Ambiente

Los 10 ecocidios del 2020 en Latinoamérica

Por Carlos Ruperto Fermín.

Hoy recordaremos los mayores problemas ambientales del año 2020. Una serie de ecocidios que destruyeron los recursos naturales latinoamericanos, tras el paso devastador de doce meses llenos de sangre, dolor y lágrimas.

Cuando el dinero impone sus propias reglas de juego en el planeta Tierra, se establece un desequilibrio ecológico en nuestros territorios latinoamericanos, que se acrecienta con la inacción judicial de los organismos públicos, que son incapaces de aplicar las leyes ambientales vigentes, para castigar con celeridad los hechos delictivos presentados.

La gran delincuencia en contra de la Pachamama, es un problema multifacético dentro de las regiones latinoamericanas, ya que cada empresario, latifundista, guerrillero o político, tiene sus propias ambiciones económicas que deben ser rápidamente alcanzadas, violentando la santidad del Medio Ambiente y fructificando la ignorancia de sus decisiones.

Desde el arroyo El Ayancual en Nuevo León (México), pasando por la Bahía de Asunción en Paraguay, y llegando hasta el río Maullín en Chile, existen terribles inconvenientes ambientales que se vienen ocultando en paquetes turísticos, en hoteles cinco estrellas y en enormes centros comerciales, que NO reflejan la realidad socio-ambiental de la geografía latinoamericana.

Por eso, explicaremos los 10 principales ecocidios visualizados en América Latina durante el año 2020, para NO quedarnos calladitos en el abismo de la impunidad, y para alzar la voz de protesta social junto a la ciudadanía.

En el puesto número diez, señalamos el derrame de petróleo en las playas del estado Falcón de Venezuela, cuya mancha de hidrocarburos alcanzó los 4 kilómetros de distancia en las zonas falconianas de Boca de Aroa y de Tucacas, donde el politizado derrame petrolero venezolano puso en peligro la biodiversidad del Parque Nacional Morrocoy en el Golfo Triste, y donde los manglares, el arrecife, los cayos, el mono araguato, el águila pescadora, el caimán de la costa, la cachama negra y las tortugas verdes, son los tesoros naturales caribeños más perjudicados por la eterna crisis ambiental venezolana.

En el puesto número nueve, encontramos la contaminación ambiental por cianuro en el Lago Cocibolca (Nicaragua), ya que en su afluente fueron derramados 20 quintales de la mencionada sustancia tóxica, la cual era contrabandeada desde Costa Rica para ejercitar la minería ilegal de oro en el sureste nicaragüense, pero tras el naufragio de la embarcación se produjo el terrible vertimiento de cianuro en las aguas del Cocibolca, perjudicando la biodiversidad marina del lago más extenso y más importante de Centroamérica, y perjudicando la salud de los pobladores de las comunidades del municipio San Carlos, quienes se vieron forzados a evitar el uso del agua mezclada con el veneno del cianuro.

En el puesto número ocho, resaltan las 50 toneladas de desechos auríferos y sedimentos minerales que contaminaron el río Tenguel en Ecuador, debido al colapso de una relavera de la empresa minera Austro Gold, que envenenó la vida marina del mencionado río ecuatoriano, ya que tras la rotura del muro de contención de la piscina en la Planta de Beneficio Minero Armijos, las toneladas de sedimentos bajaron por la montaña y llegaron al río Tenguel en la provincia andina de Azuay, lo cual mató a los peces del río y tiñó el agua de un color grisáceo, enturbiando el afluente usado por los pobladores de la comunidad de Santa Martha, quienes no pudieron usar el agua por los residuos de arsénico en el río, ya que el derrame también alcanzó los tres mil metros cúbicos de nitratos.

En el puesto número siete, tenemos el ecocidio perpetrado en la Reserva Manchón-Guamuchal ubicada en Guatemala, debido al incontrolable derrame de materia orgánica vertida por la Finca Maravillas, que cultiva la palma africana en suelo guatemalteco sin medir el impacto ambiental negativo, lo cual generó la mortandad de peces y crustáceos, la contaminación de los manglares y del estero, la pudrición de cosechas de camarones, la dispersión de aves migratorias que volaban por el mencionado humedal marino, y eliminó el sustento económico de los pescadores artesanales en los departamentos de San Marcos y Retalhuleu, por lo que debido a los residuos del cultivo de aceite de palma, se generó un grave desequilibrio en el ecosistema de la reserva natural Manchón-Guamuchal.

En el puesto número seis, visualizamos el ecocidio ocasionado por las mafias organizadas en los bosques de las zonas de Osa y Golfito en Costa Rica, específicamente en el Parque Nacional Corcovado y en la Reserva Forestal Golfo Dulce. El delito ambiental en suelo costarricense, requirió la intervención de un fuerte despliegue policial, que encontró 7000 pulgadas de madera ya procesada de los bosques talados, incluyendo especies como Cedro, Cristóbal y Fruta Dorada, además se evidenciaron prácticas ambientales ilegales, como la modificación del cauce del río para la extracción del oro, la caza de animales silvestres para vender las carnes, el hallazgo de dos monos arañas muertos y hasta el decomiso de armas de fuego, que fueron encontradas dentro del área natural supuestamente "protegida" por el gobierno de Costa Rica.

En el puesto número cinco, denunciamos la muerte de 250 mil peces en el arroyo Takana, ubicado en la ciudad amazónica de Leticia en Colombia, debido al envenenamiento con barbasco, siendo una planta con efectos narcóticos usada por comunidades nativas para practicar la pesca tradicional y comercial, pero lamentablemente por "barbasquear" todo el arroyo, se asesinaron a miles de peces a lo largo de 5 kilómetros de distancia, donde se pudo comprobar un daño ambiental irremediable que afectó a la calidad de vida de 6 mil personas, que viven en zonas aledañas a la selva amazónica colombiana, y que se alimentaban de peces aptos para el consumo humano como los sábalos, pero que fueron extinguidos del arroyo Takana por culpa de las "barbasqueadas" dentro de los bosques ribereños y amazónicos colombianos.

En el puesto número cuatro, condenamos los 16 mil barriles de petróleo vertidos en las aguas de los ríos Coca y Napo, ubicados en las provincias amazónicas de Napo y Sucumbíos (Ecuador), lo cual perjudicó directamente a la comunidad indígena kichwa y a 120 mil pobladores ecuatorianos, que sufrieron las consecuencias de las roturas de las tuberías del Sistema de Oleoducto Transecuatoriano y del Oleoducto de Crudos Pesados, siendo el terrible resultado de la completa erosión de la cascada San Rafael en el 2020, y teniendo como gran culpable a la inacción ambiental del gobierno ecuatoriano, que ensució las manos y los pies del arcángel, que ensució a los niños indígenas por tanto crudo, y que permitió un ecocidio anunciado en el corazón del Parque Cayambe-Coca.

En el puesto número tres, subrayamos las 2000 hectáreas de páramo y los 3500 frailejones quemados en el departamento de Boyacá (Colombia), generando la mayor pérdida de ecosistemas de páramos colombianos en los últimos 15 años, y que tardarán entre 50 y 70 años para recuperar su equilibrio ecológico, por culpa de la agresiva violencia ambiental del Hombre, que en el año 2020 produjo 200 incendios forestales que destruyeron la capa vegetal de los páramos, incluyendo los páramos de Tota-Bijagual-Mamapacha, Pisba, Guantiva-La Rusia y Rabanal, y que quemó los frailejones de las especies Espeletia lopezii y Espeletia incana, en aras de expandir la frontera agrícola para el cultivo de papas colombianas.

Es importante saber que Colombia, tuvo el mayor índice de ecocidio durante el año 2020, no solo por los incendios intencionales en sus páramos de Boyacá, sino también por las hectáreas de manglar devastadas en la Ciénaga de la Virgen en Cartagena, por la contaminación del río Chicú en Cundinamarca, por el trágico incendio intencional en la Serranía de La Macarena en Meta, por la contaminación de la quebrada El Aburrido en Bucaramanga, por los derrames de petróleo en Nariño que contaminaron los ríos Ñambí y Saundé, por los 1700 árboles talados en 13 hectáreas de Cabuyaro, por el atentado ambiental que puso en blanco y negro al Caño Cristales, y hasta por el lavado de café que ha perjudicado el ecosistema neogranadino en el 2020.

A pesar de todos los ecocidios ocurridos en Colombia durante el año 2020, y a pesar que se conocen los nombres y los apellidos de casi todos los transgresores de la ley, pues ningún delincuente colombiano se encuentra preso en ninguna cárcel colombiana, por haber cometido delito ambiental en contra de los recursos naturales de su país durante el pandémico año 2020, lo cual nos demuestra que las leyes penales ambientales colombianas son letras muertas, que fecundan la semilla de la impunidad en todos los departamentos, y que terminan reflejando la inacción judicial de los gobiernos que ni siquiera saben qué es un ecocidio.

En el puesto número dos, destacan los incendios provocados en la provincia de Córdoba (Argentina). La quema de bosques nativos y pastizales para favorecer el agronegocio con sus cultivos y actividades ganaderas, rebasaron el fuego del ecocidio en suelo cordobés, ya que las llamas de los incendios premeditados se propagaron hasta 14 provincias argentinas, y se confirmó que el 95% de los incendios fueron provocados por la mano humana, lo cual demuestra la perversión capitalista del extractivismo y del agronegocio, que no respetan los tiempos de regeneración natural del ambiente, y que deciden prenderle fuego a los recursos ecológicos argentinos para ganar más plata llena de humo y ceniza.

Es muy fácil afirmar que el tamaño de los masivos incendios provocados en Córdoba, equivalen a 10 veces el tamaño de la ciudad de Buenos Aires, es muy fácil afirmar que más de 150 mil hectáreas fueron sierras devoradas por la quema de bosques nativos cordobeses, es muy fácil afirmar que los incendios destruyeron más de 2 mil kilómetros cuadrados de bosques nativos, pero es muy difícil aceptar que la quema de bosque nativo es aceptada y financiada por los gobiernos argentinos, y fue en el año 2020 cuando la tradicional costumbre del pueblo cordobés, se convirtió en un gran ecocidio para toda la República Argentina.

Aviones hidrantes, bomberos locales, brigadistas, vehículos tácticos, camiones 4X4, policías, santos y superhéroes.

Fue una odisea apagar las llamas del fuego argentino nacido en Córdoba, porque la soja es tan transgénica que se inmola sin necesidad de prenderle santo fuego.

Todos los años se repite y se combate un mismo ecocidio anunciado en la provincia de Córdoba, y si reconocemos que seis de las personas detenidas por avivar y por reavivar los incendios fueron menores de edad, pues no cabe duda que la ausencia de educación ambiental es el verdadero problema de la ciudadanía argentina, y si sus jóvenes no tienen miedo de incendiar los bosques nativos por plata y por ignorancia, entonces también debemos reconocer que la pesadilla del ecocidio gaucho, continuará no solo en los bosques nativos cordobeses, sino también en escuelas, casas, barrios, iglesias, calles y estadios.

Y en el puesto número uno, se encuentran los incendios forestales provocados en la llanura aluvial sudamericana el Pantanal, que se extiende por los territorios de Brasil, Bolivia y Paraguay, y que es el humedal tropical más grande del mundo.

Hasta ahora sabemos que el 23% del bioma del Pantanal fue devorado por las llamas del fuego brasileño, pues tan solo en el mes de septiembre del 2020 se produjeron 8000 focos de incendios en el Pantanal, por culpa de un sistemático proceso de deforestación de selvas y bosques conllevado por el Hombre, quien siempre arrasa miles de hectáreas para cultivar monedas ensangrentadas del oro del mayor quilate, y que siempre le echa la culpa a la sequía, al cambio climático, al calentamiento global y a los ángeles.

Angelitos de Dios calcinados como guacamayos azules, caimanes, capibaras y jaguares, porque demonios del Diablo como inversionistas extranjeros y colonos brasileños, siempre tienen que prenderle fuego a majestuosos humedales como el Pantanal, que aunque fue declarado Patrimonio Natural de la Humanidad por la Unesco, también fue declarado Patrimonio Comercial de la Humanidad por el gobierno de Brasil, que no se cansa de prenderle fuego a su millonaria capa vegetal, para acelerar el desarrollo y la expansión de las nuevas tierras fértiles cariocas, donde se cultivarán monedas ensangrentadas del oro del mayor quilate.

Imagine tan solo a un hermoso felino como el jaguar, totalmente acorralado, quemado y calcinado en su propio hábitat natural de vida. Sin poder correr, sin poder escapar, sin poder soñar. Puedes tragarte toda la tragedia ambiental leyendo el artículo en Wikipedia sobre el Pantanal, pero yo simplemente imagino a un hermoso felino como el jaguar, totalmente atrapado, quemado y calcinado en su propio infierno de vida. Sin poder rugir, sin poder rezar, sin poder vivir.

La muerte de un solo jaguar por los incendios del Pantanal, ya es un catastrófico motivo de lágrimas y lamentaciones, pero para los latinoamericanos, la muerte de un solo jaguar en el Pantanal no es un motivo ni para llorar, ni para maldecir, ni para odiar a las colectividades que sufren el cáncer de la indiferencia ambiental.

Lo más preocupante del ecocidio brasileño en el Pantanal, fue la injusta devastación social que sufrieron los territorios de pueblos originarios en suelo carioca.

Por ejemplo, los indígenas Kadiwéu, el pueblo Bororo y los indígenas del pueblo Guató, que llevaban décadas protegiendo los recursos naturales de sus ancestrales tierras brasileñas, sufrieron enfermedades respiratorias por inhalar el humo tóxico de los grandes incendios, y vieron como sus modos de vidas fueron sofocados por las llamas del fuego de la deforestación brasileña, perdiendo casi todos los bienes materiales de sus aldeas y refugios, así como también perdieron los sustentos económicos y perdieron los alimentos y plantas medicinales, que aprovechaban de los antiguos bosques verdes que terminaron siendo quemados en Brasil, ocasionando una crisis ecológica para todos los indígenas de los pueblos originarios, que habitaban en los municipios Poconé, Santo Antônio do Leverger y Barão de Melgaço, ubicados en el estado brasileño Mato Grosso.

Hermanos y hermanas, las imágenes satelitales en alta resolución enviadas por los mejores científicos de la NASA, no pueden sentir, no pueden llorar y no pueden lamentar, el voraz ecocidio que incendió 2.300.000 hectáreas del bioma del Gran Pantanal brasileño, no pueden lamentar el voraz ecocidio que asesinó la vida de miles de inocentes seres vivos en el bosque, y no pueden lamentar la falta de misericordia de las motosierras, de las semillas de gasolina y de los dólares.

Los ecocidios siempre se producen por la abusiva y depredadora mano del Hombre. Es imposible que la Madre Tierra destruya su propia creación divina.

Si el Parque Estatal Encontro das Águas, siendo uno de los refugios de jaguares más grandes del Mundo, quedó devastado tras perder más del 85% de su área geográfica en Brasil, fue por culpa del fuego de los incendios forestales causados intencionalmente por el hombre, para seguir extinguiendo a la flora y a la fauna por el maldito dinero carioca.

En Brasil hay un gigantesco Cristo Redentor que todo lo ve, que todo lo sufre, que todo lo sabe, y aunque el pueblo brasileño es tan cristiano como el gobierno brasileño, pues parece que toda la sociedad brasileña se olvidó de un gigantesco Cristo Redentor que ve el fuego del Gran Pantanal, que ve la deforestación de la Amazonía, que ve como la gente peca una y otra vez en contra de su santa tierra.

Recorrimos la hermosa geografía de América Latina, y sufrimos el dolor de una cicatriz en Abya Yala, que arde con la sal enrojecida del planeta Tierra.

Es imposible soñar con la sustentabilidad de un mundo claramente insostenible.

Vimos que el capitalismo salvaje compra las mejores licencias ambientales, compra el silencio de los corruptos entes gubernamentales, y compra la desenfrenada barbarie genocida que impera en el siglo XXI.

Ni siquiera el mortífero Covid-19 evitó los grandes ecocidios latinoamericanos, y con mascarillas faciales para cubrir las narices y para cubrir las bocas, las hormigas hispanas salieron de sus casas y destruyeron el hogar de las hormigas.

Usted y yo conocemos muchísimos más ecocidios perpetrados en el año 2020, pero si nos quedamos callados y no denunciamos los problemas ambientales de nuestras comunidades, pues estaremos siendo cómplices de las corporaciones nacionales y extranjeras, que se dedican a polucionar los territorios latinoamericanos que habitamos a diario.

Con el poder de las redes sociales en nuestras manos, ya NO hay excusas para evadir el compromiso ecológico a favor del planeta. Denunciemos los delitos en Facebook, en Twitter, en Instagram y en WhatsApp. Utilicemos las herramientas tecnológicas para el bienestar del Medio Ambiente, olvidando la eterna indiferencia y despertando una nueva conciencia.

De enero a diciembre y de lunes a domingo, la Madre Tierra exige respeto, amor y voluntad de cambio en los seres humanos, para convertir la amarga pesadilla ambiental del año 2020, en una luz de esperanza positiva que ilumine los caminos del 2021.

Fuente: Rebelión