Opinión

Coronavirus: las sociedades abrazan a sus soberanos y desprecian a sus pensadores

Por Alejandro Galliano

En épocas de catástrofes, las sociedades abrazan a sus soberanos y desprecian a sus pensadores. En Estados Unidos y Brasil vemos marchar a partidarios de Trump y Bolsonaro animando a la gente a romper la cuarentena. En Argentina, el carisma neoalfonsinista de Alberto Fernández parece ser la principal tecnología de gobierno para prolongar el confinamiento. Para los intelectuales, en cambio, el campo cultural se angosta, los hechos huyen de las ideas, y deben terminar invirtiendo su capital simbólico en los fondos de riesgo de una coyuntura irracional.

El 26 de febrero, con más 80.000 casos de contagio confirmados, el filósofo italiano Giorgio Agamben publicó una breve columna de opinión. Allí afirmaba que el Covid-19 era apenas una gripe y que el verdadero sentido de la alarma era extender el estado de excepción para que los gobiernos controlaran aún más a la sociedad. Entre las voces de repudio a la columna de Agamben se oyó la de su amigo, el también filósofo Jean-Luc Nancy, quien recordó cuando, años atrás, los médicos le prescribieron un trasplante de corazón: "Giorgio fue una de las pocas personas que me aconsejó no escucharlos. Si hubiera seguido su consejo, probablemente habría muerto tarde o temprano".

Al día siguiente de la columna de Agamben, cuando el virus ya había alcanzado a 46 países, Slavoj Žižek publicó en Russia Today una nota titulada "Coronavirus es un golpe al capitalismo al estilo de ‘Kill Bill' y podría conducir a la reinvención del comunismo". Allí el esloveno apostaba por el colapso del capitalismo, un gobierno global que se hiciera cargo de la crisis y una nueva oportunidad para un "comunismo basado en la confianza de las personas y en la ciencia".

Pese a las polémicas, las interpretaciones desaforadas de Agamben y Žižek marcaron las dos rutas que tomarían todas las interpretaciones posteriores del Covid-19: o como una excusa para vigilar y castigar, o como una oportunidad para resetear al capitalismo financiero hacia un sistema mejor.

La versión más coherente y exitosa de la pandemia como excusa para la vigilancia fue la de Byung-Chul Han, el filósofo coreano que escribe en alemán y vive en Alemania. En una nota publicada en El País de España, Han señalaba que Asia, y China en particular, estaban gestionando la pandemia con éxito gracias a un capitalismo de vigilancia tecnológicamente más desarrollado y políticamente más tolerado. Occidente, en tanto, se había reblandecido por la permisividad y conformismo de la globalización y la cultura digital. A la salida de la peste, aventuró Han, China exportará su sistema de vigilancia al mundo y así relanzará el capitalismo.

La nota de Han se publicó el 22 de marzo, con Europa como nuevo epicentro de la pandemia, y se viralizó de inmediato. Pese a cerrar con un llamado a la Humanidad, el éxito de Han fue alimentar la recurrente crisis de autoestima de Occidente. Cada tanto Europa se siente vieja y fofa ante un Oriente vital, sea el imperio japonés, la Rusia bolchevique o la India de Osho. Y Han, un híbrido civilizatorio de notable éxito editorial, supo alimentar ese sentimiento en un momento crítico.

Días después, Paul B. Preciado calcó el mapa de Han y señaló que mientras Europa apela a la disciplina del confinamiento (una tecnología medieval), Asia usa herramientas biopolíticas: testeos, vigilancia digital. Este último, concluyó, es el modelo que gobernará nuestros cuerpos.

Mientras tanto en América Latina, el chileno Gustavo Yáñez González reprodujo los miedos de Agamben; el uruguayo Raúl Zibechi, la fascinación morbosa por la vigilancia china; y la anarcofeminista boliviana María Galindo definió al Covid como "una forma de dictadura mundial multigubernamental policíaca y militar" y propuso "cultivar el contagio y desobedecer para sobrevivir": violar la cuarentena y afrontar "la enfermedad, la debilidad, el dolor". La de los latinoamericanos es otro tipo de crisis de autoestima: la de intentar trasplantar la justificada paranoia europea ante los estados policiales en una región en donde los aparatos estatales apenas gobiernan la superficie de sus poceadas sociedades.

A medida que se apilaban los féretros, interpretar la pandemia como una oportunidad de cambio social se volvió más temerario. Algunos optaron por un razonamiento oblicuo. David Harvey, por ejemplo, tituló "Política anticapitalista en tiempos de Covid-19" a un texto que es una explicación marxista de la pandemia y sus efectos económicos. Hacia el final, Harvey especula con que la recesión se centre en Estados Unidos y entonces "las únicas medidas políticas que van a funcionar, tanto económica como políticamente, son bastante más socialistas que cualquier cosa que pudiera proponer Bernie Sanders", pero a cargo de un Trump que, "si es sabio, cancelará las elecciones sobre la base de una emergencia y declarará el principio de una presidencia imperial". La única política anticapitalista que parece concebir Harvey es la que puede llegar a aplicar el propio Trump.

Del mismo tono es el desplazamiento del sujeto revolucionario de Franco Berardi: "Lo que no ha podido hacer la voluntad política podría hacerlo la potencia mutágena del virus". En efecto, para Berardi el neoliberalismo deprimió al espíritu revolucionario. Pero la llegada de la pandemia "nos obliga a aceptar la idea de estancamiento como un nuevo régimen de largo plazo": redistribución del ingreso, reducción del tiempo de trabajo, igualdad, frugalidad, etc.

El extraño optimismo de Harvey y Berardi expresa hasta cierto punto una claudicación política: asumir que no hay sujeto político anticapitalista, que las tareas del proletariado las debe asumir Trump, un virus o cualquier otra cosa. Comunismo por interpósita persona.

Si el Covid nos obliga a rediseñar nuestras sociedades, conviene tener en radar a dos pensadores aún poco conocidos en Argentina. Uno es Yuk Hui, un filósofo hongkonés que enseña en la Universidad Bauhaus de Weimar. El proyecto de Hui es reconstruir comunidades a partir de la tecnología, ya no como herramienta sino como "relación con el cosmos". Los males de la época son para Hui resultado de la cultura "monotecnológica" de la globalización que aplaca toda diversidad (cultural, biológica) imponiendo un modelo técnico sin arraigo en las sociedades.

La lucha contra el Covid acelerará la digitalización. Esa puede ser, para Hui, la oportunidad para recuperar la diversidad tecnológica de cada pueblo y construir una "solidaridad concreta", más eficaz que los estados nacionales y los organismos internacionales en proteger a las comunidades de amenazas externas como virus o terrorismos. El mundo pospandemia que nos propone Hui suena amable pero su particularismo está al borde del tribalismo o el chauvinismo tecnológico. Más grave aún es que su modelo de "cosmos técnico" sea China, una potencia en ciernes que no promete respetar diversidades.

El otro pensador es Benjamin Bratton, un sociólogo norteamericano que trabaja para Strelka, un instituto privado de urbanismo con base en Moscú. Para Bratton la única manera de superar la crisis climática es mediante una planificación global de espacios artificiales para cada especie, incluyendo la humana. Habitar la Tierra como si fuéramos colonos de un planeta desconocido. Y la cuarentena es un buen laboratorio para ello: la automatización y el testeo masivo perfeccionan la gobernanza; la reclusión nos permite repensar la vivienda y la escasez nos obliga a planificar estratégicamente la economía; la epidemiología nos enseña a ver a la sociedad como un todo y la gestión de la pandemia nos permite pensar al planeta como un artificio programable.

Bratton propone ser pragmáticos, comparar modelos y adoptar lo que sirva. Pero su solucionismo tecnológico lo lleva a relativizar al capitalismo de vigilancia y favorecer la intervención de un ejército trasnacional en donde hiciera falta. No por nada se dedicó a ridiculizar los temores de Agamben desde su cuenta de twitter. Los arquitectos del nuevo mundo parecen no tener lágrimas por las libertades perdidas.

Fuente: Revista Crisis