja: las memorias de los 70 están llenas de historias de amores, de pasiones de una noche, de vínculos de afecto inoxidables (y también de los conflictos), dinámicas semejantes a las de los grupos de amigos. Pero, sin embargo, esa presencia había sido escasamente estudiada y todavía tenía mucho que decirnos en clave analítica, podía potenciarse, tenía más para decirnos. Eso intenté hacer en el libro. Debo decir, sin embargo, que aún poniendo en primer plano esa "dimensión" o esa "capa", no creo que existan explicaciones históricas unicausales. Por eso, el libro reconstruye una clave sociocultural y una netamente política. No sólo atiende, de hecho, a la izquierda revolucionaria. Traté de tener una visión relacional de las luchas políticas por lo cual también me ocupé del conjunto de la escena política y de la confrontación con las fuerzas que se le oponían e, incluso, de la represión de Estado. He intentado que el libro pueda leerse como una reconstrucción de conjunto de esa época. ¿Qué ofrece eso? Creo que repone la centralidad de la emergencia de la radicalización, la legitimación surgida de la lucha contra los gobiernos autoritarios. Pero, también, presta atención a los dilemas que abrió el nuevo escenario de la convocatoria a elecciones, el "breve frenesí" camporista, los desafíos que supone la llegada de Perón, la violencia previa y posterior, la coyuntura singular en la que fuerzas surgidas de la lucha clandestina, del llamado a la revolución armada, habían crecido, en su capacidad de encauzar un movimiento de masas, especialmente, Montoneros, en un momento en el que no era menor el contexto regional de golpes de estado en Chile y Uruguay. De igual modo, repone la escala latinoamericana, presta atención a la significación de Cuba, con la discusión sobre las vías para la revolución, pero también, repone la significación política. También, apunta a una reconstrucción que pone en el centro la diversidad sociocultural, de clase, de orígenes de clase, de espacios y trayectorias, de las organizaciones revolucionarias, que resulta clave para entender su significación, su crecimiento y a la vez la propia dinámica política. Así, también recupera el hecho de que la radicalización y, con ella las organizaciones revolucionarias, crecieron cuando los militantes le seguían el pulso a la realidad, lograban encauzar un movimiento de masas y su declive estuvo unido a una endogamia, a la pérdida de conexión con el pulso social, dicho en los términos de la crítica de Rodolfo Walsh, que se produjo, por cierto, cuando esa desconexión era difícilmente remontable.
La historia no es una progresión ascendente de conquistas, como vemos con claridad en la actualidad. Es lucha, disputa, que abre nuevos escenarios en los que con frecuencia viejas elaboraciones cobran un sentido nuevo
- ¿Qué sucedió con las modulaciones de Juan Domingo Perón y las juventudes (el camino que va de "maravillosa" a "imberbes"), la idea del líder como padre y los hijos díscolos que cortan relación?
- Parto de entender la revuelta de los hijos contra el padre, el conflicto generacional, los jóvenes que le disputaban el lugar al padre. Lo que digo es que en términos no sólo metafóricos sino literales en el centro de la feroz confrontación entre la izquierda y la derecha peronista estaba el amor a Perón. Lo que estaba en juego en términos no sólo retóricos -como explicaron Eliseo Verón y Silvia Sigal- era la traición o la lealtad al líder y al propio peronismo: quién expresaba el "verdadero" peronismo y al pueblo. En ese tramo parto de Lynn Hunt cuando piensa la revolución francesa para plantear que los "hijos" estaban enfrentados entre sí por el amor del padre. Que esos hijos creaban un pacto, un acuerdo, por el que rescindían el uso de la violencia y creaban una sociedad basada en la fraternidad de los varones. No sucedió esto en Argentina. Propongo que el retorno de Perón, en Ezeiza, es una lucha por la proximidad con el líder carismático, amado, cuyo retorno ha sido esperado por 18 años y que desata una lucha feroz -que preanuncia la tragedia- entre los "hijos" de Perón, que se disputaban su legado, por definir la proximidad con él y con ello definir las relaciones de poder en el Estado. La llegada de Perón, como han dicho antes otros, rompió por completo el equilibrio y, también, le exigió una nueva estrategia al propio Perón. Esa disputa puede verse a partir de la metáfora familiar. Es la disputa por la proximidad con Perón, un reclamo amoroso que involucró un triángulo (Perón estaba escoltado por Eva e Isabelita en el escenario de Ezeiza al que nunca llegó). Montoneros se legitimaba en Eva e impugnaba a Isabel, que por cierto jugó un papel simbólico y político importante que, además, estaban acompañados por rumores a raíz su relación con López Rega. En ese triángulo edípico el sindicalismo ortodoxo, la "ortodoxia", los grupos a la derecha del peronismo, ganaron la partida. Lograron que Perón, que no había pensado, creo, que no podría desactivar a la juventud maravillosa, se apoyara por completo en ellos. Lo que planteo es que Ezeiza preanunció el carácter trágico de la confrontación en torno a las fuerzas y proyectos de país enfrentados y observo tal enfrentamiento pensando no sólo en lo afectivo, sino en el efecto que tuvo entre quienes allí estuvieron, millones de personas, desacomodadas, afectadas, por la imposibilidad de ese abrazo amoroso con el líder.
- En el libro también describís un entramado de precariedades, entre la vida en la clandestinidad y el vértigo de los 70.
- El terror de Estado creó y operó sobre una precariedad extrema de los militantes y las militantes, sus seres queridos y sus compañeros. Como sostiene Judith Butler para otro contexto, la vida se volvió precaria al quedar expuesta al daño, la muerte y el dolor sin que quienes lo vivían pudieran controlar o enfrentar tal posibilidad. La vulnerabilidad era extrema al punto de que la vida humana podía ser fácilmente destruida, anulada. Esa precariedad estuvo dada por la estrategia represiva, la decisión de aniquilar, secuestrar y matar. En ese contexto, también, fue clave la imposibilidad, la escasez de recursos para enfrentar las situaciones límite que supuso el ascenso represivo para los militantes y las militantes. Trágicamente, las estrategias de las propias organizaciones no reconocían en toda su nueva radicalidad lo que, recordemos, como han estudiado Luciana Seminara y Daniela Slipak, abrieron discusiones, fracturas, disidencias. Creo que la mayor parte de esas discusiones no tuvieron expresión abierta, eran las conversaciones llenas de angustia y preocupación, que se producían entre los propios militantes. La precariedad no fue la misma en todos los casos. Hubo, por supuesto, diferencias de clase. Pero, también, otras. Los niños y bebés -concebidos en la confianza del triunfo, expresión del amor y compromiso con la vida, que permitían proyectarse en el futuro y asegurar la revolución- vivieron una precariedad completa y fueron objeto de la represión en forma directa, como está reconociéndose recién ahora a raíz del reclamo de quienes vivieron esas experiencias y sobrevivieron.
Las desigualdades de género, las elaboraciones en torno a la condición femenina y a la masculinidad, se remontan en el tiempo larguísimo de las sociedades occidentales y, también, a gran parte de los pueblos originarios de este continente
- Un punto asociado con esto, que aparece en el último capítulo del libro ¿Fue una estrategia del aparato represivo apuntar justamente a los vínculos de las personas que integraban estos grupos juveniles diezmados, a perseguirlos a ellos pero también a las parejas, los hijos, a romper, para citar el título del libro, esos corazones?
- En el libro sostengo que no sólo hubo un plan expreso de destruir, eliminar, a estas organizaciones revolucionarias, que involucró instituciones, decisiones burocráticas y políticas. También, se requirió crueldad, es decir, la intención deliberada de lastimar y dañar al otro. El aparato represivo usó en forma expresa y deliberada la crueldad de modo inhumano y eso significó utilizar una doble estrategia. Por un lado, un plan organizado y sistemático (con grandes capacidades y aplicado ilegal y clandestinamente) para exterminar a un enemigo subversivo que no apuntó únicamente a las organizaciones revolucionarias y armadas sino, de modo más amplio, a quienes eran parte de la contestación social y política, de las protestas y la insubordinación; a aquellos y aquellas que, de modo diferente, confrontaban con el orden a instituir. Por el otro, en ese plan sistemático y organizado las fuerzas represivas utilizaron de modo planificado y sistemático a los vínculos afectivos, amorosos, entre los militantes de las organizaciones con sus compañeros, sus familias, sus parejas, sus hijos, de modo instrumental. Este uso no fue ajeno a las percepciones de largo aliento de la virilidad asociada con la conquista, la fuerza, la violencia ejercida y mostrada. Esa crueldad supuso el ejercicio de un tormento más allá de la razón instrumental, que no puede acometerse sin implicación subjetiva.
Sobre la autora
Isabella Cosse es historiadora, docente e investigadora del Conicet y de la Escuela Interdisciplinaria de Altos Estudios Sociales, de la Universidad de San Martín, donde es profesora. Su campo de investigación es la historia argentina y latinoamericana, con especial foco en la familia y la infancia, la relación entre lo público y lo privado, la cultura de masas y las dinámicas transnacionales. Ha publicado decenas de artículos y doce libros; entre ellos, Estigmas de nacimiento (FCE, 2006), Pareja, sexualidad y familia en los años setenta (Siglo XXI Editores, 2010) y Mafalda: historia social y política (FCE, 2014), que ganó el premio iberoamericano de LASA y fue traducido al inglés y al portugués.
Fuente: elDiarioAR
La historiadora acaba de publicar "Rotos corazones", un deslumbrante libro que cruza erotismo, compromiso, lucha armada, pareja, radicalización, militancia y terrorismo de Estado. Cómo fue su investigación para reconstruir el vértigo de los años 70 a partir de los lazos que unían amor y política en la conformación de grupos como PRT-ERP y Montoneros.
Por Agustina Larrea
"¿Qué sentidos y efectos jugaron el deseo, la atracción, los afectos en la praxis, las estrategias, las identidades políticas y en las vidas de estos jóvenes que pronto virarían del optimismo extático a enfrentar el terror de Estado? ¿Qué lugar tuvieron la entrega amorosa y la entrega al pueblo en la emergencia y el crecimiento de la izquierda revolucionaria y su declive?", se pregunta la historiadora Isabella Cosse al comienzo de su reciente libro Rotos corazones. Amor y política en los setenta (Siglo XXI Editores, 2025).
Partiendo de una búsqueda inquieta en los archivos, con entrevistas reveladoras y una mirada profunda y desprejuiciada, Cosse va detrás de las memorias de los 70 -en particular aquellas que reconstruyen la formación de grupos revolucionarios como el PRT-ERP y Montoneros- para detenerse en los vínculos afectivos como lazos inseparables del compromiso político. Del flechazo en una marcha a la primera acción política de un hombre que le confiesa a la historiadora que temía "morir virgen" si la policía lo llegaba a atrapar colocando una caja con panfletos que volaban cuando se activaba un pequeño explosivo; de los disparos en Ezeiza a la vida en la clandestinidad; de la familia como resguardo a la crudeza de las desapariciones y el terrorismo de Estado, Cosse analiza con agudeza los siempre inquietantes años 70 en la Argentina. Y lo hace con el oído puesto en las ambivalencias como motor de una época que, a partir de su deslumbrante y novedoso análisis, adquiere nuevas dimensiones.
A continuación se transcribe un intercambio que la historiadora tuvo con elDiarioAR durante y después de la presentación de Rotos corazones, que tuvo lugar en la Librería del Fondo el 4 de diciembre.
- Volviste a pensar la militancia y la juventud, algo que ya habías abordado en trabajos anteriores. ¿Por qué volver a transitar esta zona y por qué hacerlo a partir de estos rotos corazones que recuperás en el libro?
- Porque los jóvenes han sido sujetos claves de la historia argentina y, también, porque nos permite pensarnos en el presente y el futuro. Sigue siendo, como dice un libro recién editado por Siglo XXI, central para proyectarnos, responder la pregunta de dónde venimos, quiénes somos y a dónde vamos. Esto significa, antes que nada, activar la capacidad de imaginar un tiempo en el que somos y no somos los mismos, es decir, concebir esa línea sinuosa con la que trabaja la historia del cambio y la permanencia. Activar la imaginación para reconocer en el pasado, un tiempo ido, pero, a la vez, que nos configura. En ese juego, el presente nos exige hacernos nuevas preguntas: ¿cómo tramitamos los conflictos?, ¿cómo enfrentamos socialmente la exclusión?, ¿cómo pensamos una sociedad dividida y fragmentada por la desigualdad y cómo las formas configuradas en la transición democrática en torno a la democracia y los derechos humanos están cambiando? Estamos en un momento bisagra. Y, en ese momento bisagra, en medio del ascenso de la extrema derecha, este libro propone pensar la izquierda, los proyectos emancipadores, la utopía de los 70. Esa mirada al pasado al que apuesta Rotos corazones, nos abre al pensamiento crítico, al reconocimiento de los muchos hilos, muchas tramas, que intervienen en la definición de un momento histórico, de un acontecimiento, al que observar reflexivamente. Desplazando mitos y sentidos comunes instituidos. Una indagación sin cortapisas. Esa historia de Rotos corazones habla de una época que está en el centro de la discusión pública y política a raíz de la legitimación de las derechas extremas y conservadoras (con sus variaciones y alimentándose de otras tradiciones autoritarias). El libro aporta a esa discusión, es la historia de la radicalización, de los jóvenes militantes, de las organizaciones revolucionarias, pero, también, de la sociedad argentina, del enfrentamiento y la lucha política y del ascenso represivo. Quizás, al terminar de escribir el libro, se me hicieron especialmente presentes una mirada actual y otra muy vieja de los usos de la historia.
- ¿Cuáles son y cómo funcionan esas claves?
- La clave más actual remite a pensar la contingencia. El hecho de que el futuro no está escrito, sino que es el resultado -con giros inesperados- en el que se conjugan fuerzas históricas con novedades creadas en la lucha política y social. Nadie hubiera dicho en aquel presente que, cuando Juan Carlos Onganía tomaba el poder en junio de 1966, convencido que tenía la hegemonía para quedarse en el poder por un tiempo indeterminado, hasta lograr ordenar a una sociedad argentina díscola, conflictiva, que sólo tres años después, enfrentaría protestas juveniles (pero también, populares y obreras) de tal calibre que lo hicieron perder terreno político, apoyo dentro de las Fuerzas Armadas, que iba a tener que renunciar y que la radicalización era tan impetuosa, la legitimidad de confrontar con los gobiernos autoritarios parecía alcanzar tal entidad, que la estrategia militar fue la apertura democrática en 1973. La otra mirada es más antigua. Tiene que ver con la historia como maestra de vida, con la mirada crítica sobre un pasado que nos enseña valores políticos y éticos. En ese sentido, este libro sobre jóvenes militantes y organizaciones revolucionarias es también un libro sobre la represión política del Estado, sobre el papel que juega la anatemización del otro, sobre una época que desencadenó una tragedia. Quisiera creer que esa historia pueda contribuir a valorar la democracia, a sentir en la piel, a erizarnos frente a los métodos crueles, inhumanos, del terrorismo de Estado, que nos enseñe a abrirnos al diálogo, a la seducción, al chamuyo, a melonear, términos usados en el momento alto de las protestas del '69 y '70, es decir, a la capacidad de convencer.
- En Rotos corazones aparece mucho una palabra de esas que se presentan como llaves. Es la palabra "compromiso". En los vínculos afectivos que tan profundamente investigaste de los militantes de la izquierda entre sí y en sus vínculos -que por supuesto también exhiben una insoslayable dimensión afectiva- con la política. ¿Ser joven y militante era comprometerse?
- Es cierto, el "compromiso" es una noción clave de esta historia, de la sensibilidad militante, es decir, de la aleación entre ideología y sentimientos, que según propongo fue crucial, decisiva, para entender los proyectos de izquierda o de emancipación y cambio social y político en los años setenta. Grandes contingentes de jóvenes entraron a la política en estos "largos años sesenta" convencidos, tironeados, buscando espacios de compromiso, creando ellos mismos, con frecuencia, a partir de núcleos de amigos, compañeros de colegio, de barriada, formas de cambiar el mundo que implicaban la decisión de arriesgar, apostar, intervenir en la escena política y social, cultural, también. "Comprometerse" era involucrarse con la realidad de "otro", con diferentes posibles proyecciones políticas y sociales. La contestación política militante, con ese cambio social, fue un fenómeno que involucró a grandes contingentes de jóvenes, que envolvió a diferentes cohortes de edad, que fue de masas. Esa entidad fue tan significativa, que cuenta el libro, una revista como Vosotras, destinada a jóvenes y mujeres de las clases trabajadoras y clases medias bajas, explicaba que, para no quedarse callada en una cita, era necesario saber qué era la lucha de clases. Dicho esto, no puedo dejar de decir, que existieron otras formas de ser joven en aquellos años que implicaron, también, otras formas de contestación, cultural, que supusieron formas disímiles de confrontar con la autoridad, una autoridad que, debemos recordar, estaba impulsada por gobiernos militares y surgidos de elecciones realizadas con el peronismo, la principal fuerza política, proscripto.
- El compromiso, en distintos ámbitos, persistía.
- Sí. "Compromiso" era, además, una noción que involucraba un estadio de la relación amorosa, aquel en el que se proyectaba una unión estable. Si bien el compromiso como institución reglada, organizada socialmente, con anillos que se intercambiaban y una ceremonia familiar, había quedado algo vetusto para amplios segmentos de jóvenes de las clases medias y trabajadoras, la palabra "compromiso" remitía también al compromiso amoroso. En el libro argumento que existió una aleación singular, propia, que hizo del compromiso político y amoroso un rasgo singular de la izquierda revolucionaria (armada y no armada). Un poema de Mario Benedetti, que Nacha Guevara fue la primera en cantar con música de Alberto Favero, expresó de forma prístina esa conexión cuando decía "si te quiero es porque sos mi amor, mi cómplice y todo y en la calle codo a codo somos mucho más que dos". La música le da una especial resonancia a esa elaboración porque crea paisajes emocionales que unen las vivencias con los deseos, en este caso el deseo de justicia y el deseo amoroso/erótico. Esa canción condensa la memoria sentimental de esa generación militante. Pero, entonces, esos versos se integraron a declaraciones, ensoñaciones, convicciones ideológicas. Es decir, el amor romántico, una matriz histórica y social surgida de la confluencia de diferentes actores, intervenciones, discursos, que estaba en los años sesenta en plena reelaboración, quedó unido con los sentimientos amorosos al pueblo, la patria, la revolución. De hecho, propongo que esa manera de pensar el "amor", como noción que supone la fusión, la conexión con otro, a la vez entrega y riesgo, hizo parte decisiva de la sensibilidad revolucionaria. El Che Guevara que decía en 1965 "déjeme decirle a riesgo de parecer ridículo que el revolucionario verdadero está guiado por grandes sentimientos de amor", era un amor a los sufrientes, a los desheredados, otro, por el que había que refundar el mundo, recrearlo y si era necesario matar y morir. Ese amor se entroncó con el amor erótico, de pareja. Quedó unido al deseo, pero no sólo al deseo sexual sino al deseo que imbuía a la acción colectiva de cambiarlo todo.
- En este sentido, quería subrayar algo más que desarrollás en el libro. ¿Qué nos podés contar de cómo se entrelazan las ideas de "fidelidad" en las parejas con la de "lealtad" en los grupos a los que pertenecían estas personas que investigaste?
- La conexión entre el amor erótico/romántico (con sus muchas variaciones que supusieron disímiles tipos de relación, duración, vínculos, lo que es importante en el argumento del libro) y el compromiso político, la lealtad (como noción clave no sólo de la izquierda ni del peronismo, sino de la cultura política en esas décadas y las anteriores) se hizo una dura argamasa, se abroqueló por completo: la lealtad política, la capacidad de sostener el compromiso en situaciones límite y riesgosas, de gran precariedad (a raíz de la represión, pero también de las imposibilidades de las organizaciones revolucionarias de proteger a sus integrantes) terminó asociándose con la fidelidad amorosa. Debo decir, sin embargo, que mi intención fue historizar una época, y fuerzas políticas en extremo dinámicas, cambiantes, que no estaba prefijada en sus orígenes, porque de lo contrario, justamente, pensamos el pasado de forma simplificada y se nos pierde comprender su configuración, incluso. Digo esto porque mi reconstrucción muestra que tal conexión adquirió entidad, quedó fraguada en forma normativa en 1975, cuando, ante el avance represivo y el crescendo familiarista del gobierno peronista que en 1974 había vetado la Ley de patria potestad compartida y había aprobado a requerir triple receta para comprar anticonceptivos y había armado una alianza con la Iglesia católica para un plan para la familia. En ese contexto, El Caudillo, una revista vinculada con la ortodoxia del sindicalismo, los parapoliciales armados y financiada por José López Rega, acusaba a la izquierda revolucionaria, de homosexuales, drogadictos e inmorales. En respuesta, las organizaciones respondieron profundizando el propio familiarismo, las valoraciones que suponían un lazo inequívoco entre la lealtad política y la fidelidad amorosa, al punto de que se argumentó en contra de Roberto Quieto, cuando éste fue capturado por las fuerzas represivas, sus supuestos desarreglos de su vida amorosa que explicaban su supuesta entregada información, en vistas a sancionarlo. Dicho esto, quisiera señalar, aún en forma telegráfica, que el libro abona por una historización de estas modulaciones, que reconoce que existieron discrepancias con esta visión o reglamentación, que, sin embargo, no llegaron a articularse en una confrontación explícita y unirse a las disidencias políticas, que existieron. Y, a la vez, que nota la paradoja en la cual la propia precariedad y experiencias límites -incluso previamente la propia vida clandestina- implicaba tal dinamismo, tal fluidez en los vínculos afectivos y estos eran tan importantes para sostenerse en esas circunstancias gravísimas. También, que la normativización de la vida afectiva se contraponía con los requerimientos y necesidades de los militantes. Al mismo tiempo, es importante decir que en esa historización noté que la normativización no implicó lo mismo en cada momento de ese acelerado tiempo, ni fue igual en todas las organizaciones. Propongo, de hecho, que las cuestiones relativas a la desigualdad de género, el lugar de las mujeres, las formas de pensar los vínculos amorosos fueron espacios de contención, de disputa, en las prácticas en sí mismas, que, ciertamente, existieron pocas discusiones ideológicas o doctrinarias; pero muchas conversaciones y disputas en las interacciones concretas.
El amor romántico, una matriz histórica y social surgida de la confluencia de diferentes actores, intervenciones, discursos, que estaba en los años sesenta en plena reelaboración, quedó unido con los sentimientos amorosos al pueblo, la patria, la revolución
- Le dedicás un tramo muy importante del libro a las revueltas estudiantiles, en particular a las protestas de jóvenes universitarios en Tucumán en 1970. ¿Por qué te interesaba ese aspecto? ¿Qué sentido produce esto y qué nos dice de las particularidades de Argentina en su relación con la educación pública?
- La existencia de la educación pública, de espacios, experiencias, políticas destinadas y vividas por personas según su edad es un fenómeno central de la configuración de la identidad y experiencia juvenil. No fue el único elemento o dimensión, pero estar en las aulas con otros de edad semejante fue decisivo para la configuración de la experiencia juvenil y, de hecho, los jóvenes quedan colocados en un lugar central de los fenómenos históricos socioculturales y políticos en forma simultánea al aumento de la educación secundaria, terciaria y universitaria (aunque hayan existido jóvenes que se percibían de ese modo por fuera de la educación pública, aunque esta fue clave, mucho antes, en los años veinte y treinta). La educación pública, como política, percepción y experiencia en común de los jóvenes, supuso, desde muy temprano, con la escuela pública, con relación a los niños y niñas, la posibilidad de una proyección de ascenso, una promesa, al menos para gran parte de esos niños, niñas y jóvenes, al igual que sus familias, la posibilidad de que el Estado ofreciese una vía para lograr el prometido ascenso social. O, al menos, una forma concreta y real de inclusión en las aspiraciones de una vida mejor, en el supuesto de que la educación abría posibilidades de mejorar la posición social, las oportunidades. La educación pública era, además, un espacio de relación de personas con diferentes clases sociales, que, sin idealizar, sin mitificar, supuso conflictos, estigmatizaciones, pero a la vez una vivencia formativa de contacto con otro, de la capacidad de suspender las desigualdades, quizás, en ciertos momentos, a raíz del juego, de las conexiones afectivas, de habilidades intelectuales. Para muchos y muchos chicos y chicas de las clases populares la posibilidad de estar parte del día en un ambiente más o menos cuidado, durante muchos períodos, con alimentación, de abrirse a otros mundos y posibilidades; de hecho, a fines de los treinta comenzaron a entregarse materiales y alimentos en las provincias más pobres a grandes contingentes de chicos y chicas, políticas que el peronismo expandió y profundizó. Estas características se han modificado de raíz en la actualidad: la fragmentación social, las dificultades de las políticas de inclusión educativa, las crecientes desigualdades e incluso la precarización laboral ha modificado esta realidad para los sectores populares cuyas proyecciones de futuro están cortadas, limitadas, cuyos sueños pasan por labrarse un futuro en otros mundos que no son los profesionales, de supuesta rápida acumulación.
- ¿Cuándo es que la juventud comienza a ser un foco de preocupación? ¿Qué le preocupa a una sociedad cuando dice preocuparse por los jóvenes?
- Los jóvenes, al igual que los niños y las niñas, expresan la conexión entre pasado y futuro en las sociedades modernas. En nuestro mundo, preocuparse por los jóvenes supone activar la proyección a futuro, los proyectos personales, familiares, sociales que implican pensarse en la descendencia, en las nuevas generaciones, en nuestros hijos e hijas, paridos o no. Es esta importancia de los niños y niñas -de los adolescentes y los jóvenes- que los ha hecho, por cierto, sujetos de políticas de inclusión que, paradójicamente, con frecuencia motorizaron violencias institucionales, familiares y estatales. El interés por los niños y niñas y por los jóvenes ha modulado intervenciones de muy diferente signo: de mercado, para crear nuevos consumidores; de reclusión o institucionalización, como pasó y sigue pasando entre las clases populares en institutos de menores, pero también en cárceles. Y, también, de activación política. Con relación a esta activación es interesante notar, justamente, el carácter protagónico de los jóvenes, sus agrupamientos y las formas de reclutamiento, en sí mismos, en los años sesenta y setenta en donde la politización estuvo motorizada e implicó la activación de los propios jóvenes. Especialmente entre 1969 y 1970 surgieron una enorme cantidad de nucleamientos que, luego, fueron canalizados, disputados, por diferentes fuerzas políticas. Creo que ese rasgo es muy decisivo para entender la radicalización juvenil de los años sesenta y setenta y, también, el efecto de la represión de Estado que, por cierto, un programa de restauración de la autoridad, como lo denominó la historiadora Valeria Manzano, que persiguió, secuestró, desapareció por razones políticas (y no de edad) aunque es central notar que el 70 por ciento de los desaparecidos y desaparecidas eran menores de 30 años.
- A lo largo de tu investigación vas dando cuenta de las desigualdades de género que persisten, también, en las organizaciones políticas de los sesenta y setenta. ¿Por qué perdura esa desigualdad? ¿De qué estaba hecho el llamado "hombre nuevo"?
- Las estructuras de organización de la diferencia sexual y las relaciones de poder tienen una larguísima historia. Las desigualdades de género, las elaboraciones en torno a la condición femenina y a la masculinidad, se remontan en el tiempo larguísimo de las sociedades occidentales y, también, de los pueblos originarios de este continente. Digo esto para entender la gran densidad, fuerza, de esas construcciones que, al mismo tiempo, han estado unidas a esfuerzos, luchas, disputas para modificarlas. En Rotos corazones me retrotraigo a esas largas elaboraciones que permiten entender el cuerpo de las mujeres como una zona especialmente significativa para las fuerzas represivas y su percepción de su capacidad para eliminar, destruir, vencer a las organizaciones armadas. Pero, dicho esto, también, quisiera decir que las organizaciones revolucionarias (la izquierda armada y no armada, incluso) concebían necesario luchar por la igualdad de las mujeres, aunque ese impulso fuese a veces retórico, aunque no fuese por completo compartido y, sobre todo, estuvo proyectado en el futuro, escasamente valorizado en términos programáticos. La otra cuestión que quisiera decir es que la historia no es una progresión ascendente de conquistas, como vemos con claridad en la actualidad. Es lucha, disputa, que abre nuevos escenarios en los que con frecuencia viejas elaboraciones cobran un sentido nuevo. Hoy estamos viendo la activación política de nociones "antisubversivas", de recuperación del familiarismo, de catalogación de la oposición política en términos de enemigo de la nación y la patria. No es casualidad. Es redituable políticamente recuperar esas nociones del pasado, fuertemente conocidas y sencillas de aprender y activarlas en un momento en donde existe gran incertidumbre y en el que la derecha, usando esos temores, logra desplazar aquellos otros temores y preocupaciones, las violencias cotidianas y la inestabilidad económica, la dificultad para sostenerse cotidianamente, para la subsistencia, para tener medicamentos, fruto de exclusiones que se agravan con cada nueva medida. Las limitaciones del proyecto del progresismo, de la democracia, se ven acicateadas por la capacidad de estas nuevas fuerzas de organizar una oposición simple que dé sentido a sus promesas de salir de la crisis, de mejorar como ha planteado Pablo Semán. En ese contexto, ¿qué decir? Que la hegemonía no es nunca completa y que la historia es contingencia, que, por supuesto, no sucede sin fuerzas que la pulsen con creatividad, con escucha, con seducción.
- En tu trabajo ponés el foco en una serie de ambivalencias (del "amor libre" a la rigidez machacona de algunas organizaciones; de las canciones hablan de unicornios perdidos a la imagen de tapa de El descamisado, fusil en mano; de la crítica a la "familia burguesa" al refugio en lo familiar como núcleo en tiempos de clandestinidad). ¿Por qué por lo general se suele soslayar esa dimensión afectiva en los relatos sobre los 70? En el libro te referís a este tipo de relatos como relatos "escasamente visibilizados" por las historias de las izquierdas.
- El descubrimiento que llevó a este libro tuvo que ver con notar una paradoja: las memorias de los 70 están llenas de historias de amores, de pasiones de una noche, de vínculos de afecto inoxidables (y también de los conflictos), dinámicas semejantes a las de los grupos de amigos. Pero, sin embargo, esa presencia había sido escasamente estudiada y todavía tenía mucho que decirnos en clave analítica, podía potenciarse, tenía más para decirnos. Eso intenté hacer en el libro. Debo decir, sin embargo, que aún poniendo en primer plano esa "dimensión" o esa "capa", no creo que existan explicaciones históricas unicausales. Por eso, el libro reconstruye una clave sociocultural y una netamente política. No sólo atiende, de hecho, a la izquierda revolucionaria. Traté de tener una visión relacional de las luchas políticas por lo cual también me ocupé del conjunto de la escena política y de la confrontación con las fuerzas que se le oponían e, incluso, de la represión de Estado. He intentado que el libro pueda leerse como una reconstrucción de conjunto de esa época. ¿Qué ofrece eso? Creo que repone la centralidad de la emergencia de la radicalización, la legitimación surgida de la lucha contra los gobiernos autoritarios. Pero, también, presta atención a los dilemas que abrió el nuevo escenario de la convocatoria a elecciones, el "breve frenesí" camporista, los desafíos que supone la llegada de Perón, la violencia previa y posterior, la coyuntura singular en la que fuerzas surgidas de la lucha clandestina, del llamado a la revolución armada, habían crecido, en su capacidad de encauzar un movimiento de masas, especialmente, Montoneros, en un momento en el que no era menor el contexto regional de golpes de estado en Chile y Uruguay. De igual modo, repone la escala latinoamericana, presta atención a la significación de Cuba, con la discusión sobre las vías para la revolución, pero también, repone la significación política. También, apunta a una reconstrucción que pone en el centro la diversidad sociocultural, de clase, de orígenes de clase, de espacios y trayectorias, de las organizaciones revolucionarias, que resulta clave para entender su significación, su crecimiento y a la vez la propia dinámica política. Así, también recupera el hecho de que la radicalización y, con ella las organizaciones revolucionarias, crecieron cuando los militantes le seguían el pulso a la realidad, lograban encauzar un movimiento de masas y su declive estuvo unido a una endogamia, a la pérdida de conexión con el pulso social, dicho en los términos de la crítica de Rodolfo Walsh, que se produjo, por cierto, cuando esa desconexión era difícilmente remontable.
La historia no es una progresión ascendente de conquistas, como vemos con claridad en la actualidad. Es lucha, disputa, que abre nuevos escenarios en los que con frecuencia viejas elaboraciones cobran un sentido nuevo
- ¿Qué sucedió con las modulaciones de Juan Domingo Perón y las juventudes (el camino que va de "maravillosa" a "imberbes"), la idea del líder como padre y los hijos díscolos que cortan relación?
- Parto de entender la revuelta de los hijos contra el padre, el conflicto generacional, los jóvenes que le disputaban el lugar al padre. Lo que digo es que en términos no sólo metafóricos sino literales en el centro de la feroz confrontación entre la izquierda y la derecha peronista estaba el amor a Perón. Lo que estaba en juego en términos no sólo retóricos -como explicaron Eliseo Verón y Silvia Sigal- era la traición o la lealtad al líder y al propio peronismo: quién expresaba el "verdadero" peronismo y al pueblo. En ese tramo parto de Lynn Hunt cuando piensa la revolución francesa para plantear que los "hijos" estaban enfrentados entre sí por el amor del padre. Que esos hijos creaban un pacto, un acuerdo, por el que rescindían el uso de la violencia y creaban una sociedad basada en la fraternidad de los varones. No sucedió esto en Argentina. Propongo que el retorno de Perón, en Ezeiza, es una lucha por la proximidad con el líder carismático, amado, cuyo retorno ha sido esperado por 18 años y que desata una lucha feroz -que preanuncia la tragedia- entre los "hijos" de Perón, que se disputaban su legado, por definir la proximidad con él y con ello definir las relaciones de poder en el Estado. La llegada de Perón, como han dicho antes otros, rompió por completo el equilibrio y, también, le exigió una nueva estrategia al propio Perón. Esa disputa puede verse a partir de la metáfora familiar. Es la disputa por la proximidad con Perón, un reclamo amoroso que involucró un triángulo (Perón estaba escoltado por Eva e Isabelita en el escenario de Ezeiza al que nunca llegó). Montoneros se legitimaba en Eva e impugnaba a Isabel, que por cierto jugó un papel simbólico y político importante que, además, estaban acompañados por rumores a raíz su relación con López Rega. En ese triángulo edípico el sindicalismo ortodoxo, la "ortodoxia", los grupos a la derecha del peronismo, ganaron la partida. Lograron que Perón, que no había pensado, creo, que no podría desactivar a la juventud maravillosa, se apoyara por completo en ellos. Lo que planteo es que Ezeiza preanunció el carácter trágico de la confrontación en torno a las fuerzas y proyectos de país enfrentados y observo tal enfrentamiento pensando no sólo en lo afectivo, sino en el efecto que tuvo entre quienes allí estuvieron, millones de personas, desacomodadas, afectadas, por la imposibilidad de ese abrazo amoroso con el líder.
- En el libro también describís un entramado de precariedades, entre la vida en la clandestinidad y el vértigo de los 70.
- El terror de Estado creó y operó sobre una precariedad extrema de los militantes y las militantes, sus seres queridos y sus compañeros. Como sostiene Judith Butler para otro contexto, la vida se volvió precaria al quedar expuesta al daño, la muerte y el dolor sin que quienes lo vivían pudieran controlar o enfrentar tal posibilidad. La vulnerabilidad era extrema al punto de que la vida humana podía ser fácilmente destruida, anulada. Esa precariedad estuvo dada por la estrategia represiva, la decisión de aniquilar, secuestrar y matar. En ese contexto, también, fue clave la imposibilidad, la escasez de recursos para enfrentar las situaciones límite que supuso el ascenso represivo para los militantes y las militantes. Trágicamente, las estrategias de las propias organizaciones no reconocían en toda su nueva radicalidad lo que, recordemos, como han estudiado Luciana Seminara y Daniela Slipak, abrieron discusiones, fracturas, disidencias. Creo que la mayor parte de esas discusiones no tuvieron expresión abierta, eran las conversaciones llenas de angustia y preocupación, que se producían entre los propios militantes. La precariedad no fue la misma en todos los casos. Hubo, por supuesto, diferencias de clase. Pero, también, otras. Los niños y bebés -concebidos en la confianza del triunfo, expresión del amor y compromiso con la vida, que permitían proyectarse en el futuro y asegurar la revolución- vivieron una precariedad completa y fueron objeto de la represión en forma directa, como está reconociéndose recién ahora a raíz del reclamo de quienes vivieron esas experiencias y sobrevivieron.
Las desigualdades de género, las elaboraciones en torno a la condición femenina y a la masculinidad, se remontan en el tiempo larguísimo de las sociedades occidentales y, también, a gran parte de los pueblos originarios de este continente
- Un punto asociado con esto, que aparece en el último capítulo del libro ¿Fue una estrategia del aparato represivo apuntar justamente a los vínculos de las personas que integraban estos grupos juveniles diezmados, a perseguirlos a ellos pero también a las parejas, los hijos, a romper, para citar el título del libro, esos corazones?
- En el libro sostengo que no sólo hubo un plan expreso de destruir, eliminar, a estas organizaciones revolucionarias, que involucró instituciones, decisiones burocráticas y políticas. También, se requirió crueldad, es decir, la intención deliberada de lastimar y dañar al otro. El aparato represivo usó en forma expresa y deliberada la crueldad de modo inhumano y eso significó utilizar una doble estrategia. Por un lado, un plan organizado y sistemático (con grandes capacidades y aplicado ilegal y clandestinamente) para exterminar a un enemigo subversivo que no apuntó únicamente a las organizaciones revolucionarias y armadas sino, de modo más amplio, a quienes eran parte de la contestación social y política, de las protestas y la insubordinación; a aquellos y aquellas que, de modo diferente, confrontaban con el orden a instituir. Por el otro, en ese plan sistemático y organizado las fuerzas represivas utilizaron de modo planificado y sistemático a los vínculos afectivos, amorosos, entre los militantes de las organizaciones con sus compañeros, sus familias, sus parejas, sus hijos, de modo instrumental. Este uso no fue ajeno a las percepciones de largo aliento de la virilidad asociada con la conquista, la fuerza, la violencia ejercida y mostrada. Esa crueldad supuso el ejercicio de un tormento más allá de la razón instrumental, que no puede acometerse sin implicación subjetiva.
Sobre la autora
Isabella Cosse es historiadora, docente e investigadora del Conicet y de la Escuela Interdisciplinaria de Altos Estudios Sociales, de la Universidad de San Martín, donde es profesora. Su campo de investigación es la historia argentina y latinoamericana, con especial foco en la familia y la infancia, la relación entre lo público y lo privado, la cultura de masas y las dinámicas transnacionales. Ha publicado decenas de artículos y doce libros; entre ellos, Estigmas de nacimiento (FCE, 2006), Pareja, sexualidad y familia en los años setenta (Siglo XXI Editores, 2010) y Mafalda: historia social y política (FCE, 2014), que ganó el premio iberoamericano de LASA y fue traducido al inglés y al portugués.
Fuente: elDiarioAR