Cultura

Lecturas/Werken. Mensajero - Margarita y los bandoleros en El Mirador

Mauro Millán y Hernán Schiaffini son los autores de "Pangui ñi pünon. Las huellas del puma", libro publicado por Ediciones Espacio Hudson (espaciohudson.com). Millán refiere en la introducción de la obra que "Estos escritos son búsquedas. No sabemos cuándo empezaron, y tampoco si van a terminar. Sus protagonistas recorrieron varios caminos y a veces se repitieron las mismas preguntas. Otras veces, sin que ellos mismos lo supieran, sus historias se complementaban y las cosas que unos aprendieron como al pasar eran las respuestas que otros buscaban desesperadamente" y remarca que "Esto no hace más que hablarnos del carácter eminentemente colectivo de todo conocimiento: es verdad que nadie puede saberlo todo, pero también que todos sabemos algo. Y tal vez las búsquedas no sean otra cosa que intentos por hilar, por conectar, ese alguito que todos sabemos acerca de cualquier cosa".

Por Mauro Millán * & Hernán Schiaffini **

Los bandoleros ya habían matado a un par de turcos, o sirio-libaneses. Algunos les tenían miedo porque los asociaban con el despojo y el asesinato de pobladores, otros les tenían simpatía porque decían que no era gente mala.

Margarita vivía con su hijito, Ceferino Neculqueo, que era un bebé, en la casa heredada de su difunto esposo. Era muy chiquita, jovencita, pero evidentemente ya madurada por la propia vida. Estaba a veces su mamá, o su papá, que la ayudaban. Pero cada uno tenía que hacer sus cosas para sobrevivir y Margarita pasaba buena parte del año sola con su hijo.

Margarita conocía el ladrido de sus perros y podía distinguir cuándo le ladraban a una liebre, a un caballo o una vaca, cuándo a una persona conocida y cuándo a gente no conocida.

En particular Margarita le tenía afecto a werken, perrito inquieto que le habían regalado unos vecinos, a quienes les resultaba molesto por lo alerta y ladrador que era. Margarita le había puesto ese nombre porque el animal le avisaba todo el tiempo quién venía y desde dónde. Le tenía mucho cariño y comprobaba que werken era bastante más astuto que los otros perros, y había desarrollado ese idioma en que el tono del ladrido del perro le decía quién venía y por dónde. El perro creció y la acompañaba a buscar las ovejas, cazaba liebres y resultaba, además de compañía, una provechosa herramienta para ella y Ceferino.

Una noche, como a las tres de la mañana, la despertaron los ladridos de werken. Entre sueños oía los gritos del perro y calculó el tipo de ladrido, la dirección, la frecuencia. Lo primero que le vino a la mente es que podían ser los bandoleros.

Dudó un momento. Interiormente no creía que los bandoleros fueran malos, o peligrosos, pero había escuchado demasiadas cosas. Cuando vio al hijo que se revolvía entre sus mantas se decidió. Tomó pan, un pedazo de charque y pilchas y salió con Ceferino sierra arriba, para instalarse en la casa de piedra.

Antes se llevó a werken, para que no la delatase. Tuvo que atarle el hocico para que no hiciera ruido y así quedó el hocico de werken, atado casi todo el tiempo. Sólo se lo liberaban para que comiera algo y tomara un trago de agua. Así los tres subieron.

La casa de piedra no era una casa, sino el alero de una pared de roca. No muy profundo por cierto, pero sí bien resguardado del viento, desde donde que podía verse buena parte del valle de El Mirador. Caminando un poco hacia el filo de la sierra se distinguía, diminuta, su casita allá abajo, o mas bien el techo de su casita y los corrales de las chivas, vacíos porque las había soltado antes de subir. Margarita se preparó para pasar allí una temporada que no sabía cuánto podía durar.

Apenas amaneció pudo ver que salía humo de la chimenea de su casa. También pudo ver una mujer con una cabellera rubia, muy rubia ("el pelo le amarillaba", recordaría Margarita muchos años más tarde) y a varios de sus compañeros, que eran todos winkas, gringos, y entraban y salían de su casa. Así pasó un día y luego otro y otro más. El charque y el pan se le acabaron.

Salieron con Ceferino y werken a ver qué podían cazar. Llevó al perro atado varios kilómetros sierra adentro, para que no la delatara con los ladridos ni se le ocurriera bajar a la casa, y ahí lo pudo soltar. Atraparon varias ardillas del lugar, werken era experto para eso. Pero entraba entrando ya el invierno y los inviernos en esa época eran tremendos. Ya llevaba una semana en la casa de piedra y su situación se hizo insostenible.

Tomó coraje y decidió bajar al rancho. Cargó a Ceferino y liberó el hocico de werken, que descendió corriendo y gritando. Pero cuando se asomó al filo del cerro vio que ya no salía humo de la chimenea. Comenzó a bajar y al llegar al punto en que la sierra permitía ver la huella cercana a la casa, descubrió que la mujer rubia y los jinetes que la acompañaban se alejaban.

Suspiró aliviada, por un lado, y unos metros más adelante ya la asaltó la preocupación de en qué condiciones habría quedado su casa. Imaginó el desorden y el destrozo y rogó que no hubieran dañado una parte del techo que estaba floja. Pero al llegar se sorprendió. Estaba todo muy limpio, más limpio incluso de cómo lo había dejado ella. Habían puesto la mesa en el centro de la habitación y en el centro de la mesa una nota. Después supo que era una nota de agradecimiento. Debajo del papel, cayeron unos billetes. Los bandoleros se habían comido su comida, pero se la dejaron pagada.

*Mauro Millán (El Maitén, Chubut, 1970) es un destacado líder mapuche -actualmente lonko de la comunidad Pillan Mawiza-, escritor y platero. Sus abuelos paternos Marín Millán y Celmira Prafil integraron la comunidad Ancalao y sus abuelos maternos -Jacinto Ramirez Meli y Margarita Burgos Chankeo- la comunidad El Mirador en Cushamen. A inicos de los 90' fundó con su hermana Moira la Organización de Comunidades Mapuche y Tehuelche 11 de Octubre, que lideró procesos de recuperación y defensa de territorios expropiados por el Estado, terratenientes y empresas multinacionales. Desde 2000 coordinó Parlamentos Autónomos del Pueblo Mapuche (Trawun), promoviendo la autodeterminación de las comunidades y su organización solidaria. En 2008 fundó la radio comunitaria mapuche Petu Mogeleiñ (El Maitén).

**Hernán Schiaffini (Buenos Aires, 1980) reside en Esquel desde 1996. Estudió Antropología en la UBA y actualmente es investigador del CONICET. Hace varios años se dedica a temas vinculados al mundo rural patagónico. Pangui ñi Pünon surgió como proyecto conjunto en El Maitén, a principios de 2011.