El mundo

Assange, fin de la farsa: retiran su acusación por violación

Julian Assange ya no está acusado de violación. La fiscalía sueca ha retirado los cargos: los testigos se olvidan, nuestro material es escaso, han dicho los acusadores. Y han hecho mutis por el foro. La grave imputación (tres violaciones en las lujuriosas noches de Estocolmo) llevó al fundador de Wikileaks a refugiarse en la embajada de Ecuador en Londres. Assange negaba los cargos y sospechaba que eran una trampa para extraditarlo a EEUU, donde lo acechaban por filtrar los crímenes imperiales. La acusación decae ahora que ya espera en una celda de máxima seguridad su traslado a una prisión perpetua en la democracia americana. La razón a veces usa sonrisa amarga.

La verdad tiene en ocasiones un «je ne sais quoi» de melancolía. Las últimas imágenes de Assange hacen pensar más en un viejo enloquecido que en un joven antisistema cargado de futuro. Ha sido un trabajo de destrucción concienzudo y sistemático. Releo los editoriales de los grandes periódicos dedicados Assange en el último año: villano disfrazado de héroe, vendido a Rusia, megalómano, estrafalario, gamberro, arrogante. No se lava. Este fue el toque final: ¿quién se puede fiar de una persona sucia en este mundo instagrantemente profiláctico? La verdad también puede acabar en el cubo de la basura con el coro gritando «yo acuso».

Lo de la higiene de Assange lo sacaron de unos espías españoles que debían velar por la seguridad en la embajada de Ecuador. Lo que hicieron, en realidad, fue pasarle todo lo que husmeaban a los EEUU. Luego lo publicó el New York Times, Dama Gris de la libertad de prensa a la que Wikileaks dio munición en sus primeros pasos. También se la proporcionó al Guardian, Le Monde, Der Spiegel o El País. Era 2010 y gobernaba Obama. Los crímenes de guerra eran de Bush. Después llegaron los cables del departamento de Estado y Snowden: el espionaje masivo de Estados Unidos a amigos y aliados. Snowden vive exiliado en Rusia. Pudo escapar a tiempo. Assange, no.

Assange inauguró el breve reinado de los whistleblowers (los filtradores digitales). Chelsea Manning era quien le pasaba a Wikileaks las pruebas de los crímenes de guerra en Irak. Está presa. Como estuvo dieciocho años encarcelado Mordechai Vanunu por desvelar el programa atómico de Israel. Hervé Falciani, el informático que hizo públicos los secretos de la banca suiza, ha tenido más suerte porque colabora con gobiernos como el de España en la persecución del fraude fiscal. Es una excepción. En general, la filtración se paga con la cárcel, el exilio o el escarnio. Son los castigos habituales por nadar contra la corriente, ese estanque de aguas turbias en el que, sin embargo, nos gusta mirarnos.

Fuente: La Soga