Opinión

Irrupción evangélica en la política latinoamericana

Estos sectores empezaron a crecer durante el último tercio del siglo pasado, quizás a partir de la década de 1980, impulsados desde los Estados Unidos y apoyados por gran parte de la jerarquía católica que, en el Cono Sur, había ganado una batalla.

En la pantalla, la cosa es más o menos así. Un hombre, vestido con pantalón oscuro y camisa blanca abierta en el cuello habla, ceñudo, ante una platea que hace décadas fue un cine del Abasto, en la ciudad de Buenos Aires. Su voz es tranquila, contenida. Menos comprensiva que amenazante. Es probable que se exprese en el castellano del Caribe o que en su esfuerzo apenas logre disimular el portugués hablado en Brasil. Se enciende con su propio discurso, que anuncia catástrofes, castigos y condenas, "llanto y rechinar de dientes", le gustaría decir, que solamente se atenuarán cuando el arrepentimiento sea pleno. Pedirá, quizás, que los fieles lleven botellas de agua para sanarlos y protegerlos de todo mal en su vida cotidiana. Sobre todo, para evitar volver a caer en el mal. Es agua de red, pero lo importante es que cada uno vuelva a casa con su botella para garantizarse la salvación. Porque La salvación es individual y se consigue gracias a la superación personal: puro mérito, no hay ayuda de nadie aquí en la tierra o en el cielo. Sólo así recibirá el creyente el favor de Dios: la gracia. El lema de la iglesia es lo principal: Pare de sufrir. Cada uno está solo ante su error, ante su dolencia, ante su pecado. (Ver información sobre el fundador de esa iglesia en Brasil, Edir Macedo, un poderoso multimillonario). Solo, cada creyente debe enfrentar a una terrible fuerza superior que reúne las características de dioses griegos y vikingos combinadas con la carencia de misericordia de una divinidad bíblica ofendida a punto de querer aplastar a sus enemigos con un diluvio, con doce plagas o con guerras sin final. Pero aquí, la relación con el Dios que predican no tiene ni historia ni política.

Estos grupos religiosos empezaron a crecer durante el último tercio del siglo pasado, quizás a partir de la década de 1980, impulsados desde los Estados Unidos y apoyados por gran parte de la jerarquía católica que, en América Latina, había ganado una batalla. En efecto, amparada en el círculo de dictaduras cívico militares americanas, se sacó de encima -y de adentro de los templos- a los teólogos de la liberación y a sus cultores. Con el papa Wojtila -ahora san Juan Pablo II- la vuelta a la gran disciplina restableció el estatus que el Concilio Vaticano II y sus consecuencias en estas playas hicieron temblar. Así fueron cayendo uno tras otro los Documentos de Medellín, el diálogo con marxistas y psicoanalistas y con los ateos y agnósticos, el ecumenismo que centraba su acción en la defensa de los derechos humanos, la reflexión sobre los mitos y leyendas populares que entronizaban santos no canónicos, los curas obreros, la opción por el socialismo y por el peronismo de los sacerdotes para el Tercer Mundo. Y mucho más que no entra en esta lista. En la Argentina, resisten hoy los Curas en la Opción por los Pobres, entre otros.

Al tiempo que la Iglesia católica perdía territorio -algo que no importaba a sus dirigentes, porque consideraban su poder garantizado-, el influjo de grupos pentecostales apoyados en televisión y mercadotecnia crecía imparable. El sostén financiero no era sólo el diezmo percibido de sus fieles contribuyentes: había una estrategia geopolítica desde los Estados Unidos que procuraba influir en los movimientos sociales y esterilizar su protagonismo político. (Ver más información). Las principales herramientas que utilizaron fueron los medios de comunicación, las concentraciones y movilizaciones y el contacto directo con la gente en barrios y poblaciones rurales, casa por casa. Casi un timbreo.

La penetración de los grupos religiosos evangélicos y pentecostales, que al comienzo se denominaron genéricamente sectas, resultó imparable: esta feligresía abandonada por partida doble por los organismos estatales y su vieja Iglesia encontró su lugar de pertenencia en pequeños templos con la sola exigencia del compromiso con una moral rígida tanto en lo familiar como en lo social y laboral. El código moral llevaba directamente al conservadurismo político. Por lo general, su discurso teológico es elemental, sin fundamento filosófico y prácticamente sin catequesis: frases e imágenes bíblicas que se pronuncian y predican sin ningún contexto histórico ni político, y solamente aplicables a la vida individual. Inclusive los textos evangélicos son tomados e interpretados como enseñanzas para la conducta diaria y modelos del comportamiento y no como producto de una historia determinada. De esa manera, se trasladan las frases literalmente, sin ninguna actualización, como si la cultura del Mediterráneo en la época del imperio romano no hubiera tenido nada que ver con la vida de los primeros cristianos. Y lo mismo ocurre con las tensiones políticas que existían entre el cristianismo naciente y las autoridades imperiales, que determinaban las formas en que se predicaba el mensaje cristiano.

La ausencia de política fue toda una política: estos grupos religiosos comenzaron a incidir en la vida social de cada comunidad, a influir en la opinión pública y a reforzar al pensamiento conservador en cada país donde se instalaron. Al punto que dejaron de ser denominados "sectas" y se los empezó a incluir como "iglesias" o "credos" en organismos públicos creados para atenderlos y orientar su acción. Son interlocutores en todos los niveles del Estado: nacional, provincial y municipal. Su pico de exposición pública en la Argentina se produjo en 2018 durante la discusión legislativa por la legalización del aborto, con una beligerancia que por momentos hace pensar en una cruzada por otros medios y con adversarios distintos. Este fenómeno de participación política ocurre en varios países de América Latina, con Brasil y Bolivia como ejemplos más evidentes.

En ocasión del golpe contra Evo Morales, el dirigente Luis "El Macho" Camacho anunció que se quitaría de los lugares públicos a la Pachamama e impondría la Biblia. El filósofo Enrique Dussel explicó hace poco tiempo: "no es la Biblia católica, es la de los grupos evangélicos. Toma la cultura popular de los pueblos originarios como un horrible paganismo que el cristianismo debe reemplazar a rajatabla". Y agregó que la Biblia utilizada "viene de las sectas norteamericanas que cambian la subjetividad. Se propone que el hombre deje sus costumbres ancestrales, deje las borracheras y se proponga trabajar y entrar en la sociedad consumista capitalista burguesa".

En una reciente entrevista, Dussel señaló que en Bolivia "se da por un lado la blanquitud, el blanco que desprecia al indígena, a las cholas, que consigue con la doctrina de la OEA de (su secretario general Luis) Almagro. Eso da un panorama en América Latina que hay que abordar con mucha seriedad". De esta manera, las tradiciones ancestrales de los pueblos indígenas se enfrentan con las doctrinas evangélicas y pentecostales. Según Dussel, "va a ser una especie de lucha religiosa pero que es esencialmente política". La riqueza es, para estos grupos, signo de la bendición de la divinidad, con lo cual se invierte el mensaje evangélico que enaltece a los pobres. Así las cosas, el creyente recibe un mensaje: "Deja todas esas costumbres nefastas, hazte un hombre austero, trabajador, bien organizado y saldrás de la pobreza, porque Dios te va a bendecir con una riqueza aceptable". Si "la riqueza es considerada, como en el antiguo calvinismo, una bendición de Dios, entonces la Pachamama es el origen de la pobreza", concluyó Dussel. (Acceso a entrevista completa: www.youtube.com/watch?v=0NO4KlFa24k).

Fuente: Va Con Firma