Opinión

Los límites de "D10S": cuando insultamos a Messi nos enojamos con nosotros mismos

Por Sebastián Sayago*.

Soy admirador de Messi. Me gusta cómo juega al fútbol. No lo admiro como patriota, como filántropo, como padre de familia, como pensador político, como modelo de ropa deportiva, como empresario. Simplemente, me encanta lo que hace con la pelota en la cancha.

Tengo almacenadas en mi memoria muchísimas escenas que me han deslumbrado. Acá nomás, el cuarto gol al Betis (el de la parábola perfecta) y el tiro libre al Liverpool en el Camp Nou. Pero hay muchas jugadas más, varias de las cuales no terminaron en gol.

Vi jugar a Maradona, a Francescoli, al burrito Ortega, a Riquelme. También a Ronaldhino, a Henry, a Zidane. No tuve la oportunidad de ver a Pelé ni a Di Stéfano ni a Cruyff. Dicen que fueron maravillosos y no lo dudo.

Messi debutó con la camiseta de Barcelona hace casi 15 años y, desde entonces, es el mejor jugador del mundo. Ninguno de los otros cracks brilló con tanta luz durante tanto tiempo. No es algo menor, en un deporte cada vez más competitivo, en el que los jugadores son cada vez más superatletas.

En fin, eso que nos pasa a los millones de televidentes que seguimos sus partidos: esperamos que haga lo casi imposible y a veces sucede. Una gambeta, un milimétrico tiro al arco, un cambio de frente, un pase entre líneas que solo él puede ver. En esos momentos, convierte el fútbol en magia o, mejor dicho, nos hace sentir a los amantes del fútbol que compartimos una experiencia mágica, única. ¿Qué es lo que vemos y proyectamos en esas situaciones?

Somos Messi

En España, a Messi lo llaman D10S. Hasta los jugadores de los equipos que vencen a Barcelona reconocen que es el mejor del mundo. "El mejor de la historia", incluso llegan a decir.

Pero ese Messi que deslumbra en Europa no parece ser el que juega en la selección. Bajo la gigantesca sombra de Maradona, no ejecuta lo que allá hace con normalidad, no es el líder carismático y rebelde del equipo, no ganó una final importante, no nos dio la Copa del Mundo ni la de América. "No canta el himno", "es un pecho frío", "no siente amor por la camiseta".

Nos duele verlo deambular por la cancha, cabizbajo y frustrado, cuando el partido es adverso y haría falta que aparezca y con una genialidad compense las flaquezas del equipo. Pero no, en vez de demostrarnos a todos que efectivamente es el salvador, D10S, el nuevo Maradona, camina con la mirada perdida, como si estuviera arrepentido de estar ahí y solo quisiera que todo termine pronto, para marcharse a donde pertenece de verdad.

En esos momentos, se resiste a representar el papel de líder: no levanta los brazos pidiendo al público que aliente, no reprocha enfáticamente a los compañeros, no se golpea el pecho, no gesticula para que la televisión capte sus ademanes heroicos.

Se comporta como nosotros cuando asumimos que estamos en un país mal gobernado, con políticos inescrupulosos, sin un proyecto claro y coherente, en una sociedad con rasgos que cuestionamos. Porque, en esas circunstancias, somos como el Messi de la selección. Queremos algo mejor, pensamos que lo merecemos, pero solo masticamos la bronca y esperamos que las cosas cambien solas. No nos golpeamos el pecho y salimos a la calle a arengar a los demás para cambiar de verdad la realidad. Sentimos que no podemos.

Al insultar al Messi humano, al que se cansa de intentar y al final se pierde, nos enojamos con nosotros mismos. También vamos perdiendo el partido y el nuestro es más importante.

¿Qué ponemos en juego en un partido?

El que vota a un candidato que gana siente que él gana también. El que desea que triunfe tal competidor siente que triunfa, si ese competidor lo hace. Los hombres comunes y corrientes salimos de nuestra pequeñez por un instante y bebemos la copa del vencedor. La alegría y el orgullo son proporcionales a la frustración de la derrota.

Cuando la selección se preparaba para disputar esta Copa América, decíamos que, como venían las cosas, nos conformábamos con hacer un buen papel. Ahora, sufriríamos una gran decepción si no le ganamos la semifinal a Brasil. Y, si pasamos a la final, pero no salimos campeones, tampoco nos alegraríamos. Con Messi, la selección llegó a tres finales consecutivas (dos de la Copa de América y una Copa del Mundo), pero a ese grupo de jugadores se lo llamó "la generación de fracasados". Como si llegar a una final no fuera suficientemente bueno.

¿Proyectamos en el deporte las frustraciones de nuestra vida? ¿El resultadismo y la obtención de títulos son correlatos de un pensamiento eficientista, que minimiza la importancia de la calidad del proceso? ¿Qué pasa si la selección no gana este martes o el domingo que viene? ¿Qué le pasa al país, a nuestro futuro como sociedad, a nosotros mismos?

Respondamos o no estas preguntas, seguiremos cada partido con ansiedad. Tal vez Messi nos salve, tal vez no.

* Docente e investigador en la Universidad Nacional de la Patagonia San Juan Bosco.