El mundo

Una crónica desde Cuba: el virus, el arroz con pollo y la hipoxia

Por Alex Fleites*

Ya lo sé. Es un atavismo. Hemos heredado cierta propensión al orden y algunos gustos rutinarios. Pero en esta ocasión se trata de un recurso para paliar la golpiza de los días ya incontables de encierro e inactividad forzosa: asumir que nada extraordinario pasa, que mayo es mayo, con sus atronadores aguaceros, sus flores a punto de colársenos por la ventana y las temperaturas en ascenso. Fingir que un martes es un martes y un domingo es..., pues eso, un domingo, con todo lo que ello desde siempre implica y que nada ni nadie va a alterar. La ilusión de la fijeza en un devenir incontenible.

Así es que el pasado domingo hicimos lo de siempre. Dedicamos el día a las labores hogareñas, en un rito que replica al de nuestros padres, que a su vez lo replicaron de los suyos.

Botar la basura en la esquina es lo primero, casi rayando el día. Me desplazo cien metros; encuentro junto a los tachos azules a un hombre de mi edad que pasea a su perro. Lleva, como yo, un nasobuco cubriéndole buena parte del rostro. Se acerca con naturalidad y alza la tapa para que deposite mis bolsas. Le agradezco el gesto. Me dice, para que no haya equívocos, que él acaba de botar también la basura, y que no es necesario que los dos nos "contaminemos". Agradezco su solidaridad. Pienso que llegará un día en que no habrá que explicar los gestos amables. Nos deseamos una buena jornada.

Desayuno frugal. Disminuye la existencia de café. Es una de nuestras máximas preocupaciones de estos meses: los víveres e insumos que será dificilísimo reponer en las próximas incursiones al mundo exterior. Afuera están las aglomeraciones, las personas cansadas y nerviosas que no observan la distancia prudente. Cada salida es una aventura peligrosa. El virus está ahí, al acecho, y cualquier descuido puede originar una cadena de sucesos lamentables.

Esperamos la comparecencia televisiva del doctor Durán. Buenas noticias. Ningún fallecido desde hace una semana. Va en picada la curva de contagios. El país se acerca lentamente a la etapa endémica, con la vuelta paulatina a las actividades habituales. No sabemos cómo será la Cuba pospandemia. Parece que nadie lo sabe. Queremos creer que el panorama no estará entre los peores. Ejercitar el optimismo tan temprano puede ser muy energizante.

A las labores, pues. Yo, la fuerza bruta. Ella, la estratega, la que se encarga de pulir, ordenar, la detallista. Lavamos la ropa, limpiamos meticulosamente los suelos, la cocina, el baño. Va levantando la mañana, que se anunciaba gris y ahora es azul y oro. Ponemos música, el ingrediente imprescindible para sobrellevar los domingos; como quien dice, diseñamos la banda sonora de nuestra comedia personal. Escoge ella: U2. Era de esperar. Lo sabe todo, o casi, de este grupo. Me alfabetiza en el rock, una de mis lagunas auditivas. Me habla de Bono, de Adam Clayton. Escuchamos War, The Joshua Tree, All That You Can't Leave Behind. El título de este último álbum nos servirá para las bromas de la jornada. Todo lo que no puedes dejar atrás: las cazuelas sin fregar, un par de medias debajo de la cama, sacudir los cuadros, exprimir las piezas y tenderlas... Hay placer en el esfuerzo compartido.

* Escritor residente en La Habana.