Patagonia

El recuerdo del primer peón fusilado en las huelgas heroicas de Santa Cruz

Roberto Triviño Cárcamo nació en Ancud, Isla de Chiloé (Chile), el 18 de septiembre de 1896. Cuando se inició la huelga trabajaba en la estancia "Ruben Aike" de la Sociedad Anónima Las Vegas. Lo apodaban "Macaco" y en los primeros días de la huelga cabalgó acompañando a Antonio Soto, secretario del sindicato obrero de Río Gallegos, para junto a otros dirigentes y delegados de campo levantar las peonadas de las estancias Bellavista, Rincón de los Morros, Glencross y otras. 

Esta columna de obreros chilotes iba camino a la estancia Punta Alta cuando los sorprendió el ejército argentino en Río Perro. Escapando de esa matanza Roberto Triviño huyó la región de Puerto Santa Cruz para unirse a la columna dirigida por Outerelo y José Descoubieres, un chilote de Achao, otros chilotes que integraron es columna fueron Luis Cárcamo, Arturo Cárdenas de Curahue, un chilote apodado "pistolillo", Zoilo Guerrero de Putemún y Santiago Pérez. Era una larga caravana de casi seiscientos obreros en las orillas del Río Santa Cruz. Roberto Triviño siempre se ofrecía para integrar las comisiones. 

"Era un muchacho entusiasta, cuando fueron a levantar, él se ofreció enseguida, solo por entusiasmo porque los trabajadores chilotes en aquel tiempo no sabían lo más mínimo de sindicalismo . Se adhirió porque todos nos adherimos (1)". Al llegar a las estancias Triviño se hacía notar por su carácter impulsivo; a la gente reunida en el comedor de peones o en galpón de esquila les decía a gritos: "Es la huelga compañeros, no más hambre, ni sueldos miserables. ¡Viva la huelga... Compañeros!".

El cinco de noviembre una comisión de obreros llegó hasta la estancia Bremen, en laguna El Cifre, querían requisar armas y alimentos. Sus dueños los Schoeders los reciben a balazos y matan a dos obreros, el resto huye. Tres días después un grupo de diez obreros armados con Winchester y dirigidos por Roberto Triviño cabalgan para asaltar la estancia Bremen. Llegan a las cinco de la mañana, toman prisionero a un gendarme que estaba de guardia, y comienza la balacera. Los dueños de la estancia disparan desde las casas y galpones. Los huelguistas disparan escondiéndose en las empalizadas de los corrales pero se les empieza a terminar las balas.

Al amanecer el sol daba de frente a quienes defendían la estancia y Roberto Triviño decide atacar para terminar de una vez por toda con la burla de estar disparando escondidos como ratones; y a todo galope, a mata caballo, envueltos en una nube de polvo y una escandalera de gritos, lo siguen algunos compañeros. A poca distancia de la casa un balazo voltea el caballo de Triviño. Los compañeros de su cuadrilla creyendo que estaba muerto huyen a todo lo que dan las patas de sus pingos. Triviño se levanta y comienza a correr. Ninguno de sus compañeros en su desesperada huida se atreve a mirar sobre sus hombros, huyen a lo cobarde y lo dejan abandonado a su suerte.

Horas después, a unos ocho kilómetros de la estancia, los policías lo encuentran escondido entre las matas. A rebencazo limpio lo obligan a pararse y caminar. Lo llevan atado de manos y lo arrastran por los corironales. Al llegar a la estancia lo dejan amarrado a un molino de viento, elevador de agua, donde lo tendrán hasta que llegue el Teniente Coronel Varela con sus treinta soldados.

En las noches, a todo galope, se acercaban grupos de peones tratando de rescatar a Roberto Triviño pero eran rechazados por la policía que disparaba desde los galpones. Los obreros desde sus caballos disparaban sin puntería, las balas de los Winchester rebotaban en las calaminas de zinc con un silbido que cortaba el aire y retumbaba en la desolación de la pampa patagónica, entonces, Triviño que estaba atado al molino de viento, gritaba: ¡Viva la huelga!, riéndose del miedo de los policías.

El 11 de noviembre el teniente coronel Héctor Benigno Varela, con el teniente primero Schweizer y doce soldados sale en dirección a Paso Ibañez, al llegar al Cifre, el 12 de noviembre, los Schoeders le dijeron: "Este chilote es uno de los bandoleros que hace tres días intentaron tomar la estancia, y a gritos se ríe de nosotros cuando sus atacan la estancia para rescatarlo". Entonces Varela dijo: "Este no se va a reir más"; y ordenó al sargento Echazú: "fusílenlo inmediatamente". El sargento eligió tres soldados que sin hablar se ubicaron frente a Triviño y dispararon desde corta distancia. Roberto Triviño los observó tranquilo sin que ninguna emoción entorpeciera sus sentidos y trajera el desánimo de aquello que en la vida quedaba sin hacer. El viento patagónico pareció detenerse con los disparos que a Roberto Triviño Cárcamo le trajeron la insensatez de la muerte de la muerte cuando recién había cumplido veinticinco años. Varela en su informe de "guerra" oculta este fusilamiento como después esconderá el de centenares de obreros fusilados por las tropas que mandaba....

Texto extraído del libro de Luis Mancilla Pérez "Los Chilotes de la Patagonia Rebelde", segunda edición revisada y actualizada en América Impresores. Puerto Montt, mayo 2019, página 199.

-(1)... Osvaldo Bayer, La Patagonia Rebelde, Tomo III, Humillados y Ofendidos, página 329.