Cultura

Oliverio Girondo: la palabra como vanguardia

Oliverio Girondo murió el 24 de enero de 1967. Homenaje al escritor que describió como pocos las intensas y fuertes emociones para convertirlas en poemas, una selección para conocerlo a través de sus palabras.

Por Meke Paradela

"Lo cotidiano podrá ser una manifestación modesta de lo absurdo, pero aunque Dios -reencarnado en algún sacamuelas- nos obligara a localizar todas nuestras esperanzas en los escarbadientes, la vida no dejaría de ser, por eso, una verdadera maravilla" (Poema 19)

Palabras enrevesadas, teñidas de humor e ironía. De sexo y amor. De ingenio y experimentación. Leer por primera vez la obra de este autor, nacido en Buenos Aires un 17 de agosto de 1891, es asomarse apenas al universo de uno de los principales exponentes de la vanguardia de la década del '20 del siglo pasado.

Girondo murió el 24 de enero de 1967, a los setenta y cinco años. Su esposa Norah lo sobrevivió cinco años más. Ambos fueron sepultados en el Cementerio de la Recoleta.

La pasión por la vida y su palpable intensidad fueron los motores de Girondo, quien en su rol de poeta quiso borrar los tintes elitistas de la incomprensión y la abstracción hacia el terreno de la cotidianidad de la persona común, tal como lo demostró en su primer libro Veinte poemas para ser leídos en el tranvía.

Pero, como todo vanguardista, estos intentos estaban cargados de juego y de experimentos y en donde la metáfora era la reina absoluta. Hoy es la mejor excusa para descubrirlo o para volver a sentir en la piel lo hermoso de sus palabras.

Lo que esperamos

Tardará, tardará.

Ya sé que todavía

los émbolos,

la usura,

el sudor,

las bobinas

seguirán produciendo,

al por mayor,

en serie,

iniquidad,

ayuno,

rencor,

desesperanza;

para que las lombrices con huecos portasenos,

las vacas de embajada,

los viejos paquidermos de esfínteres crinudos,

se sacien de adulterios,

de hastío,

de diamantes,

de caviar,

de remedios.

Ya sé que todavía pasarán muchos años

para que estos crustáceos

del asfalto

y la mugre

se limpien la cabeza,

se alejen de la envidia,

no idolatren la saña,

no adoren la impostura,

y abandonen su costra

de opresión,

de ceguera,

de mezquindad.

de bosta.

Pero, quizás, un día,

antes de que la tierra se canse de atraernos

y brindarnos su seno,

el cerebro les sirva para sentirse humanos,

ser hombres,

ser mujeres,

no cajas de caudales,

ni perchas desoladas-,

someter a las ruedas,

impedir que nos maten,

comprobar que la vida se arranca y despedaza

los chalecos de fuerza de todos los sistemas;

y descubrir, de nuevo, que todas las riquezas

se encuentran en nosotros y no bajo la tierra.

Y entonces...

¡Ah!, ese día

abriremos los brazos

sin temer que el instinto nos muerda los garrones,

ni recelar de todo,

hasta de nuestra sombra;

y seremos capaces de acercarnos al pasto,

a la noche,

a los ríos,

sin rubor,

mansamente,

con las pupilas claras,

con las manos tranquilas;

y usaremos palabras sustanciosas,

auténticas;

no como esos vocablos erizados de inquina

que babean las hienas al instarnos al odio,

ni aquellos que se asfixian

en estrofas de almíbar

y fustigada clara de huevo corrompido;

sino palabras simples,

de arroyo,

de raíces,

que en vez de separarnos

nos acerquen un poco;

o mejor todavía

guardaremos silencio

para tomar el pulso a todo lo que existe

y vivir el milagro de cuanto nos rodea,

mientras alguien nos diga,

con una voz de roble,

lo que desde hace siglos

esperamos en vano.

Artículo originalmente publicado el 17 de agosto de 2021, al cumplirse un nuevo aniversario del nacimiento de Oliverio Girondo.

Fuente: La Izquierda Diario