Opinión

Maltrato y violencia en la cuarentena: ataques y humillaciones por el "virus" de la intolerancia

Por Beatriz Vignoli*.

El virus nos está atacando a todos sin excepción. No el famoso virus sino otro: sospecho que el Covid-19 es apenas la excusa, el McGuffin hitchcockiano de la tremenda mutación que la humanidad está padeciendo. Sobre todo, la gente joven. Mujeres jóvenes parecen cargar en sus venas la enfermedad de la rabia. El supermercado está lleno de mutantes: la cajera mutante, clientas mutantes. Atacan. Las clientas atacan si les pasás a menos de un metro, las cajeras humillan y rigorean como suboficiales a mujeres que las duplican en edad. A su alrededor se instalan por todas partes los "rostros impasibles" de la pesadilla nazi. No puedo creer que eso sea gente. Deben ser ya otra cosa. Su grado de violencia, odio, resentimiento, narcisismo, desdén, desprecio, falsa autoridad, deshumanización extrema, etcétera, me hacen suponer que me he topado hoy, en La Gallega de Mitre y Pellegrini, con seres que de humano conservan solamente la cáscara. Deben haber sido poseídas por androides que succionaron su alma humana y en su lugar pusieron otra energía, fría, dura y cruel, que todavía no se sabe qué es.

Dan terror y pena. Ya no atino ni siquiera a indignarme. El maltrato ha encontrado tantas justificaciones, y el clima social es tan tenso, que reaccionar sería suicida. Lo peor es que con el barbijo puesto no sirve de nada intentar sonreír para aplacar su ira irracional. Y si me lo sacara, no quiero saber qué atrocidades más podrían infligirme. ¿En qué nos estamos convirtiendo? ¿Adónde va todo esto? Llego a casa y me pongo a regar las plantas pero el dolor emocional no cede. Desde el jardín oigo la radio al palo del vecino: una de estas mujercitas zombis, locutora, denuncia al aire la criminalidad de una "señora" que subió sin barbijo al colectivo, tapándose la cara con una tela nomás. Por supuesto, "la bajamos", dice orgullosa citando al colectivero y yo ruego a los elementales del helecho y la lavanda que no se le ocurra pasar a ninguna de esas entidades ex o neo humanas justo bajo las gotas que llueven de mi manguera. Y no pasan. Ey, ¿no habrá por ahí algún otro planeta amplio y luminoso al que me pueda mudar?

* Escritora y docente. Reside en Rosario.