Patagonia

Osvaldo Bayer y su legado interminable: libertario, anarquista; amante de la libertad y de la Patagonia

El pasado 21 de diciembre se cumplió un año de la muerte de Osvaldo Bayer, el escritor e investigador argentino que dejó un legado extraordinario por su lucidez, su compromiso y su lucha inclaudicable por la reivindicación de quienes enfrentan la injusticia en un mundo dominado por la desigualdad, con especial énfasis en la Patagonia. En este aniversario publicamos nuevamente la conmovedora crónica que escribió Marcelo García tras su última visita al maestro en su "Tugurio" de Belgrano; que apareció por primera vez en la edición impresa de El Extremo Sur N° 179 en octubre de 2017. Ese mismo año el portal No a la Mina publicó el video en que Bayer apoyó la defensa del ambiente y el rechazo de la minería en Chubut.

Estabas ahí, dormido en el sillón del patio interno del "Tugurio". Acurrucado, con la cabeza apoyada sobre un costado, con una frazada que te protegía y te abrazaba como muchos tenemos ganas de abrazarte cada día, desde hace muchos años y para siempre.

La señora que te cuida me preguntó si quería que te despertara. Me dio mucha pena interrumpir tu siesta. Le dije que mejor dejaba las revistas que había ido a llevarte y luego me iba. Ella insistió en despertarte, me aseguró que igual debía hacerlo, aunque me fuera.

"Don Osvaldo, despierte, tiene visita", te dijo en voz no muy fuerte. Como sorprendido y presto a iniciar la charla reaccionaste y te ubicaste en tiempo y espacio. Enseguida me tendiste la mano para saludarme.

"Cómo le va, un gusto", lanzaste mientras el brazo acompañaba cansado a la mano que quería estrecharse con la mía. "Es el muchacho que había quedado en visitarlo esta tarde", le explicó la cuidadora. "Ah, sí", dijiste convencido a medias, casi preguntando.

"Siéntese, qué bueno que me haya venido a visitar sin avisar", dijiste aunque te había llamado al teléfono fijo cerca de ese mismo mediodía, cumpliendo con la contraseña de siempre, y me habías agendado para visitarte a las 18.30 horas.

Los que te conocemos desde hace mucho sabemos bien que si queremos hablar con vos tenemos que llamarte al fijo del Tugurio en el barrio de Belgrano. Si no viajaste, en tus tantas idas y vueltas por las provincias, y si no estás en Alemania escapándole a los inviernos australes, hay que dejar sonar el teléfono y cuando atiende el contestador preguntar si andás por ahí, haciéndote saber quién está llamando. Si estás en casa atendés y arranca la charla que prepara el encuentro. Si no, te dejamos nuestro número grabado en el contestador y vos te comunicás.

Te había llamado, me habías anotado en la libreta; "espere, ¿cómo me dijo que se llama?". Por eso el agradecimiento de la visita inesperada no cuadraba, pero era una enorme alegría volver a verte.

La tarde estaba fría, llovía, aunque en tu casa había un clima agradable. "Quiere tomar algo", me preguntaste y me hiciste llamar a la señora que te cuida. "Qué necesita Don Osvaldo, quiere tomar algo, un café, un té", inquirió esa mujer de anteojos que tan bien te trata. "No, traiga algo fuerte", reclamaste como acodado en la barra de madera de alguna pulpería de la Patagonia.

Ella insistió en servir un té o café, pero vos le dejaste en claro que esas propuestas no integraban el listado de las bebidas fuertes que querías invitarme. Por eso no le quedó más remedio que sacarle el corcho a la botella de vino empezada y servir dos copitas de cristal. Para cuando las sirvió ya te habías enderezado. Claro, era hora de brindar. La visita, aunque no recordaste quién era, ameritaba el choque de copas que dispararía la charla posterior.

La intención era llevarte la edición de El Extremo Sur donde había escrito sobre tu amigo Asencio Abeijón, ése de las memorias de los carreros patagónicos que vos hiciste conocer generosamente en el país por las crónicas que te provocaron admiración.

No voy a negarte que tenía el anotador y el grabador MP3 en la mochila por si tenías ganas de responder algunas preguntas o relatar vivencias imperdibles, muchas de las cuales ya han sido contadas pero siempre es valioso escuchártelas una vez más.

Te vi algo cansado, como si estuvieras pegando la vuelta de un largo camino. Tenés 90 pirulos, Viejo querido. Por eso quise ser fiel a lo que para mí es una amistad y opté por no grabar, ni anotar, ni preguntar demasiado. Lo que conversamos queda entre nosotros y la fiel vigilancia de esos potus selváticos que pueblan la pared de tu casa. Todo está guardado en mi memoria diría León (Gieco, claro).

Mientras compartíamos el vinito, el sabor te pareció diferente al último que habías tomado, por eso inquiriste qué había pasado. "¿No quedó vino de anoche?" le preguntaste a la señora, y ella te explicó que no era el mismo y que al otro lo habías tomado en el bodegón en la cena con tu familia. Sin chistar diste por cerrado el tema y me volviste a agradecer la visita.

Ya durante la charla comencé a despedirme, me sentía incómodo invadiéndote, aunque tus repetidos agradecimientos me sacaban el peso de la culpa. Rápidamente entré en tema; estabas frente a alguien que venía de la Patagonia y para vos eso sigue siendo muy importante.

Preguntas inevitables

"¿Cómo están por allá?", me preguntaste como si hablaras de una parte de tu familia y tus amistades, con gran atención. No supe bien qué decir, aunque no dudé en contarte que las cosas se están poniendo bastante feas, que hay muchos despidos, que están flexibilizando el trabajo de los petroleros, que Comodoro Rivadavia padeció un temporal durísimo. Vos escuchaste con mucha atención.

Tu entrañable amor por la Patagonia y tu espíritu libertario nos llevó a sobrevolar un poco la historia y esa profunda relación que tuviste siempre con los peones rurales y que tan bien describiste en tus imprescindibles libros sobre los fusilamientos de Santa Cruz.

Así fue como te vino a la memoria el tormento que sufría tu padre cuando vivían en Río Gallegos y desde la casa escuchaban los gritos de los peones golpeados por la policía en épocas de la huelga del '21. "Siempre me lo contaba", me confesaste, y me dijiste que esos relatos -y los diarios de la época que él había guardado- se convirtieron en una deuda de honor. Fue para vos casi una obligación contar con rigor y verdad lo que había sucedido con aquellos huelguistas torturados y fusilados por la milicia del Coronel Varela, cumpliendo la orden del presidente Hipólito Yrigoyen y a pedido de los estancieros santacruceños.

Anarquista, siempre

Era imposible que el credo anarquista no merodeara la conversación, más aún cuando encontré la única pregunta que se me ocurrió hacerte en tono periodístico y jamás había tenido la oportunidad de preguntarte. "¿Por qué sos anarquista?", lancé como estiletazo. Tu respuesta fue tan contundente y simple que me hiciste sentir un gil. Con esa sonrisa picaresca que te caracteriza y la emoción a flor de piel, me respondiste sin dejar lugar a la repregunta: "Por amor a la libertad".

Todo marchaba muy bien, la charla volvía a tener el aroma inolvidable de varias otras anteriores, hasta que se me ocurrió preguntarte si estabas viajando a Alemania. Ahí fue cuando me empantané con tu tristeza.

Apareció el recuerdo de tu esposa y te invadió el dolor, la ausencia de ella. Es que Marlies Joos se fue de este mundo hace dos años, y a vos su falta te deja un hueco enorme. Fueron más de 60 años juntos; un largo camino de amor, alegrías, hijos, nietos, viajes y locuras.

No la nombraste, no derramaste una lágrima, pero los ojos se te llenaron de recuerdos y presencias brillantes. "No sabe cuánto me bancó: el exilio, la cárcel ", contaste con voz no tan firme, e inmediatamente me confesaste: "se la extraña mucho".

La incomodidad de tu emoción me hizo buscar algún atajo para salirnos de ahí, pensé que para lograrlo nada era mejor que el fútbol y tu amado Rosario Central. "Juega bien", te enorgulleciste. La verdad es que tenés mucha razón, el canalla del "Chacho" Coudet jugó muy lindo, quizás fue el que mejor lo hizo en los últimos años; pero por esa dinámica de lo impensado que tiene el fútbol, Central se quedó sin títulos. Bah, uno se lo afanaron en la final con Boca.

Tus amigos te siguen visitando en el Tugurio y los que te admiramos a veces nos animamos a darnos una vuelta para compartir opiniones y anécdotas de los hermosos recuerdos que tenemos con vos. Los míos destellan al rememorar tus viajes a la Patagonia y esas charlas en Comodoro o viajando a Jaramillo para inaugurar el monumento a Facón Grande.

"Usted es un provocador", me dijiste una vez en un asado bien regado. Después me llegaría por correo con tu dedicatoria la nueva edición de la Patagonia Rebelde; no podía salir del asombro y menos aún dejar de sentir orgullo.

Ya se nos está haciendo tarde, Viejo. No es que me tenga que ir, pero no te quiero invadir más de lo necesario. No tenés ganas de que me vaya, pero yo me estoy despidiendo y prefiero guardar los recuerdos tanto como el presente, que es más triste.

Con tu prosa, tus investigaciones, tu conducta, tu ejemplo y tu rebeldía nos enseñaste, nos guiaste y nos inspiraste, no para superarte, sino para intentar aprender y hacer un camino propio con tu imagen y tu intachable trayectoria como guía. Aunque vos no quieras ocupar ese lugar, y sin pretender sacarle un milímetro a tu familia, has sido un padre inspirador para muchos de nosotros; eso amerita un eterno agradecimiento.

"Bueno, Don Osvaldo, me voy", te anticipé como despidiéndome para siempre. "Vuelva cuando quiera, un amigo patagónico es siempre bienvenido", dijiste estrechándome la mano. Con la emoción desbordada, me fui con la dura intuición de que quizás no volvamos a vernos.