Opinión

La reina y el plebeyo indultado

Cristina Fernández de Kirchner ostenta hace más de 10 años la centralidad de la escena política argentina. Incluso Mauricio Macri construyó su poder, antes y durante su presidencia, en detrimento de la expresidenta. No existe nadie que domine la escena política como ella lo hace: con sus silencios o con sus esporádicas apariciones. Domina, como pocos, el timing de la política.

No fue una excepción cuando el sábado pasado sacudió el intrigante y silencioso tablero de las candidaturas para confirmar que Alberto Fernández será el candidato a presidente y que ella "apenas", se limitará a acompañarlo.

La jugada admite lógica en varias dimensiones. En cuanto a la periodística, la campaña requiere mucha participación con la prensa, algo que a Cristina Kirchner le cuesta mucho: siempre tuvo unidireccionalidad en su mensaje. Su último libro es el ejemplo más emblemático. Lo mismo que sus entrevistas: solo brindó una en 13 años. El afortunado fue Luis Novaresio.

Hay dos planos en los que el Fernández "bueno" actúa favorablemente. En cuanto al campo externo será la cabeza "amigable" ante la voracidad de los mercados internacionales. Esa una señal no se podría enviar con Cristina candidata.

En cuanto a lo interno, Alberto posibilita un diálogo que Cristina cierra. Todo el justicialismo sabe que si no amplía su base electoral, el macrismo podría voltearlo en la segunda vuelta.

Cristina aplica Coleridge de manual

Durante el gobierno de Néstor Kirchner, se desarrollaron las candidaturas testimoniales, que consistían en postular un candidato que nunca asumiría ese rol. La propuesta asumía mucho de teatral y poco de política. La impostura diluía la praxis que representa la política para situarla en un espacio ideal que representa el teatro.

Situación parcialmente similar propone esta fórmula: un Fernández para los mercados y otra Fernández para la militancia.

Sin embargo, la estrategia de Cristina recuerda una categoría teórica de S. T. Coleridge: "la suspensión de la incredulidad". Ahí, el poeta y filósofo reflexionaba sobre una operación intelectual que se aplica cuando uno lee o ve una obra de ficción: suspender cualquier juicio sobre lo fáctico y los hechos de la realidad para que eso que se muestra sea concebido como algo posible. En otras palabras, alguien regala su incredulidad para que la ficción actúe como realidad.

Este mecanismo, aplicado al cine y la literatura como máximos exponentes, es llevado a la dimensión de la política, justamente lo opuesto a la ficción.

El constante y perverso vaciamiento de la política que deja su lugar a mecanismos ficcionales como el marketing o la creación artificial de candidatos -algo que el macrismo manejó a la perfección antes y durante el poder- es llevado al extremo en esta propuesta.

La camporista recargada

Que Cristina sea quien ejerza el poder no es una especulación sino una hipótesis fuerte que se basa en toda su trayectoria política. Ni el más ingenuo podría pensar que Cristina dejará que Alberto Fernández ejerza el poder en soledad y que ella actúe como históricamente actuó un vicepresidente, convirtiéndose en una extensión vaciada de recursos y depositada en el Congreso de la Nación como espacio de neutralización.

Por otro lado, se especula que la inversión de la candidatura busque cuestiones más grises como un posible indulto en caso de que Cristina fuera condenada, algo que ella misma no podría darse de ser presidente. Claro que estas especulaciones salen del seno opositor, especialmente desde la figura controversial y decadente de Elisa Carrió.

Incluso en términos de enunciación se desnuda la estratagema. Dijo Cristina: "Le he pedido a Alberto Fernández que encabece la fórmula...". Yo le pido, él obedece. No hay un juego de fricción, típico del poder y que Foucault retrata bien cuando afirma: "allí donde exista relaciones sociales, existirán relaciones de poder". Cuando Cristina afirma "Le he pedido", el modo disfraza un imperativo y desnuda una relación de sumisión: si alguien ocupa el lugar de pedir, otro ocupa el lugar de cumplir. Yo pido (Cristina), él cumple (Alberto). De ahí que esta estrategia debe entenderse como una nueva forma de vaciamiento de la praxis política, que ya había aplicado Perón con Cámpora. "La historia se repite, primero como tragedia y luego como farsa" dijo Marx. Cámpora al gobierno y Perón al poder terminó en la triple A y la caída de Isabel, aunque es preciso señalar las inmensas diferencias de contexto y remarcar que no existen puntos de contacto entre María Estela Martínez de Perón y Cristina. Tampoco, claro, Fernández es Perón.

Rebelión en la granja

La decisión de que Alberto Fernández sea el candidato trajo la tranquilidad de que Cristina seguirá siendo la líder del espacio "nacional y popular", aunque abre una serie de internas propias y ajenas.

Las propias están representadas por sectores más radicalizados y militantes encarnados como Moreno, D'Elía y Juan Grabois; a quien algunos estigmatizan como el Lilita Carrió del kirchnerismo.

La militancia más profunda no ve con buenos ojos que su "reina" dé un paso para atrás y que deje el poder -al menos el simbólico- en manos de un personaje que inició su carrera política con Cavallo, estuvo con Alfonsín, fue Jefe de Gabinete de Néstor; se cansó de criticar al kirchnerismo y hasta acusó abiertamente a Cristina de encubrir la muerte del fiscal Nisman.

Claro que, en términos probabilísticos, seguramente se sumen más votos de los moderados con "Alberto", típico armador y dialoguista político, que pérdidas de la militancia, es decir, que los votos que iban a Cristina se fuguen para otro espacio. Bien se sabe que todo lo que sume en una elección, sirve. Y en esta, mucho más.