Cultura

Lecturas/Cristian Aliaga: "cultivo una ironía persistente; la poesía está siempre contra el poder"

Entrevista de Claudio LoMenzo y Javier Magistris *

"Los más jóvenes, que tienen un rechazo fuerte por todo lo institucional, son muy exigentes a la hora de confiar. Generar espacios para ellos no es un deber institucional ni formal, es un compromiso poético. La poesía y lo que se mueve a su alrededor no pueden tener un grado tan alto de mezquindad, como suele verse. La poesía no son las Olimpíadas", asegura Cristian Aliaga.

"Yo cultivo una forma de resistencia que rechaza todo comité central y prefiere la idea de células independientes, autónomas, diversas, incluso discrepantes entre sí", agrega.

Cuando los conocimos personalmente, ustedes cinco (los entrevistadores se refieren, además de Aliaga, a Raúl Artola, Gerardo Burton, Raúl Mansilla y Jorge Spindola), eran una referencia de la nueva poesía que se escribía en distintas ciudades de la Patagonia ¿En qué condiciones sociales, políticas y poéticas de la región se produjo esa aparición? ¿Cambió ese escenario posteriormente? ¿Qué descripción y evaluación hacen del contexto en el cual se produce su escritura actualmente?

En mi caso, la escritura comenzó en plena dictadura. Estaba aislado, muy solo, más allá de la geografía. Con los verdaderos maestros presos, desaparecidos o exiliados (adentro o afuera), conocí a Víctor Redondo y a Raúl Artola entre 1981 y 1982, lo que fue muy importante para mí. Con Raúl y Debrik Ankudovich nos cruzamos en un "encuentro de escritores", en Madryn, que sintetizaba el espíritu provinciano y represor de la Patagonia de entonces. Centenares -no exagero- de presuntos escritores, mucho cordero y milicos por todas partes. Terminó con empujones y peleas, pero de ahí salió "poesía a la calle", una movida que agitó aguas dormidas, y Debrik llevó más lejos que nadie. La literatura "visible" en esa época era impresentable.

Lo que salía en los suplementos y publicaciones empezó a cambiar en el '81. Lejos de cualquier idea "fundacional" o cosa que se le parezca, creo que mi poesía forma parte de la movida -no sólo poética- que empezó ahí. En estos años creció en diversidad -hay muchos y buenos poetas-, sin ninguna hegemonía o "centro". Me gusta decir que la poesía del sur tiene muchas células y ningún jefe o comité central, de ningún ismo. El contexto sigue siendo, de todas maneras, hostil, aunque tenemos vasos comunicantes en todas direcciones.

A pesar de las distancias los poetas patagónicos mantienen una actividad bastante frecuente e intensa y contactos entre sí. ¿A qué creen que se debe esto? Creo que ese vínculo nace de la necesidad de asociarnos para resistir y para rechazar lo que pasaba -y sigue pasando, en buena medida- en nuestros pueblos, mucho más oscuros en la dictadura pero grisáceos también ahora.

Uno no se asocia con cualquiera, está claro. Yo cultivo -o creo hacerlo- una forma de resistencia que rechaza todo comité central y prefiere la idea de células independientes, autónomas, diversas, incluso discrepantes entre sí. A partir de eso, mis vínculos son personales, lejos de cualquier escuela o estética coincidente. Mis relaciones de larga duración con Juan Carlos Moisés -con pasos fugaces por Sarmiento sólo para verlo-, Andrés Cursaro -mi hermano y único interlocutor en Comodoro durante años-, Debrik Ankudovich -un tipo impecable y cercano más allá de su silencio maniático y respetable-, Ariel Williams y Martín Pérez, han sido centrales para mí, personal y poéticamente, si consideramos la fraternidad como esencial para la verdadera poesía. Como dije, fue esencial conocer muy pronto a Artola, Ankudovich y Fernández Gil, pero también a Mansilla, Burton y Nin Bernardello.

Esa misma circunstancia de la distancia me lleva a preguntarles ¿cómo ven la relación de la poesía patagónica, de ustedes en particular, con la poesía y los poetas de otras regiones del país?

La búsqueda de horizonte es un resultado, una exacerbación, del lugar en que vivimos. Y la búsqueda de referentes y cómplices también. De allí nacen relaciones, en mi caso, transversales, cruces de miradas. He escapado siempre de quienes hablan del interior -está esa broma de Tizón: ¿los porteños son del exterior? - y de poetas patagónicos, australes o de cualquier sitio. De hecho, me produce temor e incomodidad pensar que esta entrevista se da sólo porque vivo en la Patagonia, ja ja. No me importa de dónde carajo viene la buena poesía. He ido armando vasos comunicantes de amistad, con Redondo, Diana Bellessi, Irene Gruss, Arturo Carrera, Alicia Genovese, Jorge Boccanera, Osvaldo Aguirre, Concepción Bertone, Javier Cófreces y un circuito de poetas con los que hablo y discuto y busco "otra cosa". A partir de la admiración, me hice amigo de dos grandes salvajes: Francisco Madariaga y Juan Carlos Bustriazo Ortiz, de los que aprendí mucho y fueron una inspiración. Me unen el activismo, la agitación y los proyectos a poetas de todo el país, norte, sur, litoral, etc; pero también de países latinoamericanos, frica subsahariana, España y Gran Bretaña.

Debrik Ankudovich, Eduardo Palma, la revista Coiron son nombres de una referencia cultural. ¿Cuáles son los que permiten analizar hoy la circulación y discusión poética? Pensando en el lector de otras zonas del país ¿quiénes son hoy nombres necesarios para leer de la poesía patagónica?

Ankudovich es un tipo de culto, no sólo por su <Veneno para hormigas>, sus performances extraordinarias o <Poesía a la calle>, sino por su ética absoluta y su desprecio por cualquier reconocimiento. Mi respeto por él es infinito, a pesar de que conociéndonos desde los 20 o 21 años hemos pasado largos períodos puteándonos o sin hablarnos. No me pasó lo mismo con Coirón ni con Eduardo Palma. Tal vez porque en aquellos tiempos en que yo vivía asfixiado en Roca (Río Negro), en permanente batalla con todo un establishment espantoso, veía a esa movida de Neuquén -tal vez con algo de injusticia, no sé- como parte de lo "institucional" y "canonizante" desde la nada, que necesitaba combatir.

Mis vínculos profundos con Neuquén se hicieron con Mansilla y sus Celebrios, Burton, Macky Corvalán y la querida Irma Cuña, que para mí son referentes auténticos. En mis afinidades va mi rechazo a toda idea "fundacional" o "pionera", creo que ya lo dije. Me jode esa visión. Lo mejor que puedo decir es que hay mucha poesía excelente para leer, surgida de aquello que llamamos Patagonia y que a mi juicio incluye La Pampa. La lista va a ser incompleta, pero Bustriazo Ortiz, Cuña, Ankudovich, Mansilla, Corbalán, Costa, Moisés, Artola, Bernardello, Burton, Cursaro, Williams, M. Pérez, Spíndola, Fritz, son imprescindibles. Y agrego a los que vienen a matacaballos, degollando presuntos canónicos, sin nombrarlos uno por uno: los 37 poetas que incluí en <Desorbitados. Poetas novísimos del sur de Argentina>, libro algo monstruoso que compilé para el FNA en 2009.

¿Coinciden con lo que dice Mansilla sobre que las nuevas tecnologías vienen a ofrecer una nueva y eficaz forma de circulación de los textos?

Seguro que la era digital abre otras vías. Creo, de todas maneras, como dice Gubern, que la web es un mundo tan caótico como el otro, con dos autopistas centrales: el sexo y la timba. De ahí salen infinitas callecitas, cortadas, sendas de tierra, que conectan a excéntricos de todo el mundo. Una de esas callecitas, no tan iluminada, está recorrida por la poesía. Igual, aún en una era así, tan facebook o twitter, me interesan los proyectos cara a cara, la idea de poner el cuerpo. Por ejemplo, trabajo en la idea de mixturar poesía y rock, y de sacar a la poesía de sus escenarios frecuentemente chatos, aburridos, cerrados. Es una obsesión que tengo, me aterra esa situación que viví tantas veces: una mesa, un escenario mortecino, unos espectadores interesados pero aburridos; en fin. En cambio, me inspiran aquellas lecturas vibrantes de Coco Madariaga o Bayley, o las cuasi performances que hacía Bustriazo Ortiz, entre la peña y Allen Ginsberg.

Yo cultivo algo así como una ironía persistente, que implica un descentramiento, un distanciamiento también, una manera de resistencia. La Patagonia, como Oriente, fue construida simbólicamente por europeos, desde el comienzo, y -como digo irónicamente- quien más quien menos tiene su frasecita sobre el lugar y su significación, desde Chatwin hasta Theroux, generalmente romantizante o despectiva. Mi mirada periférica es también una parodia de la idea de "centro", de las imposiciones del canon, y del sometimiento a esa mirada imperial, superior, admonitoria, paternalista, que suelen propinarnos desde que llegó Magallanes. Y eso no cambia radicalmente con internet ni con nada.

Dejando de lado la cuestión geográfica, creo que se trata de una toma de posición desde el margen que reivindica la idea del mal salvaje, el devorador, el antropófago (Oswald de Andrade dixit) que se apropia de la cultura del mundo (Haroldo de Campos habla de los "bárbaros alejandrinos") y la digiere a su manera dando lugar a otra cosa, en contraposición y desprecio al buen salvaje, obediente, manso, repetidor.

La escasez de difusión poética que existe según Burton, ¿tendrá una mejora en términos de la implementación de la nueva Ley de medios, si se concreta, según la opinión de ustedes?

La nueva ley de medios podría traer alguna mejora en la diversidad y en la ampliación de voces alternativas pero no cambiará las lógicas de circulación, precarias, de la poesía. Pienso que la poesía es un perro verde, al tiempo que un producto cultural sofisticado. En su ajenidad del mercado radica precisamente su interés último, su poder más precioso. Lo dijo impecablemente Guillermo Boido: la poesía no se vende porque la poesía no se vende. El mercado se ocupa de todos y de todo aquello que tiene un rédito, que tiene un objetivo material, que acumula poder. La poesía no: la poesía está en contra del poder. Me lo digo a mí mismo, siempre, como un mantra. El poeta está contra el poder, o ya dejó de ser un poeta. Esto va más allá de cualquier ideología. Me gusta lo que decía Dalton, "frente a la burguesía, el poeta sólo puede ser un payaso o un enemigo". No por nada la iniquidad del poder ha estado siempre en contra de los poetas y de los desheredados en general.

La mirada de los poetas es la mirada de las víctimas, pero no cargada de resignación. Vallejo y Gelman son ejemplos de poetas que dan testimonio sin empobrecer a la poesía. Los poetas tenemos el compromiso de hacer propia la mirada de los humillados y ofendidos; todos los que son -somos- reducidos al rol de víctimas y de consumidores del mismo sistema que nos reprime y nos aplasta.

En la lectura de los textos de ustedes que están a disposición nuestra hay una marca muy fuerte de un decir situado, por llamarlo de alguna manera, una experiencia muy directa de los elementos de la realidad en la que ustedes viven ¿es ineludible esa presencia? ¿se mantiene en la producción actual de cada uno? En todo caso ¿sobre qué ejes pasa hoy la producción poética personal?

La poesía debe ser inexplicable, sabemos. Uno se explica demasiado en el habla cotidiana, allí vuelve utilitaria su lengua, la reduce. Mi primer libro, <Lejía>, es de un espíritu surrealista, cruzado por lo neo-romántico, y ahí aparecen ya las marcas de un territorio, aunque no en el sentido regional, válgame dios. Yo me ví impactado por el desierto patagónico cuando llegué a trabajar a Comodoro Rivadavia. Sentí que era posible la mixtura de la vanguardia con el poder simbólico de ese paisaje crudo. Ese cruce de tradiciones, de las vanguardias, del surrealismo, del dadaísmo, del romanticismo, cruzado con un paisaje devastador, me hizo releer a Vallejo, a Celan, a Bukowski, pero también a Basho, todo con un tono trágico, que me alimenta tanto como la ironía.

Ahora me veo despojándome de lo aleatorio, tratando de concentrar el lenguaje, de sacar lo que sobra, de trabajar sobre el lenguaje enfermo, de quedarme con la esencia del paisaje -si fuera posible, a lo Madariaga- pero jamás con la anécdota del paisaje.

En mi viaje interminable por los márgenes están las voces que dan sentido a una idea de escritura desde mi punto de vista. Escribí que "el viaje es la última fantasía de los agobiados por la inmensidad, que nos obliga a amarla y nos arrastra". Por eso, sigo repasando itinerarios, y -al final- el lugar de destino puede dejar de importar, o llegar importa menos que el viaje. Las marcas del viaje y del paisaje quedan en la escritura, es decir en uno mismo.

Busco experimentaciones con el lenguaje, en particular con sus formas patológicas, cuando los humanos recurren a la última expresión en medio del caos, o a lo que llamo "el silencio glacial de Celan". El disparador va en una dirección paradójica; cada texto tiene que ver con el despojamiento y el paso del tiempo, que nunca es un mérito.

Se trata de evitar el chisporroteo o la exhibición para concentrarse en el significado "otro". Busco concentrar el lenguaje al máximo para destrozar a la anécdota de origen, para dejar una sensación, un deja vú. Creo que respondo a una tradición, pero rompiéndola. Siempre está esa cosa inasible. Aspiro a cruzar la sangre y la calma, la iniquidad de un tiempo que nos exaspera, con la mirada impasible de un maestro zen.

Hay un momento en que necesitamos destruir al lenguaje tal como lo conocemos, destruir al lugar común; que es lo que hacen los grandes poetas pero también los seres inocentes en el fondo de los pueblos.

Finalmente ¿qué visión tiene sobre la producción poética del resto del país?

Antes que nada, discuto con la forma de la pregunta de ustedes, porque no me gusta responder sobre la poesía "del resto del país", como si pudiera ejercerse un corte así: la Patagonia y el resto. Eso de considerarse "patagónico" -o rosarino o lo que sea- permite todo un debate en sí mismo, un debate de identidades, que es complejo. Se trata de una identidad particular que se cruza con nuestra ambición de ser universales, ciudadanos del mundo. No hay que olvidar tampoco, como dice Eduardo Milán, que también las vanguardias fueron hegemónicas.

La poesía argentina es un iceberg extraordinario; hay tanto sumergido como en la superficie. Y la poesía que se escribe en el sur del país forma parte de ella, al menos la mejor. Nuestros grandes poetas, desde Madariaga hasta Bellessi, desde Gelman a Gruss, tienen una potencia y una desmesura que nos ilumina. Y las nuevas generaciones de poetas tienen sus propios modelos de ruptura, lo que ocasiona diversidad y obras originales.

Es cierto que hay gente que tiene una tendencia a ciertas cosas, le interesan más las prebendas que la poesía. O como dice Gelman, producen teorías gordas y poemas flaquitos. Creo que forman parte de dispositivos culturales más amplios, yo diría que el cuartito de la poesía es muy pequeño en recursos económicos en un país como éste, y hay muy poco para repartir, salvo poesía. Cortázar decía que «hay gente que colecciona sus propias uñas», y ese patetismo es propio de muchos poetas -o no tanto- que quedan entrampados.

El cuarto de la poesía es chico, pero el problema cultural es más grande que eso. Cuando se definen las políticas en general hay un criterio bastante cerrado, a veces marcado por la inercia y la soberbia, y otras por la ignorancia. En ese contexto, es importante que en la Patagonia exista un movimiento que se ha gestado a sí mismo, que no se desarrolló porque había grandes becas o apoyos. No. Las publicaciones, los libros justamente han salido de ese lugar; de un lugar que mira la sociedad críticamente y sin embargo no llora. Me parece que hay un espíritu de lucha ahí también; no estoy idealizándolo, pero eso se vuelve el sustento de una mirada estética, crítica.

Creo que hay que retomar el espíritu de los poetas como Madariaga, Molina y Bayley, que tenían, además de ser grandísimos poetas, un concepto de la fraternidad y la justicia poética. Yo me siento muy cerca de ese pensamiento. Los más jóvenes, que tienen un rechazo fuerte por todo lo institucional, son muy exigentes a la hora de confiar. Generar espacios para ellos no es un deber institucional ni formal, es un compromiso poético. Digo siempre que la poesía -ni todo lo que se mueve a su alrededor-puede tener un grado tan alto de mezquindad, como suele verse. La poesía no son las olimpíadas.

*Cristian Aliaga (Tres Cuervos, Argentina, 1962). Escritor, editor y docente universitario. Dirige la editorial Espacio Hudson. Enseñó en la Universidad Nacional de la Patagonia y en Leeds University. Recibió el premio "Raúl González Tuñón" (2005) y el primer premio del Fondo Nacional de las Artes (2007). Dentro de su obra destacan: La sombra de todo (Bajo la luna, 2007), Música desconocida para viajes (Del Dragón, 2009), La caída hacia arriba (Hilos, 2013), El rincón de pedir (Vox, 2015), The foreign passion (traducción de Ben Bollig, Infllux Press, 2016), Lavorare l'errore (traducción de Emilio Coco, Raffaelli Editore, 2020) y Music for Unknow Journeys (Traducción de B. Bollig, Aris & Phillips Hispanic Classics, 2021). En disco compacto editó su obra Un ring para dios (2009) junto a Palo Pandolfo. Jorge Boccanera compiló su antología personal Estrellas en el vidrio (2002). En Oxford University (2012) expuso sus poemas visuales "Tus virtudes son tus defectos", y entre 2017-2018 en el Teatro Cervantes (Buenos Aires) la conferencia performática "Las guerras por la tierra en la Patagonia del siglo XXI". Compiló Herejía bermeja. Obra poética de Bustriazo Ortiz (2014), Reuëmn. Poesía de mujeres mapuche, selknam y yámana (2017) y 20 poetas argentinos del siglo XX (2018). En 2022 editó "Hasta mañana, lengua! Los años de la iluminación", de Juan Carlos Bustriazo Ortiz.

*Entrevista publicada originalmente en la revista La Guacha Nº 34, Buenos Aires, septiembre de 2010, y luego incluida en el libro "El saber extraño, oscuro y peligroso del poeta. Escritos críticos sobre la obra de Cristian Aliaga", edición de Luciana Mellado y Ben Bollig (Ediciones La Otra, México, 2020).