Patagonia

El chico de Rada Tilly que alternó con los campeones del mundo y fue elogiado en Inglaterra

Por Roberto Parrottino

Tomás Conechny es un niño que juega a la pelota con la familia, con tíos y primos en la playa de Rada Tilly, provincia de Chubut. Hasta que lo observa un padre de la Comisión de Actividades Infantiles, de la CAI, y lo invita a jugar. «Ahí -dice- empecé a meterme en el círculo». A los 13 viaja a Mar del Plata a un torneo con la CAI. Es de chicos de hasta 15 años. La rompe. Humberto Grondona, que trabaja en la AFA, lo detecta y, al año siguiente, lo cita a la Sub 15. Conechny ni siquiera sabía que existían las selecciones juveniles. En un torneo en México, la rompe. Y recibe una invitación del Liverpool. Entrena con Trent Alexander-Arnold, también categoría 98. Amistosos. Pasa tardes con su padre en la casa de Coutinho. Pero no es comunitario y se vuelve. Lo ficha San Lorenzo, aunque vive más días en el predio de la AFA que en el club. Juega el Mundial Sub 17 2015. N° 10 y capitán. Es el «pichón de crack», elegido por The Guardian entre los 50 mejores juveniles del mundo. Es compañero en las selecciones de Juan Foyth, Cuti Romero, Nahuel Molina, Gonzalo Montiel, Exequiel Palacios y Lisandro y Lautaro Martínez. Juega el Mundial Sub 20 2017. Pero, en su interior, ya anida un sonajero que le rebota: que le impide jugar como en la playa.

A los 24 años, en el verano de 2023, Tomás Conechny hace la pretemporada con Godoy Cruz de Mendoza, en su vuelta a la Primera División del fútbol argentino después de haber jugado apenas 450 minutos en 14 partidos en San Lorenzo y de emigrar a los Portland Timbers de la MLS en 2018. Tras seis meses en Maldonado de Uruguay, volvió a romperla el año pasado en Almagro, que alcanzó el Reducido en el Nacional: cuatro goles y cinco pases-gol en 36 partidos. Nunca antes, en su trayectoria como profesional, había sido tan regular: había afilado su zurda, encarado sin prejuicios, puesto su técnica al servicio del resto.

-¿Qué es el fútbol?

-Hoy es la motivación y la felicidad más grande que tengo. Me costó entenderlo de chico y lo disfruto a pleno. Tiene cosas fantásticas, no tiene precio. De chico me costó entender que es un disfrute, un deporte. Me ponía muchas presiones porque había andado muy bien, y me jugaban en contra a la hora de tomar decisiones. Madurar y entender que tenía que disfrutar lo que hacía era el camino.

-¿Te formó más la selección?

-Era como que jugaba en la selección. Lunes, martes y miércoles en el predio de Ezeiza, y jueves y viernes en San Lorenzo. Así varios años. En ese momento no te das cuenta, pero después extrañás la mentalidad ganadora, la camiseta, cantar el himno. Era constante y la selección no es algo constante, requiere muchos buenos rendimientos. Con Pala jugué en la Sub 15, 17 y 20. Pasó mucho tiempo, cada uno hizo su camino. Es un orgullo cómo nos representan. La vida los puso ahí y por algo será. Nos dieron una alegría muy grande.

-«Si hubiera debutado con más edad hubiera explotado el jugador que soy. Era muy chico y tenía muchas presiones», dijiste.

-Analizando el pasado, me hubiera servido, pero son circunstancias que no se pueden manejar. Eran presiones internas, de demostrarles a todos cómo jugaba. Me las ponía sólo. Si disfrutaba quizás hubiera sido mejor. El fútbol es bravo, muy mental. Lo fui trabajando con las experiencias vividas, en cada club, sacando conclusiones. Me hubiera gustado debutar con una madurez más cerebral para que sea mejor. El fútbol es tomar buenas decisiones adentro de la cancha. Algunos maduran más rápido, otros más tarde. Hoy soy un chico maduro.

-¿Y antes?

-Siempre mantuve una línea, pero ahora me cuido el triple, lo hago para sentirme diez puntos en la cancha, sin especular, porque sé qué puedo dar. Antes quizá no me cuidaba tanto. Ahora sé que tengo que estar fino, me mido, me peso, está instalado ese profesionalismo. En Portland Timbers aprendí de mis compañeros. Valeri, Seba Blanco. Compartir con ellos, cómo se entrenaban, cómo se cuidaban. Me hicieron dar cuenta de lo que quería para mi futuro. «Qué bien estos locos, cómo se matan». Jugaban todos los partidos del año, y eso requiere una conducta.

-¿Con qué fútbol argentino te reencontraste?

-Me tocó aceptar otras realidades, y entenderlas. Las faltantes. En Argentina a veces son muchas más. De chico siempre tuve todo, en San Lorenzo, la selección, en Estados Unidos. Son boludeces. Pero te sirven para darte cuenta de las ganas de los chicos que vienen de abajo, que lo que logré no es menor, que no hay que dejarlo tirado. Tener todo a veces te juega en contra porque no conocés otras realidades. Siempre estuve cómodo. Entonces salir un poco de esa zona de confort me hizo apreciar y disfrutar un poco más. Todo es un aprendizaje. Llegar a Almagro me hizo hacer un click mental, más por tener a mi familia cerca, que me vean jugar. Me motivó a sobreponerme, a volver a ser lo que era, a jugar todos los fines de semana para poder estar contento y tranquilo.

-¿Cómo fue ese «click mental»?

-A fines de 2021, en Maldonado de Uruguay, me di cuenta por qué no estaba jugando, y llegué a Almagro con la cabeza cambiada. Lo afronté con otra mentalidad. Tomé fuerza, envión. Cuando disfrutás, todo acompaña. Cuando jugás con alegría, las cosas van solas. El fútbol me molestaba porque sabía que no podía estar adentro de la cancha todos los fines de semana. El jugador quiere jugar. Antes no tenía esa certeza, sabía que no jugaba. Ahora trabajo, me mato para jugar. Ya está, no me interesa otra cosa que jugar y disfrutar. Es un relanzamiento, una oportunidad linda. Me puse en mente disfrutar, levantarme contento para ir a entrenar y jugar todos los fines de semana. Somos privilegiados.

-¿Sufriste mucho el fútbol?

-Lo sufrí porque me ponía presiones muy internas. Me hacían mal. Y no poder canalizarlas y llevarlas hacia algo bueno, guardármelas, era malo. Hoy lo puedo expresar de otra manera, y si me pasa de vuelta, pedir ayuda, hablar con alguien. No disfrutaba jugar. Tuve charlas con psicólogos, con coaching, que me ayudaron a darme cuenta de lo que me pasaba en ese momento. No me da pudor, ya no pienso que es quedar como un boludo. Es algo lindo de la madurez. Los jugadores parece que somos robots, pero somos personas. Me pasó de chico, lo supe entender, analizarme. Era que me escuchen. Antes no podía hablar, o no quería. En Almagro tuvimos un coaching. Me dijo dos cositas que me cambiaron la cabeza. Encontré la persona que te dice dos palabras justas, claves, y te hace abrir los ojos. No son muchas las personas que entienden lo que te pasa. Y te cambia todo. Estoy muy agradecido con Almagro, que me abrió las puertas, me dio confianza y me hizo sentir importante, que era lo que buscaba. Le voy a estar agradecido de por vida. Y ahora fue a jugar mi hermano Renzo. Van a tener un Conechny para rato...

-¿Cómo maduró tu juego?

-Cada vez que entrás a la cancha es una lección. Y hacés tu característica de juego a medida que pasa el tiempo. Te das cuenta de cómo parar la pelota, dónde posicionarte mejor perfilado, dónde sacar ventajas. Siempre había jugado de 9 en las inferiores hasta que en la Sub 20 empecé a jugar de extremo. En San Lorenzo nunca jugué en mi posición. Me ponían más de extremo, y a hacer cosas que no me acostumbré nunca. Y volver a jugar de 9 en Almagro me hizo sentir muy cómodo. En Almagro encontré a un técnico (Norberto Paparatto) que me entendió cómo me gusta jugar, que me apoyó. Ahora le agregué la entrega, correr todas las pelotas, ir a chocar, eso que contagia al equipo.

Conechny, como sus compañeros en las selecciones juveniles, también fue campeón en Qatar. En 2014, un equipo de las categorías 97 y 98 de San Lorenzo se consagró en el TriSeries, un torneo de la Academia Aspire en Doha. «No había nada, recién arrancaba a ser lo que fue en el Mundial».

-«Soy feliz con tan poco...», escribiste una vez en Twitter. ¿Con qué?

-Con entrar a la cancha y jugar al fútbol. Así de simple.