Patagonia

Muchachas graciles y dignas

El 17 de febrero se cumplen 100 años del suceso conocido como "las putas de San Julián", el día en que las cinco pupilas del prostíbulo "La Catalana" se negaron a acostarse con los soldados que habían fusilado a centenares de obreros huelguistas durante las Huelgas Patagónicas. Osvaldo Mondelo reflexiona acerca de ese acto heroico cargado de dignidad y persigue el recorrido de una de ellas por El Calafate.

Desde el Río Bravo del norte de México hasta los últimos poblados del fin del continente en el Estrecho de Magallanes, la palabra puta ha servido al vocabulario machista (sin distinción de genero) para insultar, descalificar, desautorizar, incapacitar y ofender a la mujer.

El epíteto (putta, chica de la calle en latín) se lo asociaba en los tiempos de los romanos con la prostitución, pero en la América Latina la palabra ha atravesado el escenario del burdel para transitar (con eufemismo o no) el universo de la cultura popular, el arte y la política.

Sí un jugador de fútbol juega mal dos domingos seguidos, la hinchada de su club le recuerda en cantos colectivos, (no precisamente gregorianos) la moral de su madre. Algo similar ocurrió siempre con los artistas que rompen moldes. En 1916 en Buenos Aires, la bailarina Isabella Duncan, debió soportar las ofensas de la sociedad pacata y conservadora de la Argentina que la calificada de libertina y pecadora por bailar en un cabaret, semidesnuda, envuelta en una bandera argentina el himno nacional.

En la segunda mitad de la década de los años cuarenta, la palabra tuvo una connotación política. El odio que despertaba Eva Perón en las clases dominantes, estaba reflejado en dos expresiones de la oposición autollamada democrática: "La Puta del General" y "Viva el cáncer".

La prostitución en nuestro país, moralmente condenada pero no eliminada, se extendió de los afrancesados naif clubes porteños hasta los prostibularios más pobres y lejanos de la Argentina profunda.

Estudio "Roil". Amelia Rodríguez (centro) y dos amigas. Rio Gallegos, 1935.

Fotógrafo: Walter Roil.

En la Patagonia, tierra con alta tasa de masculinidad y pocas mujeres, fueron muy famosos y concurridos. En cada pueblo costero había junto a los bares, las denominadas "casitas de alternancia", identificadas en el lenguaje popular con el vocablo afro-rioplatense de "Quilombos".

En 1920 el territorio de Santa Cruz se convierte en escenario de la puja obrera-patronal, entre los intereses económicos del latifundio ganadero y las reivindicaciones laborales de los peones rurales. En esos sucesos históricos trágicos conocidos como las Huelgas rurales Patagónicas, que investigara el periodista e historiador Osvaldo Bayer, ocurre un hecho notable que está relacionado precisamente con el oficio explotador más antiguo del mundo.

El propio Bayer lo describe en su documental obra. Cinco mujeres que trabajan en el lupanar de La Catalana, regenteado por Paulina Rovira, en Puerto San Julián, anoticiadas de los fusilamientos de los trabajadores rurales, se negaron al sometimiento del sexo con los oficiales y la soldadesca fusiladora. Con el insulto de "asesinos, los echan a escobazos".

En este episodio, ocurrido durante el gobierno de Hipólito Irigoyen se inauguró el terrorismo de estado y en su brutal represión, cientos de peones rurales en los primeros desaparecidos en tumbas masivas de la Argentina. El Ejército nacional perdió su dignidad, el latifundio celebró el disciplinamiento laboral, la Iglesia prefirió el silencio y las putas de San Julián recuperar en su gesto, la solidaridad de los humildes con los trabajadores.

Se cumplen este 17 de febrero, 100 años de aquel hecho y un colectivo social integrado por diversas organizaciones procura despertar conciencia, visibilizar y recuperar para la memoria histórica los nombres de aquellas mujeres valientes... Consuelo García, Ángela Fortunato, Amalia Rodríguez, María Juliache, Maud Foster y Paulina Rovira.

Una de ellas, de nacionalidad chilena, quince años después de las huelgas rurales, será autora de un emprendimiento deleitable para hombres en un paraje de Santa Cruz, que fue antesala de la tragedia obrera. Aquel lugar, del cual había sentido hablar durante su juventud volvía a travesar su vida.

El seis de marzo de 1935, Amalia Rodríguez es ahora una mujer con cuarenta años de edad, decide enviarle una nota al gobernador del territorio nacional, capitán de navío, Juan Manuel Gregores, el mismo que aplicó la Ley de Residencia al dirigente anarquista Antonio Soto, solicita establecer una casa de tolerancia en el paraje denominado "El Calafate".

Argumenta que el mencionado lugar abarca la inmensa zona de Lago Argentino: "que no existe en todos sus contornos casa análoga, pese a la numerosa población de solteros y que hay en Calafate un médico que permitiría la inspección facultativa para ese comercio".

El comisario del pueblo, Juan Zologa apoya entusiasta esta iniciativa y explica sus ventajas: "que es numerosa la población masculina existente en la zona, privada del natural esparcimiento sexual, por lo que es dable de observar aberraciones lamentables y desviaciones patológicas en la peonada."

Estima que una casa de tolerancia dentro de la natural discreción y en sitio apropiado será conveniente. Concluye afirmando que el tránsito de personas por la localidad "aumentará considerablemente y significará más énfasis del comercio local" y que consultado al efecto el doctor Francisco Aparicio, este expresó su conformidad.

El tres de junio de ese año, 1935, el gobierno territorial concede a Amalia Rodríguez, el permiso para habilitar la primera casa legal de tolerancia en Calafate.

Según el testimonio de algunos antiguos vecinos el quilombo más concurrido quedaba en lasinmediaciones del Hotel Piedra Grande, sobre la calle principal. En realidad, más que una calle de tierra, es una huella de carros que comunicaba el caserío disperso de Calafate con las estancias.

La fotografía de Amalia González (centro) con dos compañeras fue realizada en el estudio "Foto Roil" de Río Gallegos. Su autor, un exquisito retratista alemán, Walter Roil, llevaba una libreta diaria donde anotaba el nombre de las personas retratadas, el número de negativo y alguna "apostilla" para identificar al cliente fotografiado. Al retratar a Amalia y sus amigas, deslizó en lápiz la palabra: Gráciles.

La revisión de la historia, nos permite ahora agregar que aquella muchacha de San Julián, además de grácil fue una mujer digna.

Osvaldo L. Mondelo. Periodista Diplomado

Fuente: Cruel en el cartel