Pueblos originarios

Cacique Juan Calfucurá, un desaparecido de la historia

Por Carlos Espinosa (para APP)

Se cumplieron 146 años de la muerte de Juan Calfucurá (del mapudungun Kallfükura, 'piedra azul'; de kallfü, 'azul', y kura, 'piedra') aquel bravo cacique mapuche que se proclamaba como el "Dios de las pampas" y supo ser el Jefe Supremo del Gobierno de las Salinas Grandes durante más de treinta años, capitaneando unos seis mil guerreros de lanza, con acuerdos de paz y mutua colaboración con el gobierno del Brigadier General Juan Manuel de Rosas.

Calfucurá tuvo una muerte pacífica, después de encabezar sangrientos combates y malones contra grandes poblaciones (como Azul, Bahía Blanca y Tres Arroyos), que le permitieron cimentar su poderío político y comercial, y también mantener el dominio de las salinas (recurso económico muy importante hacia mediados del siglo XIX).

Su fallecimiento se produjo, por causas de un prolongado deterioro físico, el tres de junio de 1873 en las tolderías levantadas en cercanías de la laguna de Chillhue (en el sudeste del actual territorio de la provincia de La Pampa), después de 83 años de una agitada vida de guerras y política (al fin de cuentas una forma más refinada de lo mismo).

Su hijo Manuel Namuncurá ("talón de piedra" en mapudungun) heredó el mando, pero el imperio indígena ya estaba en crisis interna, y la desaparición del jefe indiscutido profundizó las desavenencias y rivalidades, en una agonía que completó el ataque militar.

Calfucurá, que había vencido a las fuerzas del gobierno en vibrantes combates como los de Sierra Chica, donde doblegó al coronel Bartolomé Mitre, que tuvo que huir a pie; en la estancia San Antonio de Iraola, donde derrotó y mató al comandante Nicanor Otamendi; en San Jacinto, donde venció al general Manuel Hornos; fue finalmente protagonista de su propia derrota en la batalla de San Carlos de Bolívar, del 11 de marzo de 1872, cuando se impusieron en superioridad las tropas al mando del general Ignacio Rivas, con la colaboración de un importante número de lanceros de Cipriano Catriel, otro gran cacique pampa, en ese momento aliado de las fuerzas nacionales.

El prolífico escritor Alvaro Yunque (1889-1982) le dedicó un grueso libro a su biografía. Este autor, tanto o más olvidado que el propio cacique, advierte que "en rigor este libro debió llamarse ‘La conquista de las pampas', pero preferí titularlo ‘Calfucurá', nombre del mayor héroe de la defensa indígena, pues él, como Oberá, Juan Calchaquí, Yamandú, Caupolicán, Lautaro, Tupac Katari y Tupac Amaru, como los rebeldes de Cangallo, como los aborígenes de las republiquetas en Bolivia, representan todo el espíritu de un pueblo que defiende sus derechos frente al conquistador de su tierra. Él, como aquellos, estaba condenado por el mandato histórico. Inútil fue su heroísmo, tuvo que caer; la civilización de los huincas necesitaba las llanuras, los bosques y las salinas que él defendía a lanza y boleadora con recio coraje y delicada astucia sin precedente en las pampas."

"Hoy Calfucurá es un nombre vago, sus hazañas un espejismo sin realidad. Merecía empero, este arquetipo del indio pampa, ser sacado de esa nébula. Fue a la vez un combatiente y un estadista, fue valeroso e inteligente. No ganó combates sólo a punta de lanza, fue también estratega, un baqueano y un guerrillero, fue todo en uno. El Napoleón y el Teyllerand de las pampas. Y ya se supone que si esto hubiese ocurrido en Europa otra hubiera sido la suerte del mundo."

"Calfucurá, eximio diplomático, no confió como el aventurero corso demasiado en la fuerza, esto es lo que hace ser diferente y superior a sus predecesores, rebeldes, encendidos de pasión exasperada. Calfucurá, consciente de sus fuerzas y las del enemigo, superiormente armado, supo contener sus impulsos bélicos, aprovechar las fluctuaciones de su política, ver los puntos débiles del adversario y atacar o pactar, exigir o ceder con sutilidad de gobernante", añade Yunque.

Guillermo David, investigador contemporáneo, en su obra "El indio deseado, del Dios pampa al santito gay" desmenuza aspectos de la vida de Calfucurá y de uno de sus numerosos nietos, Ceferino Namuncurá, que alcanzó enorme celebridad sin hazañas de a caballo. Sobre el bravo cacique dice que "asienta sus reales en el nuevo territorio fundando una suerte de proto-Estado confederado" y añade que "Calfucurá se proclama el ‘Enviado', el ‘Elegido de Dios'.

El mismo autor cita un documento atribuido al propio Calfucurá y repartido a lo largo y a lo ancho de su inmenso territorio, después de los sangrientos episodios del paraje Masallé, en septiembre de 1834, cuando manda matar a varios caciques (también mapuches) que le disputaban poder. Decía el bando que "ha cambiado el gobierno de Salinas Grandes porque así lo dispuso la voluntad de Guenechen. Él me ha elegido para reemplazar a Rondeau y otros caciques . Su derrota prueba que Dios está conmigo. Ahora sólo quiero la paz con mis demás hermanos, pues traje la misión de sacrificar a los culpables y unir a la familia araucana contra los enemigos cristianos". En otro párrafo afirmaba que "la riqueza de la pampa será para todos. Yo no quiero nada para mí; sólo quiero hacer lo que Dios manda, en bien de ustedes y de sus hijos".

Mucho más se puede agregar, pero no es nada fácil sintetizar la caracterización de un personaje tan interesante y de vida tan intensa, prototipo del decimonónico enfrentamiento entre el gobierno colonialista extranjerizante y las comunidades indias, los primeros en pro de la expansión de fronteras interiores para que avanzaran la "civilización" y sus negocios, los segundos por la defensa del territorio ancestral y de sus propias actividades económicas de subsistencia.

Así como no es muy conocida en detalle la vida de Calfucurá tampoco se ha difundido mucho que sus restos mortales tuvieron un destino atroz, que ofende su memoria y la de su familia aún después de casi 140 años. La profanación de la tumba del gran cacique ocurrió en noviembre de 1879, cuando las tropas del coronel Nicolás Levalle, como parte de la expedición militar de matanza y arrinconamiento de indios conocida como Campaña al Desierto llegaron a Chillhué para someter a Manuel Namuncurá y su gente, ofreciéndole un burdo tratado de paz a cambio de la rendición.

El cronista Estanislao Zeballos, en su libro "Episodios en los territorios del sur", relató con lujo de detalles aquel momento dramático y triste.

"El coronel Levalle tenía enfrente, pues, la tumba del gran potentado de la Pampa y del más famoso de sus generales modernos. Llamó a su inteligente hijo, el teniente D. Nicolás Levalle del 5 de infantería de línea, y le ordenó que fuera a remover el cementerio de Chili-hué a ver si daban con la sepultura de Callvucurá" narró el periodista, para agregar que "...después de los primeros esfuerzos, las palas que con facilidades aventaban las arenas, tropezaron con un hermoso tablón de algarrobo, toscamente trabajado. El obstáculo enardeció a los zapadores y el teniente Levalle entrevió un hallazgo famoso, en pos de aquel tablón. (...) Cavaron una vara más y tropezaron con despojos mortales, que pusieron al descubierto"

"Sobre la primera capa de tierra estaban los huesos secos de un caballo. Era el parejero de batalla del finado, que había sido enterrado con su amo en la misma sepultura. A la derecha y cerca de los huesos de la mano se veían dos espadas rotas. Con el cráneo del caballo relumbraban las cabezadas de plata que fueron recogidas en fragmentos. Entre las espadas había una dragona de oro, ya destruida; pero que hubo de ser muy rica. El finado vestía uniforme de general según las presillas de la blusa reducida a polvo. Los pantalones tuvieron una lujosa guarda de oro, que también se conservaba mal. Complementaban la mortaja unas botas de cuero de lobo, no menos deterioradas. A los pies se veía otro par de botas idéntico al que calzaba el finado; y formando un semicírculo unas veinte botellas de anís, caña, ginebra, aguardiente, pulcú o licor de manzanas, coñac y agua. Caballo, armas y bebidas: todo para el viaje de la otra vida, lo que revela que estos indios, como casi todos los indígenas, conservan una noción oscura de la inmortalidad del alma".

Zeballos completa la crónica advirtiendo que, en primera instancia, los profanadores no tuvieron certeza de haber dado con los huesos de Calfucurá, pero poco rato después el dato fue confirmado al revisar el cabezal del freno de plata que yacía con los restos del equino, en donde podía leerse grabado el nombre del antiguo jefe araucano.

Levalle se llevó, como trofeo, la calavera del difunto cacique. Seguramente había en su ánimo el maligno espíritu de la venganza contra aquel estratega indígena que tantas veces había sometido al polvo de la derrota a encumbrados jefes militares, y entre ellos nada menos que al general Mitre, que años antes había sido presidente de la Nación y por entonces era diputado nacional . Poco después Levalle hizo entrega del despojo mortal al propio Zeballos, quien lo llevó al Museo de Ciencias Naturales de La Plata, que dirigía Francisco Moreno.

La calavera de Calfucurá fue estudiada como cosa curiosa en el museo platense, donde seguramente le habrán tomado medidas y peso para comprobar si el conjunto de huesos craneanos que habían pertenecido al gran jefe de las pampas indias tenía alguna particularidad asombrosa. Entre fines del siglo 19 y el año 2002 estuvo expuesta al público en una vitrina, hasta que por imperio de la ley nacional 25.517 pasó a resguardo en un sector interno.

Esa norma establece que "los restos mortales de aborígenes, cualquiera fuera su característica étnica, que formen parte de museos y/o colecciones públicas o privadas, deberán ser puestos a disposición de los pueblos indígenas y/o comunidades de pertenencia que lo reclamen".

Hace varios años los legítimos descendientes de la llamada "dinastía de los Curá", familias de origen mapuche radicadas en distintos puntos de la región patagónica, iniciaron las conversaciones y trámites para cumplir con la justiciera restitución de los restos de Calfucurá a su tierra y al afecto de su gente.

Todavía falta la definición sobre el sitio, pero es muy probable que se concrete en la zona de Carhué, en cercanías de la laguna de Chillhue, posiblemente en el comienzo del próximo verano.

En tanto y al mismo tiempo se impone la recuperación de la memoria en torno a la figura emblemática de Calfucurá, y de todo lo que de ella se desprende en cuanto a la revisión de paradigmas que justificaron, a sangre y fuego, decisiones de los gobiernos liberales de fines del siglo 19.

Acciones que, bajo el subterfugio de "extender los beneficios de la civilización y superar la barbarie", tenían el inconfesado objetivo de generar una formidable operación inmobiliaria que comprendió la transferencia de unas 60 millones de hectáreas a manos de empresarios extranjeros y oligarcas argentinos, que a partir de estos beneficios amasaron inconmensurables fortunas.

Rescatarlo a Calfucurá del oscuro territorio del olvido es, también, una forma de reparar en parte las injusticias cometidas en el pasado, y las que aún hoy se cometen, en perjuicio de los herederos de tradiciones y cultura de origen mapuche-tehuelche.

Un paso importante, en ese sentido, es la convocatoria a una charla sobre el gran cacique y las circunstancias de su vida, con la participación del historiador Felipe Pigna, la socióloga Maristella Svampa y el investigador Guillermo David (citado en este artículo) y las canciones de la intérprete mapuche Beatriz Pichi Malén, prevista para el 17 de septiembre venidero en una de las salas del teatro San Martín de Buenos Aires.

Tal vez, en este tiempo, con invocaciones como las que ahora formulamos, Calfucurá deje de ser un desaparecido de la historia. (APP)