Política

Hemos fracasado como generación: para fundir a Chubut no hubo grieta

Por Sebastián Sayago*

Quizá sea momento de asumir que fracasamos como generación. Hemos convertido una provincia rica en un saco de deudas. Hemos debilitado el Estado y sus servicios esenciales y estratégicos, provocando un perjuicio enorme a miles de personas. Alimentamos una casta política atravesada por una innegable matriz de corrupción. Promovemos la mentira y la frustración como prácticas políticas oficiales.

Cuando se produzca el próximo recambio generacional y los jóvenes de hoy asuman las responsabilidades políticas y los cargos dirigenciales, tendrán que lidiar con nuestro fracaso y nuestra estupidez. La triste herencia que les estamos dejando. Y también sufrirán las consecuencias aquellos que, al margen de las esferas públicas, simplemente quieran trabajar y construir un futuro digno.

Aquí no hay grieta

Mientras en el nivel nacional se reactiva el negocio de "la grieta" y la prensa vuelve atractiva una discusión política empobrecida por la pandemia, la situación en Chubut no cambia. Allá, en la oficina de Buenos Aires, donde parece que habita la Nación, se propone como urgente e inevitable fijar postura a favor o en contra de la continuidad de la cuarentena, a favor o en contra de la reforma judicial, a favor o en contra de la quita de presupuesto a la CABA para aumentar el salario de la policía bonaerense, a favor o en contra de las denuncias por corrupción contra un gobierno u otro. Habrá quien piense que eso es "la política" y que ahí se está decidiendo un modelo de país e incluso el futuro mismo.

Acá, las cosas son más simples y menos espectaculares. Desde hace 20 años, vamos cuesta abajo, sin importar mucho quién esté en el gobierno nacional y de cómo se elabore "la grieta", es decir, ese negocio electoral que tanto rédito ha dado a los partidos que llegan a la Casa Rosada. Para fundir Chubut, no hubo grieta. Al contrario, hubo concurrencia de voluntades y complicidades compartidas.

La política real, en este territorio, es conducida por asociaciones partidarias (ahora, justicialista, radical, PRO) que fingen ser rivales. Está poblada de personajes grises, que se limitan a levantar la mano en la legislatura, de funcionarios que cada tanto son noticias por procesos judiciales y que en la mayoría de los casos simplemente sobreviven dentro del sistema, limitándose a respetar el mecanismo de lealtades y padrinazgos que los llevó hasta ahí. El caso del exdiputado David González, quien desde hace meses cobra como Defensor de la Tercera Edad sin haber ejercido nunca ni tener la más mínima capacitación para el rol, es emblemático, por no señalar otros peores.

Un pacto generacional

Por supuesto, la mayor responsabilidad del fracaso es de quienes desfilaron en el gobierno en los últimos 20 años -y en los sindicatos alineados, por supuesto-, muchos de los cuales siguen reciclándose en diferentes cargos y, además, abren el camino para el ingreso de sus familiares directos. En menor grado, la responsabilidad también recae sobre quienes los apoyaron con sus votos y sobre quienes no lo hicimos, pero tampoco supimos cómo legitimar una vía alternativa y superadora.

Deberíamos hacer un pacto generacional: dejar de hacer pelota la provincia, no empeorar la situación, no tomar decisiones que afecten el futuro a mediano y largo plazo, para que sean los jóvenes quienes tomen las decisiones que consideren más convenientes, dentro del estrecho margen que les dejamos.

Hasta ahora, la justificación ha sido que "la situación es crítica", "lo que ingresa es menos de lo que egresa", "la provincia está endeudada", "la plata no alcanza para pagar la deuda y pagar los sueldos". Más que justificación, es una excusa infantil. ¿Cómo llegamos a este escenario catastrófico? La deuda tiene historia, está avalada por nombres y apellidos, por partidos políticos. Y, en vez de hacer una autocrítica (¡mucho menos una investigación seria!), con gran caradurismo, se dice que hay que seguir endeudándose para pagar a los acreedores y elevar plegarias para ver, si acaso por un milagro, cambia el mundo y el déficit se reduce, un poco al menos.

Un giro del destino que compense tanta inoperancia.

La necesidad de otra política

El fracaso generacional incluye a quienes tenemos más de 40 o 45 años y, por acción o por comodidad, hemos permitido este desastre. Lo más sensato es pactar con urgencia una transición generacional. Dejar de hacer daño y contribuir, en la medida de las posibilidades, a la realización de ideas y proyectos que sean elaborados por los jóvenes de hoy.

Si hay una esperanza, está en ellos. Claro que afirmar esto es transmitirles una gran responsabilidad, más o menos como decirles: "Hicimos un desastre, por favor, arréglenlo". Pero sería efectivamente así.

Tal vez estos jóvenes, que tienen una conciencia social muy diferente de la que tuvimos a su edad, que rechazan la política tradicional, que son más tolerantes y abiertos que muchos adultos, puedan tener éxito donde fracasamos. Nosotros pasamos de la ingenuidad a la decepción. Ellos parten de nuestro fracaso, no pueden desilusionarse.

Quizá la política que desarrollen esté más basada en valores que en estructuras partidarias, den más importancia a la vida que a la ganancia y tengan la paciencia y la inteligencia para hacer los planes de desarrollo estratégico que nosotros no hemos podido formular ni consensuar.

Tratemos, en este tiempo, de garantizar las mejores condiciones posibles para su formación. Que todos tengan el acceso a la educación, a la salud, al desarrollo de prácticas culturales, artísticas y científicas, que tengan acceso a Internet y a los dispositivos tecnológicos adecuados. Ellos harán el resto. De un modo u otro, tendrán que hacerlo.

Un gesto de dignidad

En esta línea, es fundamental que el gobierno no avance en la habilitación de la megaminería. Sus consecuencias a mediano y largo plazo serían muy negativas y empeorarían el futuro. Por un lado, el aporte económico a las cuentas fiscales es irrisorio; por otro, las posibilidades de que el Estado lleve un control efectivo son remotas (no puede garantizar la calefacción en las escuelas ni el equipamiento mínimo en las guardias hospitalarias). Más allá de lo que dice la prensa que actúa como agencia de publicidad del lobby minero, es un saqueo con todas las letras.

Evidentemente, hay que promover el empleo en toda provincia y, sobre todo, en la Meseta, una región llevada a la desesperación de manera sostenida y sistemática. Pero ese empleo puede estar asociado a la generación de actividades sustentables y menos nocivas para la naturaleza y las personas mismas.

Si el gobierno no tiene ideas y solo escucha a los empresarios mineros, entonces debería convocar a expertos en emprendimientos sustentables, a las organizaciones socioambientales, a académicos comprometidos con la cultura y la preservación del territorio, para conocer alternativas al extractivismo. Es una cuestión de honestidad social y política. Un gesto de dignidad, en medio de tantas malas decisiones.

Y los adultos deberíamos realizar acciones concretas en defensa del futuro. En algún momento, tal vez nuestros hijos o nuestros nietos nos pregunten qué hicimos para evitar el desastre y lo peor que podríamos decirles es que no hicimos nada, que nos quedamos callados.

*Docente e investigador en la Universidad Nacional de la Patagonia San Juan Bosco.