Cómo quemaron los cuerpos indígenas tras el "último malón" de Calfucurá en Bahía Blanca Por Mónica Raquel Oliver
Un 19 de mayo de 1859, en Bahía Blanca, se produjo la quema de los cuerpos de los indígenas que murieron en el llamado "último malón" Para la organización del malón, el cacique Calfucurá tenía sus motivos. El incumplimiento de los acuerdos de paz firmados, un año antes, con el sargento Francisco Iturra (Ratto, 2004). Asimismo, Iturra mantenía el monopolio en la compra de cueros a los indígenas, estableciendo las condiciones a estas poblaciones.
Seguramente por este hecho, el malón en su paso incendió su pulpería. Frente al malón, el poblado de Bahía Blanca fue defendido por un gran frente militar integrado por el Regimiento de Granaderos, la Guardia Nacional, la Legión Agrícola Militar y los "indios aliados" al mando de Ancalao y Linares. Consecuencia: una masacre.
"La posterior orden del presidente de la municipalidad autorizó al coronel José Orqueda a quemar públicamente los cadáveres de los indígenas asesinados en la actual plaza Rivadavia, plaza central de la ciudad de Bahía Blanca. Fue Antonio Crespi Valls -director del Museo Histórico de Bahía Blanca (1951-1959), periodista y aficionado a la historia (Pupio, 2005)- quien recopiló y publicó una serie de testimonios al cumplirse el primer centenario el 19 de mayo de 1959. Entre ellos se cita: "Arden aún hasta este día en la plaza pública, algunos cadáveres humanos", testimonio que escribieron los consejeros municipales Julio Casal, Cornelio Galván, Mariano Méndez, Zenón Ituarte y Bruno Quintana en una carta dirigida a Orqueda, el 20 de mayo de 1859. Era un pedido para que "cese el espectáculo que la gente culta de la población no acostumbrada a él, no puede presenciar sin horror" (Crespi Valls, 1959, p. 139). Un tiempo después del malón de 1859, el general Cerri -quien integraba la Legión Italiana, una de las fuerzas de defensa del poblado-, como participante de los hechos, dice: "El espectáculo salvaje de aquella invasión no estaba completo. Faltaba la última escena de la barbarie. Los cadáveres de los indios, que ascendían poco más o menos al número de cien, fueron amontonados en la plaza pública y... ¡quemados!" (Crespi Valls, 1959, p. 90)." (Perriere,2020)
Esos bravos pampas, de rostros curtidos por el viento y el sol, parecían gesticular en la hoguera donde eran incendiados.
Por Mónica Raquel Oliver
Un 19 de mayo de 1859, en Bahía Blanca, se produjo la quema de los cuerpos de los indígenas que murieron en el llamado "último malón" Para la organización del malón, el cacique Calfucurá tenía sus motivos. El incumplimiento de los acuerdos de paz firmados, un año antes, con el sargento Francisco Iturra (Ratto, 2004). Asimismo, Iturra mantenía el monopolio en la compra de cueros a los indígenas, estableciendo las condiciones a estas poblaciones.
Seguramente por este hecho, el malón en su paso incendió su pulpería. Frente al malón, el poblado de Bahía Blanca fue defendido por un gran frente militar integrado por el Regimiento de Granaderos, la Guardia Nacional, la Legión Agrícola Militar y los "indios aliados" al mando de Ancalao y Linares. Consecuencia: una masacre.
"La posterior orden del presidente de la municipalidad autorizó al coronel José Orqueda a quemar públicamente los cadáveres de los indígenas asesinados en la actual plaza Rivadavia, plaza central de la ciudad de Bahía Blanca. Fue Antonio Crespi Valls -director del Museo Histórico de Bahía Blanca (1951-1959), periodista y aficionado a la historia (Pupio, 2005)- quien recopiló y publicó una serie de testimonios al cumplirse el primer centenario el 19 de mayo de 1959. Entre ellos se cita: "Arden aún hasta este día en la plaza pública, algunos cadáveres humanos", testimonio que escribieron los consejeros municipales Julio Casal, Cornelio Galván, Mariano Méndez, Zenón Ituarte y Bruno Quintana en una carta dirigida a Orqueda, el 20 de mayo de 1859. Era un pedido para que "cese el espectáculo que la gente culta de la población no acostumbrada a él, no puede presenciar sin horror" (Crespi Valls, 1959, p. 139). Un tiempo después del malón de 1859, el general Cerri -quien integraba la Legión Italiana, una de las fuerzas de defensa del poblado-, como participante de los hechos, dice: "El espectáculo salvaje de aquella invasión no estaba completo. Faltaba la última escena de la barbarie. Los cadáveres de los indios, que ascendían poco más o menos al número de cien, fueron amontonados en la plaza pública y... ¡quemados!" (Crespi Valls, 1959, p. 90)." (Perriere,2020)
Esos bravos pampas, de rostros curtidos por el viento y el sol, parecían gesticular en la hoguera donde eran incendiados.