Patagonia

Los fantasmas de la sequía en la isla de "Los boludos"

Por Alejandro Aguado.

LA BOMBARDEADA ISLA "DE LOS CHANCHOS O LOS BOLUDOS"

Con cierto pesar nos alejamos del oasis verdoso y húmedo que acabamos de visitar. Allí desagua en el extinto lago Colhue Huapi uno de los brazos del Falso Senguer, formando lagunas, arroyuelos, pastizales y juncales, habitados por ganado y una nutrida fauna autóctona. Dejamos atrás ese retazo de memoria viva de lo que alguna vez fue la totalidad del lago.

No encontramos la huella que fuimos abriendo circulando con el vehículo a campo traviesa para acceder al lugar. Avanzamos por una cresta pastosa que bordea un barranco que cae a pique sobre el lecho de una laguna seca (en realidad, antiguo lecho del lago). A tiempo me doy cuenta que vamos directo a otro barranco y nos desviamos hacia el norte en dirección a la isla de Los Chanchos, cuya silueta arbórea observamos a centenares de metros. Varios zanjones y arenales con mogotes nos impiden continuar. Desandamos lo recorrido. Reencontramos la huella inicial y retornamos al antiguo y fuera de uso casco original de la estancia. Es mediodía y el calor resulta sofocante. Nos sentamos a la sombra de una galería abierta que da al frente de la vivienda. Allí circula aire y reponemos fuerzas. Retornamos al vehículo y nos internamos campo traviesa por un pastizal que desembocaba en una laguna seca. Luego abrimos camino por las sinuosidades más planas que encontramos entre arenales, barrancos y matas. Finalmente accedemos al lecho seco y barrido por el viento de lo que fue el lago. El suelo está firme. Nos detenemos y, debido a los vestigios rocosos que se observan a simple vista en derredor, notamos que el área fue habitada desde miles de años atrás. Alarma percatamos que nos queda muy poca agua potable y tenemos toda la tarde por delante. Estamos obligados a racionarla, pese al calor abrazador. Alcanzamos un extremo de la isla de Los Chanchos o De los Boludos, que se sitúa a varios centenares de metros de la antigua costa oeste del lago. Es un banco de arena compacta, de entre dos y tres metros de alto respecto del lecho del lago, de unos 300 metros de largo por 50 de ancho. Estacionamos la camioneta bajo la sombra de unos árboles. Durante la primera mitad del siglo XX fue utilizada para criar chanchos, hasta que se volvieron salvajes y debieron matarlos. De allí su primer nombre. Décadas más tarde, vecinos de Sarmiento visitaban la isla navegando en botes o cayacs. Durante esas incursiones resultaba común que comenzara a soplar viento y arrastrara el agua hacia la costa contraria, la este. Debido a ello, los visitantes debían retornar a la costa hundiéndose en el lecho pantanoso, arrastrando las embarcaciones. Una experiencia agotadora, por la exigencia física de salir a pie de esa trampa fangosa. De esas experiencias, surgió el segundo nombre.

Conocí la isla en el año 2015, guiado por la madre de quien hoy nos permitió ingresar al campo. En esa ocasión llegamos desde el norte e ingresamos a su extremo sur, adentrándonos en un túnel formado por las frondosas copas de grandes árboles. El viento soplaba con furia y la arena que levantaba lastimaba los ojos. Debido a ello permanecimos poco tiempo. Seis años más tarde, aunque la fisonomía se asemeja, gran parte de los árboles se secaron y muchos de sus troncos y ramas se acumulan en el suelo. El viento socavó las márgenes oeste y norte, reduciendo su superficie. A su vez, trazó canaletas que la horadan a lo ancho. Hoy, por la arena suelta, la acumulación de ramas y raíces expuestas, resultaría imposible adentrarnos en la isla en vehículo. Pero la del clima no es la única agresión visible sufrida por la isla. En derredor abundan esquirlas de metal y puntas cónicas de cohetes estallados y diversas puntas de proyectiles, todas de gruesos calibres. Recuerdos de cuando los aviones Pucará la utilizaban como blanco, para prácticas de tiro.

El grosor de los troncos, su gran altura y la amplitud de sus copas, evidencia la longevidad del bosquecillo de sauces. Sentados a la sombra de sus copas el aire circula refrescante, lo que nos da cierto respiro. Con el agua potable casi agotada, me hidrato tomando mate. En quince minutos consumo el contenido de un termo. Una botellita de agua de 500 cm cúbicos queda para Gustavo. Se siente retornar las fuerzas y continuamos por el lecho del lago en dirección al sur. Intentamos acercarnos a la Isla del Mal Tiempo. Cada tanto nos detenemos a estudiar el entorno. Encontramos un obus de 155 milímetros, sin estallar. Mejor no tocarlo. Suponemos que no lo deben haber desactivado porque el agua lo ocultó durante décadas. El regimiento de Sarmiento tuvo una importante participación en la Guerra de Malvinas y estos vestigios pudieran remontarse a maniobras militares de aquellos tiempos.

En el andar esquivamos el suelo arenoso o donde el viento labra barranquitos. Pero las apariencias engañan y un pequeño zanjón cubierto de arena que en la superficie aparenta ser greda seca, encaja las ruedas traseras. Cavamos trazando una huella y la calzamos con piedras. Mala combinación el esfuerzo de cavar y caminar para recolectar piedras, bajo un sol que sofoca y quema hasta hacer doler. Al tercer intento zafamos y de a poco retornamos a las vecindades de la isla.

Tras conocer horas antes el oasis de agua y verdor que se despliega a unos centenares de metros, resulta lógico constatar en el recorrido que hacemos a pie, que la antigua abundancia de recursos naturales propició que la zona fuera habitada de forma ininterrumpida por humanos desde miles de años atrás. Las evidencias se nos cruzan a cada paso, las leemos dispersas por el paisaje. No son las que rastrean los "flecheros" por el sentido estético del objeto en sí, sino que son las desechadas, las que aportan información. 10 mil años atrás en el valle de Sarmiento se formó un único lago que tenía 60 metros más de altura que los actuales. Ocho mil años atrás, mientras bajaba el nivel del agua, se formó un delta que lo dividió en dos. Mil quinientos años atrás los dos lagos se estabilizaron adoptando la forma y cota de agua que registran los mapas actuales. Los vestigios que el viento sustrae al pasado se remontan como máximo a esos años. Del estudio de esos vestigios, se sabe qué herramientas y enseres fabricaban con piedra, cerámica u otros elementos no perecederos y cuáles eran sus funciones, qué comían o cuáles eran algunas de sus prácticas simbólicas estudiando el arte rupestre, grabados en cerámica, piedras o huesos, o los enterratorios, etc. Pero no mucho más que eso. ¿Qué quedó de la memoria de las vivencias, las historias de vida de aquellas generaciones y generaciones que allí residieron o frecuentaron el entorno del lago? Solo elementos que soportan el paso del tiempo. Miles de años de experiencias humanas resumidos en sus herramientas y enseres tallados en piedra.

Por su parte, la historia de la isla es parcialmente conocida por unos pocos, como lugar de cría de animales, no muy lejano en el tiempo espacio de esparcimiento o sitio de prácticas militares. Es decir, perduró parcialmente a través de la historia oral por parte de pobladores y vecinos desde hace un poco más de un siglo.

Si hoy nos asombran y nos parecen de otro mundo historias de cuarenta o cien años atrás, resulta inabarcable hacerse la imagen mental de generaciones que se sucedieron durante miles de años. Tantas voces acalladas, tantas historias diluidas en el tiempo. Tal vez, en un futuro, ni siquiera perdure la memoria que allí existió una isla que el viento disolvió dispersándola por el horizonte. Tal como ya sucedió con otras islas en la costa sureste, definitivamente disueltas. Este es un territorio poblado de recuerdos fantasmales, hechos de parajes, objetos y ausencias, de antiguos esplendores de abundancia. Hoy, el desierto con su comportamiento caprichoso, alternativamente los oculta, los expone o los diluye.

Nota: al lugar se accede solamente con el permiso de la propietaria del campo. Gracias a: Aldana Bermont.

Publicado en el muro de Facebook de Alejandro Aguado.