Patagonia

Kalewche, allende los mares de cualquier sintonía

Por Pablo Quintana*.

La mudez se asocia a menudo con la sordera, aunque lo cierto es que esta no influye en la capacidad de articular palabras de forma oral, dice Wikipedia. Así hemos quedado desde que Kalewche no está en el aire, como no pudiendo emitir palabras. Quizás producto de nuestra propia sordera frente a una realidad que nos agobia.

Su huella es, al igual que muchos de los llamados medios alternativos, la de un intento constante por visibilizar una mirada comprometida con la sociedad que la albergó, otorgándole voz a sectores y entidad a temáticas que no encuentran lugar en los otros canales de comunicación. Aquellos que están impregnados del circuito comercial que repiten, podríamos decir, la misma lógica. Mucho decir, poco pensar y menos actuar.

La radio comunitaria de Esquel marcó un antes y un después desde el momento mismo en que intentó plantear miradas disyuntivas a la agenda periodística que instalan los medios hegemónicos y que comercializan con la palabra.

Pero no sólo se empeñó en ser una alternativa a esa agenda, sino que también puso esmero en el tratamiento de los mismos temas que eran desarrollados por los medios privados y públicos. Rompió con esa lógica que indica que la información pasa sólo por la institucionalidad y, por ende, con esa misma razonabilidad, sólo cabe interpretar la realidad a través de esos términos políticos que impone el sistema reinante.

La radio comunitaria nos dijo que había otras formas de vislumbrar lo que pasa. Kalewche despejó la bruma y nos permitió conjeturar que más que atiborrarnos de información existía (y existe) una necesidad, primero, de comprender y, luego, de analizar lo que sucede.

Con esa mirada, la radio comunitaria concibió la comunicación como un derecho. Y desde esa perspectiva, que no fue sólo un estandarte que se enarboló, organizó sus pilares fundamentales en términos de construcción de audiencia. Los oyentes fueron protagonistas en un todo con el medio. Un entramado difícil de construir pero que fue real, auténtico en los hechos.

En un sistema de mercado que todo lo rige, es complejo ir contra sus orígenes. Un sistema que no admite rival y que proclama que fuera del mercado no hay salvación, sólo silencio. Sin embargo, como un hereje, la radio comunitaria defendió a viva voz la creencia de que la comunicación es un derecho. Comulgó entonces con estar en desacuerdo hacia las costumbres establecidas por ese sistema, donde la interacción de la oferta y demanda pareciera ser la única alquimia.

Porque como medio comunitario, entre sus pretensiones el proceso económico nunca estuvo por delante de su designio que, siempre lo fue, garantizar la multiplicidad de voces y, en especial -vale repetirlo una y otra vez-, la voz de aquellos que habitualmente no son tenidos en cuenta por el espectro privado comercial.

Hay un antes y un después desde que Kalewche navegó por la sintonía de Esquel. No sólo porque se convirtió en vanguardia entre los medios sino porque dentro de su propio imaginario rompió los límites que los medios ortodoxos imponen a la hora de elaborar temáticas y contenidos, formatos y participación ciudadana.

Kalewche intentó construir sentidos diferentes respecto a cómo entender esto de la información e intentó darle sentido de comunidad a la comunicación. Convirtió al vecino en protagonista. Se empecinó en comunicar a través de una pluralidad de voces que permitiera observar la realidad desde diferentes puntos de vista.

Si hasta intentó zanjar una barrera fundamental como lo es la analfabetización técnica en el manejo de una radio. Barreras que por cierto no sólo obstaculizan el derecho a la comunicación, sino que quitan el verdadero protagonismo a quienes pretender hacer uso de la palabra multiplicada.

Quienes tuvimos la fortuna de formar parte de ese sueño, que alguna vez fue realidad, pudimos disfrutar cada vez que surcamos los más diversos mares, las más diversas tempestades. Quizás por eso hoy, sin pretender pecar de petulantes, vemos a la comunicación mediática sin gobierno ni rumbo, a merced de las olas y del viento, como navegando a la deriva.

Quizás, como cuenta la propia leyenda del Caleuche, imaginamos a la radio comunitaria desapareciendo, sí, pero adoptando las más diversas formas. Ese mismo mito cuenta que su puerto final fue la Ciudad de los Césares, lugar maravilloso enclavado en algún punto de la Cordillera de Los Andes y donde sus residentes viven eternamente.

Lo cierto es que, así como cuenta la versión popular, ese barco recogió sus tripulantes que estaban muertos en las aguas y le dio una nueva vida a bordo, la Kalewche nos rescató de nuestras propias rutinas y formas de ver la realidad para una vez en su embarcación comprender que otra forma de comunicarnos libremente es posible. Ya nada será como entonces.

*Periodista, docente en contexto de encierro.

Fuente: Diario La Portada