Cultura

Lecturas / Diana Bellessi: No le tengan miedo a la poesía, honda y simple como el corazón humano


Por Diana Bellessi*

Venga, no se asuste, vamos a hablar un poco de los versos, esos que usted conoce, porque canta o ha cantado alguna vez una canción popular, ¿verdad? Las letras de las canciones son primas hermanas de los poemas, sólo que los poemas se van solitos en su música, son música verbal y nada los acompaña, mientras que las letras son una parte casada con la otra parte, la música, y ambas crean una canción. ¿Y quién no conoce una canción en su vida? Entonces usted está muy cerca de la poesía, querido lector, y la ha experimentado desde adentro, la ha experimentado con su oreja y su corazón.

Hace unos días alguien me dijo que en mis poemas había llegado a una simpleza muy particular, yo sonreí y le contesté que quizás, desde el punto de vista compositivo, le daba esa sensación mi llegada al endecasílabo, el verso de once sílabas con acentos fijos, en la sexta o en la cuarta y la octava, que son nuestra tradición desde el Renacimiento y el Siglo de Oro, allá por el mil cuatrocientos, y que se ha convertido en la música íntima de la lengua castellana, en cuya base reposa el octosílabo, con su silencio después de la octava que configura el ritmo natural de nuestra lengua.

Al igual que cualquier poeta de la segunda mitad del siglo veinte, crecí como hija de la ruptura, escribiendo poemas llenos de música pero fuera de las reglas métricas y acentuales de nuestra tradición; pasada la mitad de mi vida, y en contacto con músicos que querían escribir sus propias letras, me sentí arrebatada por el octosílabo y el heptasílabo primero, llamados versos de arte menor, con los que se compone buena parte de la canción folklórica, y luego por los de arte mayor, versos endecasílabos -el tango hace mucho uso de ellos- y otros de catorce y hasta de dieciocho sílabas. Allí empecé a jugar, como una niñita en el arenero, con mi propia tradición, pero haciendo caso omiso de si me perdía una sílaba o un acento se me corría de lugar, porque soy, como les dije, hija de las rupturas del siglo veinte y mi oreja está cruzada por las síncopas del jazz y el rocanrol.

Y quizás eso, le dije a mi amiga, bastante difícil para quien no estuvo entrenado desde chico, daba la sensación de simpleza. Pero ella insistía en que también los temas y los sentidos eran simples. ¡Cómo me gustó! Porque llevo años sintiendo que escribo para mis parientes, gente sabia aunque iletrada, capaz de emocionarse ante un tango o una vidalita, pero que miran el poema como algo difícil, algo que no es para ellos, y tal vez, ese sea uno de los motivos que hizo que la industria del libro abandonara la poesía y no la incluyera en sus catálogos, "porque no va a venderse".

El mismo temor que pueden tener ahora ustedes frente a una nota sobre la poesía. Entonces, volviendo a mi amiga, ¿qué entendemos por simple? ¿Simples son las milongas de don Atahualpa Yupanqui? ¿Simple es La Eulogia Tapia de Manuel Castilla, o un tango como Niebla del Riachuelo de Enrique Cadícamo? ¿Simple es lo hermoso del mundo en su dicha y en su dolor que casi todos podemos sentir?

Simple es entonces complejo. Así son todos los misterios, y la poesía lo es. Porque se aprende, claro que sí, a escribir un poema, como en la cultura oral se aprende a cantar una baguala, escuchando e intentándolo desde chiquita, y es una escuela muy exigente, todos lo sabemos cuando oímos a una coplera enharinada en el carnaval, que saca el grito de su baguala a través de una técnica esforzadísima, hasta que ésta se borra, y queda la hondura del canto, el llanto humano que nos dobla. Pero borrar esa técnica haciendo uso de ella al mismo tiempo, cantando lo propio que se abre a lo de los otros, no cualquier coplera lo hace. Y cómo lo hace es un misterio. El mismo misterio que acompaña a ciertos poemas, que oímos dentro nuestro como si los hubiéramos escrito cuando los leemos.

Eso sentí de niña al leer el Martín Fierro, y de joven, a Francisco Madariaga, que me daba el incendio de sus esteros correntinos, a Gabriela Mistral entregándome el corazón de los Andes, a Juan Gelman con sus Seis Enfermeras Locas de Pickapoon, a César Vallejo en Poemas Humanos, a VielTemperley nadando en las lagunas de la llanura bonaerense, a Olga Orozco como una chamana que exhalaba sortilegios traídos de su pampa natal. Y tantos otros, tantos otros, esos poetas que te lanzan a su mundo y es también tu mundo, que te hacen reír o llorar.

Entonces, queridos lectores, no le tengan miedo a la poesía, que es honda y simple como lo es el corazón humano, tan antigua y tan del presente, como los raperos actuales lo muestran, tan llena de furia y de amor, que no está del todo escrita para entenderla, sino para sentirla, y que cuenta la historia anónima de cualquiera de nosotros, esa que no entra a la historia del bronce y de los manuales, que se deshace como el agua mientras canta, igual que usted y yo.

*Nota publicada por primera vez en Tiempo Argentino, 2010, y luego incluida en el libro de Diana Bellessi "La piedra es el poema", con prólogo y selección de Rosa Lesca y Claudia Prado, Ediciones Espacio Hudson, 2017. (espaciohudson.com)

*DIANA BELLESSI (Zavalla, Santa Fe, 1946) es una de las grandes poetas contemporáneas. Estudió filosofía en la Universidad Nacional del Litoral y en los ‘60 recorrió América a pie durante seis años. Dentro de su extraordinaria obra se destacan "Tributo del mudo" (1982), "Danzante de doble máscara" (1985), "Buena travesía, buena ventura pequeña Uli" (1991), "Colibrí, ¡lanza relámpagos!" (antología,1996), "The Twins, the Dream: Gemelas del sueño (junto a Úrsula K. Le Guin, 1996), "La rebelión del instante" (2006), "Tener lo que se tiene" (Poesía reunida, 2009) y "La pequeña voz del mundo (2011). Identificada con las tesis feministas, siempre negó la existencia de una poesía femenina específica. Integró el consejo de Dirección de la revista Feminaria, perteneció a la redacción de Diario de Poesía y fue una de las fundadoras de la cooperativa editorial Nusud. Trabajó en talleres de escritura en las cárceles de Buenos Aires. Tradujo a Ursula K. Le Guin, Denise Levertov, Adrienne Rich y Olga Broumas. Obtuvo la beca Guggenheim en poesía (1993), y la Beca Trayectoria en las Artes de la Fundación Antorchas (1996). Recibió el Premio Konex en los Quinquenios 1999 - 2003 y 2009-2013.