Pueblos originarios

Las plumas de choique, commodities estelares de los galeses

Por Adrián Moyano.

Fue iniciativa de los tehuelches establecer relaciones comerciales con las colonias del río Chubut, a pesar de los resquemores iniciales que abrigaban los europeos. La evolución de sus cuentas les dio la razón.

En la primera exportación que hiciera la colonia galesa del río Chubut hacia Carmen de Patagones y Buenos Aires, el principal artículo fueron las plumas de choique que, a su vez, los comerciantes galeses obtuvieron de su intercambio con los tehuelches, en particular, de los grupos que respondían al liderazgo del así llamado "cacique Antonio". Lejos de convertirse en un hecho puntual, la importancia del artículo fue creciente para los europeos recién llegados, hasta los momentos que siguieron a la Campaña al Desierto.

Según un estudioso de la historia de los colonos en la Patagonia, "si bien los galeses no parecían darse cuenta en un comienzo de la importancia que podía representar este trato, los indígenas sí trataron de iniciar el tráfico comercial desde un primer momento". La aseveración lleva la firma de Marcelo Gavirati, investigador y escritor, profundo conocedor de las tramas históricas chubutenses.

Al comienzo, los galeses abrigaron resquemores ante la presencia de los indígenas, cuya autodenominación era gününa küna. Según legó Abraham Matthews, "visitaban nuestras casas todos los días, mendigando comida y tratando de comerciar con nosotros las toscas mantas que fabricaban, plumas de avestruz, toda clase de pieles y a veces, caballos, yeguas, aperos de montar, monturas de su propia hechura o a veces españolas. Estaban acostumbrados a comerciar con los españoles de Patagones y en otra región del sur llamada Santa Cruz", consignó.

Por una carta de Antonio que data de fines de 1865, se sabe que los tehuelches interpretaron rápidamente de otra manera a la presencia de sus nuevos vecinos. "No tenga miedo de nosotros mi amigo, yo y mi gente nos sentimos contentos de verlos colonizar el Chupat, porque tendremos un lugar más cercano para comerciar, sin necesidad de ir a Patagonia (Carmen de Patagones), donde nos roban los caballos y donde los pulperos nos roban y engañan", expresó la autoridad gününa küna.

En efecto, el cacique vio un sinfín de oportunidades. "Si Uds. nos tratan bien, como los barcos (que arrimaban a la costa) tratan a los tehuelches y si sus comerciantes no nos engañan, siempre negociaremos con Uds. Nosotros vendemos plumas de esos avestruces llamados petisos, son mejores que las de los avestruces más grandes (...) también pieles de guanaco, y si ustedes desean, llevaremos además lana de guanaco; pero nuestro trabajo es hacer mantos de guanacos (quillangos)".

En forma casi didáctica, Antonio indicaba a sus interlocutores: "Los mercaderes los compran para venderlos luego a personas ricas que los usan como alfombras. Averigüe usted el precio de esos artículos de modo de poder pagarnos correctamente cuando vayamos en el invierno. Dígame en su carta qué clase de moneda están usando en el Chupat, si es papel moneda o de moneda de plata".

También insinuaba qué esperaba encontrar durante su visita. "Tampoco olvide de tener licor, yerba mate, azúcar, harina, pan, galleta, tabaco, ponchos, pañuelos, telas finas para las mujeres, porque ellas no tienen otra vestimenta excepto mantas. Fíjese que las cosas que compramos que sean buenas, pero sobre todo la yerba tiene que ser buena". El énfasis denota que para 1865, la afición por el mate ya estaba afianzada en Patagonia.

Completa el análisis de Gavirati que "además de los productos mencionados los indígenas aportaban caballos, carne (de guanaco o avestruz) y mantas; mientras que los galeses ofrecían manteca y leche". Finalmente, las cosas se dieron como preveía la jefatura tehuelche. "De acuerdo a lo expresado en la carta, al año siguiente (1866), el cacique Antonio visita la colonia y comercia con ella plumas de avestruz y quillangos, que son transportados para su venta en Patagones y Buenos Aires, según lo consigna el corresponsal del Standard, periódico de habla inglesa de Buenos Aires".

En aquella ocasión, nuestro colega anotó que a bordo del Denby habían llegado 100 libras de manteca y 1200 libras de plumas para la venta. "El cacique Antonio y 100 indios pasaron alrededor de un mes con los colonos e intercambiaron 3000 libras de plumas y quillangos", certificó el hombre de prensa. "Esta primera transacción también aparece recogida en el interrogatorio que el funcionario del Ministerio del Interior, Arenales, practica a los enviados de los colonos que habían ido a Buenos Aires para quejarse sobre su situación", añadió Gaviratti.

En el documento que resultó de esas entrevistas, "se hace referencia a las primeras exportaciones de la Colonia: en Patagones se colocan los primeros 46 kilos de manteca y 1.000 libras (460 kilos) de plumas de avestruz (choique en realidad), a unos 24 pesos", destacó el informe. Lejos de disminuir con el paso del tiempo, para 1881, el valor de las exportaciones de trigo (el 98 por ciento de la producción cerealera de los galeses) equivalió al de la exportación de plumas de choique. No solo de pan vivía el hombre, galés.

Cazar choiques no se limitaba a tener buena puntería

Los jinetes desplegaban una maniobra que tenía su complejidad para alcanzar más eficacia en sus expediciones. Las reglas de reparto también eran estrictas.

Las plumas de choique fueron mercadería sustantiva en el comercio entre los tehuelches del norte y las colonias galesas del río Chubut. En una segunda etapa del circuito comercial, se constituyeron en la exportación más significativa de la colonia hacia Carmen de Patagones y Buenos Aires. Pero, ¿cómo se hacían los indígenas de tan preciado artículo? ¿Bastaba con echarse a correr detrás de los animales y de tener buena puntería con las boleadoras?

Si bien George Musters interactuó con gente aonik enk, es decir, tehuelche del sur, la metodología de caza era similar a la que usaron sus parientes del norte, los que más frecuentemente comerciaron con las nacientes poblaciones galesas. El inglés legó una preciosa descripción en su "Vida entre los patagones. Un año de excursiones desde el estrecho de Magallanes hasta el río Negro (1869-1870)" (Ediciones Continente-2007).

A poco de andar con la partida que lideraba el célebre Casimiro, el marino observó que marchar y cazar eran asunto de todos los días para sus anfitriones y anfitrionas. "El orden de la marcha y el método de caza que constituyen la rutina diaria son como sigue: el cacique que tiene la dirección de la marcha y de la caza sale de su toldo al romper el día, a veces antes, y pronuncia una fuerte alocución describiendo el orden de la marcha, el sitio señalado para la cacería y el programa general; luego exhorta a los jóvenes a que vayan a apresar y a traer los caballos, y a que estén alertas y activos en la caza, y refuerza luego sus exhortaciones, ya concluyendo, con una jactanciosa relación de sus proezas cuando era joven".

Después de otros preparativos previo al arranque y "cuando la ‘oración del cacique' -que muy pocos escuchan- ha concluido, los hombres jóvenes y los muchachos enlazan y traen los caballos, y las mujeres ponen sobre el lomo de estos la almohadilla de cañas atadas con correas, las mantas y los ponchos de color que forman sus monturas; otras ajustan sus cintos sobre eso, o depositan a sus criaturas en cunas de mimbre, o enrollan las pieles que forman las cubiertas de los toldos y las colocan junto con los palos en los caballos de carga; lo último que hacen las mujeres es llenar de agua los barrilitos que se llevan en la marcha".

Antes de partir, los inminentes cazadores reunían a los caballos que no iban a usar y "después de dejarlos a cargo de sus mujeres e hijas, se retiran a un matorral vecino, donde se hace una fogata, se encienden pipas y se empieza la caza. Esta comienza de la siguiente manera: parten dos hombres y recorren al galope el contorno de un terreno que varía en proporción con el número de los de la partida, encendiendo fogatas de trecho en trecho para señalar su paso. Poco minutos después se despacha a otros dos, así sucesivamente, hasta que quedan unos cuantos y el cacique".

La maniobra tenía su complejidad. En un segundo momento, "estos se esparcen formando una media luna, y van estrechando y cerrando el círculo sobre un punto al que han llegado ya los que partieron primero. La media luna se apoya en la línea que forma la lenta caravana de mujeres, criaturas y caballos de carga. Los avestruces y las manadas de guanacos huyen de la partida que avanza, pero le cierran el paso los ojeadores, y cuando el círculo queda completamente cerrado se les ataca con bolas, persiguiendo muchas veces dos hombres el mismo animal por diferentes lados".

Había otros ingredientes. "Los perros ayudan también en la persecución, pero tan rápidos y diestros son los indios con la boleadora que, a menos que hayan perdido esta arma o que sus caballos estén cansados, los perros no tienen mucho que hacer", juzgó Musters, como buen hombre de armas, franco admirador de la destreza de sus compañeros.

Los aonik enk tenían un método claro para distribuir los resultados de la cacería. "La ley india de repartición de la caza evita toda disputa, y es esta: el hombre que bolea el avestruz deja que el otro que ha estado cazando con él se lleve la presa o se haga cargo de ella, y al terminar la cacería se hace el reparto. Las plumas, el cuerpo desde la cabeza hasta el esternón y una pierna, pertenecen al que lo cazó, y el resto, a su ayudante". Puede inferirse entonces que los mejores cazadores eran también los que más cantidad de plumas podían ofrecer a los primeros pulperos galeses.

Fuente: El Cordillerano