El mundo

Los jugadores de Irán se revelan en un Mundial con miedo

Por Francisco Cabezas

Quizá estos nombres no les digan mucho. Hasta ayer eran un puñado de jugadores iraníes, muchos de ellos anónimos, que trataban de ganarse la vida como futbolistas. Unos en Irán, los más afortunados en Europa. Pero Ali Beiranvand, Milad Mohammadi, Morteza Pouraliganji, Sadegh Moharrami, Roozbeh Cheshmi, Majid Hosseini, Ehsan Haji Safi, Karimi Ali, Ahmad Noorollahi, Alireza Jahanbakhsh y Mehdi Taremi asomaron sobre el césped del estadio Khalifa de Doha unidos y dispuestos a protagonizar un episodio histórico. No les pudo el miedo. Simplemente, demostraron que en estos tiempos, y en un escenario mundialista donde no había quien agachara la cabeza, donde nadie se atrevió a ponerse un simple brazalete multicolor que molestara a la perversa alianza entre Qatar y la FIFA, el orgullo puede imponerse a quien sea. Incluso a una teocracia como la de la República Islámica de Irán.

No hubo más que atender al gesto de los jugadores de Irán cuando comenzó a tronar su himno nacional. Todos ellos serios. Inmóviles. Algunos fijaban su mirada en el horizonte, otros no podían evitar que se perdiera por la grada. Porque allí, en uno de los extremos del estadio, los aficionados iraníes aprovecharon el momento para gritar. Para abuchear el himno. Entre las mujeres, casi todas sin velo, había quien bajaba los dedos pulgares. Otros aficionados cantaban el himno persa a pleno pulmón. «Todo esto lo estamos haciendo por Mahsa Amini. No queremos a este gobierno», decía uno de ellos a este periodista.

Se refería a la muerte bajo custodia policial de la joven de 22 años detenida por la policía de la moral iraní en Teherán por no llevar bien puesto el velo. Las protestas desembocaron en una implacable represión que aún dura. La ONG Iran Human Rights contabilizaba ayer la muerte de 378 personas, incluidos 47 menores de edad.

En la selección de Irán, en el momento de la verdad, no hubo disidencias. Todos los futbolistas, incluidos los del banquillo, siguieron a rajatabla lo decidido en la caseta. Sería su manera de protestar contra el régimen islámico de Ali Jamanei, el líder supremo, y Ebrahim Raisi, el presidente de la República. En ese banco aguardaba Sardar Azmoun, que jugó el último tramo. El futbolista del Bayer Leverkusen, una de las grandes referencias de la selección, llegó a ser amenazado con no ser convocado por mostrar su apoyo a las mujeres iraníes. «No puedo quedarme callado. Y si el castigo es ser expulsado de la selección nacional, es un pequeño precio a pagar por un solo mechón del pelo de una mujer iraní. Deberían avergonzarse por la facilidad con la que pueden asesinar a una persona. Larga vida a las mujeres iraníes», escribió antes del Mundial.

Quienes camparon por el césped no pudieron ya abstraerse de todo lo ocurrido. Fueron barridos por Inglaterra (6-2). No hubo más que ver cómo Mehdi Taremi, autor de los dos goles de los iraníes y que también venía de escribir mensajes en redes sociales contra la represión de su gobierno, reaccionaba ante sus tantos. Ni una ligera sonrisa. Sólo un profundo pesar.

Una vez acabado el partido, los futbolistas de Irán se quedaron en el centro del campo. Permanecieron unos minutos abrazados. Hablándose. Quizá dándose ánimos ante las consecuencias que podría acarrear un gesto de un profundo valor simbólico. Un desafío en toda regla a una República Islámica expuesta en el plató televisivo de Qatar, país con el que mantiene una alianza estratégica en la zona.

No sorprendió la postura del seleccionador de Irán, el portugués Carlos Queiroz. Por supuesto, no hubo crítica alguna al gobierno y a la federación que le paga. Y puso el foco sobre las presiones recibidas por sus jugadores. «No está bien venir a este Mundial y pedir a los futbolistas que hagan cosas que no son de su responsabilidad», aseguró el técnico.

El rotundo gesto de los jugadores iraníes contrastó con la facilidad con la que las siete selecciones que pretendían lucir el brazalete multicolor One Love en favor del colectivo LGTBIQ+ cedieron ante las amenazas de la FIFA, entregada desde el primer día a los designios de la autocracia de Qatar, y con el reglamento que impide integrar elementos no autorizados en la equipación como coartada. Las federaciones de Inglaterra, Gales, Bélgica, Dinamarca, Alemania, Países Bajos y Suiza se rindieron antes de comenzar. Todas ellas firmaron un comunicado conjunto la mañana de este lunes asumiendo que no querían exponer a sus jugadores a una sanción disciplinaria (pasaba por que el capitán que llevara la cinta fuera amonestado con una tarjeta amarilla).

La ex futbolista británica y reportera de la BBC Alex Scott no dudó en anudarse el brazalete arcoíris en plena retransmisión. Los jugadores de la selección de los Three Lions, en cambio, no alzaron la voz. En su tímida réplica, se pusieron de rodillas antes del inicio del partido contra Irán en ese gesto popularizado en su día por el movimiento Black Lives Matter. Y Harry Kane, el capitán inglés, lució la cinta ingeniada por la FIFA a la desesperada, con el lema «No discrimination». «Dicha decisión está en consonancia con el artículo 13.8.1 del Reglamento de Equipamiento de la FIFA, que estipula que, en las fases finales, el capitán de cada equipo llevará el brazalete que suministre la FIFA», comunicó sin rubor el máximo organismo internacional.

La Federación Española presidida por Luis Rubiales, por cierto, siempre tuvo claro que nunca portaría un brazalete que pudiera comportar cualquier tipo de sanción, y que llevaría la cinta que le proporcionara la FIFA.

Este Mundial en el que el miedo y el balón debían imponerse a la cordura, la selección de Irán opuso el silencio. La valentía. Y el orgullo.

Fuente: El Mundo