Opinión

Eterna pandemida eterna

Por José Natanson.

Angustiados por el dolor y la muerte, agobiados por una cotidianidad que nos abruma, queremos creer que todo esto terminará pronto. Investigaciones recientes sugieren sin embargo que este final, si es que finalmente llega, probablemente demore más de lo que pensamos.

Agradezco a Pedro Cahn la conversación previa a la redacción de este editorial.

La historia de la medicina explica que las epidemias desaparecen una vez que las poblaciones alcanzan la inmunidad colectiva, por vía de la infección masiva, de la vacunación o, más probablemente, por una combinación de ambas. Conseguido el anhelado efecto rebaño, el virus ya no encuentra cuerpos vulnerables como huéspedes para su autopropagación y, como un noviazgo de juventud, se va apagando de a poco. La gripe española, que infectó a 500 millones de personas y mató a 50, se extinguió naturalmente al cabo de un par de años, en tanto que la viruela, la más mortífera de todas las epidemias que azotaron a la humanidad, recién concluyó con las campañas masivas de vacunación, igual que la polio y el cólera.

Angustiados por el dolor y la muerte, agobiados por una cotidianidad que nos abruma, queremos creer que todo esto terminará pronto, que el mundo del coronavirus llegará a su fin y que entonces recuperaremos un estado que nunca será igual -tantas cosas pasaron en este año de pesadilla-, pero sí al menos similar al anterior. Entonces recurrimos a metáforas tajantes: la luz al final del túnel, el final que se acerca, la meta, como si fuera posible dibujar una línea -una frontera dura- que separa el antes del después.

Investigaciones recientes sugieren sin embargo que este final, si es que finalmente llega, probablemente demore más de lo que pensamos, tal como sugiere un estudio para Estados Unidos elaborado por los investigadores Christopher Murray, de la Universidad de Washington, y Peter Piot, de la Escuela de Higiene y Medicina Tropical de Londres (1). Los motivos que explicarían la posible persistencia a mediano plazo de la pandemia de Covid-19 son resultado de la combinación entre las características biológicas del virus y las condiciones de propagación e inmunización en el mundo globalizado. Aunque el origen de una epidemia es siempre biológico, el fenómeno es, en esencia, social.

La pandemia actual es la primera realmente global y es también la primera que viaja en avión: cinco días demoró el Covid-19 en llegar desde Wuhan al Norte de Italia, una semana tardó la cepa británica en trasladarse a Francia, un mes en llegar la variante Manaos a Buenos Aires. Otras epidemias recientes -la H1N1 o influenza y el MERS-CoV- estallaron en un momento en el que la interconexión planetaria no había llegado a los niveles actuales. Por eso, por la velocidad inédita a la que se dispersa el Covid, cuesta tanto atraparlo.

Pero también están las características propias, el ARN del virus. Como otros coronavirus, el Covid-19 busca cuerpos no inmunizados para reproducirse y, al hacerlo, comete errores ocasionales de codificación que se transforman en mutaciones que configuran, a su vez, nuevas cepas. Estas nuevas cepas -británica, sudafricana, Manaos, india- podrían comportarse casi como nuevos virus: la británica dura más (2), la carga viral de la versión Manaos es diez veces mayor (3), la india contiene una doble mutación. Hasta ahora, salvo una vacuna particular contra la cepa sudafricana (4), el resto de los desarrollos inmunológicos han demostrado su eficacia incluso contra las nuevas variantes. Pero esto podría cambiar en cualquier momento, en cuyo caso sería necesario elaborar nuevas vacunas. Si esto es así, las masivas campañas de vacunación que se están desplegando en el mundo podrían demorar más de lo que pensamos en conseguir la inmunidad global.

Algunos países recién están comenzando a vacunar a su población o ni siquiera iniciaron el proceso. A pesar de los esfuerzos de Covax, diversos factores ralentizan las campañas en los rincones más pobres del planeta: la competencia mundial por las vacunas, la escasez de recursos financieros y los problemas logísticos (la vacunación masiva exige una infraestructura de la que muchos países carecen y algunas formulaciones específicas requieren una cadena de frío imposible de garantizar). Esto hará, por ejemplo, que África recién logre vacunar a un porcentaje razonable de su población... a fines del 2022 (5). De no producirse un reparto más equitativo de las vacunas, África podría convertirse en una propagadora natural del Covid y una incubadora de nuevas cepas, que tienen más chances de generarse allí donde el virus circula sin control. Por más muros epidemiológicos que se intenten construir, es la lógica expansiva del comercio internacional -el transporte marítimo, los camiones, el tránsito aéreo, las migraciones- la que lo terminará llevando a nuevos destinos.

El último motivo que podría dificultar el control de la pandemia es la prédica anti-vacunas, en particular en Estados Unidos. Desde su llegada al poder en enero pasado, Joe Biden viene impulsando, sin estridencias pero con insospechada determinación, un giro político que está corrigiendo parte del desastre heredado de Donald Trump: sobrecumplió su promesa de vacunar a 100 millones de estadounidenses en 100 días, y al cierre de esta edición más de la mitad de la población estadounidense había recibido al menos una dosis, a punto tal que el gobierno decidió que todos los adultos son elegibles para obtener su vacuna y ordenó al Estado y las empresas a conceder un día pago a los trabajadores que quieran ir a vacunarse. En Estados Unidos el problema ya no es la oferta de vacunas; es la demanda: 20 por ciento de los estadounidenses sigue jurando que no se vacunará, porcentaje que trepa al 45 entre los republicanos (solo 5 por ciento entre los demócratas), resultado de la prédica demencial de los movimientos anti-vacunas y la guerra de desinformación de Trump, que se negó a mostrarse recibiendo la inyección en público. Más preocupante aun, los grupos focales muestran que muchos estadounidenses están dispuestos a falsificar el certificado de inmunización para poder participar de las actividades que lo exigen, como vuelos en avión, eventos deportivos o conciertos masivos, lo que los convertiría en silenciosas bombas epidemiológicas (6).

Por todos estos motivos, es probable que el final de la pandemia sea menos nítido de lo que pensamos. Seguramente debamos vivir por unos años en un mundo ambiguo y entrecortado, hecho de aperturas y cierres transitorios, regiones inmunizadas y otras en plena crisis sanitaria, brotes y remisiones y nuevos brotes, campañas de vacunación estacionales, "pasaportes-Covid", oleadas inesperadas.

Bajo esta perspectiva, resulta interesante recuperar la metáfora del historiador John Gray, que escribió que la forma más adecuada de pensar la realidad pandémica es compararla con el terrorismo. Igual que el Covid-19, el terrorismo se fue cocinando silenciosamente hasta que irrumpió de un solo golpe letal, el 11 de septiembre de 2001, y a partir de ahí se volvió endémico. Como el virus, el terrorismo es una amenaza que habita tranquilamente entre sus víctimas, camuflado en la "vida normal" de las grandes ciudades. Y, de Al Qaeda al Estado Islámico, muta. Aunque en América Latina puede resultar lejano, lo cierto es que el terrorismo ha producido grandes cambios políticos, tensiona las instituciones y el Estado de Derecho y altera la vida cotidiana de zonas enteras del planeta. De hecho, buena parte de la tecnología de cibervigilancia (cámaras de seguridad, reconocimiento facial) y seguimiento (controles en aeropuertos, geolocalización) creada para prevenir eventuales ataques terroristas se usa hoy contra el Covid, sobre todo en los países de Extremo Oriente, los más exitosos en la gestión de la crisis sanitaria.

Es necesario, por lo tanto, cambiar la mirada sobre la pandemia, y dejar definitivamente de lado las metáforas bélicas que siguen circulando: "derrotar al virus", "primera línea contra el Covid", "invasión silenciosa", "el arma de la vacuna". Ya Susan Sontag había advertido cómo la llegada de una nueva enfermedad, en ese caso el SIDA, había producido una "metaforización a gran escala", una explosión de metáforas que a menudo conducía a un enfoque punitivista del tema (7). La militarización simbólica de la pandemia, aunque quizás pueda resultar útil como vía para activar la movilización social y la solidaridad colectiva, resulta a la larga muy problemática: exacerba los ánimos, alienta el espíritu de delación y divide al mundo en dos bandos (el que defiende las clases presenciales no es alguien que tiene una opinión equivocada sino un enemigo).Y refuerza, además, la idea de que llegará un momento en el que finalmente lograremos "derrotar al virus" y recomenzar la vida allí donde la habíamos dejado.

Pero no es posible -no, al menos, en el corto plazo- obligar al virus a capitular, a firmar un acuerdo de paz. No hay Compiègne en el horizonte. El desafío no es militar; es policial, porque el objetivo no es enfrentar a un enemigo hasta derrotarlo sino perseguir cotidianamente un mal que vive entre nosotros. En la película The Siege, un equipo del FBI y la CIA intenta desactivar una red terrorista islámica que comete varios atentados en Nueva York. La tesis de la película, anticipatoria del 11-S, es que los métodos policiales y de inteligencia -el análisis de la información, el trabajo con las fuentes, la infiltración de las bandas, las escuchas- resultan más útiles que la aplanadora militar para desbaratar la amenaza. Aunque en América Latina se estrenó con título bélico ("Contra el enemigo"), el título original, "El cerco", resulta más adecuado: no se trata de pasarle por encima al virus sino de perseguirlo, aislarlo, literalmente encerrarlo hasta que muera.

Concluyamos.

Como escribió Pablo Touzon hace ya un año en el Dipló (8), la pandemia nos sacó de una normalidad que dábamos por hecha, que llegamos a considerar como una segunda piel, un hecho antropológico inevitable, y nos puso frente a los límites del modelo de desarrollo en el que vivimos. Al trastocar profundamente todos los órdenes de la vida, el virus nos sacó de la matrix y nos permitió ver nuestra normalidad desde un afuera nuevo. Sin posibilidades de rendición incondicional en el corto plazo, queda asumir el hecho de que el mundo del coronavirus -esta extraña nueva normalidad- no es una realidad transitoria que en dos o tres meses dejaremos atrás sino el nuevo paisaje de nuestra vida.

1. www.bloomberg.com/opinion/articles/2021-03-24/when-will-covid-end-we-must-start-planning-for-a-permanent-pandemic

2. www.consensosalud.com.ar/la-variante-britanica-del-covid-sobrevive-5-dias-mas-el-resto-de-las-cepas/

3. www.osinsa.org/2021/04/16/por-que-la-carga-viral-de-la-cepa-de-manaos-es-10-veces-mayor-en-pacientes-infectados/

4. www.lavanguardia.com/vida/20210411/6642717/estudio-israeli-revela-resistencia-variante-sudafricana-vacuna-pfizer.html

5. www.france24.com/es/programas/5-minutos-con/20210326-5-minutos-con-francisco-pavao-africa-vacunas-covid19-pandemia

6. www.vanityfair.com/news/2021/04/republicans-anti-vaccine-herd-immunity?utm_source=twitter&utm_medium=social&utm_campaign=onsite-share&utm_brand=vanity-fair&utm_social-type=earned

7. La enfermedad y sus metáforas. El SIDA y sus metáforas, Taurus, 2003.

8. www.eldiplo.org/notas-web/salir-de-la-matrix/

Fuente: Le Monde diplomatique