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Comodoro: la memoria de una guerra trágica, el Hospital y el moribundo que salvó Elsa Lofrano

Hace 37 años, Comodoro Rivadavia se convertía en el centro de operaciones de un conflicto bélico; la única guerra del siglo XX que mantuvo Argentina por decisión de un grupo de lunáticos de uniforme que pensaron que recuperando las islas Malvinas permanecerían en el poder. No contaron con la reacción de las potencias occidentales, pero los habitantes de la ciudad petrolera sí estuvieron a la altura de las circunstancias.

"Yo salía siempre a las siete de la mañana y cuando ese día voy a sacar el coche de repente paran los milicos y me dicen ?intendente, tiene que ir al Comando que el general quiere que vaya urgente. Cuando llego, el lugar estaba lleno de gente y justo llegó un coronel que había quedado a cargo; nos pusimos a charlar y en eso apareció el doctor Napolitani, que había sido militar. ?¿Qué pasó mi coronel?', preguntó el doctor. ?¿Cómo qué pasó?' ¿Qué no sabe que hemos recuperado las tierras irrestrictas de las Malvinas?', le dijo el coronel".

Roberto Pascual Die era un vendedor de seguros que había sido designado intendente de Comodoro. Fue el último mandatario municipal que tuvo la dictadura entre 1976 y 1983. El gobernador de Chubut era el contralmirante Niceto Echauri Ayerra y ese mismo viernes llegó a la ciudad, que se convirtió en clave dentro del denominado Teatro de Operaciones del Atlántico Sur (TOAS).

Mientras en las únicas dos radios locales que existían entonces, LU 4 y Nacional, no paraba de sonar la Marcha de Malvinas entre comunicado y comunicado de la Junta Militar que encabezaba el dictador Leopoldo Fortunato Galtieri, la ciudad comenzó a vivir un frenesí irrepetible, mientras los más cerebrales procuraban organizar lo que jamás se previó. Eran cientos los jóvenes que hacían cola en el Comando de la calle Rivadavia para ofrecerse como voluntarios -la mayoría quería ir en ese instante a las islas-, mientras los mayores se anotaban para diversas tareas, como ser jefes de manzana.

"Tuvimos la suerte de tener al mayor Alberto Diz que organizó todo muy bien. Gracias a él, durante la guerra seguimos viviendo más o menos normalmente, con un sistema diferente a Santa Cruz, donde se oscurecía todo por la noche y la gente se quedaba encerrada en su casa", evocaría más tarde el propio Die.

Es que inmediatamente comenzaron los simulacros de oscurecimiento porque se barajaba la posibilidad de que la ciudad fuera bombardeada por los británicos. El primer ejercicio preventivo, que incluyó a Rada Tilly, se extendió durante 10 minutos y dejó alguna anécdota risueña.

Roberto Franiuk era gerente de Hierromat e integrante de la Cámara de Comercio. "Esa noche hicimos 15 corderos para los soldados que estaban apostados en la ciudad. Faltaban quince minutos para comer cuando vino una alerta roja. Se apagó el fuego, se juntaron los asadores y en cinco minutos salieron los soldados con los camiones preparados y con las caras pintadas. Es que se corrió la voz de que iban a bombardear el aeropuerto", contaría años más tarde.

El ombligo del mundo

Como en el resto del país, también aquí quienes hasta el 1 de abril reclamaban que los dictadores dejaran el gobierno, se sumaron a la ola patriótica alentada por el triunfalismo propagandístico de los voceros dictatoriales. Era un sentimiento similar al de cuatro años antes, cuando se ganó el Mundial de Fútbol.

Pero esta vez en Comodoro había orgullo por ser centro de todas las miradas. Y había que estar a la altura. Llegaron periodistas de Alemania Occidental, Brasil, Japón, Chile, El Salvador, Estados Unidos. De los nacionales, los más conocidos; esos a los que se veía en televisión cada noche, como Daniel Mendoza o Nicolás Kasanzew, el que terminaría vendiéndole chocolates a los soldados en las islas.

El Centro Asturiano funcionó como depósito de donaciones de ropa y mercadería que llegaba de todo el país, al menos hasta el 14 de mayo que su capacidad se vio colmada. Y había mujeres que se sintieron como aquellas de Mendoza que según la historia oficial trabajaron a la par de los hombres antes de que San Martín cruzara la cordillera.

En la galería San Martín se juntaban a tejer y como la tela no abundaba, descocían buzos donados por la gente para hacer guantes y medias para entregarles a los soldados que estaban dispuestos a morir en defensa de suelo argentino, mientras los generales "clavaban en los mapas sus uñas distinguidas", como dice la canción de Miguel Cantilo.

La primera baja

El primer soldado muerto en el archipiélago impactó en Comodoro, pero no era de acá. Años después se sabría que Mario Giachino también había sido un represor. Pero el marino conscripto Mario Almonacid, caído de un disparo en las Georgias cuando descendía de un helicóptero, caló hondo entre los comodorenses.

Murió el 3 de abril y su cuerpo llegó a la ciudad el 7 a la medianoche. Fue velado en el único gimnasio municipal que había, el de Aristóbulo del Valle y Viamonte. El desfile de quienes fueron a darle el último adiós fue incesante y el llanto, genuino. Al otro día lo llevaron al cementerio.

Por esas paradojas del destino, no había concluido sus estudios en la ENET 1 y pidió una prórroga que le negaron. Su padre vivía de changas como electricista porque lo habían echado de Agua y Energía en 1978 por su condición de chileno.

El lado oscuro

Si hay que hablar del Comodoro post 2 de abril resulta inevitable no referirse al rol que le cupo al Hospital Regional y a toda su planta de médicos, enfermeros y maestranza. Aún más allá del fin de la guerra, el 14 de junio de 1982. Ellos vieron lo que pocos en esos 73 días.

El 3 de abril se recibió al primer caído, un oficial que sufrió una herida en el tórax y fue internado en terapia intensiva. Y apenas arribó la flota de Margaret Thatcher al teatro de operaciones y empezaron los ataques aéreos en las islas, los heridos comenzarían a ingresar por decenas al hospital que dirigía el médico Manuel Sanguinetti. El 27 de abril se instalaron en tres quirófanos fuentes de luz que se accionaban automáticamente ante un corte de electricidad.

"Nosotros estábamos acostumbrados a ver muertos, heridos de arma blanca, pero yo creo que ninguno se ha recuperado del shock de ver tantos heridos, tanta tristeza y el llanto de esos chicos", sostiene Elsa Lofrano, la presidente de Ajurpe (jubilados provinciales) que entonces era enfermera.

A ella le tocó vivir una de las tantas crueldades que se producen en una guerra y que se agudizan si quienes tienen poder decisión carecen de empatía. "En la morgue ponían los cadáveres en bolsas de tela de avión y las cerraban. Un día trajeron un montón y yo sentí que alguien se quejaba. Le dije al mayor ?hay alguien vivo' y él respondió: ?a veces es más barato ponerles el cierre y llevarlos a Buenos Aires, y no ponerse a mirar entre tantos cadáveres. Cierre la puerta', me ordenó".

Lofrano no lo hizo y cuando el oficial se retiró "entramos y sacamos a uno vivo. Era chaqueño y lo llevamos a Traumatología y se empezó a recuperar, pero tenía las dos piernitas hechas pedazos por el famoso ?pie de trinchera'". El soldado se apellidaba Santos e ingresó al Hospital Regional el 12 de junio de 1982, siendo internado en la sala 151. Tenía una fractura expuesta con amputación, producto de una herida de combate que como único tratamiento previo fue curada con analgésicos.