Pueblos originarios

La narración oral como identidad de los pueblos originarios

Por Alberto Manuel Sanchez

Hubo un tiempo lejano en que las personas mayores contaban historias a los pequeños y los jóvenes, quienes, escuchando con las orejas levantadas y la mirada atenta, aprendían de qué va la vida. Luego llegaron las películas, la televisión, la informática y los dispositivos electrónicos, que comenzaron a reemplazar a los narradores orales y a los cuentacuentos, ahora seres en vías de extinción.

Sin embargo, la oreja "es el órgano por excelencia de la imaginación, ve y presiente cosas que los ojos no pueden percibir", como escribió Vladimir Dimitrijevi, librero, editor y escritor serbio. Es decir, si uno escucha a un narrador oral -ya sea a un anciano ante una fogata, o a un cronista de la radio, o a una madre leyendo en voz alta un cuento a su hijo pequeño-, procura, en la mente, representarse (o imaginarse) con detalles la historia que se le cuenta para hacerla verosímil, vital e, incluso, suya. Algo parecido sucede cuando se leen novelas, cuentos o reportajes periodísticos: uno imagina o representa lo que lee. Entonces, se reconstruye una historia oída de la voz de un narrador como se reconstruye un libro o texto leído.

En contraste, la pantalla -los televisores, el cine, los teléfonos celulares, las computadoras, las tabletas, los videojuegos, entre otros- restituye lo imaginado y se aproxima más al hecho real; no obstante, simplifica y, en muchos casos, empobrece el relato. Con las pantallas, la narrativa se ha aplanado y la creación mental de la imagen es mínima. Tal como ha señalado el maestro de Literatura y escritor francés Daniel Pennac, en la tele, incluso en una película, "todo está dado, nada de conquista, todo está masticado, la imagen, el sonido, los decorados [...] la intención del director... [mientras que en] la lectura hay que imaginar todo eso... La lectura es un acto de creación permanente".

Entonces, las narraciones orales -y la lectura- nos hacen permanecer más activos que la imagen en directo. La imaginación y la participación son más fuertes. Lo que se escucha o lee es vivido en la cabeza y el corazón. Y no solo eso: la narración oral es el origen de los mitos, del poema épico, de la identidad de los pueblos. Gracias a los depositarios de la tradición oral, se ha conservado una buena parte de la historia cultural de la humanidad. Allí están como ejemplos la Ilíada, la Odisea, la Biblia o el Popol Vuh, que son recopilaciones de narraciones míticas, legendarias, históricas y sagradas.

Así mismo, Jacob y Wilhelm Grimm no inventaron "La Cenicienta", "Caperucita Roja", "Blancanieves" o "Hansel y Gretel", entre otros cientos de relatos; antes los rescataron de la tradición oral y los transcribieron. Su propósito inicial no fue reunir cuentos para niños, sino conservar parte de la historia cultural alemana y construir una identidad nacional, ya que creían que podría perderse para siempre. Por eso, de 1806 a 1812 aproximadamente, y con ayuda de alrededor de 40 personas, los hermanos Grimm se dedicaron a la labor titánica de recopilar mitos, cuentos y leyendas populares transmitidos hasta entonces de manera oral en casi toda Alemania -un crisol de reinos, condados y principados pequeños en aquel tiempo-, que buscaba su identidad en medio de encarnizadas luchas de poder e invasiones militares. Y, más adelante, al notar el éxito de esos relatos entre los niños, los Grimm procuraron suavizar algunas historias, ya que las había muy crueles, o con sexualidad explícita, o sobre el maltrato y abandono de padres a hijos, lo que era habitual en esa época. Es más, las versiones originales de los Grimm, aunque conservadas, se han visto suavizadas y afectadas en tiempos posteriores por otras ediciones o representaciones, como el cine o el teatro.

Un trabajo de rescate de relatos similar -y mucho más reciente- al que hicieron los hermanos Grimm, lo han hecho los antropólogos Silvia Terán (mexicana) y Christian Heilskov Rasmussen (danés) en el pueblo maya de Xocén, Yucatán, y con la ayuda de gente originaria de ese lugar, como Pedro Pablo Chuc Pech. La compilación de esos cuentos orales mayas -transcritos y traducidos- forma ahora el libro Relatos divinos del Centro del Mundo (U tsikbalilo'ob u Chúumuk Lu'um, en lengua maya yucateca), que próximamente publicará Editorial La Vaca Independiente, con la intención de sensibilizar al público en general con la riqueza de la cultura maya yucateca y de contribuir a conservarla.

Los relatos reunidos en dicho volumen fueron recopilados, documentados y seleccionados por Terán y Rasmussen entre 1982 y 2016: 34 años de convivencia con la gente de Xocén, una de las comunidades mayas más tradicionales de Yucatán. Son narraciones transmitidas oralmente de una generación a otra durante cientos o, quizá, miles de años, y explican los orígenes y la resistencia del pueblo maya por conservar su cultura. Cuentos sencillos y de belleza rústica que han sido escuchados alrededor del fuego de los tiempos. Por ejemplo, se nos narra una batalla a la que, por supuesto, nunca asistimos: el duelo entre el rey de los ts'uulo'ob (conquistadores españoles) y el rey de los masewalo'ob (indios mayas), y debemos imaginarlo e, incluso, reproducir con la mente y el cuerpo los gestos inspirados por el relato. Intensidad o vivencia que se ha ido diluyendo por la pantalla, que es capaz de arrebatarnos "la recreación, y con ello una parte de la creación", como ha mencionado también Vladimir Dimitrijevi.

La tradición oral está perdiéndose en los pueblos originarios ante el avance vertiginoso de la tecnología; de allí la importancia de registrar las narraciones de viva voz, que son un fondo de conocimiento conservado desde una época remota que da identidad a la gente, honra la raíz humana, despierta la imaginación y puede hacernos más nobles.

Fuente: La Vaca Independiente