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"Necesitamos politizar las frustraciones de los hombres jóvenes hacia un lugar emancipador, no reaccionario"

 Por Adriana T. 

La pasada primavera, Adolescencia, una miniserie británica estrenada en Netflix, produjo un gran revuelo al poner nuevamente en el foco cuestiones como la manosfera, los incels y la red pill, términos surgidos durante las últimas dos o tres décadas en foros recónditos de internet que han ido popularizándose y saltando al lenguaje cotidiano y la cultura popular. La citada miniserie narra en pocos capítulos la historia de Jamie, un niño de apenas 13 años acusado de asesinar a una compañera de instituto, en lo que parece un arrebato de odio que se ha visto exacerbado tras la exposición a contenidos radicales y misóginos en internet. La historia (totalmente ficticia) puede sonar exagerada, pero lo cierto es que el llamado terrorismo incel -perpetrado por hombres con motivaciones misóginas- se ha cobrado decenas de vidas en los últimos años.

Para arrojar un poco de luz sobre este complejo fenómeno y desgranar algunos de los conceptos más importantes, charlamos con Nuria Alabao (València, 1976), periodista, doctora en Antropología, coordinadora de la sección de Feminismos en CTXT y autora del libro Ínceles, gymbros, criptobros y otras especies antifeministas, recientemente publicado por Escritos Contextatarios.

Creo que tenemos que empezar por explicar lo más básico: ¿quiénes son los incel, los criptobro y los gymbro? ¿Qué es la manosfera?

La manosfera es el ecosistema online donde se generan una serie de subculturas digitales como las que nombras, aunque los gymbro por ejemplo trascienden lo digital. Se trata de una maquinaria que genera comunidad y ordena una serie de valores, y que consigue transformar malestares diversos de los jóvenes -imposibilidad de ligar, miedo al futuro, soledad- en discursos antifeministas. Muchas veces estos discursos son además una puerta de entrada a la radicalización o al apoyo a proyectos de extrema derecha.

"Lo que empieza como inseguridad sexual o inestabilidad vital puede terminar articulado como reacción política"

Lo que empieza como inseguridad sexual, inestabilidad vital, etc. puede terminar articulado como reacción política. Por ejemplo, toda una serie de subculturas como los incel -célibes involuntarios en inglés-, o los llamados artistas del ligue, tienen que ver con la inquietud por las relaciones con las chicas que se manifiestan en esa edad. Luego hay otras expresiones, como los activistas por los derechos de los hombres, que es, digamos, la que se expresa tanto dentro como fuera de la manosfera, en movilizaciones por la custodia compartida o en todos aquellos discursos que dicen que "el feminismo ha ido demasiado lejos y los hombres están discriminados".

En el libro explico un poco sus argumentos y también lo que estas expresiones pueden explicarnos de la sociedad en que vivimos. Por ejemplo, los gymbro representan la cultura del fitness llevada al extremo: jóvenes que invierten obsesivamente en transformación muscular como prueba de virilidad y mérito personal. Mientras que los criptobro encarnan el emprendedurismo individual mediante la especulación con criptomonedas. Figuras como Llados ejemplifican esta promesa: coches, casas, riqueza fácil. En realidad nada tan alejado de las figuras de éxito personal en la sociedad actual.

¿Crecen de manera orgánica estos movimientos? ¿O se está financiando el crecimiento de estas comunidades desde organizaciones o grupos de ultraderecha?

"La manosfera confluye de manera más o menos explícita con el apoyo a proyectos políticos conservadores"

Más allá de si las derechas invierten en promocionar a estos influencers, yo creo que los recursos más importantes que hacen crecer estas propuestas son los que se generan a través de las propias plataformas que monetizan estos malestares. Los algoritmos premian este tipo de mensajes extremos, polarizadores o que tienen facilidad para captar la atención, que enganchan con preocupaciones genuinas que tienen los jóvenes y generan valor a partir de ellas. Además, cualquier preocupación que circula en internet acaba convertida en mercancía. Vemos que ofrecen productos destinados a estos jóvenes o a hombres seducidos por estas ideas: cursos para ligar o para invertir, retiros solo para hombres, etc. Evidentemente esta manosfera puede confluir de manera más o menos explícita con el apoyo a proyectos políticos conservadores, como sucedió durante las primeras elecciones de Trump, en las que el republicano estuvo respaldado por la Alt-Right, ese movimiento de internet que mezclaba supremacismo blanco, antifeminismo, teorías conspirativas y estética transgresora.

No paran de aparecer investigaciones en las que se señala que las mujeres se inclinan hacia posiciones ideológicas progresistas mientras que los varones se están escorando, cada vez más, hacia movimientos conservadores o de ultraderecha. ¿En qué consiste la brecha política de género y cómo se ha llegado a ella?

La brecha política es un fenómeno que no solo afecta a los jóvenes, aunque en ellos es más profunda, y que habla de cómo los varones votan más a las derechas radicales o expresan ideas más conservadoras que las mujeres; especialmente en temas de género, pero no solo.

Las causas son multifactoriales y es un tema complejo. Voy a nombrar solo algunas. En el caso de los jóvenes, pasan un tiempo considerable consumiendo contenido en internet, y mucho de ese contenido es antifeminista.

"La independencia económica de las mujeres jóvenes está alterando las narrativas tradicionales de masculinidad"

También influyen los cambios en los modos de vida y relación: la pandemia profundizó en un aislamiento al que en parte les abocan las redes y las formas de organización social. Hoy hay menos contacto entre chicos y chicas, y además se tienen menos hijos -las cohortes juveniles son cada vez más pequeñas-. Por tanto, tienen menos hermanas y eso hace que no siempre sepan cómo relacionarse con las mujeres. Mientras tanto, las jóvenes muestran mejores resultados académicos y mayor autonomía económica, y eso está alterando las narrativas tradicionales de masculinidad sin que existan modelos alternativos claros para ellos.

Las derechas radicales y los influencers antifeministas explotan tanto los malestares económicos, como los relacionados con las transformaciones de género convirtiéndolos en reacción antifeminista: "El feminismo discrimina a los hombres", "los migrantes te quitan el trabajo"...

Además, en los últimos años el feminismo se ha identificado con el gobierno progresista, los medios y las autoridades escolares, de manera que cuestionarlo se percibe como la posición rebelde y transgresora. Para muchos adolescentes, ser "antisistema" implica ahora ser "antifeminista". Esta apropiación del capital simbólico de la rebeldía convierte al antifeminismo en algo cool y subversivo, mientras el feminismo aparece como la ideología oficial y algo antipática.

Creo que en parte tiene que ver con los discursos acusatorios de la extrema derecha, pero también con el feminismo que circula más en el mainstream e incluso en internet, también espoleado por los algoritmos que visibilizan más las posiciones extremas, polémicas y menos matizadas. Es un feminismo expresado muchas veces a través del marco de la guerra de sexos o de suma cero: "Los hombres reaccionan porque pierden privilegios".

"Cuestionar el feminismo se percibe como una postura antisistema y transgresora"

En ocasiones, el feminismo que perciben estos hombres es profundamente moralizador y culpabilizador ("todos los hombres son violadores", "renunciad a vuestros privilegios"). Esta individualización del problema mediante la culpa no solo pierde de vista su carácter estructural, sino que obstaculiza el cambio social. Desde un feminismo de transformación podríamos entender que no hace falta que los hombres retrocedan para que podamos avanzar las mujeres: todos podemos estar mejor si atacamos el origen real de los malestares que, en parte, les llevan al antifeminismo: la crisis de vivienda, el desempleo, los bajos salarios, la precarización que les hace más dependientes de sus padres...

El feminismo tiene el reto de explicarles a estos varones que las compensaciones basadas en la subordinación de las mujeres son un callejón sin salida también para ellos; de darles espacio y sumarlos a nuestro proyecto, explicándoles que se trata de construir un mundo mejor para todos, también para ellos. Necesitamos politizar sus frustraciones hacia un lugar emancipador, no reaccionario.

Centrándonos ya en personajes concretos, creo que merece la pena hablar un poco del influencer Llados, porque sirve para ejemplificar muy bien varias de las aristas de estos movimientos. De Llados me interesa, además, su reciente conversión al evangelismo, un movimiento religioso que no para de sumar adeptos en todo el mundo, y también en nuestro país. En este sentido, es reseñable también la conversión del exfutbolista Dani Alves tras su salida de prisión, a quien hemos visto hace poco predicando en un culto evangélico. ¿Qué ofrece esta fe a los movimientos ultra?

Hablo de Llados en el libro como el ejemplo perfecto de cómo el emprendedurismo individual se fusiona con una exhibición de una masculinidad exacerbada. Su pequeño emporio se construyó sobre cursos de criptomonedas -una suerte de estafa piramidal- vendiendo imágenes de éxito puramente material: coches, casas, mujeres como objetos de consumo. Su famosa frase "la fucking panza es de pringados" resume su filosofía: el cuerpo musculado y la riqueza como pruebas de valía personal, de éxito social y de "acceso a mujeres".

Su conversión evangélica reciente no es contradictoria, sino complementaria. El evangelismo -especialmente en sus vertientes neopentecostales- encaja perfectamente con la ideología neoliberal mediante la teología de la prosperidad: Dios premia económicamente a los fieles y el éxito material es señal de bendición divina. Es la sacralización del emprendedurismo que estas iglesias pueden representar.

"El evangelismo encaja perfectamente con la ideología neoliberal mediante la teología de la prosperidad"

El caso de Dani Alves predicando en cultos evangélicos tras sus problemas judiciales muestra otra dimensión: estos espacios ofrecen narrativas de redención y reinserción comunitaria en momentos difíciles, aunque muchas veces también refuerzan roles de género tradicionales y estructuras jerárquicas.

Estos movimientos neopentecostales -al igual que hace el catolicismo- hoy funcionan en gran parte del mundo como punta de lanza del retroceso de derechos: movilizan contra el aborto, los derechos LGTBI y el feminismo, presentándose como defensores de "valores tradicionales". La combinación es efectiva: propugnan la participación en política, a lo que suman individualismo radical, autoridad patriarcal y legitimación religiosa. El resultado es su apoyo a las extremas derechas de todo el mundo.

Me interesa también hablar sobre cómo una generación entera de chavales muy jóvenes parece estar creciendo entre apuestas deportivas y estafas piramidales. Es muy desalentador.

Es cierto que están expuestos a mecanismos adictivos desde edades tempranas: apuestas deportivas online, criptomonedas, videojuegos donde se compran elementos que te permiten jugar mejor y que tienen forma de juego de azar, etc. Todos comparten la misma estructura psíquica y pueden terminar en ludopatía.

"Estos discursos reproducen que es el dinero el que te da valor social. El resultado son TCA, ludopatía o depresión"

Lo perverso es cómo se presentan y cómo se vinculan a la especulación. Se producen eventos como Mundo Crypto, y tenemos a influencers que venden cursos de trading a chavales que en realidad carecen de recursos que arriesgar. Prometen éxito rápido para jóvenes, lo que conecta con elementos sociales: por un lado la meritocracia -que nunca ha funcionado- atraviesa una crisis de legitimidad, por otro, tienen la percepción de que "trabajar es de pringados" -la aspiración es encontrar un atajo: influencer, inversor-. Estos discursos reproducen y exageran un principio social: es el dinero el que te da valor social. El resultado son subjetividades arrasadas: vigorexia, trastornos alimentarios, ludopatía, depresión por comparación constante. Todo ello genera un terreno perfecto para plantar la semilla ultra.

De acuerdo con datos que aparecen en el libro, en España, en 2023, el 18 % de los jóvenes pertenecientes a la generación Z -18 a 24años en el momento de la encuesta- se identificaba como parte de la comunidad LGTBIQ, frente al 10 % de los milenial, el 6 % de la generaciónX y solo el 4 % de los baby boomers. Sin embargo, se produce al mismo tiempo una polarización de los varones jóvenes hacia los movimientos misóginos y conservadores. ¿Cómo se explica esto? ¿Es el viejo machismo de siempre, que ahora se reviste de reacción ante el feminismo y las actitudes woke? ¿O es otra cosa?

Esta es una paradoja reveladora. Los jóvenes son al mismo tiempo más abiertos con su sexualidad, más igualitarios en sus actitudes generales, pero simultáneamente parece crecer el antifeminismo. Por tanto, no es simplemente el viejo machismo: es algo que va más allá.

Estamos ante un momento de transición cultural donde el binario de género ha estallado parcialmente. Las identidades sexuales se multiplican, hay mayores posibilidades de identificación. Pero aquí surge una asimetría crucial: las mujeres jóvenes navegan esta transición con mayor facilidad. Se declaran en mayor medida feministas, disponen de modelos diversos sobre lo que significa "ser mujer" y muestran identidades menos rígidas -cuatro veces más chicas se declaran bisexuales que chicos.

"Los chicos tienen menos alternativas para construirse como hombres y sienten más presión para encajar en roles tradicionales"

Los chicos, por el contrario, tienen menos alternativas para construirse como hombres y sienten más presión para encajar en roles tradicionales. La vigilancia sobre la masculinidad es más intensa: el "maricón" sigue funcionando como mecanismo de control. Están atrapados entre las demandas de las "nuevas masculinidades" y las viejas expectativas que persisten. Aquí las dudas sobre cómo relacionarse o construirse en un mundo tan cambiante se juntan con otras indeterminaciones sociales (precariedad, falta de futuro, miedo al cambio climático). Este es un caldo de cultivo que aprovecha la extrema derecha para politizar estos malestares en un sentido reaccionario.

He visto en las redes sociales que, ante el crecimiento del discurso incel y el de las tradwife (esposas tradicionales, en inglés), algunas mujeres tratan de optar por una especie de vía intermedia. Reniegan del feminismo, pero también del machismo más degradante, y lo que hacen es tratar de jugar al juego del cisheteropatriarcado con sus propias reglas, compartiendo trucos, por ejemplo, para encontrar un "hombre proveedor de alto valor" que las cuide, proteja y respete mientras ellas se ocupan del hogar.

Creo que aquí deberíamos poner el foco en que, en esta fase del capitalismo, extinguido el salario familiar, las familias de clase media y baja en realidad necesitan dos ingresos para subsistir. Las condiciones materiales desmienten directamente la fantasía tradwife: esa dependencia económica es sencillamente inviable hoy.

Pero estas expresiones subculturales que idealizan la subordinación de las mujeres en la familia funcionan a partir de los mismos ejes que el antifeminismo masculinista: idealizan un pasado identificado con el keynesianismo-fordismo. Un momento en el que se supone que las relaciones entre hombres y mujeres estaban "claras", el mundo parecía más ordenado, la economía iba mejor y existía mayor estabilidad vital. Es nostalgia por certezas que ya no volverán. Trump encarna este tipo de discursos cuando habla de reindustrialización o lanza soflamas contra la globalización.

"Se entiende el atractivo para algunas mujeres de una simplificación donde la entrega a la familia bastaría para proporcionar sentido vital"

Pero hay que entender también por qué estas ideas pueden ser atractivas para algunas mujeres. Las exigencias de la "igualdad" formal en el capitalismo generan problemas reales: trabajar en mercados laborales hipercompetitivos que además implica la doble jornada -salvo que puedan externalizar esos trabajos a empleadas domésticas-, cumplir con exigencias estéticas constantes, sostener múltiples relaciones sociales, compaginarlo con la maternidad... Es agotador y muchas veces, insostenible. Se entiende entonces el atractivo de una simplificación donde la entrega a la familia bastaría para proporcionar sentido vital. El problema es que es una apuesta estructuralmente truncada: esa dependencia históricamente ha implicado soportar dominación masculina que puede expresarse a través de violencia doméstica o tristeza y la sensación de estar atrapadas. El "malestar que no tiene nombre" que decía Betty Friedan.

La gente podría pensar que los incel son solo unos pobres chicos solitarios de internet, y ciertamente muchos de ellos lo son, pero existe una parte muy oscura del movimiento que conecta con discursos supremacistas como el del Gran Reemplazo, o que han perpetrado atentados terroristas.

Estas subculturas pueden ser vías de radicalización. Efectivamente, las versiones más extremas de estas comunidades conectan el antifeminismo con teorías supremacistas blancas como el Gran Reemplazo y los pánicos demográficos: afirman que las poblaciones occidentales están siendo "sustituidas" por otras etnias o religiones. Y es cierto que se han realizado atentados en nombre de estas ideas antifeministas.

Pero habría que matizar esto, porque a veces esta visión de los incel también funciona como pánico moral y construye una imagen fantasmática de peligro. Para que se produzca esta radicalización violenta deben concurrir otros factores como historias de aislamiento social extremo, maltrato familiar, acoso escolar, falta de habilidades sociales, etc. La mayoría de estos jóvenes, aunque frustrados, no son violentos.

Muchos activistas por los derechos de los hombres mencionan estadísticas como los suicidios o las muertes violentas (más frecuentes entre los varones) para justificar su misoginia. Sin embargo, en el libro también se desmonta ese discurso.

Estos grupos utilizan datos estadísticos reales como que los hombres son quienes cometen la mayoría de los suicidios, tienen menores tasas de graduación universitaria, reciben menos custodias en caso de separación o divorcio, sufren más accidentes laborales y muertes por homicidio y tienen menor esperanza de vida. Los datos son ciertos, pero su interpretación omite sistemáticamente las causas estructurales. La paradoja es que, como señalas, muchas de estas cuestiones tienen su origen precisamente en la construcción de la masculinidad tradicional que el feminismo también combate. El suicidio masculino y las muertes por violencia interpersonal están directamente relacionados con las expectativas sobre la masculinidad: asumir conductas de riesgo, mostrarse siempre fuertes y resolutivos como prueba de virilidad, ser más transgresores de la norma. Y esta misma construcción dificulta buscar ayuda psicológica o expresar vulnerabilidad emocional, factores cruciales para prevenir el suicidio. Respecto al trabajo, la propia división sexual explica que históricamente los hombres han asumido empleos más peligrosos, pero muchos trabajos feminizados también rompen los cuerpos a largo plazo.

En realidad, no se trata de competir por quién está peor, sino de luchar colectivamente por mejorar las condiciones de todas las personas y, simultáneamente, cuestionar los roles de género que oprimen de formas diferentes a hombres y mujeres, desmantelando la división sexual del trabajo. Cuando aparecen estos argumentos victimistas, la mejor forma de desactivarlos es reivindicar ese horizonte compartido: recentrar el conflicto hacia el enemigo real. El verdadero enemigo no son las mujeres ni los migrantes, sino el sistema que genera desigualdad: un capitalismo que concentra la riqueza en pocas manos, precariza el trabajo, jerarquiza brutalmente las vidas por clase social y convierte cada aspecto de la existencia en mercancía.

Adriana T. Exmigrante. Autora de ‘Niñering' (Escritos Contextatarios, 2022) y ‘Gordofobia. Otra herramienta de dominación' (Escritos Contextatarios, 2025). @bukuku.bsky.social