Pueblos originarios

Inakayal cabalga libre en la memoria de su pueblo

Por Carlos Espinosa

El título de este artículo está tomado del comentario de la contratapa para el libro "A ruego de mi superior cacique, Antonio Modesto Inakayal", del licenciado en Ciencias Políticas Adrián Moyano. Hoy, 24 de septiembre, se cumple el 132 aniversario de la muerte del gran lonko y vale volver sobre esta obra, publicada hace cuatro años por el Fondo Editorial Rionegrino (FER).

Dicen los comentaristas de la obra, Vanesa Gallardo Llancaqueo y Sandro Rivas Pichikura, que "tal como un eximio weupife (el historiador de la comunidad, en mapudungun) Adrián Moyano reconstruye imágenes de la vida mapuche en esta parte del wallmapu (territorio ancestral). Lejos de un relato parco las palabras toman cuerpo, construyen un ambiente. Es así que uno se siente cabalgando junto a Inacayal en los días de caza del pichiluan (el guanaco joven), o casi se puede oír el canto de las ñañas en la ceremonia de recibimiento del ñampullkafe (viajero)".

Son exactas esas apreciaciones. La tarea del autor ha sido intensa, poniendo esmero en el análisis de obras clásicas de la historia y antropología patagónicas, la mayoría de fines del siglo 19, donde se alude a Inacayal y su gente, una extendida familia de fuerte presencia y poder en el norte de la Patagonia.

Moyano compara citas y descripciones -por ejemplo entre los exploradores Guillermo Cox y George Musters- y las analiza a la luz de los más recientes estudios sobre las relaciones entre tehuelches, mapuches, criollos y representantes del poder político-económico de Buenos Aires. Surgen entonces, con notoria claridad, las aviesas e inexactas interpretaciones sobre las decisiones de carácter político y estratégico adoptadas por Inacayal y otros jefes indígenas en el delicado equilibrio necesario para preservar sus dominios, y garantizar el bienestar de sus pobladores originarios.

Es particularmente interesante anotar la frecuencia y carácter negociador de los viajes que los enviados de Inakayal realizaban desde el "país de las manzanas" hacia Carmen de Patagones, principal centro de población huinka en estos territorios indígenas.

El último capítulo del libro, "La primavera más triste", relata con detalle las violentas ofensivas militares contra los últimos caciques tehuelches y mapuches, que hacia 1883 todavía se resistían al despojo de sus territorios por parte del Ejército Argentino.

La captura final está descrita a través del testimonio de cronistas chilenos contemporáneos.

"De esa manera venían conversando Foyel e Inakayal: las cosas que le están haciendo a la pobre gente, mis hijitos. Son tratados como los perros todos los buenos hijos, andan sufriendo como los perros. Algún día, ojalá, que nos ayuden Welkufú y Ngüchen, ellos son los que existen, si tienen compasión por nosotros, entonces sobreviviremos. Nosotros no nos gobernamos solos..."

Es muy triste el momento en el que Moyano cuenta como los jefes indios vencidos, con numerosa escolta, llegan a Carmen de Patagones en las sombras nocturnas porque "evidentemente los custodios se preocuparon por no llamar la atención en la ciudad que Inakayal tan bien conocía y donde tantos amigos tenía entre sus pobladores, porque dispusieron las cosas para ingresar muy de noche, y los mapuche ni siquiera pudieron hacer fuego mientras aguardaban" para ser embarcados en el buque que los llevaría confinados a Buenos Aires.

El remate de la historia de Inakayal es bien conocido, estaba recluido en el Museo de Ciencias Naturales de La Plata, que dirigía Francisco Moreno y allí murió en septiembre de 1888, cuatro años después de ser capturado. Apunta Adrián Moyano que "Inakayal no sólo perdió la oportunidad de morir como su cultura enseña, y los abusos en su contra se estiraron por más de un siglo. Al expirar, los científicos seccionaron su cuello cabelludo y una de sus orejas, mientras ubicaban su cerebro en un frasco. Su esqueleto también fue rápidamente descarnado en la Facultad de Medicina para su exhibición, espectáculo morboso que se prolongó durante décadas".

Advierte por último, ya en el epílogo de la interesante obra, que la restitución de los restos de Inakayal a sus tierras de origen, en la localidad de Tecka, provincia del Chubut, no estuvo exenta de crueldad -porque primero llevaron sus huesos, en1994, pero recién 20 años después su cerebro y cuero cabelludo- y que la conservación de sus despojos en el marco de un mausoleo -al estilo de los huinkas- es una forma de prolongación de su cautiverio y perpetúa el sufrimiento del gran lonko.