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Guadalupe, dolor y furia

La tragedia anunciada; el grito; y el aparato judicial. Una nota de Natalia Buch (*).

El aparato (judicial)

Guadalupe, dolor y furia.

Fue un grito demasiado urgente para el cuerpo zombi de la justicia.

Un grito sin tiempo para el que llegamos tarde. Para el que seguimos llegando tarde.

Guadalupe, Úrsula, Micaela, gritan y hay oídos que no quieren escuchar. La justicia es un cuerpo sin cabeza y sin corazón.

Vaya a la oficina de enfrente joven. Burocracia, complicidad, desinterés, ignorancia. La banalidad del mal sobrevuela estas historias, para no hablar del mal mismo en algunos casos. "Algo falló" comenta el Fiscal como si no fuera él mismo ese algo. Justicia zombi.

¡Atención! "si no se controla a los violentos denunciados, ustedes son cómplices". Se dice a quién no quiere oír. Nadie parece sentirse aludido.

El caso muere en un cajón polvoriento.

Guadalupe muere asesinada en un cajón polvoriento.

Dolor y furia.

El coro (griego)

Las pibas, las compañeras, los colectivos, miles, millones de mujeres en el país en el mundo gritando ni una menos, conforman la voz de las que ya no tienen voz.

El coro comenta y es -somos-, la voz de las que ya no están.

Es -somos-, la interlocución desesperada de la próxima asesinada.

"Si no vuelvo quemen todo" nos implora Úrsula desde ese poco de tiempo que le está quedando. Ponemos así un rostro, una historia, pero son tantas las que faltan que es imposible recordar sus nombres. Ellas nos dejan un legado.

Y el coro comenta que ser mujer no nos cueste la vida, hoy nos falta Guadalupe, ¿quién nos va a faltar mañana? nuestro cuerpo nuestras decisiones, nos han quitado tanto que ya nos quitaron el miedo, somos el grito de las que ya no tienen voz.

El coro dialoga, implora a un Estado con el rostro anónimo del fiscal de turno, que mira con ojos que no pueden ni desean mirar de frente. Miradas esquivas, dormidas explican la formulación de cargos los turnos las oficinas. Idioma de quiénes no quieren o no pueden, quién sabe, dar la respuesta necesaria ni comprenden el terror.

El pensamiento occidental ha aniquilado la auténtica vitalidad del ser humano, leemos tratando de entender. Muchas veces se confirma. Obediencia debida. Burocracia. Cuerpo sin cabeza.

La acusación será válida mientras los responsables no puedan dar cuenta de la brutalidad de su indiferencia. Y la bronca es justa porque es desesperada.

El coro enardecido grita: ¿En serio no pueden tener estas putas puertas abiertas? Se esconden. Hasta que no hay una muerta no mueven el orto. Las pibas del coro claman por protección y justicia, nací para ser libre, no asesinada. Y hay mucha bronca.

El Estado es responsable.

La tragedia anunciada

Delante nuestro cae. Miramos impávidos y llegamos tarde. Delante nuestro, pasa, grita, huye perseguida y cae. Como en los sueños (tristes realidades), no se puede detener aquello que está escrito en modo de tragedia. Lo inevitable.

Guadalupe va a morir. Lo sabe. Lo dice. Denuncia. Implora.

Todos lo saben.

La tragedia es un rayo que atraviesa como ese cuchillo en el esternón de la vida.

La trama ha empezado a escribirse hace siglos. El ritual del sacrificio: la tragedia es el canto del macho cabrío en un mundo al que no parece importarle cuánta sangre, donde el espacio del Otro como garante de lo social es un tejido agujereado, una red sin nudos. O sin los necesarios y los urgentes.

Esa es la verdadera tragedia, la de todo aquello que se hubiera podido hacer y no se hizo y quizás empieza a hacerse. Porque si algo nos enseñan los griegos es que el drama se articula con la polis y la democracia.

La era del consumo o la maté porque era mía

Guadalupe, la mujer, una mujer no es suya ni de nadie. La lógica de posesión que rige el mundo de los objetos, sólo puede traer siniestro efecto.

Basta recordar que el Eros es efecto del encuentro con el otre en su alteridad y que el desconocimiento de esta elemental ley de las diferencias por carencia, perversión, delirio o miserable deseo de poder, constituye la materia prima anunciada de la muerte.

Allí donde hay falla radical, es donde deberá constituirse como suplencia un Otro de la Ley que ampare a las que la piden, a la ayuda.

Porque el miedo se siente en el cuerpo y hay verdad allí. El miedo no es zonzo. Un Otro de la ley que deberá frenar y constituir el límite en lo real para contener aquello que desborda de pulsión de muerte.

El asesino pronuncia como eco su razón, porque era mía. Era mía. La maté. Sólo deberemos imaginar el trayecto aterrador de quién no podrá jamás oír ese verbo. Sus minutos, sus horas, sus días, sintiendo en su cuerpo el aliento, la voz, la fuerza embrutecida del que será su matador.

De pronto, se produce el pasaje al acto. Un movimiento que ancla su causa en el callejón sin salida de la pura descarga, eclipsada la razón, la ley y la espera. El acto es descarga masiva, ignorancia del símbolo. La más profunda, radical e irreversible herida a la vida.

Guadalupe huye entre las calles de su pueblo. Último y desesperado pedido de auxilio. Pero ya nadie podrá detener a quién desaforado está constituyéndose allí, ante la mirada de la polis, en feminicida.

Luego, Guadalupe cae.

El porvenir de la urgencia (Epílogo)

Hace unos días renunció el juez. Un rostro de la negligencia.

Se anuncian políticas de emergencia. Esperamos un porvenir transformador.

Dolor y bronca en este modo real de la tragedia que interpela a la Polis, a la democracia, a sus representantes.

Esta vez, ellas, las representantes del pueblo, son coro, son calle. Seguramente por eso, hoy esperamos con ilusión y los dientes apretados, que se nombre y responda al desamparo con urgencia. Que se escriban las políticas con horizonte de respuestas y que sean salvataje inmediato de aquellas mujeres en las que la muerte no puede ser nunca más un desenlace anunciado.

Que el porvenir de la urgencia no vuelva a ser tragedia.

Que sea el porvenir de una ilusión.

(*) Psicoanalista.

Fuente: En Estos Días