Opinión

Cultura política, fetiches y mentiras: ¿el fin justifica los medios en una democracia de baja calidad?

Por Sebastián Sayago*.

Hay una parte de la cultura que trata de aquellos temas considerados "políticos". La reconocemos cuando hablamos de gobierno, leyes, partidos políticos y sindicatos, ética pública, política educativa, inflación, relaciones internacionales, etc. Podemos denominarla "cultura política", y vale concebirla como una región de límites no siempre claros, distinta de otras regiones, tales como la cultura religiosa, la cultura científica, la cultura deportiva, la cultura artística.

Por supuesto, si pensamos lo político como un juego de relaciones en torno al poder grupal o colectivo esa cultura se convierte en una dimensión que atraviesa con mayor o menos intensidad todas las regiones de la cultura. Pero aquí estamos pensando en un concepto más acotado: las prácticas, los temas, los estilos y los conceptos que reconocemos como frecuentes cuando pensamos en política.

Así, por ejemplo, si discutimos acerca del gobierno de Macri o el de Arcioni nos inscribimos en la cultura política. Asumiremos roles más o menos definidos, retomaremos frases hechas, valores, léxico, datos históricos, opiniones de otras personas, con el fin de desarrollar una conducta acorde. Si, en cambio, discutimos acerca del mejor modo de cocinar un matambre a la pizza, el lenguaje y el arsenal retórico serán muy diferentes y los roles también.

Conviene apreciar diversidades. Hay distintas culturas políticas. Pueden ser clasificadas por su grado de institucionalidad (más o menos formales, asociadas a partidos o a ideas), por su orientación ideológica (neoliberal, populista, conservadora, socialista), por sus metas, por sus identificaciones, por sus valores, por características generacionales o por su alcance territorial.

Recreamos la cultura política (con sus diferentes sesgos, restricciones y posibilidades) cotidianamente y de distintos modos.

Algunas personas hablan con mucha frecuencia y con gran atención acerca de temas políticos y otras, en cambio, se sienten menos atraídos y prefieren hablar de otros temas y, cuando se ven dentro de una conversación política, tratan de participar sin involucrarse mucho. Asumen lo político como algo ajeno, muy complejo y/o aburrido.

La cultura política está asociada a esta democracia que tenemos.

Fetiches políticos

El sistema de gobierno está fundado en una democracia neoliberal que utiliza elecciones periódicas como principal modo de legitimación. Ese mecanismo no parece malo, siempre que la ciudadanía -el conjunto de los votantes- estuviera realmente informada de los asuntos de gobierno y si los candidatos expresaran con sinceridad sus intenciones. Entonces, en ese escenario, la democracia neoliberal funcionaría. El representante representaría al representado (aunque esa relación de representación nunca sea absoluta).

El problema es cuando la ciudadanía no está realmente informada de las condiciones y las acciones del gobierno y cuando los candidatos ocultan sus intenciones y, al resultar electos, hacen cosas que deberían haber planteado con claridad. Esa es la democracia que tenemos. No es la única posible, claro.

La cultura política vinculada con la democracia liberal está poblada de fetiches, es decir, de construcciones idealizadas que sirven como faros para la comunicación política y, a la vez, como puertas cerradas. Atraen, simulan un entendimiento compartido e, inevitablemente, impiden cuestionamientos y procesos de reflexión.

Es cierto que toda cultura política tiene sus fetiches, en tanto está atravesada por dogmas o supuestos ideológicos no sometidos a discusión.

Dos muy abarcativos y efectivos son "la patria" y "la democracia". El primero se retroalimenta de sentimientos nacionalistas y de una mitología recreada por el sistema educativo y los medios de comunicación. El segundo tiende a reducir la democracia a las elecciones periódicas y a la legalidad de las representaciones, oscureciendo posibilidades más participativas y populares. En nombre de la "patria" y de la "democracia", se puede justificar una gran variedad de acciones, algunas contradictorias entre sí. Por "la grandeza de la patria o de la nación" y por "el respeto del resultado electoral" se exige obediencia, disciplinamiento, más esfuerzos, paciencia, sacrificios, etc.

En la provincia -sobre todo, en la Cuenca del Golfo San Jorge- un fetiche conocido por todos es "el petróleo" o la "explotación hidrocarburífera". No se lo cuestiona ni se lo discute. Tampoco se analiza si el capital que ha generado y genera es utilizado para la diversificación de la matriz productiva y, en especial, para el desarrollo de alternativas no extractivistas. Simplemente, se asume que es una parte importante de nuestra historia, de nuestra provincia, que es "el motor de la economía regional", que es generador de muchísimos empleos directos e indirectos, que conlleva riquezas para el Estado provincial y los Estados municipales, etc. Explica el pasado y el presente y da tranquilidad sobre el futuro.

"El trabajo" es otro fetiche. Si un gobierno dice que va a crear trabajo, puede implicar que va a hacer cualquier cosa para hacerlo. Si el fin justifica los medios, no hay mejor fin que "un trabajo digno". Así, se puede recurrir a ramas de producción sustentables o no, beneficiosas para el Estado o no. Todo vale y eso puede ser peligroso, porque puede invisibilizar y/o legitimar oscuros negociados. Un caso emblemático en Chubut sería la megaminería.

Olvidos: operaciones de rechazo

La cultura política es una zona de incomodidad. Está atravesada por desacuerdos, frustraciones, grietas de distinto tipo. En su interior, la percepción de la distancia entre la ciudadanía y la clase política provoca un descreimiento generalizado. Se presume que los políticos hacen sus arreglos a espaldas de la gente, que al fin de cuentas son todos lo mismo, que no se pueden cambiar las reglas de juego.

Sin embargo, pese a estas presunciones, cada dos o cuatro años, se renueva cierto entusiasmo electoral, una especie de morbo motivado por el sistema de victorias y derrotas. Se trata de una reacción, en gran parte emotiva, al clima generado por campañas de marketing que ofrecen candidatos como productos comerciales.

Para que este circuito siga en marcha, los ciudadanos debemos relativizar o minimizar nuestras frustraciones. Se trata de un olvido funcional, producto de una operación de rechazo.

Queremos no recordar (todo el tiempo ni con detalle) las experiencias negativas ni las acciones antiéticas del gobierno.

Arcioni dijo en campaña que Chubut era una de las provincias mejor administradas. A los pocos días de resultar electo anunció que no podía pagar los sueldos en tiempo y forma y que debía volverse al pago escalonado. No lo había anticipado antes de las votaciones.

En Comodoro Rivadavia, el 4 de septiembre, aproximadamente 30 mil personas salieron en la calle a repudiar la agresión a los docentes, perpetrada por una patota de presuntos petroleros "informales" y avalada por el entonces ministro coordinador Federico Massoni.

El 7 de noviembre, el secretario general de ATECH Santiago Goodman fue detenido y esposado delante de todo el mundo, también por orden de Massoni. Esta acción ocasionó nuevamente el repudio de gran parte de la sociedad y el gobernador se vio obligado a pedirle la renuncia. Sin embargo, apenas asumió, lo volvió a designar en la primera línea, como ministro de Seguridad.

Para vivir normalmente y con felicidad a pesar estos hechos, hay que "olvidar", pensar en otra cosa. Y no es algo que cueste mucho esfuerzo, aunque, cada tanto, haya que lidiar con contradicciones y frustraciones. Es cuestión de encontrar fórmulas justificadoras.

Ocurre con quienes apoyan los lineamientos kirchneristas del gobierno de Alberto Fernández y tienen que asumir que Arcioni es parte del mismo espacio y, por eso, habría que apoyarlo; o aceptar que Fernández lo apoye.

Una frustración similar sufren aquellos que revindican las banderas progresistas del kirchnerismo pero tienen que aceptar su histórica asociación con la actividad minera. Cuando, desde esta perspectiva, se intenta resaltar lo bueno de Alberto Fernández o del kirchnerismo, se tiene que relativizar ese rasgo.

Y algo similar hacen los "provida", cuando rechazan la "muerte del niño por nacer" pero se resisten a admitir que la prohibición del aborto promueve la muerte de muchas mujeres, sobre todo las más pobres.

Nos sucede a todos cuando analizamos la situación de la ciudad en la que vivimos y pensamos en todas las cosas que deberían hacerse y no se hacen o en todas las cosas mal hechas. Nos indignamos, puteamos, lo dejamos en un segundo plano y seguimos.

Sin ese olvido, estaríamos todos más angustiados, más preocupados, más indignados. Olvidamos porque es un modo de ser feliz.

Por supuesto, ese olvido nunca es absoluto. Es un proceso complejo, dinámico, acumulativo, que exige reelaboraciones, más o menos reflexivo. A veces, es contenido y disimulado por el modo de vida capitalista de nuestra sociedad (vemos fútbol, tenemos Facebook, usamos Whatsapp, consumimos Netflix, entre otras distracciones). Otras veces, la represión falla y se produce un estallido, de manera colectiva o individual.

¿Qué futuro?

Todo lo dicho aquí es discutible y, en el mejor de los casos, puede servir para contribuir a reflexionar acerca de lo que entendemos por política, democracia, condiciones para la reproducción y para la mejoría de la sociedad.

Para eso, una vía es el análisis crítico de la cultura política, la deconstrucción de los fetiches y la exploración de nuestras zonas de rechazo.

Estamos entrampados en un circuito que desaprovecha potencialidades individuales, sociales y políticas. Esta democracia funciona bastante mal. Perdón por el pesimismo, pero estoy convencido de que esta situación podría cambiar. Depende de nosotros.

*Docente e investigador en la Universidad Nacional de la Patagonia San Juan Bosco.