El país

Arlt y Evita, el encuentro de dos mitos en un bar del centro

Por Héctor Rodríguez*

Este texto le pertenece a un prolífico narrador de historias con memoria. En 1939 se cruzaron de manera fortuita el autor de El Juguete rabioso y la joven que buscaba hacerse su carrera como actriz y se transformó en bandera del peronismo, El dramaturgo César Tiempo fue testigo de aquel diálogo que ahora recupera Héctor Rodríguez, quien además agrega otro detalle que une a los dos personajes: la coincidencia en la fecha de sus muertes con diez años de diferencia (1942-1952).

"Yo era cronista teatral de un diario de la tarde. Caminando por la calle Corrientes me encontré con Roberto Arlt, sonriendo y hablando solo. Era pasada la medianoche. Entramos a tomar un café en el bar "La Terraza", y allí nos encontramos con dos actrices muy jóvenes, muy delgadas y muy pálidas. Una era Helena Zucotti y la otra María Eva Duarte. Arlt no las conocía, yo sí, pues habían venido a la redacción del teatro más de una vez en procura de un poco de publicidad.

En medio de la charla en que Arlt discurría fervorosamente sobre el inapropiado emplazamiento que a su juicio se le había dado a la estatua de Florencio Sánchez, sin quererlo manoteó bruscamente y volcó la taza de café con leche que estaba tomando la Zucotti, volcando su contenido sobre el vestido de la Duarte. Arlt exageró su consternación y con un gesto teatral se arrodilló ante la anónima actriz pidiéndole perdón. Evita se puso de pie y corrió hasta el baño a recomponerse. Cuando volvió tuvo un acceso de tos, como una de esas tiernas y dolorosas de Mürger. Pero sonreía, indulgente.

-Me voy a morir pronto -dijo sin dejar de sonreír y de toser.

-No te aflijás, pebeta -intervino Roberto Arlt, que tuteaba a todo el mundo-. Yo, que parezco un caballo, me voy a morir antes que vos.

-¿Te parece? -preguntó la actricilla con una inocencia que no excluía cierta malignidad.

-¿Cuánto querés apostar? -contestó Arlt.

No apostaron nada. Pero quiero anotar este dato curioso: Roberto Arlt falleció el 26 de julio de 1942. Y Eva Perón, la hermosa actricilla del episodio, diez años después, exactamente el 26 de julio de 1952."

El relato que aquí comparto pertenece a César Tiempo (seudónimo de Israel Zeitlin; había nacido en Ucrania, llegó al país de muy pequeño y fue tan porteño como el que más). Escribió esa crónica en su libro "Manos de obra" (Corregidor, 1980). Tiempo fue periodista, dramaturgo, novelista, crítico teatral, guionista de cine, miembro del Grupo Boedo y poeta. Un personaje extraordinario, lúcido y prolífico en lo suyo.

La historia narrada está ubicada en 1939. Arlt tenía en ese momento 39 años y acababa de conocer a quien sería su última esposa, Elisabeth Mary Shine.

María Eva Duarte tenía tan solo veinte y buscaba su destino como actriz. En diciembre de ese año llegaría a ser tapa de la revista Damas y Damitas. Aún restarían otros cuatro años para alcanzar las portadas de Antena y Radiolandia luciendo trajecito sastre, para luego convertirse definitivamente en una figura política de dimensiones impensadas e inalcanzables.

Tal como afirmo en el título que le puse a la columna, la "profecía" aún hoy resulta sorprendente porque se cumplió a rajatabla; además, por el convencimiento en la afirmación del autor de Los Siete Locos, y porque medió una década exacta entre una muerte y otra. Dos figuras populares surgidas del barro y el fondo de la historia, unidas por ese singular hilo invisible.

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Roberto Emilio Gofredo Arlt (así figuraba en su partida de bautismo), hijo de inmigrantes pobres y a quien su padre llegó a echar de su casa en su adolescencia, a esa altura del encuentro con Eva ya había publicado casi toda su obra, sus cuatro novelas, sus obras de teatro, cuentos y aquel sinfín de Aguafuertes no solo porteñas, que aún hoy siguen dando que hablar. Como escritor y periodista, fue capaz de construir en vida su propio mito, adelantándose a la tarea de los biógrafos.

Arlt falleció el 26 de julio de 1942 a las diez de la mañana de un domingo lluvioso, en una pensión de la calle Olazábal 2031, en el barrio de Belgrano, donde vivía con su mujer, embarazada. Murió de un ataque al corazón. El día anterior, tras salir del diario El Mundo, fue a votar y a participar de una asamblea como socio al Círculo de la Prensa. El propio César Tiempo fue quien dejó su testimonio sobre el encuentro de aquel sábado a la noche: "¡Cuidado con la tristeza! -le dijo Arlt mientras charlaban sobre la actualidad-, es un vicio."

Antes de tomar el tranvía para regresar a su casa, Arlt pasó por el Teatro del Pueblo (avenida Corrientes 1530, donde hoy está el Teatro San Martín); se quedó a presenciar una obra de Gógol.

Fue velado en el Círculo de la Prensa -Rodríguez Peña 80, en CABA-, el mismo edificio de tres pisos donde hoy funciona el Instituto Patria y donde tiene sus oficinas CFK.

El entierro fue en el Cementerio de Chacarita. Hubo una multitud a su alrededor. El diario El Mundo publicó una foto de ese momento. También apareció allí la última de sus columnas. Los diarios La Vanguardia y La Nación se hicieron eco de su repentina muerte.

Durante la mañana del martes 28, su esposa, junto a su suegra y a Mirta Arlt, su primera hija, retiraron las cenizas del cementerio. Arlt le había anticipado a su mujer, un año antes y por carta, desde Chile, que quería ser cremado. Al mes siguiente las tres mujeres fueron al Tigre en una lancha colectiva. Las acompañó Leónidas Barletta. En la confluencia de los ríos Capitán y Abra Vieja, como Arlt lo había indicado, esparcieron las cenizas cumpliendo con el pedido.

Tres meses más tarde, en el Sanatorio Anchorena, nacía su segundo hijo, Roberto. Roberto Arlt.

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La noche fría del sábado 26 de julio de 1952, el locutor oficial Jorge Furnot, con voz grave y apagada, cumplía por cadena nacional el "penosísimo deber de informar al pueblo de la República" que a las 20.25 de ese día había "fallecido la señora Eva Perón, Jefa espiritual de la Nación". El comunicado sería emitido cada 15 minutos. Todas las radios suspendieron sus programaciones y fueron reemplazadas por emisiones de música sacra. Daba comienzo en (casi) todo el país un largo duelo, embebido en una tristeza honda, inagotable.

Los funerales de Evita -los más masivos y extensos realizados para una mujer en toda la historia de Occidente- se extendieron durante 16 jornadas consecutivas donde todo fue dolor, luto y desesperanza.

Una muchedumbre huérfana, como jamás volvió a reunir la historia argentina, formó colas de más de 30 cuadras para ver a su líder por última vez, en silencio, rezando, llorando desconsolada, en medio de una lluvia de claveles, orquídeas y crisantemos arrojados desde los balcones.

Evita, figura irreemplazable, sobrevive a generaciones que la adoraron hasta sacralizarla; a quienes la invocan aún en su genuina rebeldía y a sus odiadores, que prohibieron su foto y su nombre. Eva sobrevive a su propia muerte, y es sinónimo de lucha y resistencia constantes para más de una generación. Porque siguen recogiendo su nombre y llevándolo como bandera a la victoria.

El mito más potente que haya parido nuestro país en toda su historia, a 70 años de su muerte, sigue tan vivo en la memoria de millones de argentinos como el primer día.

(*) Autor de Crónicas de la memoria