Comunicación sin comunidad: miradas de filósofos y artistasPor Ricardo Haye*.
(Imagen: "Habitación en Nueva York", pintura de Edward Hopper. Año 1932).
La pandemia nos obligó a confinarnos pero el sentido comunitario se fue socavando desde antes. La solidaridad y el cuidado mutuo deben triunfar sobre el virus, y no los estados de excepción de regímenes totalitarios... Y nada tiene que ver lo que pseudo intelectuales desfachatados llaman "infectadura".
Cada vez que transita las páginas del diario español El País uno experimenta alguna sensación reminiscente, la impresión de volver atrás en el tiempo hasta la época de esa alquimia periodística de Jacobo Timerman, llamada La Opinión.
No hay constancias fidedignas de que lo haya dicho efectivamente, pero a Timerman se le atribuye la definición de su matutino como "Un diario de derecha en economía, de centro en política y de izquierda en cultura". Y algo así se experimenta con el periódico del grupo PRISA.
Por El País nos enteramos que el filósofo alemán vivo más leído en todo el mundo es coreano. Ese es el estilo zumbón e inteligente con que construyen sus frases los periodistas de El País.
El filósofo en cuestión es Byung-Chul Han, que tiene 60 años y que nació en Seúl, histórica capital de la Península de Corea y actualmente capital de Corea del Sur.
Byung-Chul Han es profesor en la Universidad de las Artes de Berlín. Ha escrito un buen número de ensayos entre los que se destacan "La sociedad del cansancio" y el más reciente, aparecido este año y titulado "La desaparición de los rituales", en los que desarrolla cuestionamientos al capitalismo desde una concepción comunitarista.
En su última publicación el filósofo coreano más destacado de Alemania sostiene que la comunidad se está extinguiendo.
A su juicio, las causas se encuentran en la hipercomunicación que trae consigo la digitalización. Es cierto que estamos cada vez más interconectados, pero eso no significa necesariamente que estemos más vinculados ni más cercanos al resto de las personas. En nuestra sociedad, afirma Han, la soledad y el aislamiento aumentan.
¿Y las redes sociales, el whatsapp, la telefonía celular y todos los demás dispositivos contemporáneos? ... No sirven, dice el coreano, porque ponen los egos individuales en el centro de las experiencias y, de ese modo, esa adoración del yo acaba con la dimensión social de la comunicación.
Este pensador considera que cada vez se realizan menos fiestas comunitarias y cada quien vive celebrándose solo a sí mismo, olvidando que la comunidad es fuente de felicidad.
Sus opiniones resuenan como mazazos ante una realidad contemporánea que nos impone condiciones que van mucho más allá de nuestros deseos personales.
Todos aquellos que hace tiempo creían que la humanidad profundizaba su marcha hacia un individualismo feroz, masacrando cualquier espíritu comunitario, qué pueden esperar hoy, cuando el virus con corona nos obliga a encerrarnos, a enclaustrarnos; en definitiva, a evitar el contacto físico, consecuente con el compartir: la mesa, los juegos, las tareas y toda una serie de ritos.
En el campo del arte, si hubo alguien que supo reflejar las angustias y el desasosiego de la soledad, ese fue el pintor norteamericano Edward Hopper.
Su obra retrató, como pocas supieron hacerlo, la inquietud, las perturbaciones, la desazón que sufre el que, incluso en medio de muchedumbres urbanas, experimenta el aislamiento, la incomunicación, el abandono. Que en las horas actuales el nombre de este creador haya reaparecido en los medios, que se haya estrenado un documental y extendido una exposición suya en Suiza, no es producto de la casualidad, sino de la justeza con que sus telas se adaptan a nuestra coyuntura.
Semejantes a las criaturas hopperianas, aislados, separados del rebaño, somos víctimas propicias de controles sociales de tipo autoritario. La periodista, escritora y filósofa alemana Carolin Emcke alerta sobre los riesgos de que la pandemia invite a la represión y a la utilización de tecnologías de extracción y análisis masivo de datos.
La historia de la humanidad está repleta de antecedentes en los cuales naciones poderosas desplegaron sobre países menos desarrollados sus políticas de expoliación. Ese despojo tanto puede ser de recursos naturales como de manifestaciones culturales o de simple información.
En una sofisticación de su accionar usurpador, los Estados gendarmes podrían instrumentar regímenes de control biopolítico que convertirían a nuestros cuerpos en objetos de vigilancia.
Miren por dónde, adquiere nueva relevancia la noción de biopolítica que en 1974 enunció Michel Foucault. El filósofo, sociólogo, historiador, educador y psicólogo francés sostuvo que el control de la sociedad no solo se realiza a través de la ideología, sino que requiere del control del cuerpo de los individuos. Pues nunca ha quedado tan demostrado como ahora.
¿Hasta dónde llegará esta maquinación diabólica? ...
Aún sin poder responder nuestra propia pregunta, sí podemos enunciar una sospecha inquietante: las distopías parecen ser cada vez más posibles y estar cada día más cerca. Es como si la policía del pensamiento y los grandes hermanos imaginados por Orwell se estuvieran volviendo reales.
El virus nos ha obligado a confinarnos, pero desde mucho antes nuestras prácticas sociales han ido socavando el sentido de comunidad. Los rituales, que ayudaban a conservarlo, -dice Byung-Chul Han- han caído bajo el poder de la producción y el rendimiento, que fueron convertidos en valores absolutos. Tanto hemos perdido en materia de rituales que ni siquiera nos está permitido estrecharnos la mano. ¡Ya no digamos darnos un abrazo! La distancia social derrumba las posibilidades de que prosperen las experiencias comunitarias.
Como apunta Carolin Emcke, el desafío de la hora (o de las horas que vienen), será demostrar que las sociedades que salgan menos dañadas de la crisis van a ser aquellas que cuenten con un sistema de salud pública, aquellas cuyas infraestructuras sociales no hayan sido privatizadas y erosionadas por completo. Tendremos esperanzas si podemos probar que la solidaridad y el cuidado mutuo serán los que triunfen sobre el virus y no el estado de excepción y la privación de la libertad, a manos de regímenes totalitarios.
Que cuáles son, podrá preguntarse Usted, esos regímenes totalitarios.
Pues no ese que un grupo de pseudo intelectuales desfachatados y carentes de toda sensibilidad social definen como "infectadura".
Los regímenes totalitarios son aquellos que continúan matando en nombre de la supremacía blanca, como pasa en estos días en los Estados Unidos de Trump. O los que sin que sus autoridades pestañeen siquiera, ven cómo la pandemia sega la vida de más de 2 mil personas en un día, como pasa en el Brasil de Bolsonaro.
Y no hace distingos la legitimidad de origen de esos regímenes. La condición democrática en que fueron elegidos en su día pierde sentido cuando abandonan el ritual de cuidar de las personas. Cuando permiten que el sentido de comunidad se licue en beneficio propio. Cuando se contaminan no ya con el virus, pero sí con la misma falta de compasión y comprensión que exhiben esos falsos intelectuales que les dan soporte y socavan, desestabilizan la razón.
(*) Docente-Investigador de la Universidad Nacional del Comahue.
Fuente: Va Con Firma
Por Ricardo Haye*.
(Imagen: "Habitación en Nueva York", pintura de Edward Hopper. Año 1932).
La pandemia nos obligó a confinarnos pero el sentido comunitario se fue socavando desde antes. La solidaridad y el cuidado mutuo deben triunfar sobre el virus, y no los estados de excepción de regímenes totalitarios... Y nada tiene que ver lo que pseudo intelectuales desfachatados llaman "infectadura".
Cada vez que transita las páginas del diario español El País uno experimenta alguna sensación reminiscente, la impresión de volver atrás en el tiempo hasta la época de esa alquimia periodística de Jacobo Timerman, llamada La Opinión.
No hay constancias fidedignas de que lo haya dicho efectivamente, pero a Timerman se le atribuye la definición de su matutino como "Un diario de derecha en economía, de centro en política y de izquierda en cultura". Y algo así se experimenta con el periódico del grupo PRISA.
Por El País nos enteramos que el filósofo alemán vivo más leído en todo el mundo es coreano. Ese es el estilo zumbón e inteligente con que construyen sus frases los periodistas de El País.
El filósofo en cuestión es Byung-Chul Han, que tiene 60 años y que nació en Seúl, histórica capital de la Península de Corea y actualmente capital de Corea del Sur.
Byung-Chul Han es profesor en la Universidad de las Artes de Berlín. Ha escrito un buen número de ensayos entre los que se destacan "La sociedad del cansancio" y el más reciente, aparecido este año y titulado "La desaparición de los rituales", en los que desarrolla cuestionamientos al capitalismo desde una concepción comunitarista.
En su última publicación el filósofo coreano más destacado de Alemania sostiene que la comunidad se está extinguiendo.
A su juicio, las causas se encuentran en la hipercomunicación que trae consigo la digitalización. Es cierto que estamos cada vez más interconectados, pero eso no significa necesariamente que estemos más vinculados ni más cercanos al resto de las personas. En nuestra sociedad, afirma Han, la soledad y el aislamiento aumentan.
¿Y las redes sociales, el whatsapp, la telefonía celular y todos los demás dispositivos contemporáneos? ... No sirven, dice el coreano, porque ponen los egos individuales en el centro de las experiencias y, de ese modo, esa adoración del yo acaba con la dimensión social de la comunicación.
Este pensador considera que cada vez se realizan menos fiestas comunitarias y cada quien vive celebrándose solo a sí mismo, olvidando que la comunidad es fuente de felicidad.
Sus opiniones resuenan como mazazos ante una realidad contemporánea que nos impone condiciones que van mucho más allá de nuestros deseos personales.
Todos aquellos que hace tiempo creían que la humanidad profundizaba su marcha hacia un individualismo feroz, masacrando cualquier espíritu comunitario, qué pueden esperar hoy, cuando el virus con corona nos obliga a encerrarnos, a enclaustrarnos; en definitiva, a evitar el contacto físico, consecuente con el compartir: la mesa, los juegos, las tareas y toda una serie de ritos.
En el campo del arte, si hubo alguien que supo reflejar las angustias y el desasosiego de la soledad, ese fue el pintor norteamericano Edward Hopper.
Su obra retrató, como pocas supieron hacerlo, la inquietud, las perturbaciones, la desazón que sufre el que, incluso en medio de muchedumbres urbanas, experimenta el aislamiento, la incomunicación, el abandono. Que en las horas actuales el nombre de este creador haya reaparecido en los medios, que se haya estrenado un documental y extendido una exposición suya en Suiza, no es producto de la casualidad, sino de la justeza con que sus telas se adaptan a nuestra coyuntura.
Semejantes a las criaturas hopperianas, aislados, separados del rebaño, somos víctimas propicias de controles sociales de tipo autoritario. La periodista, escritora y filósofa alemana Carolin Emcke alerta sobre los riesgos de que la pandemia invite a la represión y a la utilización de tecnologías de extracción y análisis masivo de datos.
La historia de la humanidad está repleta de antecedentes en los cuales naciones poderosas desplegaron sobre países menos desarrollados sus políticas de expoliación. Ese despojo tanto puede ser de recursos naturales como de manifestaciones culturales o de simple información.
En una sofisticación de su accionar usurpador, los Estados gendarmes podrían instrumentar regímenes de control biopolítico que convertirían a nuestros cuerpos en objetos de vigilancia.
Miren por dónde, adquiere nueva relevancia la noción de biopolítica que en 1974 enunció Michel Foucault. El filósofo, sociólogo, historiador, educador y psicólogo francés sostuvo que el control de la sociedad no solo se realiza a través de la ideología, sino que requiere del control del cuerpo de los individuos. Pues nunca ha quedado tan demostrado como ahora.
¿Hasta dónde llegará esta maquinación diabólica? ...
Aún sin poder responder nuestra propia pregunta, sí podemos enunciar una sospecha inquietante: las distopías parecen ser cada vez más posibles y estar cada día más cerca. Es como si la policía del pensamiento y los grandes hermanos imaginados por Orwell se estuvieran volviendo reales.
El virus nos ha obligado a confinarnos, pero desde mucho antes nuestras prácticas sociales han ido socavando el sentido de comunidad. Los rituales, que ayudaban a conservarlo, -dice Byung-Chul Han- han caído bajo el poder de la producción y el rendimiento, que fueron convertidos en valores absolutos. Tanto hemos perdido en materia de rituales que ni siquiera nos está permitido estrecharnos la mano. ¡Ya no digamos darnos un abrazo! La distancia social derrumba las posibilidades de que prosperen las experiencias comunitarias.
Como apunta Carolin Emcke, el desafío de la hora (o de las horas que vienen), será demostrar que las sociedades que salgan menos dañadas de la crisis van a ser aquellas que cuenten con un sistema de salud pública, aquellas cuyas infraestructuras sociales no hayan sido privatizadas y erosionadas por completo. Tendremos esperanzas si podemos probar que la solidaridad y el cuidado mutuo serán los que triunfen sobre el virus y no el estado de excepción y la privación de la libertad, a manos de regímenes totalitarios.
Que cuáles son, podrá preguntarse Usted, esos regímenes totalitarios.
Pues no ese que un grupo de pseudo intelectuales desfachatados y carentes de toda sensibilidad social definen como "infectadura".
Los regímenes totalitarios son aquellos que continúan matando en nombre de la supremacía blanca, como pasa en estos días en los Estados Unidos de Trump. O los que sin que sus autoridades pestañeen siquiera, ven cómo la pandemia sega la vida de más de 2 mil personas en un día, como pasa en el Brasil de Bolsonaro.
Y no hace distingos la legitimidad de origen de esos regímenes. La condición democrática en que fueron elegidos en su día pierde sentido cuando abandonan el ritual de cuidar de las personas. Cuando permiten que el sentido de comunidad se licue en beneficio propio. Cuando se contaminan no ya con el virus, pero sí con la misma falta de compasión y comprensión que exhiben esos falsos intelectuales que les dan soporte y socavan, desestabilizan la razón.
(*) Docente-Investigador de la Universidad Nacional del Comahue.
Fuente: Va Con Firma