Opinión

Acerca de barcos, identidades, deconstrucciones y proyectos de país

Por Hernán Díaz Varela

Anteayer el presidente argentino Alberto Fernández, citando mal al gran poeta mexicano Octavio Paz dijo "Los mexicanos salieron de los indios, los brasileños salieron de la selva y nosotros los argentinos llegamos de los barcos que venían de Europa".

Y lo expresó al recibir al jefe del gobierno de España, Pedro Sánchez, en una conferencia de prensa conjunta. Los reproches a estas expresiones fueron instantáneos y explotaron en los medios y las redes sociales.

Una pequeña digresión al respecto:

Fue un tremendo error en un ámbito protocolar. Es innegable. Pero que las críticas más feroces provengan del arco opositor cuya política fue reprimir en connivencia con terratenientes, y asesinar por la espalda a miembros de comunidades indígenas es el colmo del cinismo.

Sumo a esto la hipocresía de quienes han hecho el kafkiano trámite de obtención de la ciudadanía comunitaria y el pasaporte europeo, amparándose en la nacionalidad de origen de sus abuelos inmigrantes y que, ante esta declaración de Fernández, se convirtieron en indignados militantes de la corrección política.

Pero lo cierto es que esta frase, enunciada por el presidente de la Argentina, un país latinoamericano que comparte una historia común de Conquista, saqueo y despojo con todos los demás países latinoamericanos -mal que les pese a muchos- cancela discursivamente la preexistencia y actualidad de al menos treinta y seis etnias indígenas reconocidas en nuestro territorio nacional, y el dato duro e irrebatible de que alrededor del 57 % de los argentinos y argentinas tienen ascendencia indígena.

Hace un tiempo escribí que el mejor momento político de Alberto en su primer año de gobierno no fue cuando renegoció la deuda que nos dejó el gobierno anterior con los bonistas privados sino cuando, a principios de noviembre del año pasado, acompañó a Evo Morales Ayma hasta la frontera con Bolivia, luego de haberle brindado el asilo político que le salvó la vida, a él y a su vice Álvaro García Linera, tras el cruento golpe de Estado en su país. Fueron Fernández y el presidente mexicano Andrés Manuel López Obrador -un criollo que mixtura aztecas y barcos- los únicos dos mandatarios latinoamericanos que tendieron una mano solidaria a un presidente derrocado por la violencia.

Pero anteayer Alberto transitó su peor momento político con esa frase colonial, pronunciada en tono coloquial en un contexto institucional.

Como frecuentemente me lo recuerda una querida amiga, uno puede ser cualquier cosa, menos Otro. Y Alberto habló desde su marco de referencia cultural, su habitus de clase, su historia personal y familiar. Un hombre blanco de apellido español, de sesenta y pico, porteño, abogado, de clase media acomodada, hijo de un juez y docente universitario, educado y formado mayormente en el siglo pasado. Coexisten en este sujeto, como tipo social, categorías de un paradigma ya perimido y otro emergente que pugna por consolidarse en estos tiempos en los que lo viejo no termina de morir y lo nuevo no termina de nacer.

Tomo otro ejemplo: Hace poco menos de dos semanas, en la muy extensa entrevista concedida a Pedro Rosemblat en la Quinta de Olivos, Alberto acuñó la simpática definición de que "Argentina es un país punk", embarrándola inmediatamente al utilizar un símil totalmente desacertado al comparar a la Argentina con "un alcohólico recuperado", una identificación completamente desafortunada en el marco de los actuales paradigmas de abordaje de este padecimiento crónico.

Hoy Alberto es el presidente legítimo de un país cuya Constitución reconoce, desde 1994, la preexistencia étnica y cultural de los pueblos indígenas -art. 75 inc. 17-, pero también, desde 1853 hasta la fecha, impone al gobierno federal la obligación de fomentar la inmigración europea (art. 25).

El escándalo provocado por la frase de Alberto, alimentado, promovido y sobreactuado por medios como La Nación, propiedad de la familia Mitre, descendientes directos del presidente unitario que siempre se refirió a los pueblos originarios encuadrándolos como "el problema del indio", motivó una primera respuesta del presidente a través de la red Twitter : "Se afirmó más de una vez que "los argentinos descendemos de los barcos". En la primera mitad del siglo XX recibimos a más de 5 millones de inmigrantes que convivieron con nuestros pueblos originarios. Es un orgullo nuestra diversidad."

Y una segunda hoy a la mañana: "Quería que fuera una frase (Zamba) que hable de nosotros. Y de esta tierra que amamos (Latinoamerica). Y es mezcla de todos. Litto Nebbia sintetiza mejor que yo el sentido real de mis palabras".

Insisto con un punto: el presidente tiene una probada vocación latinoamericanista y transita, como todas las personas de su generación con esa vocación, un proceso que, a la luz de las profundas transformaciones de fines del siglo pasado y lo que va de éste, exige a los sujetos una deconstrucción casi implosiva, a lo Warnes, para arrancar las rémoras de una impronta monocultural, normalizadora y civilizatoria de herencia sarmientina, replicada y consolidada en las prácticas hegemónicas de la mayoría de las instituciones educativas.

Es difícil este proceso de deconstrucción de la matriz colonial europeizante. Y no se transita linealmente. No es sencillo ni gratuito para nadie. Hay hiatos, diferencias que superar, debates que dar, heridas históricas que sanar y contradicciones que sintetizar pero sobre todo, nos exige un ejercicio cotidiano de alteridad, de reconocimiento de ese Otro distinto pero similar, de reflexión permanente acerca de la dolorosa realidad de nuestra Argentina mestiza, pluricultural y diversa.

Somos un Estado multicultural y plurinacional. Es un hecho y una realidad que emerge, que se problematiza en una frase presidencial que crispa y sacude, que nos interpela y convoca, una vez más, a esforzarnos por ser mejores.

"Editorial del 10-06-2021 del programa radial "Vasos Comunicantes", emitido por Fm del Valle de Trevelin