¿Justicia por Fernando?: la realidad que no sale por TV y una sociedad carente de empatía con el dolor de los otrosMe tocó constatar la profundidad de la patología que padece esta sociedad mediatizada, que agoniza cuando falta el rating mediático y la tragedia se transforma en olvido. Eran cerca de las 21 horas en Caballito. Por Avenida Rivadavia circulan muchos colectivos y vehículos, pero para esa hora el regreso de los trabajadores a casa ya estaba casi consumado. De pronto irrumpieron gritos y aplausos en tono de protesta -esos que se distinguen por su intensidad cuando premian a un artista o cuando manifiestan un reclamo-. ¡Justicia, justicia, justicia!!! Acompañaban las voces a los aplausos partidos.
Algo está pasando en la cuadra del Marianista, razoné, el colegio católico y privado de Caballito, porque los pibes que van a ese colegio hacen quilombo muchas veces al año y en diferentes horarios. Cuando hacen la vuelta olímpica, cuando empiezan las clases, cuando toca recreo, etc.
Como tengo la desgraciada suerte de vivir enfrente los conozco bien, pero anoche pude ver por la ventana qué estaba sucediendo. Se trataba de una nueva misa por el asesinato de Fernando Báez Sosa.
Una misa por ese pibe de 19 años proveniente de una familia de origen paraguayo que fue asesinado brutalmente en Villa Gesell por una banda de rugbiers a la salida de un boliche bailable, en una madrugada de verano. No tengo prejuicio hacia los rugbiers, porque he visto jugar al rugby a unos pibes pobres y humildes de un colegio industrial décadas atrás.
Yo no estaba ahí con Graciela y Silvino, los padres del ausente Fernando. Los estaba mirando, distante y sin participar, desde la ventana. No pensaba cruzar, pero la causa no me era indiferente; mucho menos con los reclamos de ¡Justicia!
De mirar por la ventana pase a mirar por la tele. Empecé a cambiar de canales informativos pero no encontraba la transmisión en vivo y directo. ¿Qué estará sucediendo?, me pregunté. ¿Qué ha logrado sacar este reclamo trágico de la televisión, de los canales informativos, tanto de cable como de aire?
Tiene que haber una noticia más importante de la que no me enteré como para que este reclamo salga de la "agenda informativa", como para ser reemplazado en el vivo.
¿El discurso de Alberto en el Congreso? ¿La renegociación por la deuda externa? ¿La vacuna para el coronavirus? ¿El container que cayó sobre un auto en la Panamericana? No sigo bajando en el nivel informativo porque me da lástima y vergüenza.
No había nada que justificara que la misa por Fernando no se hubiera convertido en una suerte de cadena nacional, como había ocurrido desde el 18 de enero; cuando la noticia del asesinato estremeció a la sociedad argentina en su conjunto.
Estuvimos desde enero casi en "alerta nacional", y bien justificado que estaba, informándonos de las pericias, peritos, rugbiers violentos, ausencias eternas y padres dolientes.
No puede ser, me dije. Pasé de canal en canal, hacia adelante y atrás; no aparecía nada de lo que estaba viendo por la ventana. El crimen que nos había conmovido como sociedad humanizada de verano, parecía que ya no importaba. Se había esfumado de los medios de comunicación y había quedado reducido al espacio de mi ventana. Por allí solamente veía a poco más de un centenar de personas que se habían reducido quizás a su mínima expresión. O quizás la mínima vaya a ser el espacio unipersonal del Silvino abrazando a Graciela, gritándoles, gritándose: ¡Justicia! Ojalá no ocurra tristemente en la soledad de una casa de familia a la que el hijo asesinado ya no regresará.
No podía salir de mi asombro. Hasta hace pocos días el asesinato de Fernando era tema nacional; no se podía ver nada por la tele que no fuera su dolorosa ausencia y millones de interpretaciones judiciales mediatizadas por los canales informativos.
De golpe Fernando quedó reducido al reclamo de ¡Justicia! de una madre y un padre, junto a unos pocos más.
¿Habrá sucedido este íntimo reclamo porque la misa era por el cumpleaños de Fernando, que de no haber sido pateado en la cabeza cumpliría 19 años? No se trataba de un gesto de intimidad social respetando el duelo y permitiendo el recuerdo con las vísceras.
Era la ausencia de rating mediático, era la decisión editorial de tratar otros temas, era el tan buscado tiempo que pasa y hace que todo se olvide. En realidad, se trata de una sociedad perversamente mediatizada, digitalizada en las redes sociales y multifuncionalmente interconectada, la que se estaba ausentando, la que estaba olvidando, ignorando, la que se estaba esfumando con un indicador mediático de auditores.
Haberlo visto en vivo y en directo, sin poder contrastarlo en los medios de comunicación no es un mérito. Me genera más indignación aún, por no haberme cruzado y por la doble contradicción de ser periodista. Lo que rinde vende y lo que vende genera ganancias.
Qué mal estamos como sociedad, como humanidad. Se nos escapa la vida sin siquiera estremecernos más allá de la pausa o de la duración en un video de Facebook o Instagram. Qué poca perspectiva tenemos como seres humanos si no nos lleva a la rebelión el asesinato brutal de un pibe a manos de una decena -o más- de alienados violentos que se valieron de su fortaleza grupal para matar, asesinar y vaya a saber qué mierda más.
Graciela y Silvino no encontrarán jamás remedio para su dolor, ni siquiera la cadena perpetua les devolverá la felicidad. Su hijo ya no estará más. La humanidad está perdiendo su sentido de empatía. Cada vez somos menos humanos, más materialistas, y el capitalismo nos arranca jirones del vínculo esencial entre las personas.
La vida no vale nada y menos si no es atractiva para las redes sociales y los medios de comunicación tradicionales. Me niego a que vivir y subsistir sea eso, por eso escribí estas líneas marcadas por la indignación, imperfectas pero inundadas de realidad. Esa realidad que logré ver por la ventana y duele hasta las entrañas.
El pibe no vuelve, esos padres no dejarán de sufrir, y siento que como humanidad estamos perdidos. La TV siguió con su programación y yo con mi vida, pero el dolor me dejó entre la angustia y la conmoción.
Me tocó constatar la profundidad de la patología que padece esta sociedad mediatizada, que agoniza cuando falta el rating mediático y la tragedia se transforma en olvido. Eran cerca de las 21 horas en Caballito. Por Avenida Rivadavia circulan muchos colectivos y vehículos, pero para esa hora el regreso de los trabajadores a casa ya estaba casi consumado. De pronto irrumpieron gritos y aplausos en tono de protesta -esos que se distinguen por su intensidad cuando premian a un artista o cuando manifiestan un reclamo-. ¡Justicia, justicia, justicia!!! Acompañaban las voces a los aplausos partidos.
Algo está pasando en la cuadra del Marianista, razoné, el colegio católico y privado de Caballito, porque los pibes que van a ese colegio hacen quilombo muchas veces al año y en diferentes horarios. Cuando hacen la vuelta olímpica, cuando empiezan las clases, cuando toca recreo, etc.
Como tengo la desgraciada suerte de vivir enfrente los conozco bien, pero anoche pude ver por la ventana qué estaba sucediendo. Se trataba de una nueva misa por el asesinato de Fernando Báez Sosa.
Una misa por ese pibe de 19 años proveniente de una familia de origen paraguayo que fue asesinado brutalmente en Villa Gesell por una banda de rugbiers a la salida de un boliche bailable, en una madrugada de verano. No tengo prejuicio hacia los rugbiers, porque he visto jugar al rugby a unos pibes pobres y humildes de un colegio industrial décadas atrás.
Yo no estaba ahí con Graciela y Silvino, los padres del ausente Fernando. Los estaba mirando, distante y sin participar, desde la ventana. No pensaba cruzar, pero la causa no me era indiferente; mucho menos con los reclamos de ¡Justicia!
De mirar por la ventana pase a mirar por la tele. Empecé a cambiar de canales informativos pero no encontraba la transmisión en vivo y directo. ¿Qué estará sucediendo?, me pregunté. ¿Qué ha logrado sacar este reclamo trágico de la televisión, de los canales informativos, tanto de cable como de aire?
Tiene que haber una noticia más importante de la que no me enteré como para que este reclamo salga de la "agenda informativa", como para ser reemplazado en el vivo.
¿El discurso de Alberto en el Congreso? ¿La renegociación por la deuda externa? ¿La vacuna para el coronavirus? ¿El container que cayó sobre un auto en la Panamericana? No sigo bajando en el nivel informativo porque me da lástima y vergüenza.
No había nada que justificara que la misa por Fernando no se hubiera convertido en una suerte de cadena nacional, como había ocurrido desde el 18 de enero; cuando la noticia del asesinato estremeció a la sociedad argentina en su conjunto.
Estuvimos desde enero casi en "alerta nacional", y bien justificado que estaba, informándonos de las pericias, peritos, rugbiers violentos, ausencias eternas y padres dolientes.
No puede ser, me dije. Pasé de canal en canal, hacia adelante y atrás; no aparecía nada de lo que estaba viendo por la ventana. El crimen que nos había conmovido como sociedad humanizada de verano, parecía que ya no importaba. Se había esfumado de los medios de comunicación y había quedado reducido al espacio de mi ventana. Por allí solamente veía a poco más de un centenar de personas que se habían reducido quizás a su mínima expresión. O quizás la mínima vaya a ser el espacio unipersonal del Silvino abrazando a Graciela, gritándoles, gritándose: ¡Justicia! Ojalá no ocurra tristemente en la soledad de una casa de familia a la que el hijo asesinado ya no regresará.
No podía salir de mi asombro. Hasta hace pocos días el asesinato de Fernando era tema nacional; no se podía ver nada por la tele que no fuera su dolorosa ausencia y millones de interpretaciones judiciales mediatizadas por los canales informativos.
De golpe Fernando quedó reducido al reclamo de ¡Justicia! de una madre y un padre, junto a unos pocos más.
¿Habrá sucedido este íntimo reclamo porque la misa era por el cumpleaños de Fernando, que de no haber sido pateado en la cabeza cumpliría 19 años? No se trataba de un gesto de intimidad social respetando el duelo y permitiendo el recuerdo con las vísceras.
Era la ausencia de rating mediático, era la decisión editorial de tratar otros temas, era el tan buscado tiempo que pasa y hace que todo se olvide. En realidad, se trata de una sociedad perversamente mediatizada, digitalizada en las redes sociales y multifuncionalmente interconectada, la que se estaba ausentando, la que estaba olvidando, ignorando, la que se estaba esfumando con un indicador mediático de auditores.
Haberlo visto en vivo y en directo, sin poder contrastarlo en los medios de comunicación no es un mérito. Me genera más indignación aún, por no haberme cruzado y por la doble contradicción de ser periodista. Lo que rinde vende y lo que vende genera ganancias.
Qué mal estamos como sociedad, como humanidad. Se nos escapa la vida sin siquiera estremecernos más allá de la pausa o de la duración en un video de Facebook o Instagram. Qué poca perspectiva tenemos como seres humanos si no nos lleva a la rebelión el asesinato brutal de un pibe a manos de una decena -o más- de alienados violentos que se valieron de su fortaleza grupal para matar, asesinar y vaya a saber qué mierda más.
Graciela y Silvino no encontrarán jamás remedio para su dolor, ni siquiera la cadena perpetua les devolverá la felicidad. Su hijo ya no estará más. La humanidad está perdiendo su sentido de empatía. Cada vez somos menos humanos, más materialistas, y el capitalismo nos arranca jirones del vínculo esencial entre las personas.
La vida no vale nada y menos si no es atractiva para las redes sociales y los medios de comunicación tradicionales. Me niego a que vivir y subsistir sea eso, por eso escribí estas líneas marcadas por la indignación, imperfectas pero inundadas de realidad. Esa realidad que logré ver por la ventana y duele hasta las entrañas.
El pibe no vuelve, esos padres no dejarán de sufrir, y siento que como humanidad estamos perdidos. La TV siguió con su programación y yo con mi vida, pero el dolor me dejó entre la angustia y la conmoción.